Revised Common Lectionary (Complementary)
Salmo 17 (16)
Acerca tu oído a mí, escucha mis palabras
17 Oración de David.
¡Escucha, Señor, lo que es justo! Atiende mi súplica,
presta oído a mi ruego, pues mis labios no mienten.
2 Tú dictarás mi sentencia,
tus ojos discernirán lo que es justo.
3 Me has sondeado, me has examinado de noche,
me has probado y no has hallado mal alguno.
Mi boca no ha pecado;
4 frente a otras conductas humanas,
yo evité el camino del violento,
siguiendo la palabra de tus labios.
5 He mantenido mis pasos firmes en tus sendas
y no he dejado que mis pies se extravíen.
6 Yo te invoco y tú, Dios, me respondes.
¡Acerca tu oído a mí, escucha mis palabras!
7 Haz resplandecer tu amor,
tú que salvas de sus atacantes
a quienes se refugian en ti.
8 Protégeme como a la niña de tus ojos,
dame cobijo a la sombra de tus alas,
9 que los injustos me acosan,
los enemigos me asedian con saña.
Ley del levirato
5 Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin dejar hijos, la viuda no se casará con un extraño que no sea de la familia. Su cuñado tiene el deber de tomarla, casarse con ella y cumplir con los deberes legales de cuñado. 6 El primer hijo que ella tenga llevará el nombre del hermano muerto, para que su memoria no desaparezca de Israel. 7 Pero si el cuñado no quiere casarse con su cuñada, ella recurrirá ante los ancianos que están en la puerta de la ciudad y les dirá: “Mi cuñado se niega a mantener viva en Israel la memoria de su hermano. Se niega a cumplir conmigo su deber de cuñado”. 8 Entonces los ancianos de la ciudad lo citarán e intentarán convencerlo. Si él persiste en su negativa, diciendo: “No quiero casarme con ella”, 9 su cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará la sandalia del pie, lo escupirá en la cara y le dirá: “Esto es lo que se hace con quien se niega a perpetuar la familia de su hermano”. 10 Y en adelante, se conocerá en Israel a esa familia por el apodo de “los descalzos”.
Pablo y el comandante romano
22 Hasta aquí todos habían escuchado con atención; pero en ese momento comenzaron a gritar:
— ¡Fuera con él! ¡No merece vivir!
23 Como no dejaban de vociferar, de agitar sus mantos y de arrojar polvo al aire, 24 el comandante mandó que metieran a Pablo en la fortaleza y lo azotasen, a ver si confesaba y de esa forma era posible averiguar la razón del griterío contra él. 25 Pero cuando lo estaban amarrando con las correas, Pablo dijo al oficial allí presente:
— ¿Tienen ustedes derecho a azotar a un ciudadano romano sin juzgarlo previamente?
26 Al oír esto, el oficial fue a informar al comandante:
— Cuidado con lo que vas a hacer; ese hombre es ciudadano romano.
27 El comandante llegó junto a Pablo y le preguntó:
— Dime, ¿eres tú ciudadano romano?
— Sí —contestó Pablo—.
28 — A mí me ha costado una fortuna adquirir esa ciudadanía —afirmó el comandante—.
— Pues yo la tengo por nacimiento —contestó Pablo—.
29 Al momento se apartaron de él los que iban a someterlo a tortura, y el propio comandante tuvo miedo al saber que había mandado encadenar a un ciudadano romano.
Pablo ante el Consejo Supremo
30 El comandante se propuso saber con certeza cuáles eran los cargos que presentaban los judíos contra Pablo. Así que al día siguiente mandó que lo desatasen y dio orden de convocar a los jefes de los sacerdotes y al Consejo Supremo ante los que hizo comparecer a Pablo.
23 Con la mirada fija en los miembros del Consejo, dijo Pablo:
— Hermanos: hasta el presente me he comportado siempre ante Dios con conciencia enteramente limpia.
2 A esto, Ananías, el sumo sacerdote, ordenó a los ujieres que golpearan a Pablo en la boca. 3 Pero este le dijo:
— ¡Dios es quien te golpeará a ti, grandísimo hipócrita! Estás sentado ahí para juzgarme conforme a la ley, ¿y conculcas la ley mandando que me golpeen?
4 — ¿Te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? —preguntaron los asistentes—.
5 — Hermanos —respondió Pablo—, ignoraba que fuera el sumo sacerdote; efectivamente, la Escritura ordena: No maldecirás al jefe de tu pueblo.
6 Como Pablo sabía que entre los presentes unos eran fariseos y otros saduceos, proclamó en medio del Consejo:
— Hermanos, soy fariseo, nacido y educado como fariseo. Y ahora se me juzga porque espero la resurrección de los muertos.
7 Esta afirmación provocó un conflicto entre fariseos y saduceos, y se dividió la asamblea. 8 (Téngase en cuenta que los saduceos niegan que haya resurrección, ángeles y espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso). 9 La controversia tomó grandes proporciones, hasta que algunos maestros de la ley, miembros del partido fariseo, afirmaron rotundamente:
— No hallamos culpa en este hombre. Puede que un espíritu o un ángel le haya hablado.
10 Como el conflicto se agravaba, el comandante empezó a temer que descuartizaran a Pablo; ordenó, pues, a los soldados que bajaran a sacarlo de allí y que lo llevaran a la fortaleza.
11 Durante la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo:
— Ten buen ánimo; has sido mi testigo en Jerusalén y habrás de serlo también en Roma.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España