Old/New Testament
El joven
4 Eres hermosa, amada mía;
tan hermosa que no puedo expresarlo.
Tus ojos son como palomas
detrás del velo.
Tu cabello cae en ondas,
como un rebaño de cabras que serpentea por las laderas de Galaad.
2 Tus dientes son blancos como ovejas
recién esquiladas y bañadas.
Tu sonrisa es perfecta;
cada diente hace juego con su par.[a]
3 Tus labios son como una cinta escarlata;
tu boca me cautiva.
Tus mejillas son como granadas color rosa
detrás de tu velo.
4 Tu cuello es tan hermoso como la torre de David,
adornado con los escudos de mil héroes.
5 Tus pechos son como dos cervatillos,
los mellizos de una gacela que pastan entre los lirios.
6 Antes de que soplen las brisas del amanecer
y huyan las sombras de la noche,
correré a la montaña de mirra
y al cerro del incienso.
7 Toda tú eres hermosa, amada mía,
bella en todo sentido.
8 Ven conmigo desde el Líbano, esposa mía;
ven conmigo desde el Líbano.
Desciende del[b] monte Amana,
de las cumbres del Senir y del Hermón,
donde los leones tienen sus guaridas
y los leopardos viven entre las colinas.
9 Has cautivado mi corazón,
tesoro mío,[c] esposa mía.
Lo tienes como rehén con una sola mirada de tus ojos,
con una sola joya de tu collar.
10 Tu amor me deleita,
tesoro mío, esposa mía.
Tu amor es mejor que el vino,
tu perfume, más fragante que las especias.
11 Tus labios son dulces como el néctar, esposa mía.
Debajo de tu lengua hay leche y miel.
Tus vestidos están perfumados
como los cedros del Líbano.
12 Tú eres mi jardín privado, tesoro mío, esposa mía,
un manantial apartado, una fuente escondida.
13 Tus muslos[d] resguardan un paraíso de granadas
con especias exóticas:
alheña con nardo,
14 nardo con azafrán,
cálamo aromático y canela,
con toda clase de árboles de incienso, mirra y áloes,
y todas las demás especias deliciosas.
15 Tú eres una fuente en el jardín,
un manantial de agua fresca
que fluye de las montañas del Líbano.
La joven
16 ¡Despierta, viento del norte!
¡Levántate, viento del sur!
Soplen en mi jardín
y esparzan su fragancia por todas partes.
Ven a tu jardín, amado mío;
saborea sus mejores frutos.
El joven
5 ¡He entrado en mi jardín, tesoro mío,[e] esposa mía!
Recojo mirra entre mis especias,
y disfruto del panal con mi miel
y bebo vino con mi leche.
Las jóvenes de Jerusalén
Oh amante y amada: ¡coman y beban!
¡Sí, beban su amor hasta saciarse!
La joven
2 Yo dormía, pero mi corazón estaba atento,
cuando oí que mi amante tocaba a la puerta y llamaba:
«Ábreme, tesoro mío, amada mía,
mi paloma, mi mujer perfecta.
Mi cabeza está empapada de rocío,
mi cabello, con la humedad de la noche».
3 Pero yo le respondí:
«Me he quitado el vestido,
¿por qué debería vestirme otra vez?
He lavado mis pies,
¿por qué debería ensuciarlos?».
4 Mi amante trató de abrir el cerrojo de la puerta,
y mi corazón se estremeció dentro de mí.
5 Salté para abrirle la puerta a mi amor,
y mis manos destilaron perfume.
Mis dedos goteaban preciosa mirra
mientras yo corría el pasador.
6 Le abrí a mi amado,
¡pero él ya se había ido!
Se me desplomó el corazón.
Lo busqué
pero no pude encontrarlo.
Lo llamé
pero no tuve respuesta.
7 Los guardias nocturnos me encontraron
mientras hacían sus rondas.
Me golpearon y me lastimaron
y me arrancaron el velo,
aquellos guardias del muro.
8 Oh mujeres de Jerusalén, prométanme:
si encuentran a mi amante,
díganle que desfallezco de amor.
Las jóvenes de Jerusalén
9 ¿Por qué es tu amante mejor que todos los demás,
oh mujer de singular belleza?
¿Qué hace que tu amante sea tan especial
para que te hagamos esa promesa?
La joven
10 Mi amado es trigueño y deslumbrante,
¡el mejor entre diez mil!
11 Su cabeza es del oro más fino;
su cabello ondulado es negro como el cuervo.
12 Sus ojos brillan como palomas
junto a manantiales de agua,
montados como joyas
lavadas en leche.
13 Sus mejillas son como jardines de especias
que esparcen aromas.
Sus labios son como lirios,
perfumados con mirra.
14 Sus brazos son como barras de oro torneadas,
adornados con berilo.
Su cuerpo es como marfil reluciente;
resplandece de lapislázuli.
15 Sus piernas son como columnas de mármol
colocadas sobre bases de oro puro.
Su porte es majestuoso,
como los nobles cedros del Líbano.
16 Su boca es la dulzura misma;
él es deseable en todo sentido.
Así es mi amante, mi amigo,
oh mujeres de Jerusalén.
La ley y la fe en Cristo
3 ¡Ay gálatas tontos! ¿Quién los ha hechizado? Pues el significado de la muerte de Jesucristo se les explicó con tanta claridad como si lo hubieran visto morir en la cruz. 2 Déjenme hacerles una pregunta: ¿recibieron al Espíritu Santo por obedecer la ley de Moisés? ¡Claro que no! Recibieron al Espíritu porque creyeron el mensaje que escucharon acerca de Cristo. 3 ¿Será posible que sean tan tontos? Después de haber comenzado su nueva vida en el Espíritu, ¿por qué ahora tratan de ser perfectos mediante sus propios esfuerzos? 4 ¿Acaso han pasado por tantas experiencias[a] en vano? ¡No puede ser que no les hayan servido para nada!
5 Vuelvo a preguntarles: ¿acaso Dios les da al Espíritu Santo y hace milagros entre ustedes porque obedecen la ley? ¡Por supuesto que no! Es porque creen el mensaje que oyeron acerca de Cristo.
6 Del mismo modo, «Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo debido a su fe»[b]. 7 Así que los verdaderos hijos de Abraham son los que ponen su fe en Dios.
8 Es más, las Escrituras previeron este tiempo en el que Dios haría justos a sus ojos a los gentiles[c] por causa de su fe. Dios anunció esa Buena Noticia a Abraham hace tiempo, cuando le dijo: «Todas las naciones serán bendecidas por medio de ti»[d]. 9 Así que todos los que ponen su fe en Cristo participan de la misma bendición que recibió Abraham por causa de su fe.
10 Sin embargo, los que dependen de la ley para hacerse justos ante Dios están bajo la maldición de Dios, porque las Escrituras dicen: «Maldito es todo el que no cumple ni obedece cada uno de los mandatos que están escritos en el libro de la ley de Dios»[e]. 11 Queda claro, entonces, que nadie puede hacerse justo ante Dios por tratar de cumplir la ley, ya que las Escrituras dicen: «Es por medio de la fe que el justo tiene vida»[f]. 12 El camino de la fe es muy diferente del camino de la ley, que dice: «Es mediante la obediencia a la ley que una persona tiene vida»[g].
13 Pero Cristo nos ha rescatado de la maldición dictada en la ley. Cuando fue colgado en la cruz, cargó sobre sí la maldición de nuestras fechorías. Pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»[h]. 14 Mediante Cristo Jesús, Dios bendijo a los gentiles con la misma bendición que le prometió a Abraham, a fin de que los creyentes pudiéramos recibir por medio de la fe al Espíritu Santo prometido.[i]
La ley y la promesa de Dios
15 Amados hermanos, el siguiente es un ejemplo de la vida diaria: así como nadie puede anular ni modificar un acuerdo irrevocable, tampoco en este caso. 16 Dios ha dado las promesas a Abraham y a su hijo.[j] Y noten que la Escritura no dice «a sus hijos[k]», como si significara muchos descendientes. Más bien, dice «a su hijo», y eso sin duda se refiere a Cristo. 17 Lo que trato de decir es lo siguiente: el acuerdo que Dios hizo con Abraham no podía anularse cuatrocientos treinta años más tarde—cuando Dios le dio la ley a Moisés—, porque Dios estaría rompiendo su promesa. 18 Pues, si fuera posible recibir la herencia por cumplir la ley, entonces esa herencia ya no sería el resultado de aceptar la promesa de Dios; pero Dios, por su gracia, se la concedió a Abraham mediante una promesa.
19 Entonces, ¿para qué se entregó la ley? Fue añadida a la promesa para mostrarle a la gente sus pecados, pero la intención era que la ley durara solo hasta la llegada del hijo prometido. Por medio de ángeles, Dios entregó su ley a Moisés, quien hizo de mediador entre Dios y el pueblo. 20 Ahora bien, un mediador es de ayuda si dos o más partes tienen que llegar a un acuerdo, pero Dios—quien es uno solo—no usó ningún mediador cuando le dio la promesa a Abraham.
21 ¿Hay algún conflicto, entonces, entre la ley de Dios y las promesas de Dios[l]? ¡De ninguna manera! Si la ley pudiera darnos vida nueva, nosotros podríamos hacernos justos ante Dios por obedecerla; 22 pero las Escrituras declaran que todos somos prisioneros del pecado, así que recibimos la promesa de libertad que Dios hizo únicamente por creer en Jesucristo.
Hijos de Dios por medio de la fe
23 Antes de que se nos abriera el camino de la fe en Cristo, estábamos vigilados por la ley. Nos mantuvo en custodia protectora, por así decirlo, hasta que fuera revelado el camino de la fe.
24 Dicho de otra manera, la ley fue nuestra tutora hasta que vino Cristo; nos protegió hasta que se nos declarara justos ante Dios por medio de la fe. 25 Y ahora que ha llegado el camino de la fe, ya no necesitamos que la ley sea nuestra tutora.
26 Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. 27 Y todos los que fueron unidos a Cristo en el bautismo se han puesto a Cristo como si se pusieran ropa nueva.[m] 28 Ya no hay judío ni gentil,[n] esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. 29 Y ahora que pertenecen a Cristo, son verdaderos hijos[o] de Abraham. Son sus herederos, y la promesa de Dios a Abraham les pertenece a ustedes.
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