Old/New Testament
Oración en que se pide la ayuda de Dios
(1) Del maestro de coro, con instrumentos de cuerda. Instrucción de David, (2) cuando los habitantes de Zif fueron a decir a Saúl: «¿No se ha escondido David entre nosotros?»
54 (3) ¡Sálvame, Dios mío, por tu nombre!
¡Defiéndeme con tu poder!
2 (4) Escucha, Dios mío, mi oración;
presta oído a mis palabras,
3 (5) pues gente arrogante y violenta
se ha puesto en contra mía y quiere matarme.
¡No tienen presente a Dios!
4 (6) Sin embargo, Dios me ayuda;
el Señor me mantiene con vida.
5-6 (7-8) Él hará que la maldad de mis enemigos
se vuelva contra ellos mismos.
¡Destrúyelos, Señor, pues tú eres fiel!
Yo te ofreceré sacrificios voluntarios
y alabaré tu nombre, porque eres bueno,
7 (9) porque me has librado de todas mis angustias
y he visto vencidos a mis enemigos.
Oración de un perseguido
(1) Del maestro de coro, con instrumentos de cuerda. Instrucción de David.
55 (2) Dios mío, escucha mi oración;
no desatiendas mi súplica.
2-3 (3-4) Hazme caso, contéstame;
en mi angustia te invoco.
Me hacen temblar la voz del enemigo
y los gritos de los malvados.
Me han cargado de aflicciones;
me atacan rabiosamente.
4 (5) El corazón me salta en el pecho;
el terror de la muerte ha caído sobre mí.
5 (6) Me ha entrado un temor espantoso;
¡estoy temblando de miedo!
6 (7) Y digo:
«Ojalá tuviera yo alas como de paloma;
volaría entonces y podría descansar.
7 (8) Volando me iría muy lejos;
me quedaría a vivir en el desierto.
8 (9) Correría presuroso a protegerme
de la furia del viento y de la tempestad.»
9 (10) Destrúyelos, Señor, confunde su lenguaje,
pues tan sólo veo violencia y discordia,
10 (11) que día y noche rondan la ciudad.
Hay en ella maldad e intrigas;
hay en ella corrupción;
11 (12) sus calles están llenas de violencia y engaño.
12 (13) No me ha ofendido un enemigo,
lo cual yo podría soportar;
ni se ha alzado contra mí el que me odia,
de quien yo podría esconderme.
13 (14) ¡Has sido tú, mi propio camarada,
mi más íntimo amigo,
14 (15) con quien me reunía en el templo de Dios
para conversar amigablemente,
con quien caminaba entre la multitud!
15 (16) ¡Que sorprenda la muerte a mis enemigos!
¡Que caigan vivos en el sepulcro,
pues la maldad está en su corazón!
16 (17) Pero yo clamaré a Dios;
el Señor me salvará.
17 (18) Me quejaré y lloraré
mañana, tarde y noche,
y él escuchará mi voz.
18 (19) En las batallas me librará;
me salvará la vida,
aunque sean muchos mis adversarios.
19 (20) Dios, el que reina eternamente,
me oirá y los humillará,
pues ellos no cambian de conducta
ni tienen temor de Dios.
20 (21) Levantan la mano contra sus amigos;
no cumplen su promesa de amistad.
21 (22) Usan palabras más suaves que la mantequilla,
pero sus pensamientos son de guerra.
Usan palabras más suaves que el aceite,
pero no son sino espadas afiladas.
22 (23) Deja tus preocupaciones al Señor,
y él te mantendrá firme;
nunca dejará que caiga
el hombre que lo obedece.
23 (24) Dios mío,
los asesinos y mentirosos no vivirán
ni la mitad de su vida;
tú harás que caigan al fondo del sepulcro,
pero yo confío en ti.
Confío en Dios y alabo su palabra
(1) Del maestro de coro, según la melodía de «La paloma de los dioses lejanos». Poema de David, cuando los filisteos lo capturaron en Gat.
56 (2) Ten compasión de mí, Dios mío,
pues hay gente que me persigue;
a todas horas me atacan y me oprimen.
2 (3) A todas horas me persiguen mis enemigos;
son muchos los que me atacan con altanería.
3 (4) Cuando tengo miedo, confío en ti.
4 (5) Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en Dios y no tengo miedo.
¿Qué me puede hacer el hombre?
5 (6) A todas horas me hieren con palabras;
sólo piensan en hacerme daño.
6 (7) Andan escondiéndose aquí y allá,
siguiéndome los pasos,
esperando el momento de matarme.
7 (8) ¿Acaso escaparán de su propia maldad?
Oh, Dios, humilla a los pueblos con tu enojo.
8 (9) Tú llevas la cuenta de mis huidas;
tú recoges cada una de mis lágrimas.
¿Acaso no las tienes anotadas en tu libro?
9 (10) Mis enemigos se pondrán en retirada
cuando yo te pida ayuda.
Yo sé muy bien que Dios está de mi parte.
10 (11) Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en el Señor y alabo su palabra;
11 (12) confío en Dios y no tengo miedo.
¿Qué me puede hacer el hombre?
12 (13) Las promesas que te hice, oh Dios,
te las cumpliré con alabanzas,
13 (14) porque me has salvado de la muerte,
porque me has librado de caer,
a fin de que yo ande en la luz de la vida,
en la presencia de Dios.
3 Entonces, ¿qué ventajas tiene el ser judío o el estar circuncidado? 2 Muchas y por muchas razones. En primer lugar, Dios confió su mensaje a los judíos. 3 ¿Qué pasa entonces? ¿Acaso Dios dejará de ser fiel, por el hecho de que algunos de ellos hayan sido infieles? 4 ¡Claro que no! Al contrario, Dios actúa siempre conforme a la verdad, aunque todo hombre sea mentiroso; pues la Escritura dice:
«Serás tenido por justo en lo que dices,
y saldrás vencedor cuando te juzguen.»
5 Pero si nuestra maldad sirve para poner de relieve que Dios es justo, ¿qué diremos? ¿Que Dios es injusto cuando nos castiga? (Hablo según criterios humanos.) 6 ¡Claro que no! Porque si Dios fuera injusto, ¿cómo podría juzgar al mundo?
7 Pero si mi mentira sirve para que la verdad de Dios resulte todavía más gloriosa, ¿por qué se me juzga a mí como pecador? 8 En tal caso, ¿por qué no hacer lo malo para que venga lo bueno? Esto es precisamente lo que algunos, para desacreditarme, dicen que yo enseño; pero tales personas merecen la condenación.
Todos han pecado
9 ¿Qué pues? ¿Tenemos nosotros, los judíos, alguna ventaja sobre los demás? ¡Claro que no! Porque ya hemos demostrado que todos, tanto los judíos como los que no lo son, están bajo el poder del pecado, 10 pues las Escrituras dicen:
«¡No hay ni uno solo que sea justo!
11 No hay quien tenga entendimiento;
no hay quien busque a Dios.
12 Todos se han ido por mal camino;
todos por igual se han pervertido.
¡No hay quien haga lo bueno!
¡No hay ni siquiera uno!
13 Su garganta es un sepulcro abierto,
su lengua es mentirosa,
sus labios esconden veneno de víbora
14 y su boca está llena de maldición y amargura.
15 Sus pies corren ágiles a derramar sangre;
16 destrucción y miseria hay en sus caminos,
17 y no conocen el camino de la paz.
18 Jamás tienen presente que hay que temer a Dios.»
19 Sabemos que todo lo que dice el libro de la ley, lo dice a quienes están sometidos a ella, para que todos callen y el mundo entero caiga bajo el juicio de Dios; 20 porque nadie podrá decir que ha cumplido la ley y que Dios debe reconocerlo como justo, ya que la ley solamente sirve para hacernos saber que somos pecadores.
21 Pero ahora, sin la ley, Dios ha mostrado de qué manera nos hace justos, y esto lo confirman la misma ley y los profetas: 22 por medio de la fe en Jesucristo, Dios hace justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia: 23 todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios. 24 Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús. 25 Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe. Así quería Dios mostrar cómo nos hace justos: perdonando los pecados que habíamos cometido antes, 26 porque él es paciente. Él quería mostrar en el tiempo presente cómo nos hace justos; pues así como él es justo, hace justos a los que creen en Jesús.
27 ¿Dónde, pues, queda el orgullo del hombre ante Dios? ¡Queda eliminado! ¿Por qué razón? No por haber cumplido la ley, sino por haber creído. 28 Así llegamos a esta conclusión: que Dios hace justo al hombre por la fe, independientemente del cumplimiento de la ley.
29 ¿Acaso Dios es solamente Dios de los judíos? ¿No lo es también de todas las naciones? ¡Claro está que lo es también de todas las naciones, 30 pues no hay más que un Dios: el Dios que hace justos a los que tienen fe, sin tomar en cuenta si están o no están circuncidados! 31 Entonces, ¿con la fe le quitamos el valor a la ley? ¡Claro que no! Más bien afirmamos el valor de la ley.
Dios habla hoy ®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.