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M’Cheyne Bible Reading Plan

The classic M'Cheyne plan--read the Old Testament, New Testament, and Psalms or Gospels every day.
Duration: 365 days
Traducción en lenguaje actual (TLA)
Version
1 Samuel 9

Samuel y Saúl se encuentran

Había un hombre muy importante llamado Quis. Era hijo de Abiel y nieto de Seror. Su bisabuelo había sido Becorat, hijo de Afíah. Todos ellos eran de la tribu de Benjamín.

Quis tenía un hijo llamado Saúl, que era joven y bien parecido, y además muy alto. Ningún israelita podía compararse con él, pues no había nadie que le pasara de los hombros.

Como a Quis se le perdieron unas burras, le dijo a su hijo Saúl: «Ve a buscar las burras. Llévate a uno de tus ayudantes».

Saúl y uno de sus ayudantes fueron a buscar las burras por las montañas de Efraín, y también por las regiones de Salisá, Saalim y Benjamín, pero no las encontraron. Cuando llegaron a la región de Suf, Saúl le dijo a su ayudante:

—Tenemos que regresar. Mi padre ha de estar más preocupado por nosotros que por las burras.

Pero su ayudante le contestó:

—En este pueblo hay un hombre que sirve a Dios. Toda la gente lo respeta mucho. Dicen que cuando él anuncia que algo va a suceder, sucede. ¡Vamos a verlo! A lo mejor nos dice dónde podemos encontrar las burras.

Pero Saúl le respondió:

—Si vamos a consultarlo, ¿qué podemos darle? ¿Con qué le daremos las gracias por su ayuda? Ya no tenemos nada, ni siquiera un poco de pan.

El sirviente le dijo:

—Yo traigo una monedita de plata, que pesa como tres gramos. Se la daré a ese hombre para que nos diga dónde encontrar las burras.

9-10 Y Saúl le contestó:

—Está bien, vamos.

En esos días, cuando alguien en Israel tenía problemas y quería que Dios le dijera qué hacer, decía: «Voy a preguntarle al hombre que interpreta visiones». A estos intérpretes se les conocía como «videntes», y tiempo después se les llamó «profetas».

11 Saúl y su sirviente empezaron a subir al cerro para llegar a donde estaba el vidente. Cuando se acercaron al pueblo, se encontraron con unas muchachas que iban a sacar agua del pozo y les preguntaron:

—¿Es aquí donde vive el vidente?

12-13 Y ellas les contestaron:

—Sí, acaba de llegar al pueblo para presentar en el santuario del cerro los animales que se van a ofrendar a Dios. En cuanto entren al pueblo lo verán dirigirse allá para bendecir esos animales. La gente y sus invitados no empezarán a comer de los animales sacrificados hasta que él los bendiga. ¡Vayan rápido y podrán verlo!

14-16 Un día antes de que Saúl llegara, Dios le había dicho a Samuel:

«Mañana vendrá a buscarte un hombre de la tierra de Benjamín. Ese hombre reinará sobre mi pueblo y lo librará del poder de los filisteos. Ya he escuchado las quejas de mi pueblo, y he visto cómo sufre. Así que tú vas a derramar aceite sobre su cabeza, en señal de que será jefe de mi pueblo».

17 Cuando Saúl y su sirviente iban entrando al pueblo, Samuel vio a Saúl. En ese momento Dios le dijo a Samuel: «Este hombre va a reinar sobre mi pueblo».

18 Entonces Samuel se acercó a ellos, y Saúl le preguntó:

—¿Podría usted decirme dónde está la casa del vidente?

19 Y Samuel le contestó:

—Yo soy el vidente. Adelántate al santuario del cerro, porque allí comeremos juntos, y mañana podrás regresar a tu casa. Ahora mismo voy a decirte lo que quieres saber: 20 Deja de preocuparte por las burras que se perdieron hace tres días, pues ya las encontraron. Además, todo lo mejor de Israel será para ti y para tu familia.

21 Saúl, sorprendido, le contestó:

—¿Por qué me dice usted todo esto? La tribu de Benjamín, a la que pertenezco, es la más pequeña en Israel, y mi familia es la menos importante de esa tribu.

Saúl, futuro rey de Israel

22 En el comedor había como treinta invitados, pero Samuel hizo que Saúl y su ayudante se sentaran en el lugar más importante. 23 Luego, Samuel le dijo al cocinero: «Trae la carne que te ordené que apartaras».

24 Enseguida el cocinero trajo una pierna entera y se la sirvió a Saúl. Entonces Samuel le dijo a Saúl: «Ésta es la mejor parte de la carne. Come, pues la aparté para que hoy la comieras junto con esta gente».

Samuel y Saúl comieron juntos ese día. 25 Cuando terminaron, bajaron del santuario y se dirigieron a la casa de Samuel, que estaba en el pueblo. Allí, Samuel habló con Saúl en la azotea de su casa. Como la azotea era el lugar más fresco para dormir, allí mismo le prepararon a Saúl una cama, y Saúl se durmió.

26 Al día siguiente, por la mañana, Samuel subió a la azotea y le dijo a Saúl: «Levántate ya, que tienes que regresar a tu casa».

Saúl se levantó y salió de la casa con Samuel. Cuando ya iban a salir de la ciudad, 27 Samuel le dijo a Saúl: «Dile a tu sirviente que se adelante, pues tengo que darte un mensaje de parte de Dios».

Romanos 7

Ahora pertenecemos a Cristo

Hermanos en Cristo, ustedes conocen la ley de Moisés, y saben que debemos obedecerla sólo mientras vivamos. Por ejemplo, la ley dice que la mujer casada será esposa de su marido sólo mientras él viva. Pero si su esposo muere, ella quedará libre de la ley que la unía a su esposo. Si ella se va a vivir con otro hombre mientras su esposo vive todavía, se podrá culparla de ser infiel a su esposo. Pero si su esposo muere, ella quedará libre de esa ley, y podrá volver a casarse sin que se le acuse de haber sido infiel.

Algo parecido sucede con ustedes, mis hermanos. Por medio de la muerte de Cristo, ustedes ya no están bajo el control de la ley. Ahora ustedes son de Cristo, a quien Dios resucitó. De modo que podemos servir a Dios haciendo el bien. Cuando vivíamos sin poder dominar nuestros malos deseos, la ley sólo servía para que deseáramos hacer más lo malo. Y así, todo lo que hacíamos nos separaba más de Dios. Pero ahora la ley ya no puede controlarnos. Es como si estuviéramos muertos. Somos libres, y podemos servir a Dios de manera distinta. Ya no lo hacemos como antes, cuando obedecíamos la antigua ley, sino que ahora obedecemos al Espíritu Santo.

La lucha contra el pecado

¿Quiere decir esto que la ley es pecado? ¡Claro que no! Pero si no hubiera sido por la ley, yo no habría entendido lo que es el pecado. Por ejemplo, si la ley no dijera: «No se dejen dominar por el deseo de tener lo que otros tienen», yo no sabría que eso es malo. Cuando no hay ley, el pecado no tiene ningún poder. Pero el pecado usó ese mandamiento de la ley, y me hizo desear toda clase de mal.

Cuando yo todavía no conocía la ley, vivía tranquilo; pero cuando conocí la ley, me di cuenta de que era un gran pecador 10 y de que vivía alejado de Dios. Fue así como la ley, que debió haberme dado la vida eterna, más bien me dio la muerte eterna. 11 Porque el pecado usó la ley para engañarme, y con esa misma ley me alejó de Dios.

12 Podemos decir, entonces, que la ley viene de Dios, y que cada uno de sus mandatos es bueno y justo. 13 Con esto no estoy diciendo que la ley, que es buena, me llevó a la muerte. ¡De ninguna manera! El que hizo esto fue el pecado, que usó un mandato bueno. Así, por medio de un mandato bueno todos podemos saber lo realmente malo y terrible que es el pecado. 14 Nosotros sabemos que la ley viene de Dios; pero yo no soy más que un simple hombre, y no puedo controlar mis malos deseos. Soy un esclavo del pecado. 15 La verdad es que no entiendo nada de lo que hago, pues en vez de hacer lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer. 16 Pero, aunque hago lo que no quiero hacer, reconozco que la ley es buena. 17 Así que no soy yo quien hace lo malo, sino el pecado que está dentro de mí. 18 Yo sé que mis deseos egoístas no me permiten hacer lo bueno, pues aunque quiero hacerlo, no puedo hacerlo. 19 En vez de lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer. 20 Pero si hago lo que no quiero hacer, en realidad no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está dentro de mí.

21 Me doy cuenta entonces de que, aunque quiero hacer lo bueno, sólo puedo hacer lo malo. 22 En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios. 23-25 Pero también me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. Sinceramente, deseo obedecer la ley de Dios, pero no puedo dejar de pecar porque mi cuerpo es débil para obedecerla. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que me hace pecar y me separa de Dios? ¡Le doy gracias a Dios, porque sé que Jesucristo me ha librado!

Jeremías 46

Advertencia contra los egipcios

46 1-2 Cuando Joacín llevaba cuatro años de reinar en Judá, el Dios de Israel me habló acerca de las otras naciones, y del ejército de Necao, rey de Egipto. Por esos días el rey de Babilonia había derrotado a Necao en la ciudad de Carquemis, junto al río Éufrates. El mensaje que me dio fue el siguiente:

«¡Egipcios, tomen sus armas
y prepárense para el combate!
¡Ensillen y monten los caballos!
¡Afilen las lanzas y pónganse las corazas!
¡Cúbranse con los cascos!

»¿Pero qué es lo que veo?
¡Los soldados egipcios retroceden!
Derrotados y llenos de miedo,
huyen sin mirar atrás.
¡Hay terror por todas partes!

»¡Los más veloces no pueden huir!
¡Los más fuertes no logran escapar!
¡Allá en el norte,
a la orilla del río Éufrates,
tropiezan y ruedan por el suelo!

»Una nación se acerca con violencia.
¡Hasta se parece al río Nilo
cuando sus aguas se desbordan!
¿Qué nación puede ser?
¡Es Egipto, que se ha enfurecido,
que ha crecido como el Nilo!
Viene decidido a inundar la tierra,
a destruir ciudades y a matar gente.

»¡Que ataquen los caballos!
¡Que avancen los carros de guerra!
¡Que marchen los soldados!
¡Que tomen sus armas los soldados
de los países africanos!

10 »El día de la victoria pertenece
al poderoso Dios de Israel.
Él ganará la batalla;
se vengará de sus enemigos.
La espada se empapará de sangre
y acabará por matar a todos.
Allá en el país del norte,
a la orilla del río Éufrates,
el Dios de Israel matará a mucha gente.

11 »Soldados de Egipto:
de nada les servirá que vayan a Galaad
y consigan alguna crema curativa;
aunque consigan medicinas,
no les servirán de nada.
12 Todo el mundo está enterado
de que han sido derrotados;
por todas partes se escuchan
sus gritos de dolor;
chocan los guerreros unos contra otros,
y ruedan por el suelo».

13 Cuando el rey de Babilonia vino para atacar a los egipcios, Dios me dio este mensaje:

14 «Esto debe saberse en Egipto;
debe anunciarse en sus ciudades:
“¡Soldados, prepárense para la batalla!
¡Ya viene su destrucción!”

15-17 »Los soldados se tropiezan;
caen uno encima del otro, y dicen:
“¡Huyamos!
¡Volvamos a nuestro país
antes que nos mate el enemigo!
¡Nuestro rey es un charlatán!
¡Habla mucho y no hace nada!”

»Pero los soldados han caído,
y ya no podrán levantarse,
porque yo los derribé.
¡Yo soy el Dios de Israel!

18-19 »Ustedes, los que viven en Egipto,
vayan empacando lo que tienen,
porque serán llevados prisioneros;
la capital será destruida
y quedará en ruinas y sin gente.

»Les juro por mí mismo
que el enemigo que viene
se parece al monte Tabor,
que sobresale entre los montes;
se parece al monte Carmelo,
que está por encima del mar.
¡Yo soy el Dios todopoderoso!
¡Yo soy el único Rey!

20 »La hermosura de Egipto será destruida;
Babilonia vendrá del norte y la atacará.
21 Egipto contrató soldados extranjeros,
todos muy fuertes y valientes,
¡pero hasta ellos saldrán huyendo!;
¡saldrán corriendo a toda prisa!
Ya llegó el día de su derrota;
¡ya llegó el día de su castigo!

22 »El ejército babilonio es muy numeroso;
tanto que nadie lo puede contar.
Por eso los soldados egipcios
huirán como serpientes desprotegidas.

23 »Egipto parece un bosque tupido,
pero sus enemigos lo rodearán
y lo atacarán con sus hachas,
dispuestos a derribar todos los árboles.

24 »¡Egipto quedará humillado!
¡Caerá bajo el poder de Babilonia!»

Esperanza para el pueblo de Dios

25 El Dios de Israel dice:

«Voy a castigar al rey de Egipto, a sus dioses y a todos los que confían en ellos. 26 Dejaré que caigan en poder del rey de Babilonia y de su ejército, para que los maten. Sin embargo, en el futuro Egipto volverá a ser habitado como antes. Les juro que así lo haré.

27-28 »Y ustedes, pueblo de Israel,
no tengan miedo ni se asusten;
yo haré que vuelvan de Babilonia,
adonde fueron llevados como esclavos.
No tengan miedo, israelitas.
Ustedes son mi pueblo;
son descendientes de Jacob.
Yo les prometo
que volverán a vivir tranquilos
porque yo estoy con ustedes.

»Destruiré a todas las naciones
por las que los dispersé,
pero a ustedes no los destruiré;
sólo los castigaré por su bien,
pues merecen que los corrija.
Les juro que así lo haré».

Salmos 22

Alabanza en medio del sufrimiento

SALMO 22 (21)

Himno de David. Instrucciones para el director del coro: Este himno deberá cantarse con la melodía «La gacela de la aurora».

22 Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¡Tan lejos te mantienes
que no vienes en mi ayuda
ni escuchas mis gritos de dolor!
Dios mío,
te llamo de día,
y no me escuchas;
te llamo de noche,
y no me respondes.

Entre los dioses
tú eres único,
tú eres rey,
tú mereces que Israel te alabe.
Nuestros padres confiaron en ti;
en ti confiaron, y tú los libraste;
te pidieron ayuda, y los salvaste;
en ti confiaron, y no les fallaste.

En cambio yo,
más que hombre parezco un gusano.
Soy la burla de hombres y mujeres;
todo el mundo me desprecia.
Todos los que me ven,
se ríen de mí,
y en son de burla
tuercen la boca y mueven la cabeza.
Hasta dicen:
«Ya que éste confió en Dios,
¡que venga Dios a salvarlo!
Ya que Dios tanto lo quiere,
¡que venga él mismo a librarlo!»

Pero digan lo que digan,
fuiste tú quien me hizo nacer;
fuiste tú quien me hizo descansar
en los brazos de mi madre.
10 Todavía no había nacido yo,
cuando tú ya me cuidabas.
Aún estaba yo dentro de mi madre,
cuando tú ya eras mi Dios.
11 ¡No me dejes solo!
¡Me encuentro muy angustiado,
y nadie me brinda su ayuda!

12 Me rodean mis enemigos,
parecen toros bravos de Basán.[a]
13 Parecen leones feroces,
que se lanzan contra mí
con ganas de despedazarme.
14 Me he quedado sin fuerzas,
¡estoy totalmente deshecho!
¡Mi corazón ha quedado
como cera derretida!
15 Tengo reseca la garganta,
y pegada la lengua al paladar;
me dejaste tirado en el suelo,
como si ya estuviera muerto.
16 Una banda de malvados,
que parece manada de perros,
me rodea por todos lados
y me desgarra pies y manos,
17 ¡hasta puedo verme los huesos!

Mis enemigos me vigilan sin cesar,
18 hicieron un sorteo
para ver quién se queda con mi ropa.

19 Dios mío, tú eres mi apoyo,
¡no me dejes!
¡Ven pronto en mi ayuda!
20-21 ¡Respóndeme, sálvame la vida!
¡No dejes que me maten!
¡No dejes que me despedacen!
Mis enemigos parecen perros,
parecen toros que quieren atacarme,
parecen leones que quieren devorarme.

22 Cuando mi pueblo se junte
para adorarte en el templo,
yo les hablaré de ti,
y te cantaré alabanzas.

23 Ustedes, pueblo de Israel,
que saben honrar a Dios,
¡reconozcan su poder y adórenlo!
24 Dios recibe a los pobres
con los brazos abiertos.
Dios no les vuelve la espalda,
sino que atiende sus ruegos.

25 Dios mío, sólo a ti te alabaré;
te cumpliré mis promesas
cuando el pueblo que te honra
se reúna para alabarte.
26 Los pobres comerán
y quedarán satisfechos;
los que te buscan, Dios mío,
te cantarán alabanzas.
¡Dales larga vida!

27 Dios mío,
desde países lejanos,
todas las tribus y naciones
se acordarán de ti
y vendrán a adorarte.
28 Tú eres rey
y gobiernas a todas las naciones.

29 Nadie es dueño de su vida.
Por eso los que habitan este mundo,
y los que están a punto de morir
se inclinarán ante ti,
y harán fiestas en tu honor.

30 Mis hijos te rendirán culto;
las generaciones futuras te alabarán,
31 y los que nacerán después
sabrán que tú eres justo
y que haces grandes maravillas.