M’Cheyne Bible Reading Plan
David, rey de Israel (2 S 5.1-5)
11 1-3 Después de esto, todos los israelitas y sus líderes se reunieron con David en Hebrón, y le dijeron:
«Su Majestad, nosotros somos familiares de usted. Queremos que sea nuestro rey. Aun cuando Saúl era el rey, usted era el verdadero líder de Israel. Ahora se ha cumplido la promesa de Dios, de que usted llegaría a ser nuestro líder y nuestro jefe».
Entonces David hizo un pacto con ellos y puso a Dios como testigo. Por su parte, los líderes de Israel derramaron aceite sobre la cabeza de David y lo declararon su rey. Así cumplió Dios lo que había prometido por medio de Samuel.
David conquista Jerusalén (2 S 5.6-10)
4-9 Después de esto, David y todo el ejército de Israel fueron a conquistar Jerusalén, que en ese tiempo se llamaba Jebús. Era una ciudad con murallas, conocida como la fortaleza de Sión. Como los jebuseos estaban seguros de que David no podría conquistar la ciudad, le mandaron a decir: «No podrás entrar a la ciudad».
Entonces David le dijo a sus soldados: «¡Al primero que mate a un jebuseo, lo haré general y jefe del ejército!» Joab hijo de Seruiá, fue el primero en hacerlo, y David lo hizo jefe.
Luego de haber conquistado la fortaleza de Sión, David se quedó a vivir en Jerusalén y la llamó «Ciudad de David». Más tarde, construyó alrededor de la ciudad una muralla, la cual iba desde la rampa hasta el palacio.
Y cada día David tenía más y más poder, pues el Dios todopoderoso lo ayudaba.
Los soldados más valientes del ejército de David (2 S 23.8-39)
10-12 Éstos son los mejores soldados que tuvo David durante su reinado, desde el día en que los israelitas lo nombraron rey, tal como Dios lo había anunciado:
Jasobeam hijo de Hacmoní. Jasobeam fue el principal de los tres soldados más valientes que tuvo David, y cierta vez, mató con su lanza a trescientos hombres.
Eleazar hijo de Dodó. Eleazar 13-14 estuvo con David en Pas-damim, cuando los filisteos hicieron guerra contra los israelitas y los hicieron huir. Sin embargo, ese día Dios les dio una gran victoria, pues Eleazar y David se mantuvieron firmes en un campo sembrado de cebada, y derrotaron a los filisteos.
15-19 Hubo varias ocasiones en que los tres soldados más valientes de David realizaron grandes actos de valentía. Una vez, estos tres valientes fueron a ayudar a David, que estaba en la cueva rocosa de Adulam. Los filisteos habían acampado en el valle de Refaim.
En esa ocasión David estaba en la cueva, mientras que un grupo de filisteos estaba en Belén. David tenía sed y dijo: «¡Cómo quisiera yo que alguien me trajera agua del pozo que está junto al portón de Belén!» Enseguida los tres valientes fueron al campamento filisteo y, sin que nadie los viera, sacaron agua del pozo y se la llevaron a David. Sin embargo, David no quiso beberla; prefirió derramarla como una ofrenda a Dios, y dijo: «¡Que Dios me libre de beber esta agua! Estos hombres arriesgaron su vida por traérmela, así que no la tomaré».
20-21 Abisai, el hermano de Joab, se hizo muy famoso. Por eso llegó a ser el jefe de los treinta soldados más valientes. Se hizo famoso cuando mató con su lanza a trescientos soldados. Pero ni así logró superar la fama de aquéllos.
22 Benaías hijo de Joiadá era un soldado muy valiente que vivía en Cabseel. Realizó grandes actos de valentía. Una vez, mató a dos de los mejores soldados moabitas. En otra ocasión en que cayó nieve, mató a un león que estaba en un hoyo profundo. 23 Tiempo después, mató a un egipcio de gran estatura. El egipcio llevaba una lanza en la mano, y Benaías sólo tenía una vara; pero esa vara le bastó para quitarle al egipcio la lanza y matarlo con ella.
24-25 Entre los treinta soldados más valientes, Benaías llegó a ser tan famoso como los tres más grandes, aunque nunca llegó a ser como ellos. Con todo, David lo nombró jefe de sus guardias.
26-47 Éstos son los nombres y el lugar de origen de los soldados más valientes del ejército:
Asael, hermano de Joab;
Elhanán hijo de Dodó, de Belén;
Samot de Harod,
Heles el pelonita,
Irá hijo de Iqués, de Tecoa;
Abiézer de Ananot,
Sibecai de Husá,
Ilai el ahohíta,
Maharai y Héled hijo de Baaná, de Netofá;
Itai hijo de Ribai, de Guibeá, en la tierra de Benjamín;
Benaías de Piratón,
Hurai, del arroyo de Gaas;
Abiel el arbatita,
Asmávet de Bahurim,
Eliahbá el saalbonita,
los hijos de Jasén el guizonita,
Jonatán hijo de Sagué y Ahiam hijo de Sacar, de Ararat;
Elifal hijo de Ur,
Héfer el mequeratita,
Ahías el pelonita,
Hesrai de Carmel,
Naarai hijo de Esbai,
Joel, hermano de Natán;
Mibhar hijo de Hagrai,
Sélec de Amón,
Naharai de Berot, escudero de Joab hijo de Seruiá;
Irá y Gareb, de Jatir;
Urías el hitita,
Zabad hijo de Ahlai,
Adiná hijo de Sizá, jefe de los rubenitas, y sus treinta hombres;
Hanán hijo de Maacá,
Josafat el mitnita,
Ozías de Astarot,
Samá y Jehiel, hijos de Hotam, de Aroer;
Jediael y Johá el tizita, hijos de Simrí;
Eliel de Mahanaim,
Jerebai y Josavía, hijos de Elnáam;
Itmá el moabita,
Eliel, Obed y Jaasiel de Sobá.
Los aliados de David
12 En los días en que David tuvo que huir de Saúl hijo de Quis, un grupo de soldados valientes se le unió en Siclag para ayudarlo en las batallas. 2 Estos soldados eran capaces de disparar piedras y flechas con cualquiera de las dos manos. Ésta es la lista de sus nombres y lugares de origen:
De los descendientes de Saúl
De los descendientes de Saúl, que pertenecían a la tribu de Benjamín:
3 Ahiézer hijo de Semaá, de Guibeá, que era el jefe;
Joás hijo de Semaá, de Guibeá;
Jeziel y Pélet, hijos de Azmávet;
Beracá y Jehú, de Anatot;
4 Ismaías de Gabaón, jefe de los treinta soldados más valientes;
Jeremías,
Jahaziel,
Johanán,
Jozabad de Guederá,
5-7 Eluzai,
Jerimot,
Bealías,
Semarías,
Sefatías el harufita,
Joelá y Zebadías, hijos de Jeroham, de Guedor.
De los descendientes de Coré
De los descendientes de Coré:
Elcaná,
Isías,
Azarel,
Joézer,
Jasobeam.
De la tribu de Gad
8-15 De la tribu de Gad hubo algunos hombres que se unieron a David cuando se refugió en una fortaleza del desierto. Eran soldados valientes, entrenados para la guerra, y que usaban muy bien el escudo y la lanza. Peleaban como leones y corrían como venados. Todos eran jefes del ejército; unos eran jefes de cien, y otros de mil.
En cierta ocasión, estos hombres cruzaron el río Jordán e hicieron huir por todos lados a los que vivían en los valles. Esto sucedió al comienzo de la primavera, que es cuando el Jordán crece mucho.
Éstos son los nombres de esos soldados, en orden de importancia:
Éser,
Abdías,
Eliab,
Mismaná,
Jeremías,
Atai,
Eliel,
Johanán,
Elzabad,
Jeremías,
Macbanai.
De las tribus de Benjamín y Judá
16 Mientras David estaba en la fortaleza, algunos hombres de las tribus de Benjamín y de Judá fueron a verlo para unirse a él. 17 Al verlos, David salió a su encuentro y les dijo:
«Si sus intenciones son buenas y vienen para ayudarme, acepto de todo corazón que se unan a mi tropa; pero si lo que quieren es traicionarme y entregarme a mis enemigos, ¡que nuestro Dios los castigue! Yo a nadie le he causado daño, pues no soy un criminal».
18 Entonces el espíritu de Dios tomó control de Amasai, jefe de los treinta soldados más valientes del ejército de David, y lo hizo exclamar:
«¡El éxito está contigo, David!
¡La victoria siempre te acompaña,
y acompañará a los que se te unan,
porque Dios te hace triunfar!»
David los aceptó, y hasta los puso entre los jefes de la tropa.
De la tribu de Manasés
19-21 En cierta ocasión, cuando David se unió a uno de los jefes filisteos para enfrentarse a Saúl, los demás jefes no lo aceptaron, pues decían: «¡David nos matará y así podrá regresar al lado de su rey Saúl!»
Los soldados que acompañaban a David a esa batalla eran hombres de la tribu de Manasés, todos ellos soldados valientes y jefes de tropa. Se habían unido a David cuando estaba en el refugio de Siclag, y lo ayudaron a combatir tropas enemigas. Éstos son sus nombres:
Adná,
Jozabad,
Jediael,
Micael,
Jozabad,
Elihú,
Siletai.
22 Y día tras día, más hombres se le unían a David, hasta que llegó a tener un gran ejército.
El ejército de David
23-38 Cuando Saúl murió, y David ya reinaba sobre Judá en Hebrón, las demás tribus de Israel le pidieron a David que fuera su rey. Por eso, todos los hombres entrenados para la guerra fueron a Hebrón con la firme decisión de reconocer a David como rey de todo Israel. Así cumplió Dios su promesa a David.
Éste fue el número total de esos hombres:
De la tribu de Judá: seis mil ochocientos, con escudos y lanzas.
De la tribu de Simeón: siete mil cien valientes soldados.
De la tribu de Leví: cuatro mil seiscientos.
De la familia de Aarón: tres mil setecientos; Joiadá era el jefe.
De la familia de Sadoc, soldado joven y valiente: veintidós.
De la tribu de Benjamín, que había sido fiel a Saúl: tres mil.
De la tribu de Efraín: veinte mil ochocientos soldados reconocidos por su valentía entre sus grupos familiares.
De la media tribu de Manasés: dieciocho mil.
De la tribu de Isacar: doscientos jefes, sin contar los soldados bajo sus órdenes. Estos jefes sabían hacer muy buenos planes de guerra.
De la tribu de Zabulón: cincuenta mil soldados siempre listos para entrar en combate.
De la tribu de Neftalí: mil jefes con treinta y siete mil soldados con lanzas y escudos.
De la tribu de Dan: veintiocho mil seiscientos.
De la tribu de Aser: cuarenta mil soldados listos para entrar en combate.
De las tribus de Rubén y Gad, y de la media tribu de Manasés, que vivían del otro lado del río Jordán: ciento veinte mil soldados bien armados.
39 Durante tres días, todos estos hombres estuvieron con David en Hebrón, comiendo y bebiendo lo que sus parientes les habían preparado. 40 Además, los vecinos de ese lugar, y aun los que vivían en lugares lejanos como Isacar, Zabulón y Neftalí, les llevaron comida en abundancia: harina, panes de higos, pasas, vino, aceite, toros y ovejas. Éstos fueron días de fiesta y alegría para todo el pueblo de Israel.
¿Cómo debe vivir el cristiano?
13 Ámense siempre los unos a los otros, como hermanos en Cristo. 2 No se olviden de recibir bien a la gente que llegue a sus casas, pues de ese modo mucha gente, sin darse cuenta, ha recibido ángeles.
3 Preocúpense por los hermanos que están en la cárcel y por los que han sido maltratados. Piensen cómo se sentirían ustedes si estuvieran en la misma situación.
4 Todos deben considerar el matrimonio como algo muy valioso. El esposo y la esposa deben ser fieles el uno al otro, porque Dios castigará a los que tengan relaciones sexuales prohibidas y sean infieles en el matrimonio.
5 No vivan preocupados por tener más dinero. Estén contentos con lo que tienen, porque Dios ha dicho en la Biblia:
«Nunca te dejaré desamparado.»
6 Por eso, podemos repetir con toda confianza lo que dice la Biblia:
«No tengo miedo.
Nadie puede hacerme daño
porque Dios me ayuda.»
7 Piensen en los líderes que les anunciaron el mensaje de Dios, pues ellos confiaron siempre en Dios. Piensen mucho en ellos y sigan su ejemplo.
8 Jesucristo nunca cambia: es el mismo ayer, hoy y siempre. 9 Por eso, no hagan caso de enseñanzas extrañas, que no tienen nada que ver con lo que Jesucristo nos enseñó. Esas reglas acerca de lo que se debe comer, y de lo que no se debe comer, nunca han ayudado a nadie. Es mejor que nos dé fuerzas el amor de Dios.
10 Los sacerdotes del antiguo lugar de culto no tienen derecho a comer de lo que hay en nuestro altar. 11 El Jefe de los sacerdotes lleva al antiguo lugar de culto la sangre de los animales sacrificados, para ofrecérsela a Dios y pedir el perdón por los pecados. Sin embargo, los cuerpos de esos animales se queman fuera del lugar donde vive el pueblo. 12 Del mismo modo, Jesús murió fuera de la ciudad de Jerusalén para que, por medio de su sangre, Dios perdonara a su pueblo. 13 Por eso, también nosotros debemos salir junto con Jesús, y compartir con él la vergüenza que le hicieron pasar al clavarlo en una cruz. 14 Porque en este mundo no tenemos una ciudad que dure para siempre, sino que vamos al encuentro de la ciudad que está por venir. 15 Nuestra ofrenda a Dios es darle gracias siempre, por medio de Jesucristo, pues hemos dicho que él es nuestro Señor.
16 Nunca se olviden de hacer lo bueno, ni de compartir lo que tienen con los que no tienen nada. Ésos son los sacrificios que agradan a Dios.
17 Obedezcan a sus líderes, porque ellos cuidan de ustedes sin descanso, y saben que son responsables ante Dios de lo que a ustedes les pase. Traten de no causar problemas, para que el trabajo que ellos hacen sea agradable y ustedes puedan servirles de ayuda.
18 Oren por nosotros. Estamos seguros de que Dios no tiene nada contra nosotros, pues tratamos de portarnos bien en todo. 19 Oren especialmente para que yo pueda ir pronto a visitarlos.
Despedida
20-21 El Dios de paz resucitó a nuestro Señor Jesús, y por medio de la sangre que Jesús derramó al morir, hizo un pacto eterno con nosotros. Somos el rebaño de Jesús, y él es nuestro gran Pastor. Por eso le pido al Dios de paz que haga que ustedes sean buenos y perfectos en todo, y que Jesucristo los ayude a obedecerlo. ¡Que Jesús reciba la gloria y la honra por siempre! Amén.
22 Hermanos, les he escrito estas breves palabras para animarlos. Léanlas con paciencia. 23 Quiero decirles que nuestro hermano Timoteo ya está en libertad y, si llega pronto, me acompañará a visitarlos.
24 Saluden por favor a todos sus líderes y a todos los hermanos que forman el pueblo santo de Dios. Los hermanos que están en Italia les mandan saludos.
25 ¡Deseo de todo corazón que Dios los llene de su amor!
Los saltamontes
7 Nuestro Dios me permitió ver los saltamontes que estaba por lanzar sobre los campos de Israel. Ya se había levantado la primera cosecha, la que pertenece al rey. Pero faltaba levantar la segunda cosecha, la que es para el pueblo. 2 Cuando vi que los saltamontes se estaban comiendo hasta la hierba, le rogué a Dios:
—¡Perdona a tu pueblo, Dios mío! ¿Cómo vamos a sobrevivir, si somos un pueblo tan pequeño?
3 Entonces Dios sintió compasión de nosotros, y dijo:
—Está bien. No voy a mandar estos saltamontes contra ustedes.
El fuego
4 Nuestro Dios me permitió ver el fuego con que pensaba castigarnos. Ese fuego quemaría toda la tierra, y también lo más profundo del mar. 5 Pero yo le rogué a Dios:
—¡No lo hagas, Dios mío! ¿Cómo vamos a sobrevivir, si somos un pueblo tan pequeño?
6 Entonces Dios sintió compasión de nosotros, y dijo:
—Está bien. Tampoco voy a mandar este fuego contra ustedes.
La plomada
7 Nuestro Dios también me permitió verlo cuando estaba junto a un muro, con una plomada de albañil en la mano. 8 Me preguntó:
—¿Qué es lo que ves, Amós?
Yo le respondí:
—Veo una plomada de albañil.
Entonces Dios me dijo:
—Con esta plomada voy a ver si mi pueblo se comporta rectamente. Ya no voy a perdonarle un solo pecado más. 9 Destruiré los pequeños templos donde los israelitas adoran a sus ídolos, y le declararé la guerra a la familia del rey Jeroboam.
Amós y Amasías
10 Un sacerdote de Betel, llamado Amasías, mandó a decirle a Jeroboam, rey de Israel:
«Amós anda haciendo planes en contra de Su Majestad. Como israelitas, no podemos dejar que siga haciéndolo. 11 Según él, Su Majestad morirá en el campo de batalla, y los israelitas serán llevados presos a otro país».
12 Amasías habló también conmigo, y me dijo:
—Óyeme tú, que dices que has visto lo que va a suceder: ¡largo de aquí! Mejor vete a Judá. Allá podrás ganarte la vida como profeta. 13 Deja ya de profetizar aquí en Betel, porque en esta ciudad está el templo más importante del reino, y aquí es donde el rey viene a adorar.
14 Yo le respondí:
—Pues fíjate que no soy ningún profeta, ni tampoco mi padre lo fue. Me gano la vida cuidando ganado y cosechando higos silvestres. 15 Si ahora profetizo, es porque Dios mismo me pidió que dejara de cuidar el ganado, y me mandó a anunciarle este mensaje a su pueblo Israel.
16-17 »Tú dices que yo no debo profetizar contra los israelitas, porque son descendientes de Isaac. Ahora escúchame tú lo que Dios me manda a decirte:
“En esta misma ciudad,
tu mujer se volverá prostituta,
y tus hijos y tus hijas
morirán atravesados por la espada.
Otros se quedarán con tus tierras,
tú morirás lejos de tu patria,
y los israelitas serán llevados
a un país muy lejano”.
El nacimiento de Jesús
2 Poco antes de que Jesús naciera, Augusto, emperador de Roma, mandó hacer un censo, es decir, una lista de toda la gente que vivía en el Imperio Romano. 2 En ese tiempo, Quirinio era el gobernador de Siria, y fue el responsable de hacer este primer censo en la región de Palestina.
3 Todos tenían que ir al pueblo de donde era su familia, para que anotaran sus nombres en esa lista. 4 José pertenecía a la familia de David. Y como vivía en Nazaret, tuvo que ir a Belén para que lo anotaran, porque mucho tiempo antes allí había nacido el rey David. 5 Lo acompañó María, su esposa, que estaba embarazada.
6 Mientras estaban en Belén, a María le llegó la hora de tener 7 su primer hijo.[a] Como no encontraron ningún cuarto donde pasar la noche, los hospedaron en el lugar de la casa donde se cuidan los animales. Cuando el niño nació, María lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.[b]
8 Esa misma noche, unos pastores estaban cuidando sus ovejas cerca de Belén. 9 De pronto, un ángel de Dios se les apareció, y la gloria de Dios brilló alrededor de ellos. Los pastores se asustaron mucho, 10 pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Les traigo una buena noticia que los dejará muy contentos: 11 ¡Su Salvador acaba de nacer en Belén! ¡Es el Mesías, el Señor! 12 Lo reconocerán porque está durmiendo en un pesebre, envuelto en pañales.»
13 De pronto, muchos ángeles aparecieron en el cielo y alababan a Dios cantando:
14 «¡Gloria a Dios en el cielo,
y paz en la tierra
para todos los que Dios ama!»
15 Después de que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «¡Vayamos corriendo a Belén para ver esto que Dios nos ha anunciado!»
16 Los pastores fueron de prisa a Belén, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Luego salieron y contaron lo que el ángel les había dicho acerca del niño. 18 Todos los que estaban allí se admiraron al oírlos.
19 María quedó muy impresionada por todo lo que estaba sucediendo, y no dejaba de pensar en eso.
20 Finalmente, los pastores regresaron a cuidar sus ovejas. Por el camino iban alabando a Dios y dándole gracias por lo que habían visto y oído. Todo había pasado tal y como el ángel les había dicho.
21 Cuando Jesús cumplió ocho días de nacido, lo circuncidaron y le pusieron por nombre Jesús. Así lo había pedido el ángel, cuando le anunció a María que iba a tener un hijo.
Jesús y Simeón
22 Cuarenta días después de que Jesús nació, sus padres lo llevaron al templo de Jerusalén para presentarlo delante de Dios. 23 Así lo ordenaba la ley que dio Moisés: «Cuando el primer niño que nace es un varón, hay que dedicárselo a Dios.» 24 La ley también decía que debían presentar, como ofrenda a Dios, dos pichones de paloma o dos tórtolas.
25 En ese tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y lo amaba mucho. Vivía esperando que Dios libertara al pueblo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre Simeón, 26 y le había dicho que no iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios les había prometido.
27 Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo.
Cuando los padres de Jesús entraron en el templo con el niño, para cumplir lo que mandaba la ley, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo:
29 «Ahora, Dios mío,
puedes dejarme morir en paz.
»¡Ya cumpliste tu promesa!
30 »Con mis propios ojos
he visto al Salvador,
31 a quien tú enviaste
y al que todos los pueblos verán.
32 »Él será una luz
que alumbrará
a todas las naciones,
y será la honra
de tu pueblo Israel.»
33 José y María quedaron maravillados por las cosas que Simeón decía del niño.
34 Simeón los bendijo, y le dijo a María: «Dios envió a este niño para que muchos en Israel se salven, y para que otros sean castigados. Él será una señal de advertencia, y muchos estarán en su contra. 35 Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno. Y a ti, María, esto te hará sufrir como si te clavaran una espada en el corazón.»
Jesús y la profetisa Ana
36 En el templo estaba también una mujer muy anciana, que era profetisa. Se llamaba Ana, era hija de Penuel y pertenecía a la tribu de Aser. Cuando Ana era joven, estuvo casada durante siete años, 37 pero ahora era viuda y tenía ochenta y cuatro años de edad. Se pasaba noche y día en el templo ayunando, orando y adorando a Dios.
38 Cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que Dios liberara a Jerusalén.
39 Por su parte, José y María cumplieron con todo lo que mandaba la ley de Dios y volvieron a su pueblo Nazaret, en la región de Galilea.
40 El niño Jesús crecía en estatura y con poder espiritual. Estaba lleno de sabiduría, y Dios estaba muy contento con él.
Jesús en el templo
41 José y María iban todos los años a la ciudad de Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua. 42 Cuando Jesús cumplió doce años, los acompañó a Jerusalén.
43 Al terminar los días de la fiesta, sus padres regresaron a su casa; pero, sin que se dieran cuenta, Jesús se quedó en Jerusalén. 44 José y María caminaron un día entero, pensando que Jesús iba entre los compañeros de viaje. Después lo buscaron entre los familiares y conocidos, 45 pero no lo encontraron. Entonces volvieron a Jerusalén para buscarlo.
46 Al día siguiente encontraron a Jesús en el templo, en medio de los maestros de la Ley. Él los escuchaba con atención y les hacía preguntas. 47 Todos estaban admirados de su inteligencia y de las respuestas que daba a las preguntas que le hacían.
48 Sus padres se sorprendieron al verlo, y su madre le reclamó:
—¡Hijo! ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado. Estábamos muy preocupados por ti.
49 Pero Jesús les respondió:
—¿Y por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en la casa de mi Padre?
50 Ellos no entendieron lo que quiso decirles.
51 Entonces Jesús volvió con sus padres a Nazaret, y los obedecía en todo.
Su madre pensaba mucho en todo lo que había pasado. 52 Mientras tanto, Jesús seguía creciendo en sabiduría y en estatura. Dios y toda la gente del pueblo estaban muy contentos con él, y lo querían mucho.
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