M’Cheyne Bible Reading Plan
David vence a sus enemigos (2 S 8.1-14)
18 Poco tiempo después, David atacó a los filisteos. Les quitó la ciudad de Gat con sus poblados, y los tuvo bajo su poder. 2 También derrotó a los moabitas, quienes tuvieron que reconocer a David como su rey, y pagarle impuestos.
3 Cuando Hadad-ézer, rey de Sobá, iba hacia Hamat para extender su dominio en la región del río Éufrates, David lo derrotó. 4 Como resultado de la batalla David tomó presos a siete mil jinetes y a veinte mil soldados de a pie. Se quedó con mil carros de combate. A la mayoría de los caballos les rompió las patas, y sólo dejó sanos a cien.
5 Los arameos que vivían en Damasco vinieron a ayudar al rey Hadad-ézer, pero David mató a veintidós mil de ellos. 6-8 Luego puso guardias entre los arameos que vivían en Damasco, y también ellos tuvieron que reconocer a David como rey y empezar a pagarle impuestos.
David tomó los escudos de oro que traían los oficiales de Hadad-ézer y los llevó a Jerusalén. También se llevó muchísimo bronce de Tibhat y Cun, ciudades que gobernaba Hadad-ézer. Con ese bronce Salomón hizo la fuente, las columnas y todos los utensilios de bronce para el templo.
Así fue como Dios le dio a David victoria tras victoria.
9-10 Hadad-ézer había peleado muchas veces contra Toi, rey de Hamat. Por eso, cuando Toi supo que David había derrotado al ejército de Hadad-ézer, envió a su hijo Adoram a saludar y felicitar al rey David por su triunfo.
Adoram le llevó al rey David regalos de oro, plata y bronce. 11 David le entregó todo esto a Dios, junto con el oro y la plata de las naciones que había conquistado: Edom, Moab, Amón, Filistea y Amalec.
12 Abisai, jefe de los treinta mejores soldados de David, mató a dieciocho mil edomitas en el Valle de la Sal. 13 Luego puso guardias en toda la tierra de Edom, y así los edomitas reconocieron a David como rey.
Dios seguía dándole victorias a David, 14 y como rey de los israelitas, David siempre fue bueno y justo con ellos.
Los asistentes de David (2 S 8.16-18; 20.23-26)
15 Los principales asistentes de David fueron los siguientes:
Joab hijo de Seruiá, que era jefe del ejército;
Josafat hijo de Ahilud, que era secretario del reino.
16 Sadoc hijo de Ahitub, y Abimélec hijo de Abiatar, que eran sacerdotes;
Savsá, que era su secretario personal;
17 Benaías hijo de Joiadá, jefe del grupo filisteo al servicio del rey.
Los hijos de David eran los oficiales más importantes del reino.
¡Advertencia a los ricos!
5 Ahora escúchenme ustedes, los ricos: lloren y griten de dolor por todo lo que muy pronto van a sufrir. 2 Sus riquezas se pudrirán, y la polilla les comerá la ropa. 3 El dinero que han estado juntando en estos últimos tiempos se oxidará, y ese óxido será el testigo que los acusará en el juicio final, y que los destruirá como un fuego.
4 Ustedes no les han pagado el sueldo a sus trabajadores, y el Señor todopoderoso ha oído las protestas de ellos. Ese dinero que no han pagado también los acusará delante de Dios.
5 Ustedes los ricos han vivido con mucho lujo, y se han dado la gran vida en esta tierra. Han engordado tanto que parecen ganado listo para el matadero. 6 Injustamente han acusado y matado a personas inocentes, que ni siquiera podían defenderse.
Paciencia y valor
7-8 Pero ustedes, hermanos, tengan paciencia y no se desesperen, pues ya pronto viene Cristo el Señor. Hagan como el campesino, que con paciencia espera la lluvia, y también espera que la tierra le dé buenas cosechas. 9 No se quejen unos de otros, para que Dios no los castigue, pues él es nuestro juez, y ya pronto viene.
10-11 Sigan el ejemplo de los profetas, que hace mucho tiempo anunciaban el mensaje de Dios. Nosotros los admiramos porque fueron pacientes y soportaron el sufrimiento. Y seguramente se acuerdan de Job, y de cómo soportó con valor los sufrimientos y, al final, Dios lo trató muy bien. Y es que Dios es muy bueno y amoroso con los que sufren.
Otros consejos
12 Sobre todo, queridos hermanos, no juren ni por el cielo ni por la tierra, ni por ninguna otra cosa. Cumplan más bien con su palabra. Cuando digan «sí», que sea «sí»; y cuando digan «no», que sea «no». ¡No vaya a castigarlos Dios por no cumplir con su palabra!
13 Si alguno de ustedes está triste, póngase a orar. Si está alegre, alabe a Dios con cánticos. 14 Si alguno está enfermo, que llame a los líderes de la iglesia, para que oren por él; entonces ellos le untarán aceite[a] y le pedirán al Señor que lo sane. 15 Si oran con confianza, Dios les responderá y sanará al enfermo, y si ha pecado también lo perdonará.
16 Por eso, confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que Dios los sane. La oración de una persona buena es muy poderosa, porque Dios la escucha. 17 Por ejemplo, el profeta Elías era en todo igual a todos nosotros; pero le pidió a Dios con mucha confianza que no lloviera, ¡y durante tres años y medio no llovió sobre la tierra! 18 Después volvió a orar, ¡y llovió y la tierra dio sus cosechas!
19 Hermanos en Cristo, si alguno de ustedes deja de confiar en la verdad que ha aprendido, y otro le devuelve la confianza, 20 quiero que sepan esto: quien hace que un pecador deje de pecar, salva de la muerte al pecador y logra que Dios le perdone sus muchos pecados.[b]
Jonás ora a Dios
2 Desde allí, Jonás oró a Dios:
2 «Cuando estaba sufriendo,
tú, mi Dios, me ayudaste.
Cuando estaba casi muerto,
pedí ayuda y me la diste.
3 »Me arrojaste a lo más hondo del mar.
Sólo agua veía yo por todos lados;
grandes olas cruzaban sobre mí.
4 »Llegué a pensar que ya no me querías,
que no volvería a entrar en tu templo.
5 »Me había hundido por completo.
El mar me cubría todo,
y las algas se enredaban en mi cabeza.
6 »Creí que ya nunca saldría del fondo del mar.
Pero tú, Dios mío, me salvaste la vida.
7 »Cuando ya estaba sin fuerzas,
me acordé de ti, y oré.
Mi oración llegó hasta tu santuario.
8 »Los que adoran a otros dioses,
a los ídolos sin vida,
no pueden decir que tú eres su Dios.
9 »Pero yo voy a adorarte
y a cantarte con alegría.
Cumpliré las promesas que te hice.
¡Porque sólo tú puedes salvar!»
10 Por fin, Dios le ordenó al pez: «¡Arroja a Jonás en la orilla del mar!»
Un capitán romano
7 Cuando Jesús terminó de enseñar a la gente, se fue al pueblo de Cafarnaúm. 2 Allí vivía un capitán del ejército romano, que tenía un sirviente a quien apreciaba mucho. Ese sirviente estaba muy enfermo y a punto de morir.
3 Cuando el capitán oyó hablar de Jesús, mandó a unos jefes de los judíos para que lo buscaran y le dijeran: «Por favor, venga usted a mi casa y sane a mi sirviente.»
4 Ellos fueron a ver a Jesús y le dieron el mensaje. Además, le rogaron: «Por favor, haz lo que te pide este capitán romano. Merece que lo ayudes, porque es un hombre bueno. 5 A los judíos nos trata bien, ¡y hasta mandó construir una sinagoga para nosotros!»
6 Jesús fue con ellos, y cuando estaban cerca de la casa, el capitán romano mandó a unos amigos para que le dijeran a Jesús: «Señor, no se moleste usted por mí, yo no merezco que entre en mi casa. 7 Tampoco me siento digno de ir a verlo yo mismo. Solamente le ruego que ordene que mi sirviente se sane; yo sé que él quedará completamente sano. 8 Yo estoy acostumbrado a dar órdenes y a obedecerlas. Cuando le digo a uno de mis soldados: “¡Ve!”, me obedece y va. Si le digo a otro: “¡Ven!”, me obedece y viene. Y si le digo a uno de mis sirvientes: “¡Haz esto!”, lo hace.»
9 Al escuchar las palabras del capitán, Jesús se quedó admirado y les dijo a quienes lo seguían: «En todo Israel no he encontrado a nadie que confíe tanto en mí, como este capitán romano.»
10 Cuando los mensajeros regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
El hijo de una viuda
11 Poco después, Jesús y sus discípulos fueron al pueblo de Naín. Mucha gente iba con ellos. 12 Cuando llegaron a la entrada del pueblo, vieron a unos hombres que llevaban a enterrar a un muchacho. El muerto era el único hijo de una viuda. Mucha gente del pueblo la acompañaba.
13 Cuando Jesús la vio, sintió compasión por ella y le dijo: «No llores.» 14 Entonces se acercó y tocó la camilla. Los hombres dejaron de caminar, y Jesús le dijo al muerto: «¡Joven, te ordeno que te levantes!» 15 El muchacho se levantó y empezó a hablar. Entonces Jesús llevó al muchacho a donde estaba su madre.
16 Al ver eso, la gente tuvo mucho miedo y comenzó a alabar a Dios. Todos decían: «¡Hay un profeta entre nosotros! ¡Ahora Dios va a ayudarnos!»
17 Y muy pronto la gente de la región de Judea y de sus alrededores supo lo que Jesús había hecho.
Juan el Bautista
18 Los discípulos de Juan el Bautista fueron a contarle todo lo que Jesús hacía. Por eso, Juan envió a dos de sus discípulos 19 para que le preguntaran a Jesús si él era el Mesías, o si debían esperar a otro.
20 Cuando llegaron a donde estaba Jesús, le dijeron:
—Juan el Bautista nos envió a preguntarte si eres el Mesías, o si debemos esperar a otro.
21 En ese momento, Jesús sanó a muchos que estaban enfermos y que sufrían mucho. También sanó a los que tenían espíritus malos, y a muchos ciegos les devolvió la vista. 22 Luego les respondió a los dos hombres:
—Vayan y díganle a Juan todo lo que ustedes han visto y oído:
Ahora los ciegos pueden ver
y los cojos caminan bien.
Los leprosos quedan sanos,
y los sordos ya pueden oír.
Los que estaban muertos
han vuelto a la vida,
y a los pobres se les anuncia
la buena noticia de salvación.
23 »¡Dios bendecirá a los que no me abandonan porque hago todo esto!
24 Cuando los discípulos de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar con la gente acerca de Juan, y dijo:
«¿A quién fueron a ver al desierto? ¿Era acaso un hombre doblado como las cañas que dobla el viento? 25 ¿Se trataba de alguien vestido con ropa muy lujosa? Recuerden que los que se visten así viven en el palacio de los reyes. 26 ¿A quién fueron a ver entonces? ¿Fueron a ver a un profeta? Por supuesto que sí. En realidad, Juan era más que profeta; 27 era el mensajero de quien Dios había hablado cuando dijo:
“Yo envío a mi mensajero
delante de ti,
a preparar todo
para tu llegada.”
28 »Les aseguro que en este mundo no ha nacido un hombre más importante que Juan el Bautista. Sin embargo, el menos importante en el reino de Dios es superior a Juan.»
29 Los que habían escuchado a Juan le pidieron que los bautizara, y hasta los cobradores de impuestos hicieron lo mismo. Así obedecieron lo que Dios había mandado. 30 Pero los fariseos y los maestros de la Ley no quisieron obedecer a Dios, ni tampoco quisieron que Juan los bautizara.
31-32 Jesús siguió diciendo:
«Ustedes, los que viven en esta época, son como los niños que se sientan a jugar en las plazas, y gritan a otros niños:
“Tocamos la flauta,
pero ustedes no bailaron.
Cantamos canciones tristes,
pero ustedes no lloraron.”
33 »Porque Juan el Bautista ayunaba y no bebía vino, y ustedes decían que tenía un demonio. 34 Luego, vine yo, el Hijo del hombre, que como y bebo, y ustedes dicen que soy un glotón y un borracho; que soy amigo de gente de mala fama y de los que cobran impuestos para Roma.[a] 35 Pero recuerden que la sabiduría de Dios se prueba por sus resultados.»
Simón el fariseo
36 Un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a comer en su casa. Jesús aceptó y se sentó a la mesa.[b]
37 Una mujer de mala fama,[c] que vivía en aquel pueblo, supo que Jesús estaba comiendo en casa de Simón. Tomó entonces un frasco de perfume muy fino, y fue a ver a Jesús.
38 La mujer entró y se arrodilló detrás[d] de Jesús, y tanto lloraba que sus lágrimas caían sobre los pies de Jesús. Después le secó los pies con sus propios cabellos, se los besó y les puso el perfume que llevaba.
39 Al ver esto, Simón pensó: «Si de veras este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer de mala fama.»
40 Jesús dijo:
—Simón, tengo algo que decirte.
—Te escucho, Maestro —dijo él.
41 Jesús le puso este ejemplo:
—Dos hombres le debían dinero a alguien. Uno de ellos le debía quinientas monedas de plata, y el otro sólo cincuenta. 42 Como ninguno de los dos tenía con qué pagar, ese hombre les perdonó a los dos la deuda. ¿Qué opinas tú? ¿Cuál de los dos estará más agradecido con ese hombre?
43 Simón contestó:
—El que le debía más.
—¡Muy bien! —dijo Jesús.
44 Luego Jesús miró a la mujer y le dijo a Simón:
—¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, tú no me diste agua para lavarme los pies. Ella, en cambio, me los ha lavado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 Tú no me saludaste con un beso. Ella, en cambio, desde que llegué a tu casa no ha dejado de besarme los pies. 46 Tú no me pusiste aceite sobre la cabeza. Ella, en cambio, me ha perfumado los pies. 47 Me ama mucho porque sabe que sus muchos pecados ya están perdonados. En cambio, al que se le perdonan pocos pecados, ama poco.
48 Después Jesús le dijo a la mujer: «Tus pecados están perdonados.»
49 Los otros invitados comenzaron a preguntarse: «¿Cómo se atreve éste a perdonar pecados?»
50 Pero Jesús le dijo a la mujer: «Tú confías en mí, y por eso te has salvado. Vete tranquila.»
Copyright © 2000 by United Bible Societies