M’Cheyne Bible Reading Plan
Micaías anuncia que Ahab será vencido (1 R 22.1-28)
18 1-3 Josafat llegó a ser muy rico y poderoso. Se casó con una hija de Ahab, quien en ese momento era rey de Israel y vivía en Samaria. Pasados algunos años, Josafat fue a visitar a Ahab. Para celebrar la visita de Josafat y sus acompañantes, Ahab mandó matar muchas ovejas y reses.
Luego Ahab trató de convencer a Josafat de que atacaran juntos la ciudad de Ramot, en la región de Galaad. Esa ciudad pertenecía al rey de Siria. Ahab le dijo a Josafat:
—¿Me ayudarías a quitarle al rey de Siria la ciudad de Ramot de Galaad?
Josafat le contestó:
—Tú y yo somos del mismo pueblo. Así que mi ejército y mis caballos están a tu disposición. 4 Pero antes de ir a luchar, averigua si Dios está de acuerdo.
5 Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, que eran alrededor de cuatrocientos, y les preguntó:
—¿Debo atacar a Ramot de Galaad para recuperarla?
Los profetas contestaron:
—Atácala, porque Dios te la va a entregar.
6 Pero Josafat dijo:
—¿No hay por acá otro profeta de Dios al que le podamos consultar?
7 El rey de Israel le respondió:
—Hay un profeta al que podemos consultar. Se llama Micaías, y es hijo de Imlá. Pero yo lo odio porque nunca me anuncia cosas buenas, sino siempre cosas malas.
Josafat le dijo:
—No digas eso.
8 Entonces el rey de Israel llamó a un oficial y le dijo:
—Trae pronto a Micaías hijo de Imlá.
9 Ahab y Josafat llevaban puestos sus trajes reales y estaban sentados sobre sus tronos en un lugar alto, a la entrada de Samaria. En ese lugar se le quitaba la cáscara al trigo. Delante de ellos estaban todos los profetas dando mensajes. 10 Sedequías hijo de Quenaaná, se había hecho unos cuernos de hierro, y con ellos en la mano gritaba: «Dios ha dicho que con estos cuernos Ahab atacará a los sirios hasta destruirlos».
11 Todos los profetas anunciaban lo mismo, y le decían a Ahab: «Ataca a Ramot de Galaad, porque vas a triunfar. Dios va a darte la ciudad».
12 Mientras tanto, el oficial que había ido a buscar a Micaías, le dijo a éste:
—Todos los profetas han anunciado que el rey Ahab vencerá. Habla tú como ellos y anuncia al rey algo bueno.
13 Pero Micaías le contestó:
—Juro por Dios que sólo diré lo que Dios me diga.
14 Cuando Micaías se presentó delante del rey, éste le preguntó:
—Micaías, ¿debo atacar a Ramot de Galaad?
Micaías le respondió:
—Atácala y triunfarás. Dios te entregará la ciudad.
15 Pero el rey le dijo:
—¿Cuántas veces te he rogado que me digas la verdad de parte de Dios?
16 Micaías contestó:
—Veo a todo el pueblo de Israel desparramado por las montañas. Andan como las ovejas, cuando no tienen pastor. Dios dijo que no tienen quién los dirija. Que cada uno vuelva tranquilo a su hogar.
17 Entonces Ahab le dijo a Josafat:
—¿No te dije que Micaías no me iba a anunciar nada bueno?
18 Micaías dijo:
—No debiste decir eso. Ahora escucha el mensaje que Dios te envía. Yo vi a Dios sentado sobre su trono. Todos los ángeles del cielo estaban de pie, unos a la derecha y otros a la izquierda. 19 Entonces Dios preguntó quién iría a convencer a Ahab de que atacara a Ramot de Galaad y fuera vencido ahí. Unos decían una cosa, mientras que otros decían otra. 20 Pero un espíritu vino delante de Dios y dijo que él iría a convencer a Ahab. 21-22 Dios le preguntó cómo iba a hacerlo. El espíritu dijo que haría que los profetas dijeran mentiras. Dios le permitió ir y hacer que los profetas dijeran mentiras, para convencer a Ahab. Así que Dios ha decidido que en esta batalla seas derrotado.
23 Entonces Sedequías hijo de Quenaaná se acercó, le dio a Micaías una bofetada en la cara y le dijo:
—¿Cómo te atreves a decir que el espíritu de Dios me ha abandonado, y que te ha hablado a ti?
24 Y Micaías le contestó:
—Cuando se cumpla lo que dije, te darás cuenta de que he dicho la verdad, y tendrás que esconderte donde puedas.
25 El rey de Israel ordenó:
—¡Llévense preso a Micaías! Entréguenlo a Amón, el gobernador de la ciudad, y a mi hijo Joás. 26 Díganles que lo pongan en la cárcel, y que no le den más que pan y agua hasta que yo regrese sano y salvo de la batalla.
27 Micaías dijo:
—Si tú regresas sano y salvo, significará que Dios no ha hablado por medio de mí.
Después, dirigiéndose a todos, agregó:
—¡Tengan en cuenta lo que he dicho!
Los sirios vencen a Ahab (1 R 22.29-40)
28 Ahab y Josafat fueron a atacar Ramot de Galaad. 29 Ahab le dijo a Josafat: «Yo me voy a disfrazar para ir a la batalla, pero tú puedes usar tu propia ropa».
Así que el rey de Israel se disfrazó y fue a luchar.
30 El rey de Siria había dado esta orden a los treinta y dos capitanes de sus carros de combate: «¡Ataquen sólo al rey de Israel!»
31-32 Cuando los capitanes vieron a Josafat dijeron: «Seguramente él es el rey de Israel».
Así que lo rodearon para atacarlo, pero Josafat gritó pidiendo ayuda. Y Dios lo ayudó, pues hizo que los capitanes de los carros de combate se dieran cuenta de que no era Ahab, y así dejaran de perseguirlo.
33 Pero un soldado tiró con su arco una flecha al azar e hirió a Ahab. La flecha le entró por uno de los huecos de su armadura. Entonces el rey le dijo al soldado que manejaba su carro: «Da la vuelta y sácame del campo de batalla, porque estoy malherido».
34 Ese día la batalla fue muy dura. Algunos soldados mantuvieron en pie al rey en su carro de combate, para que se enfrentara a los sirios, pero murió al caer la tarde.
Dios salvará a su pueblo
7 1-3 Después de esto, vi cuatro ángeles que estaban de pie. Cada uno de ellos miraba a uno de los cuatro puntos cardinales. Estaban deteniendo al viento, para que no soplara sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre los árboles. Estos cuatro ángeles habían recibido poder para dañar a la tierra y el mar. Vi también a otro ángel, que venía del oriente, el cual tenía el sello del Dios que vive para siempre. Con ese mismo sello debía marcar a todos los que pertenecen a Dios, para protegerlos. Ese ángel les gritó con fuerte voz a los otros cuatro: «¡No dañen la tierra ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos marcado en la frente a los que sirven a nuestro Dios!»
4-8 Luego oí que se mencionaba a las doce tribus de Israel, es decir, a Judá, a Rubén, a Gad, a Aser, a Neftalí, a Manasés, a Simeón, a Leví, a Isacar, a Zabulón, a José y a Benjamín. De cada una de las doce tribus fueron marcados doce mil, es decir, un total de ciento cuarenta y cuatro mil.[a]
9 Después de esto vi a mucha gente de todos los países, y de todas las razas, idiomas y pueblos. ¡Eran tantos que nadie los podía contar! Estaban de pie, delante del trono y del Cordero,[b] vestidos con ropas blancas. En sus manos llevaban ramas de palma,[c] 10 y gritaban con fuerte voz:
«Nos ha salvado nuestro Dios,
que está sentado en el trono,
y también el Cordero.»
11 Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, y alrededor de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Ellos se inclinaron delante del trono, hasta tocar el suelo con la frente, y adoraron a Dios 12 diciendo:
«¡Alabemos a nuestro Dios!
¡Así sea!
»Admiremos su fama y sabiduría,
su poder y fortaleza.
Demos a nuestro Dios,
gracias y honor por siempre.
¡Así sea!»
13 Entonces, uno de los ancianos me preguntó:
—¿Quiénes son los que están vestidos de blanco? ¿De dónde vienen?
14 Yo le respondí:
—Señor, usted lo sabe.
Y él me dijo:
—Son los que no murieron durante el tiempo de gran sufrimiento que hubo en la tierra. Ellos confiaron en Dios, y él les perdonó sus pecados por medio de la muerte del Cordero.
15 »Por eso están ahora
delante del trono de Dios,
y día y noche
le sirven en su templo.
»Dios estará con ellos,
y los protegerá.
16 »Ya no tendrán hambre ni sed,
ni los quemará el sol
ni los molestará el calor.
17 »Dios secará todas sus lágrimas,
y los cuidará el Cordero
que está en medio del trono,
así como el pastor
cuida sus ovejas
y las lleva a manantiales
de agua que da vida.
Dios perdona a su pueblo
3 1-3 En otro sueño vi a Josué, parado frente al ángel de Dios. Josué era el jefe de los sacerdotes, y había pecado; por eso en el sueño su ropa sacerdotal no estaba limpia. El ángel acusador estaba a la derecha de Josué, dispuesto a acusarlo ante Dios, pero el ángel de Dios le dijo:
«Ángel acusador, si Dios debe castigar a alguien, es a ti. Así como Dios ha elegido a la ciudad de Jerusalén, también a este hombre lo ha librado del castigo».
4 Enseguida, el ángel de Dios habló con sus ayudantes y les ordenó que le quitaran a Josué las ropas sucias. A Josué le dijo: «Toma en cuenta que ya he perdonado tus pecados. Por eso ahora te voy a vestir con ropa limpia».
5 Mientras el ángel de Dios seguía allí de pie, él le ordenó a los ayudantes que también le pusieran a Josué un turbante limpio en la cabeza, y ellos lo hicieron así. 6 Cuando terminaron de vestirlo, el ángel de Dios le advirtió:
7-8 «Así dice el Dios todopoderoso:
“Yo te elegí
como jefe de los sacerdotes.
Si obedeces mis mandamientos
y eres un buen sacerdote,
te pondré a cargo de mi templo.
Te daré además un puesto de honor
entre mis más cercanos servidores.
Y ustedes, el resto de los sacerdotes,
también pongan atención,
pues ustedes son una buena señal:
Yo haré que vuelva a reinar en Israel
mi servidor escogido.
9-10 ”¡Fíjate bien, Josué!
Delante de ti he puesto una piedra.
Es una piedra de siete costados.
Voy a grabar algo en esa piedra,
y en un solo día borraré
los pecados de toda la tierra.
Cuando llegue ese día,
se invitarán unos a otros
a sentarse bajo los árboles,
y podrán disfrutar tranquilos
de sus uvas y de sus higos.
Yo soy el Dios de Israel,
y les juro que así será”».
Jesús alimenta a más de cinco mil
6 Después de esto, Jesús fue al otro lado del Lago de Galilea, también conocido como lago de Tiberias. 2 Mucha gente lo seguía, pues había visto los milagros que él hacía al sanar a los enfermos.
3-4 Se acercaba la fiesta de los judíos llamada Pascua, y Jesús fue a un cerro con sus discípulos, y allí se sentó.[a] 5 Cuando Jesús vio que mucha gente venía hacia él, le preguntó a Felipe:
—¿Dónde podemos comprar comida para tanta gente?
6 Jesús ya sabía lo que iba a hacer, pero preguntó esto para ver qué decía su discípulo. 7 Y Felipe respondió:
—Ni trabajando doscientos días ganaría uno suficiente dinero para dar un poco de pan a tanta gente.
8 Andrés, que era hermano de Simón Pedro, y que también era discípulo, le dijo a Jesús:
9 —Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada[b] y dos pescados. Pero eso no alcanzará para repartirlo entre todos.
10 Jesús les dijo a sus discípulos que sentaran a la gente. Había allí unos cinco mil hombres, y todos se sentaron sobre la hierba. 11 Jesús, entonces, tomó los panes en sus manos y oró para dar gracias a Dios. Después, los repartió entre toda la gente, e hizo lo mismo con los pescados. Todos comieron cuanto quisieron.
12 Una vez que todos comieron y quedaron satisfechos, Jesús les dijo a sus discípulos: «Recojan lo que sobró, para que no se desperdicie nada.»
13 Ellos obedecieron, y con lo que sobró llenaron doce canastos. 14 Cuando todos vieron este milagro, dijeron: «De veras éste es el profeta que tenía que venir al mundo.»
15 Jesús se dio cuenta de que la gente quería llevárselo a la fuerza para hacerlo su rey. Por eso se fue a lo alto del cerro, para estar solo.
Jesús camina sobre el agua
16-17 Al anochecer los discípulos de Jesús subieron a una barca, y comenzaron a cruzar el lago para ir al pueblo de Cafarnaúm. Ya había oscurecido totalmente, y Jesús todavía no había regresado. 18 De pronto empezó a soplar un fuerte viento, y las olas se hicieron cada vez más grandes. 19 Los discípulos ya habían navegado cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús caminar sobre el agua. Como Jesús se acercaba cada vez más a la barca, tuvieron miedo. 20 Pero él les dijo: «¡Soy yo! ¡No tengan miedo!»
21 Los discípulos querían que Jesús subiera a la barca, pero muy pronto la barca llegó al lugar adonde iban.
El pan que da vida
22 Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago se enteró de que los discípulos se habían ido en la única barca que había, y de que Jesús no se había ido con ellos. 23 Otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias, y se detuvieron cerca del lugar donde el Señor Jesús había dado gracias por el pan con que alimentó a la gente. 24 Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos venían en esas barcas, decidió ir a buscarlo. Entonces subió a las barcas y cruzó el lago en dirección a Cafarnaúm.
25 La gente encontró a Jesús al otro lado del lago, y le preguntó:
—Maestro, ¿cuándo llegaste?
26 Jesús respondió:
—Francamente, ustedes me buscan porque comieron hasta quedar satisfechos, y no por haber entendido los milagros que hice. 27 No se preocupen tanto por la comida que se acaba, sino por la comida que dura y que da vida eterna. Ésa es la comida que yo, el Hijo del hombre, les daré, y ya Dios mi Padre les ha mostrado que yo tengo autoridad.
28 La gente le preguntó:
—¿Qué es lo que Dios quiere que hagamos?
29 Jesús respondió:
—Lo único que Dios quiere es que crean en mí, que soy a quien él envió.
30 Entonces le preguntaron:
—¿Qué milagro harás para que te creamos? ¡Danos una prueba! 31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto. Según la Biblia, el maná es el pan del cielo.
32 Jesús les contestó:
—Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo, sino Dios mi Padre. 33 El pan que da vida es el que Dios ha enviado desde el cielo.
34 Entonces la gente le dijo:
—Señor, danos siempre de ese pan.
35 Jesús les dijo:
—Yo soy el pan que da vida. El que confía en mí nunca más volverá a tener hambre; el que cree en mí, nunca más volverá a tener sed. 36 Como les dije, ustedes todavía no creen en mí, a pesar de que han podido verme. 37 Todos los que mi Padre ha elegido para que sean mis seguidores vendrán a buscarme; y cuando vengan, yo no los rechazaré.
38 »No bajé del cielo para hacer lo que yo quiera, sino para obedecer a Dios mi Padre, pues él fue quien me envió. 39-40 Y mi Padre quiere estar seguro de que no se perderá ninguno de los que él eligió para ser mis seguidores. Cuando llegue el fin del mundo, haré que mis seguidores que hayan muerto vuelvan a vivir. Porque mi Padre quiere que todos los que me ven y creen en mí, que soy su Hijo, tengan vida eterna.
41 Algunos judíos empezaron a hablar mal de Jesús, porque había dicho que él era el pan que bajó del cielo. 42 Decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¡Nosotros conocemos a sus padres! ¿Cómo se atreve a decir que bajó del cielo?»
43 Jesús les respondió:
«Dejen ya de murmurar. 44 Dios mi Padre me envió. Y si mi Padre no lo quiere, nadie puede ser mi seguidor. Y cuando llegue el fin, yo haré que mis seguidores vuelvan a vivir, para que estén con Dios para siempre. 45 En uno de los libros de los profetas se dice: “Dios enseñará a todos.” Por eso, todos los que escuchan a mi Padre, y aprenden de él, se convierten en mis seguidores.
46 »Como les he dicho, Dios mi Padre me envió, y yo y nadie más ha visto al Padre. 47 Les aseguro que el que cree en mí tendrá vida eterna.
48 »Yo puedo dar vida, pues soy el pan que da vida. 49 Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, pero todos murieron. 50-51 El que cree en mí es como si comiera pan del cielo, y nunca estará separado de Dios. Yo he bajado del cielo, y puedo hacer que todos tengan vida eterna. Yo moriré para dar esa vida a los que creen en mí. Por eso les digo que mi cuerpo es ese pan que da vida; el que lo coma tendrá vida eterna.»
52 Los judíos empezaron a discutir entre ellos, y se preguntaban: «¿Cómo puede éste darnos a comer su propio cuerpo?»
53 Jesús les dijo:
«Yo soy el Hijo del hombre, y les aseguro que, si ustedes no comen mi cuerpo ni beben mi sangre, no tendrán vida eterna. 54 El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tendrá vida eterna. Cuando llegue el fin del mundo, yo lo resucitaré. 55 Mi cuerpo es la comida verdadera, y mi sangre es la bebida verdadera. 56 El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive unido a mí y yo vivo unido a él.
57 »Mi Padre, el Dios de la vida, fue el que me envió y me dio vida, pues tiene poder para darla. Por eso, todo el que coma mi cuerpo tendrá vida eterna. 58 Yo soy el pan que bajó del cielo, y el que cree en mí tendrá vida eterna. Yo no soy como el pan que comieron sus antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido.»
59 Jesús dijo todas estas cosas en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabras que dan vida eterna
60 Cuando muchos de los seguidores de Jesús le oyeron enseñar esto, dijeron:
—Esto que dices es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede estar de acuerdo contigo?
61 Pero Jesús les respondió:
—¿Esto los ofende? 62 Entonces, ¿qué sucedería si me vieran a mí, el Hijo del hombre, subir al cielo, donde antes estaba? 63 El que da vida eterna es el Espíritu de Dios; ninguna persona puede dar esa vida. Las palabras que les he dicho vienen del Espíritu que da esa vida. 64 Pero todavía hay algunos de ustedes que no creen.
Jesús dijo esto porque, desde el principio, sabía quiénes eran los que no creían, y quién era el que lo iba a traicionar. 65 También les dijo que nadie podía ser su seguidor si Dios su Padre no se lo permitía.
66 Desde ese momento, muchos de los que seguían a Jesús lo abandonaron. 67 Entonces Jesús les preguntó a sus doce apóstoles:
—¿También ustedes quieren irse?
68 Simón Pedro le contestó:
—¿Y a quién seguiríamos, Señor? Sólo tus palabras dan vida eterna. 69 Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios.[c]
70 Jesús les dijo:
—A ustedes doce yo los elegí; sin embargo, uno de ustedes es un demonio.
71 Jesús se refería a Judas hijo de Simón, el Iscariote. Porque Judas, que era uno de los doce, lo iba a traicionar.
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