Revised Common Lectionary (Complementary)
23 Se hicieron a la mar en sus barcos;
para comerciar surcaron las muchas aguas.
24 Allí, en las aguas profundas,
vieron las obras del Señor y sus maravillas.
25 Habló Dios, y se desató un fuerte viento
que tanto encrespó las olas
26 que subían a los cielos y bajaban al abismo.
Ante el peligro, ellos perdieron el coraje.
27 Como ebrios tropezaban, se tambaleaban;
de nada les valía toda su pericia.
28 En su angustia clamaron al Señor,
y él los sacó de su aflicción.
29 Cambió la tempestad en suave brisa:
se sosegaron las olas del mar.
30 Ante esa calma se alegraron,
y Dios los llevó al puerto anhelado.
31 ¡Que den gracias al Señor por su gran amor,
por sus maravillas en favor de los hombres!
32 ¡Que lo exalten en la asamblea del pueblo!
¡Que lo alaben en el consejo de los ancianos!
21 »La gente me escuchaba expectante,
y en silencio aguardaba mi consejo.
22 Hablaba yo, y nadie replicaba;
mis palabras hallaban cabida[a] en sus oídos.
23 Expectantes, absorbían mis palabras
como quien espera las lluvias tardías.
24 Si yo les sonreía, no podían creerlo;
mi rostro sonriente los reanimaba.[b]
25 Yo les indicaba el camino a seguir;
me sentaba a la cabecera;
habitaba entre ellos como un rey entre su tropa,
como quien consuela a los que están de luto.
30 »¡Y ahora resulta que de mí se burlan
muchachos a cuyos padres no habría puesto
ni con mis perros ovejeros!
2 ¿De qué me habría servido la fuerza de sus manos,
si no tenían ya fuerza para nada?
3 Retorciéndose de hambre y de necesidad,
rondaban[c] en la noche por tierras desoladas,
por páramos deshabitados.
4 En las breñas recogían hierbas amargas
y comían[d] raíces de retama.
5 Habían sido excluidos de la comunidad,
acusados a gritos como ladrones.
6 Se vieron obligados a vivir
en el lecho de los arroyos secos,
entre las grietas y en las cuevas.
7 Bramaban entre los matorrales,
se amontonaban entre la maleza.
8 Gente vil, generación infame,
fueron expulsados de la tierra.
9 »¡Y ahora resulta que soy tema de sus parodias!
¡Me he vuelto su hazmerreír!
10 Les doy asco, y se alejan de mí;
no vacilan en escupirme en la cara.
11 Ahora que Dios me ha humillado por completo,
no se refrenan en mi presencia.
12 A mi derecha, me ataca el populacho;[e]
tienden trampas a mis pies
y levantan rampas de asalto para atacarme.
13 Han irrumpido en mi camino;
sin ayuda de nadie han logrado destruirme.[f]
14 Avanzan como a través de una ancha brecha;
irrumpen entre las ruinas.
15 El terror me ha sobrecogido;
mi dignidad se esfuma como el viento,
¡mi salvación se desvanece como las nubes!
Rumbo a Jerusalén
21 Después de separarnos de ellos, zarpamos y navegamos directamente a Cos. Al día siguiente fuimos a Rodas, y de allí a Pátara. 2 Como encontramos un barco que iba para Fenicia, subimos a bordo y zarpamos. 3 Después de avistar Chipre y de pasar al sur de la isla, navegamos hacia Siria y llegamos a Tiro, donde el barco tenía que descargar. 4 Allí encontramos a los discípulos y nos quedamos con ellos siete días. Ellos, por medio del Espíritu, exhortaron a Pablo a que no subiera a Jerusalén. 5 Pero, al cabo de algunos días, partimos y continuamos nuestro viaje. Todos los discípulos, incluso las mujeres y los niños, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad, y allí en la playa nos arrodillamos y oramos. 6 Después de despedirnos, subimos a bordo y ellos regresaron a sus hogares.
7 Nosotros continuamos nuestro viaje en barco desde Tiro y arribamos a Tolemaida, donde saludamos a los hermanos y nos quedamos con ellos un día. 8 Al día siguiente salimos y llegamos a Cesarea, y nos hospedamos en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete; 9 este tenía cuatro hijas solteras que profetizaban.
10 Llevábamos allí varios días cuando bajó de Judea un profeta llamado Ágabo. 11 Este vino a vernos y, tomando el cinturón de Pablo, se ató con él de pies y manos, y dijo:
―Así dice el Espíritu Santo: “De esta manera atarán los judíos de Jerusalén al dueño de este cinturón, y lo entregarán en manos de los gentiles”.
12 Al oír esto, nosotros y los de aquel lugar le rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén.
13 ―¿Por qué lloráis? ¡Me partís el alma! —respondió Pablo—. Por el nombre del Señor Jesús estoy dispuesto no solo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén.
14 Como no se dejaba convencer, desistimos, exclamando:
―¡Que se haga la voluntad del Señor!
15 Después de esto, acabamos los preparativos y subimos a Jerusalén. 16 Algunos de los discípulos de Cesarea nos acompañaron y nos llevaron a la casa de Mnasón, donde íbamos a alojarnos. Este era de Chipre, y uno de los primeros discípulos.
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