Old/New Testament
3 Yo soy el que ha experimentado el sufrimiento
bajo los golpes de la furia del Señor.
2 Me ha llevado a regiones oscuras,
me ha hecho andar por caminos sin luz;
3 una y otra vez, a todas horas,
descarga su mano sobre mí.
4 Ha hecho envejecer mi carne y mi piel,
ha hecho pedazos mis huesos;
5 ha levantado a mi alrededor
un cerco de amargura y sufrimientos;
6 me ha hecho vivir en las sombras,
como los que murieron hace tiempo.
7 Me encerró en un cerco sin salida;
me oprimió con pesadas cadenas;
8 aunque grité pidiendo ayuda,
no hizo caso de mis ruegos;
9 me cerró el paso con muros de piedra,
¡cambió el curso de mis senderos!
10 Él ha sido para mí como un león escondido,
como un oso a punto de atacarme.
11 Me ha desviado del camino, me ha desgarrado,
¡me ha dejado lleno de terror!
12 ¡Tensó el arco y me puso
como blanco de sus flechas!
13 Las flechas lanzadas por el Señor
se me han clavado muy hondo.
14 Toda mi gente se burla de mí;
a todas horas soy el tema de sus burlas.
15 El Señor me ha llenado de amarguras;
amarga es la bebida que me ha dado.
16 Me estrelló los dientes contra el suelo;
me hizo morder el polvo.
17 De mí se ha alejado la paz
y he olvidado ya lo que es la dicha.
18 Hasta he llegado a pensar que ha muerto
mi firme esperanza en el Señor.
19 Recuerdo mi tristeza y soledad,
mi amargura y sufrimiento;
20 me pongo a pensar en ello
y el ánimo se me viene abajo.
21 Pero una cosa quiero tener presente
y poner en ella mi esperanza:
22 El amor del Señor no tiene fin,
ni se han agotado sus bondades.
23 Cada mañana se renuevan;
¡qué grande es su fidelidad!
24 Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí;
por eso en él confío!
25 El Señor es bueno con los que en él confían,
con los que a él recurren.
26 Es mejor esperar en silencio
a que el Señor nos ayude.
27 Es mejor que el hombre se someta
desde su juventud.
28 El hombre debe quedarse solo y callado
cuando el Señor se lo impone;
29 debe, humillado, besar el suelo,
pues tal vez aún haya esperanza;
30 debe ofrecer la mejilla a quien le hiera,
y recibir el máximo de ofensas.
31 El Señor no ha de abandonarnos
para siempre.
32 Aunque hace sufrir, también se compadece,
porque su amor es inmenso.
33 Realmente no le agrada afligir
ni causar dolor a los hombres.
34 El pisotear sin compasión
a los prisioneros del país,
35 el violar los derechos de un hombre
en la propia cara del Altísimo,
36 el torcer la justicia de un proceso,
son cosas que el Señor condena.
37 Cuando algo se dice, cuando algo pasa,
es porque el Señor lo ha ordenado.
38 Tanto los bienes como los males
vienen porque el Altísimo así lo dispone.
39 Siendo el hombre un pecador,
¿de qué se queja en esta vida?
40 Reflexionemos seriamente en nuestra conducta,
y volvamos nuevamente al Señor.
41 Elevemos al Dios del cielo
nuestros pensamientos y oraciones.
42 Nosotros pecamos y fuimos rebeldes,
y tú no perdonaste.
43 Nos rodeaste con tu furia, nos perseguiste,
¡nos quitaste la vida sin miramientos!
44 Te envolviste en una nube
para no escuchar nuestros ruegos.
45 Nos has tratado como a vil basura
delante de toda la gente.
46 Todos nuestros enemigos
abren la boca en contra de nosotros;
47 temores, trampas, destrucción y ruina,
¡eso es lo que nos ha tocado!
48 Ríos de lágrimas brotan de mis ojos
ante la destrucción de mi amada ciudad.
49 Lloran mis ojos sin descanso,
pues no habrá alivio
50 hasta que el Señor del cielo
nos mire desde lo alto.
51 Me duelen los ojos hasta el alma,
por lo ocurrido a las hijas de mi ciudad.
52 Sin tener ningún motivo,
mis enemigos me han cazado como a un ave;
53 me enterraron vivo en un pozo,
y con una piedra taparon la salida.
54 El agua me ha cubierto por completo,
y he pensado: «Estoy perdido.»
55 Yo, Señor, invoco tu nombre
desde lo más profundo del pozo:
56 tú escuchas mi voz,
y no dejas de atender a mis ruegos.
57 El día que te llamo, vienes a mí,
y me dices: «No tengas miedo.»
58 Tú me defiendes, Señor, en mi lucha,
tú rescatas mi vida.
59 Tú ves, Señor, las injusticias que sufro,
¡hazme justicia!
60 Tú ves sus deseos de venganza
y todos los planes que hacen contra mí.
61 Escucha, Señor, sus ofensas
y todos los planes que hacen contra mí;
62 las habladurías de mis enemigos,
que a todas horas hablan en contra mía.
63 ¡Mira cómo en todas sus acciones
soy objeto de sus burlas!
64 Dales, Señor, su merecido,
dales lo que sus hechos merecen.
65 Enduréceles el entendimiento,
y pon sobre ellos tu maldición.
66 Persíguelos con furia, Señor,
¡haz que desaparezcan de este mundo!
4 ¡Cómo se ha empañado el oro!
¡Cómo perdió su brillo el oro fino!
¡Esparcidas por todas las esquinas
están las piedras del santuario!
2 Los habitantes de Sión, tan estimados,
los que valían su peso en oro,
ahora son tratados como ollas de barro
hechas por un simple alfarero.
3 Hasta las hembras de los chacales dan la teta
y amamantan a sus cachorros,
pero la capital de mi pueblo es cruel,
cruel como un avestruz del desierto.
4 Tienen tanta sed los niños de pecho
que la lengua se les pega al paladar.
Piden los niños pan,
pero no hay nadie que se lo dé.
5 Los que antes comían en abundancia,
ahora mueren de hambre por las calles.
Los que crecieron en medio de lujos,
ahora viven en los muladares.
6 La maldad de la capital de mi pueblo
es mayor que el pecado de Sodoma,
la cual fue destruida en un instante
sin que nadie la atacara.
7 Más blancos que la nieve eran sus hombres escogidos,
más blancos que la leche;
su cuerpo, más rojizo que el coral;
su porte, hermoso como el zafiro.
8 Pero ahora se ven más sombríos que las tinieblas;
nadie en la calle podría reconocerlos.
La piel se les pega a los huesos,
¡la tienen seca como leña!
9 Mejor les fue a los que murieron en batalla
que a los que murieron de hambre,
porque éstos murieron lentamente
al faltarles los frutos de la tierra.
10 Con sus propias manos,
mujeres de buen corazón cocieron a sus hijos;
sus propios hijos les sirvieron de comida
al ser destruida la capital de mi pueblo.
11 El Señor agotó su enojo,
dio rienda suelta al ardor de su furia;
le prendió fuego a Sión
y destruyó hasta sus cimientos.
12 Jamás creyeron los reyes de la tierra,
todos los que reinaban en el mundo,
que el enemigo, el adversario,
entraría por las puertas de Jerusalén.
13 ¡Y todo por el pecado de sus profetas,
por la maldad de sus sacerdotes,
que dentro de la ciudad misma
derramaron sangre inocente!
14 Caminan inseguros, como ciegos,
por las calles de la ciudad;
tan sucios están de sangre
que nadie se atreve a tocarles la ropa.
15 «¡Apártense, apártense —les gritan—;
son gente impura, no los toquen!»
«Son vagabundos en fuga —dicen los paganos—,
no pueden seguir viviendo aquí.»
16 La presencia del Señor los dispersó,
y no volvió a dirigirles la mirada.
No hubo respeto para los sacerdotes
ni compasión para los ancianos.
17 Con los ojos cansados, pero atentos,
en vano esperamos ayuda.
Pendientes estamos de la llegada
de un pueblo que no puede salvar.
18 Vigilan todos nuestros pasos;
no podemos salir a la calle.
Nuestro fin está cerca, nos ha llegado la hora;
¡ha llegado nuestro fin!
19 Más veloces que las águilas del cielo
son nuestros perseguidores;
nos persiguen por los montes,
¡nos ponen trampas en el desierto!
20 Preso ha caído el escogido del Señor,
el que daba aliento a nuestra vida,
el rey de quien decíamos:
«A su sombra viviremos entre los pueblos.»
21 ¡Ríete, alégrate, nación de Edom;
tú que reinas en la región de Us!
¡También a ti te llegará el trago amargo,
y quedarás borracha y desnuda!
22 Tu castigo ha terminado, ciudad de Sión;
el Señor no volverá a desterrarte.
Pero castigará tu maldad, nación de Edom,
y pondrá al descubierto tus pecados.
5 Recuerda, Señor, lo que nos ha pasado;
míranos, ve cómo nos ofenden.
2 Todo lo nuestro está ahora en manos de extranjeros;
ahora nuestras casas son de gente extraña.
3 Estamos huérfanos, sin padre;
nuestras madres han quedado como viudas.
4 ¡Nuestra propia agua tenemos que comprarla;
nuestra propia leña tenemos que pagarla!
5 Nos han puesto un yugo en el cuello;
nos cansamos, y no nos dejan descansar.
6 Para llenarnos de pan, tendemos la mano
a los egipcios y a los asirios.
7 Nuestros padres pecaron, y ya no existen,
y nosotros cargamos con sus culpas.
8 Ahora somos dominados por esclavos,
y no hay quien nos libre de sus manos.
9 El pan lo conseguimos a riesgo de la vida
y a pesar de los guerreros del desierto.
10 La piel nos arde como un horno,
por la fiebre que el hambre nos causa.
11 En Sión y en las ciudades de Judá,
mujeres y niñas han sido deshonradas.
12 Nuestros jefes fueron colgados de las manos,
los ancianos no fueron respetados.
13 A los hombres más fuertes los pusieron a moler;
los jóvenes cayeron bajo el peso de la leña.
14 Ya no hay ancianos a las puertas de la ciudad;
ya no se escuchan canciones juveniles.
15 Ya no tenemos alegría en el corazón;
nuestras danzas de alegría acabaron en tristeza.
16 Se nos cayó de la cabeza la corona;
¡ay de nosotros, que hemos pecado!
17 Por eso tenemos enfermo el corazón;
por eso se nos nubla la vista.
18 El monte Sión es un montón de ruinas;
en él van y vienen las zorras.
19 Pero tú, Señor, por siempre reinarás;
¡siempre estarás en tu trono!
20 ¿Por qué has de olvidarnos para siempre?
¿Por qué has de abandonarnos tanto tiempo?
21 ¡Haznos volver a ti, Señor, y volveremos!
¡Haz que nuestra vida sea otra vez lo que antes fue!
22 Pero tú nos has rechazado por completo;
mucho ha sido tu enojo con nosotros.
Exhortación a la fidelidad
19 Hermanos, ahora podemos entrar con toda libertad en el santuario gracias a la sangre de Jesús, 20 siguiendo el nuevo camino de vida que él nos abrió a través del velo, es decir, a través de su propio cuerpo. 21 Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. 22 Por eso, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con una fe completamente segura, limpios nuestros corazones de mala conciencia y lavados nuestros cuerpos con agua pura. 23 Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho. 24 Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. 25 No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca.
26 Porque si seguimos pecando intencionalmente después de haber conocido la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados; 27 solamente nos queda la terrible amenaza del juicio y del fuego ardiente que destruirá a los enemigos de Dios. 28 Cuando alguien desobedece la ley de Moisés, si hay dos o tres testigos que declaren contra él, se le condena a muerte sin compasión. 29 Pues ¿no creen ustedes que mucho mayor castigo merecen los que pisotean al Hijo de Dios y desprecian su sangre, los que insultan al Espíritu del Dios que los ama? Esa sangre es la que confirma la alianza, y con ella han sido ellos consagrados. 30 Sabemos que el Señor ha dicho: «A mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré.» Y ha dicho también: «El Señor juzgará a su pueblo.» 31 ¡Terrible cosa es caer en las manos del Dios viviente!
32 Pero recuerden ustedes los tiempos pasados, cuando acababan ustedes de recibir la luz y soportaron con fortaleza los sufrimientos de una gran lucha. 33 Algunos de ustedes fueron insultados y maltratados públicamente, y otros se unieron en el sufrimiento con los que fueron tratados así. 34 Ustedes tuvieron compasión de los que estaban en la cárcel, y hasta con alegría se dejaron quitar lo que poseían, sabiendo que en el cielo tienen algo que es mucho mejor y que permanece para siempre. 35 No pierdan, pues, su confianza, porque ella les traerá una gran recompensa. 36 Ustedes necesitan tener fortaleza en el sufrimiento, para hacer la voluntad de Dios y recibir así lo que él ha prometido. 37 Pues la Escritura dice:
«Pronto, muy pronto,
vendrá el que tiene que venir.
No tardará.
38 Mi justo por la fe vivirá;
pero si se vuelve atrás,
no estaré contento de él.»
39 Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás y van a su condenación, sino de los que alcanzan la salvación porque tienen fe.
Dios habla hoy ®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.