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Old/New Testament

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Nueva Traducción Viviente (NTV)
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Esdras 6-8

Darío aprueba la reconstrucción

Entonces el rey Darío dio órdenes para que se investigara en los archivos de Babilonia, los cuales estaban guardados en la tesorería. Sin embargo, fue en la fortaleza de Ecbatana, en la provincia de Media, donde se encontró un rollo que decía lo siguiente:

«Memorando:

»En el primer año del reinado del rey Ciro, se emitió un decreto en relación con el templo de Dios en Jerusalén.

»Que se reconstruya el templo con los cimientos originales en el sitio donde los judíos solían ofrecer sus sacrificios. Su altura será de veintisiete metros, y su anchura será de veintisiete metros.[a] A cada tres hileras de piedras especialmente preparadas, se les pondrá encima una capa de madera. Todos los gastos correrán por cuenta de la tesorería real. Además, las copas de oro y de plata que Nabucodonosor tomó del templo de Dios en Jerusalén y llevó a Babilonia serán devueltas a Jerusalén y colocadas nuevamente en el lugar que corresponden. Que sean devueltas al templo de Dios».

Entonces el rey Darío envió el siguiente mensaje:

«Por consiguiente, Tatnai, gobernador de la provincia situada al occidente del río Éufrates,[b] y Setar-boznai junto con sus colegas y otros funcionarios del occidente del río Éufrates, ¡manténganse bien lejos de allí! No estorben la construcción del templo de Dios. Dejen que se reconstruya en su sitio original y no le pongan trabas al trabajo del gobernador de Judá ni al de los ancianos de los judíos.

»Además, por la presente, decreto que ustedes tendrán que ayudar a esos ancianos de los judíos mientras reconstruyan el templo de Dios. Ustedes tienen que pagar el costo total de la obra, sin demora, con los impuestos que se recaudan en la provincia situada al occidente del río Éufrates, a fin de que la construcción no se interrumpa.

»Denles a los sacerdotes de Jerusalén todo lo que necesiten, sean becerros, carneros o corderos, para las ofrendas quemadas que presenten al Dios del cielo; y sin falta, provéanles toda la sal y todo el trigo, el vino y el aceite de oliva que requieran para cada día. 10 Entonces ellos podrán ofrecer sacrificios aceptables al Dios del cielo y orar por el bienestar del rey y sus hijos.

11 »También declaro que a los que violen de cualquier manera este decreto se les arrancará una viga de su casa; luego, serán levantados y atravesados en ella, y su casa será reducida a un montón de escombros.[c] 12 Que el Dios que eligió la ciudad de Jerusalén como el lugar donde se dé honra a su nombre destruya a cualquier rey o nación que viole este mandato y destruya este templo.

»Yo, Darío, he emitido el presente decreto. Que se obedezca al pie de la letra».

Dedicación del templo

13 Tatnai, gobernador de la provincia situada al occidente del río Éufrates, y Setar-boznai junto con sus colegas acataron enseguida el mandato del rey Darío. 14 Así que los ancianos de los judíos continuaron la obra y fueron muy animados por la predicación de los profetas Hageo y Zacarías, hijo de Iddo. Por fin el templo quedó terminado, como lo había ordenado el Dios de Israel y decretado Ciro, Darío y Artajerjes, reyes de Persia. 15 La construcción del templo se completó el 12 de marzo,[d] durante el sexto año del reinado de Darío.

16 Luego, el pueblo de Israel, los sacerdotes, los levitas y todos los demás que habían regresado del destierro dedicaron el templo de Dios con gran alegría. 17 Durante la ceremonia de dedicación del templo de Dios, sacrificaron cien becerros, doscientos carneros y cuatrocientos corderos. También presentaron doce chivos como ofrenda por el pecado de las doce tribus de Israel. 18 Luego los sacerdotes y levitas se agruparon según sus diferentes divisiones para servir en el templo de Dios en Jerusalén, tal como está establecido en el libro de Moisés.

Celebración de la Pascua

19 Los que regresaron del destierro celebraron la Pascua el 21 de abril.[e] 20 Los sacerdotes y los levitas se habían purificado y estaban ceremonialmente puros. Así que mataron el cordero de la Pascua para todos los que regresaron del destierro, para sus hermanos sacerdotes y para ellos mismos. 21 El pueblo de Israel que había regresado del destierro comió la cena de Pascua junto con los demás de la tierra que habían dejado sus prácticas corruptas para adorar al Señor, Dios de Israel. 22 Luego celebraron el Festival de los Panes sin Levadura durante siete días. Hubo mucha alegría en toda la tierra, porque el Señor había hecho que el rey de Asiria[f] les diera su favor al ayudarlos a reconstruir el templo de Dios, el Dios de Israel.

Esdras llega a Jerusalén

Muchos años después, durante el reinado de Artajerjes, rey de Persia,[g] hubo un hombre llamado Esdras. Era hijo[h] de Seraías, hijo de Azarías, hijo de Hilcías, hijo de Salum, hijo de Sadoc, hijo de Ahitob, hijo de Amarías, hijo de Azarías, hijo[i] de Meraiot, hijo de Zeraías, hijo de Uzi, hijo de Buqui, hijo de Abisúa, hijo de Finees, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, el sumo sacerdote.[j] Este Esdras era un escriba muy instruido en la ley de Moisés, la cual el Señor, Dios de Israel, había dado al pueblo de Israel. Él subió de Babilonia a Jerusalén, y el rey le dio todo lo que pidió, porque la bondadosa mano del Señor su Dios estaba sobre él. Algunos del pueblo de Israel junto con varios sacerdotes, levitas, cantores, porteros y sirvientes del templo viajaron con él en el séptimo año del reinado de Artajerjes.

Esdras llegó a Jerusalén en agosto[k] de ese año. Había hecho arreglos para partir de Babilonia el 8 de abril, el primer día del nuevo año,[l] y llegó a Jerusalén el 4 de agosto,[m] pues la bondadosa mano de su Dios estaba sobre él. 10 Así fue porque Esdras había decidido estudiar y obedecer la ley del Señor y enseñar sus decretos y ordenanzas al pueblo de Israel.

Carta de Artajerjes a Esdras

11 La siguiente es una copia de la carta que el rey Artajerjes le dio a Esdras, el sacerdote y escriba que estudiaba y enseñaba los mandatos y decretos del Señor a Israel:

12 [n]«De Artajerjes, rey de reyes, al sacerdote Esdras, maestro de la ley del Dios del cielo: ¡saludos!

13 »Yo decreto que cualquier israelita de mi reino, incluidos los sacerdotes y levitas, puede ofrecerse como voluntario para regresar contigo a Jerusalén. 14 Por la presente, yo y mis siete consejeros te ordenamos que averigües la situación en que están Judá y Jerusalén, basado en la ley de tu Dios, la cual está en tus manos. 15 También te encargamos que lleves contigo plata y oro, los cuales presentamos como una ofrenda voluntaria al Dios de Israel, quien vive en Jerusalén.

16 »Además, llevarás toda la plata y el oro que obtengas de la provincia de Babilonia, como también las ofrendas voluntarias que el pueblo y los sacerdotes ofrezcan para el templo de su Dios en Jerusalén. 17 Usarás estos donativos específicamente para comprar toros, carneros, corderos y las ofrendas de grano y las ofrendas líquidas correspondientes, para que se ofrezca todo en el altar del templo de tu Dios en Jerusalén. 18 El oro y la plata que sobren pueden usarse para lo que tú y tus colegas crean que sea la voluntad de su Dios.

19 »En cuanto a las copas que te confiamos para el servicio del templo de tu Dios, entrégalas todas al Dios de Jerusalén. 20 Si precisas alguna otra cosa para el templo de tu Dios o para otra necesidad similar, puedes tomarla de la tesorería real.

21 »Yo, el rey Artajerjes, por la presente, envío el siguiente decreto a todos los tesoreros de la provincia situada al occidente del río Éufrates:[o] “Deben darle a Esdras, el sacerdote y maestro de la ley del Dios del cielo, todo lo que él les pida. 22 Le darán hasta tres mil cuatrocientos kilos[p] de plata, quinientas canastas[q] de trigo, dos mil cien litros de vino, dos mil cien litros de aceite de oliva[r] y sal en cantidad ilimitada. 23 Procuren proveer todo lo que el Dios del cielo exija para su templo, pues, ¿por qué hemos de correr el riesgo de provocar el enojo de Dios contra los dominios del rey y de sus hijos? 24 También decreto que a ningún sacerdote, levita, cantor, portero, sirviente del templo ni a ningún otro trabajador de este templo de Dios se le exija el pago de tributos, derechos aduaneros o peajes de ninguna clase”.

25 »Y tú, Esdras, usa la sabiduría que tu Dios te ha dado a fin de nombrar magistrados y jueces que conozcan las leyes de tu Dios, para que gobiernen a toda la gente de la provincia situada al occidente del río Éufrates. Enseña la ley a todo el que no la conozca. 26 Cualquiera que se niegue a obedecer la ley de tu Dios y la ley del rey será castigado de inmediato, ya sea por muerte, destierro, confiscación de bienes o encarcelamiento».

Esdras alaba al Señor

27 ¡Alaben al Señor, Dios de nuestros antepasados, que hizo que el rey deseara embellecer el templo del Señor en Jerusalén! 28 ¡Y alábenlo, porque me demostró tal amor inagotable al honrarme delante del rey, sus consejeros y todos sus poderosos nobles! Me sentí alentado, porque la bondadosa mano del Señor mi Dios estuvo sobre mí. Así que reuní a algunos de los líderes de Israel para que regresaran conmigo a Jerusalén.

Los desterrados que regresaron con Esdras

La siguiente es una lista de los jefes de familia junto con las genealogías de los que regresaron conmigo de Babilonia durante el reinado del rey Artajerjes:

de la familia de Finees: Gersón;

de la familia de Itamar: Daniel;

de la familia de David: Hatús, descendiente de Secanías;

de la familia de Paros: Zacarías y otros ciento cincuenta hombres que fueron registrados;

de la familia de Pahat-moab: Elioenai, hijo de Zeraías, y otros doscientos hombres;

de la familia de Zatu:[s] Secanías, hijo de Jahaziel, y otros trescientos hombres;

de la familia de Adín: Ebed, hijo de Jonatán, y otros cincuenta hombres;

de la familia de Elam: Jesaías, hijo de Atalías, y otros setenta hombres;

de la familia de Sefatías: Zebadías, hijo de Micael, y otros ochenta hombres;

de la familia de Joab: Obadías, hijo de Jehiel, y otros doscientos dieciocho hombres;

10 de la familia de Bani:[t] Selomit, hijo de Josifías, y otros ciento sesenta hombres;

11 de la familia de Bebai: Zacarías, hijo de Bebai, y otros veintiocho hombres;

12 de la familia de Azgad: Johanán, hijo de Hacatán, y otros ciento diez hombres;

13 de la familia de Adonicam, la cual llegó después:[u] Elifelet, Jeiel, Semaías, y otros sesenta hombres;

14 de la familia de Bigvai: Utai, Zacur[v] y otros setenta hombres.

Viaje de Esdras a Jerusalén

15 Reuní a los desterrados junto al canal de Ahava, y acampamos allí tres días, mientras revisaba la lista de las personas y los sacerdotes que habían llegado. Descubrí que ni un solo levita se había ofrecido para acompañarnos. 16 Entonces mandé llamar a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulam, los cuales eran jefes del pueblo. También mandé llamar a Joiarib y Elnatán, quienes eran hombres con discernimiento. 17 Los envié a ver a Iddo, el líder de los levitas de Casifia, para pedirle a él, a sus parientes y a los sirvientes del templo que nos enviaran ministros para el templo de Dios en Jerusalén.

18 Como la bondadosa mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, nos enviaron a un hombre llamado Serebías junto con dieciocho de sus hijos y hermanos. Serebías era muy sagaz, un descendiente de Mahli, quien era descendiente de Leví, hijo de Israel.[w] 19 También enviaron a Hasabías junto con Jesaías, de los descendientes de Merari, a veinte de sus hijos y hermanos, 20 y a doscientos veinte sirvientes del templo. Los sirvientes del templo, un grupo de trabajadores instituido originalmente por el rey David y sus funcionarios, eran ayudantes de los levitas. Todos estaban registrados por nombre.

21 Allí, junto al canal de Ahava, di órdenes de que todos ayunáramos y nos humilláramos ante nuestro Dios. En oración le pedimos a Dios que nos diera un buen viaje y nos protegiera en el camino tanto a nosotros como a nuestros hijos y nuestros bienes. 22 Pues me dio vergüenza pedirle al rey soldados y jinetes[x] que nos acompañaran y nos protegieran de los enemigos durante el viaje. Después de todo, ya le habíamos dicho al rey que «la mano protectora de nuestro Dios está sobre todos los que lo adoran, pero su enojo feroz se desata contra quienes lo abandonan». 23 Así que ayunamos y oramos intensamente para que nuestro Dios nos cuidara, y él oyó nuestra oración.

24 Nombré doce jefes de los sacerdotes—Serebías, Hasabías y otros diez sacerdotes— 25 para que se encargaran de transportar la plata, el oro, los recipientes de oro y los demás artículos que el rey, sus consejeros y funcionarios, y todo el pueblo de Israel había presentado para el templo de Dios. 26 Pesé el tesoro mientras se lo entregaba a ellos y el total sumaba lo siguiente:

22 toneladas[y] de plata,

3400 kilos[z] de objetos de plata,

3400 kilos de oro,

27 20 recipientes de oro (equivalentes al valor de 1000 monedas de oro[aa]),

2 objetos finos de bronce pulido (tan valiosos como el oro).

28 Luego les dije a los sacerdotes: «Ustedes y esos tesoros son santos, separados al Señor. La plata y el oro son una ofrenda voluntaria para el Señor, Dios de nuestros antepasados. 29 Cuiden bien esos tesoros hasta que se los entreguen a los principales sacerdotes, a los levitas y a los jefes de Israel, quienes los pesarán en los depósitos del templo del Señor en Jerusalén». 30 Entonces los sacerdotes y los levitas aceptaron la tarea de transportar esos tesoros de plata y de oro al templo de nuestro Dios en Jerusalén.

31 El 19 de abril,[ab] levantamos el campamento junto al canal de Ahava y nos dirigimos a Jerusalén. La bondadosa mano de nuestro Dios nos protegió y nos salvó de enemigos y bandidos a lo largo del camino. 32 Así que llegamos a salvo a Jerusalén, donde descansamos tres días.

33 Al cuarto día de nuestra llegada, la plata, el oro y los demás objetos de valor fueron pesados en el templo de nuestro Dios y encomendados a Meremot, hijo del sacerdote Urías, y a Eleazar, hijo de Finees, junto con Jozabad, hijo de Jesúa, y Noadías, hijo de Binúi, ambos levitas. 34 Ellos rindieron cuenta de todo por número y peso, y el peso total quedó asentado en los registros oficiales.

35 Luego, los desterrados que habían regresado del cautiverio sacrificaron ofrendas quemadas al Dios de Israel. Ofrecieron doce toros por todo el pueblo de Israel, además de noventa y seis carneros y setenta y siete corderos. También sacrificaron doce chivos como ofrenda por el pecado. Todo se ofreció como una ofrenda quemada al Señor. 36 Los decretos del rey fueron entregados a sus funcionarios de más alta posición y a los gobernadores de la provincia situada al occidente del río Éufrates,[ac] quienes colaboraron dando su apoyo al pueblo y al templo de Dios.

Juan 21

Epílogo: Jesús se aparece a siete discípulos

21 Más tarde, Jesús se apareció nuevamente a los discípulos junto al mar de Galilea.[a] Este es el relato de lo que sucedió. Varios de sus discípulos se encontraban allí: Simón Pedro, Tomás (al que apodaban el Gemelo)[b], Natanael de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro dijo:

—Me voy a pescar.

—Nosotros también vamos—dijeron los demás.

Así que salieron en la barca, pero no pescaron nada en toda la noche.

Al amanecer, Jesús apareció en la playa, pero los discípulos no podían ver quién era. Les preguntó:

—Amigos,[c] ¿pescaron algo?

—No—contestaron ellos.

Entonces él dijo:

—¡Echen la red a la derecha de la barca y tendrán pesca!

Ellos lo hicieron y no podían sacar la red por la gran cantidad de peces que contenía.

Entonces el discípulo a quien Jesús amaba le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se puso la túnica (porque se la había quitado para trabajar), se tiró al agua y se dirigió hacia la orilla. Los otros se quedaron en la barca y arrastraron la pesada red llena de pescados hasta la orilla, porque estaban solo a unos noventa metros[d] de la playa. Cuando llegaron, encontraron el desayuno preparado para ellos: pescado a la brasa y pan.

10 «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar», dijo Jesús. 11 Así que Simón Pedro subió a la barca y arrastró la red hasta la orilla. Había 153 pescados grandes, y aun así la red no se había roto.

12 «¡Ahora acérquense y desayunen!», dijo Jesús. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: «¿Quién eres?». Todos sabían que era el Señor. 13 Entonces Jesús les sirvió el pan y el pescado. 14 Esa fue la tercera vez que se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de los muertos.

15 Después del desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro:

—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?[e]

—Sí, Señor—contestó Pedro—, tú sabes que te quiero.

—Entonces, alimenta a mis corderos—le dijo Jesús.

16 Jesús repitió la pregunta:

—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

—Sí, Señor—dijo Pedro—, tú sabes que te quiero.

—Entonces, cuida de mis ovejas—dijo Jesús.

17 Le preguntó por tercera vez:

—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

A Pedro le dolió que Jesús le dijera la tercera vez: «¿Me quieres?». Le contestó:

—Señor, tú sabes todo. Tú sabes que yo te quiero.

Jesús dijo:

—Entonces, alimenta a mis ovejas.

18 »Te digo la verdad, cuando eras joven, podías hacer lo que querías; te vestías tú mismo e ibas adonde querías ir. Sin embargo, cuando seas viejo, extenderás los brazos, y otros te vestirán y te llevarán[f] adonde no quieras ir.

19 Jesús dijo eso para darle a conocer el tipo de muerte con la que Pedro glorificaría a Dios. Entonces Jesús le dijo: «Sígueme».

20 Pedro se dio vuelta y vio que, detrás de ellos, estaba el discípulo a quien Jesús amaba, el que se había inclinado hacia Jesús durante la cena para preguntarle: «Señor, ¿quién va a traicionarte?». 21 Pedro le preguntó a Jesús:

—Señor, ¿qué va a pasar con él?

22 Jesús contestó:

—Si quiero que él siga vivo hasta que yo regrese, ¿qué tiene que ver contigo? En cuanto a ti, sígueme.

23 Así que entre la comunidad de los creyentes[g] corrió el rumor de que ese discípulo no moriría; pero eso no fue en absoluto lo que dijo Jesús. Él solamente dijo: «Si quiero que él siga vivo hasta que yo regrese, ¿qué tiene que ver contigo?».

24 Ese discípulo es el que da testimonio de todos estos sucesos y los ha registrado en este libro; y sabemos que su relato es fiel.

25 Jesús también hizo muchas otras cosas. Si todas se pusieran por escrito, supongo que el mundo entero no podría contener los libros que se escribirían.

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