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M’Cheyne Bible Reading Plan

The classic M'Cheyne plan--read the Old Testament, New Testament, and Psalms or Gospels every day.
Duration: 365 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Génesis 8

Dios se acuerda de Noé

Entonces Dios se acordó de Noé y de todos los animales que estaban con él en el barco. Dios hizo soplar un fuerte viento sobre la tierra, de modo que las aguas comenzaron a bajar. Se cerraron tanto las fuentes del mar profundo como las compuertas de los cielos, y dejó de llover. Las aguas fueron bajando poco a poco. Después de ciento cincuenta días las aguas habían bajado bastante. Fue por eso que el día diecisiete del mes séptimo el barco se posó sobre las montañas de Ararat. El agua siguió bajando, de modo que el día primero del mes décimo pudieron verse las partes más altas de las montañas.

Después de cuarenta días, Noé abrió la ventana que le había hecho al barco y soltó un cuervo, el cual estuvo volando de un lado a otro esperando que la tierra se secara, pero no regresó. Luego Noé soltó una paloma, para ver si ya la tierra estaba seca. Pero la paloma regresó al barco, porque no encontró un lugar seco en el cual pudiera posarse. Entonces Noé extendió su mano, agarró a la paloma y la metió al barco. 10 Esperó otros siete días más y volvió a soltar la paloma. 11 Ya estaba oscureciendo cuando la paloma regresó, trayendo en su pico una ramita verde de olivo. Por eso, Noé se dio cuenta de que las aguas habían bajado mucho, de modo que ya se podía ver la tierra seca. 12 Siete días después volvió a soltar la paloma, pero esta vez la paloma no regresó.

13 Cuando Noé tenía seiscientos un años de vida, las aguas desaparecieron. El primer día del mes primero de ese año, Noé retiró el techo del barco y vio que la tierra estaba casi seca. 14 El día veintisiete del segundo mes, la tierra ya estaba completamente seca. 15 Entonces Dios le dijo a Noé: 16-17 «Ya pueden salir todos. Deja salir a todos los animales, aves y reptiles para que se reproduzcan abundantemente y llenen la tierra».

18 Así que Noé, sus hijos, su esposa y sus nueras salieron del barco. 19 También salieron todos los animales, según su propia especie: los animales salvajes y los domésticos, las aves y los reptiles.

20 Después Noé construyó un altar para adorar al Señor. En ese altar Noé le ofreció a Dios animales y aves adecuados para el sacrificio, es decir, que eran puros. 21 Al Señor le agradó mucho el olor de los sacrificios, y se dijo a sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir la tierra por culpa de la humanidad, pues todos los seres humanos están inclinados hacia el mal desde que son niños. ¡Jamás volveré a destruir a los seres vivos, como lo hice en esta ocasión! 22 Mientras exista la tierra, habrá siembra y cosecha; siempre habrá frío y calor, verano e invierno, los días y las noches».

Mateo 8

Jesús sana a un leproso

Jesús descendía de la colina seguido de una multitud inmensa cuando, de pronto, un leproso se le acercó y se puso de rodillas ante él.

―Señor —suplicó el leproso—, si quieres, puedes curarme.

Jesús, extendiendo la mano, lo tocó y le dijo:

―Quiero. ¡Ya estás curado!

E instantáneamente la lepra desapareció.

―No te detengas a conversar con nadie —le ordenó entonces Jesús—. Ve en seguida a que el sacerdote te examine y presenta la ofrenda que requiere la ley de Moisés, para que les conste que ya estás bien.

La fe del centurión

Cuando Jesús llegó a Capernaúm, un capitán del ejército romano se le acercó y le rogó que sanara a un sirviente que estaba en cama paralítico y que sufría mucho.

Le respondió Jesús:

―Iré a sanarlo.

―Señor —le dijo entonces el capitán—, no soy digno de que vayas a mi casa. Desde aquí mismo puedes ordenar que se sane mi criado y se sanará. Lo sé, porque estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores; además, si yo le digo a alguno de mis soldados que vaya a algún lugar, va; y si le digo que venga, viene; y si le digo a mi esclavo que haga esto o aquello, lo hace.

10 Al oír esto, Jesús se maravilló y les dijo a quienes lo seguían:

―¡En todo Israel no he hallado una fe tan grande como la de este hombre! 11 Óiganme lo que les digo: Muchos gentiles, al igual que este soldado romano, irán de todas partes del mundo a sentarse en el reino de los cielos con Abraham, Isaac y Jacob. 12 En cambio, muchos israelitas que deberían estar en el reino, serán arrojados a las tinieblas de afuera donde todo es llorar y crujir los dientes.

13 Entonces Jesús le dijo al soldado:

―Vete; lo que creíste ya se ha cumplido.

Y el criado se sanó en aquella misma hora.

Jesús sana a muchos enfermos

14 Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, la suegra de este estaba en cama con una fiebre muy alta. 15 Jesús fue y la tocó, y la fiebre la dejó; y ella se levantó a servirlos.

16 Por la noche llevaron varios endemoniados a Jesús. Bastaba una sola palabra para que los demonios huyeran y los enfermos sanaran. 17 Así se cumplió la profecía de Isaías: «Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias».[a]

Lo que cuesta seguir a Jesús

18 Al ver Jesús que la multitud crecía, pidió a sus discípulos que se prepararan para pasar al otro lado del lago. 19 En eso, un maestro de la ley de Dios le dijo:

―Maestro, te seguiré vayas adonde vayas.

20 ―Las zorras tienen guaridas y las aves nidos —le respondió Jesús—; pero yo, el Hijo del hombre, no tengo ni dónde recostar la cabeza.

21 Otro de sus seguidores le dijo:

―Señor, te seguiré pero déjame que vaya antes a enterrar a mi padre.

22 Pero Jesús le contestó:

―No, sígueme ahora. Deja que los que están muertos se ocupen de sus muertos.

Jesús calma la tormenta

23 Entonces subió a una barca con sus discípulos y zarparon de allí. 24 Durante la travesía se quedó dormido.

Poco después se levantó una tormenta tan violenta que las olas inundaban la barca. 25 Los discípulos corrieron a despertar a Jesús:

―¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!

26 ―Hombres de poca fe, ¿a qué viene tanto miedo? —les respondió.

Entonces, se puso de pie, reprendió al viento y a las olas, y la tormenta cesó y todo quedó en calma.

27 Pasmados, los discípulos se decían:

«¿Quién es este, que aun los vientos y la mar lo obedecen?».

Liberación de dos endemoniados

28 Ya al otro lado del lago, en tierra de los gadarenos, dos endemoniados le salieron al encuentro. Vivían en el cementerio, y eran tan peligrosos que nadie se atrevía a andar por aquella zona. 29 Al ver a Jesús, le gritaron:

―¡Déjanos tranquilos, Hijo de Dios! ¡Todavía no es hora de que nos atormentes!

30 Por aquellos alrededores andaba un hato de cerdos, 31 y los demonios le suplicaron a Jesús:

―Si nos vas a echar fuera, déjanos entrar en aquel hato de cerdos.

32 ―Está bien —les respondió Jesús—. Vayan.

Y los demonios salieron de los hombres y entraron en aquellos cerdos. Estos se despeñaron desde un acantilado y se ahogaron en el lago.

33 Los que cuidaban los cerdos salieron corriendo y se fueron a la ciudad a contar lo sucedido, 34 y la ciudad entera vino al encuentro de Jesús y le suplicaron que se fuera de aquellos lugares.

Esdras 8

Lista de los que regresaron con Esdras

Estos son los nombres y genealogías de los jefes que regresaron conmigo de Babilonia, durante el reinado de Artajerjes:

2-14 Del clan de Finés: Guersón;

del clan de Itamar: Daniel;

del clan de David: Jatús;

del clan de Secanías y del clan de Parós: Zacarías, y con él otros ciento cincuenta varones;

del clan de Pajat Moab: Elihoenay hijo de Zeraías, y doscientos varones más;

del clan de Secanías: el hijo de Jahaziel y trescientos varones más;

del clan de Adín: Ébed hijo de Jonatán, y cincuenta varones más;

del clan de Elam: Isaías hijo de Atalías, y otros setenta varones;

del clan de Sefatías: Zebadías hijo de Micael, y ochenta varones más;

del clan de Joab: Abdías hijo de Jehiel, y otros doscientos dieciocho varones;

del clan de Baní: Selomit hijo de Josifías, y otros ciento sesenta varones;

del clan de Bebay: Zacarías hijo de Bebay, y otros veintiocho varones;

del clan de Azgad: Johanán hijo de Hacatán, y otros ciento diez varones;

del clan de Adonicán: Elifélet, Jeyel, Semaías, y otros sesenta varones.

Estos fueron los últimos en llegar; del clan de Bigvay: Utay, Zabud y otros setenta varones.

El regreso a Jerusalén

15 Nos reunimos cerca del río que desemboca en el Ahava, y acampamos allí tres días, mientras tomábamos nota de las personas y de los sacerdotes que habían llegado. Encontré que ningún levita se había presentado como voluntario. 16 Entonces mandé a buscar a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulán, que eran jefes del pueblo. También mandé a buscar a Joyarib y a Elnatán, que eran hombres muy sabios. 17 Los envié a Idó, jefe de los judíos que estaban en Casifia, a pedirle a él y a sus compañeros que nos enviaran servidores para el templo de Dios en Jerusalén. 18 Y, por la gracia de Dios, nos enviaron a un hombre muy instruido llamado Serebías hijo de Majlí, descendiente de Leví. Con él vinieron sus hijos y hermanos, de modo que en total fueron dieciocho personas. 19 También nos mandaron a Jasabías y a Isaías, descendientes de Merari, con veinte de sus hermanos e hijos, 20 y doscientos veinte sirvientes del templo. Los sirvientes ayudaban a los levitas. Este oficio fue instituido por el rey David. Todos estos quedaron registrados en una lista.

21 Luego, allí junto al río Ahava, proclamé un ayuno, para humillarnos delante de nuestro Dios. Le pedimos que nos diera un buen viaje y nos protegiera, junto con nuestros hijos y los bienes con los que viajábamos. 22 Me daba vergüenza pedirle al rey que nos proporcionara soldados y caballería que nos protegieran de los enemigos que pudiera haber en el camino, pues le habíamos dicho que nuestro Dios protege a todos los que lo adoran, y que su ira se abate sólo sobre los que lo abandonan. 23 Ayunamos, pues, y rogamos a Dios que cuidara de nosotros, y él lo hizo.

24 Designé a doce jefes de los sacerdotes: a Serebías, a Jasabías y a otros diez familiares de ellos. 25 Luego, en presencia de ellos, pesé la plata, el oro y los utensilios sagrados que habían sido donados para el templo de Dios por el rey, sus consejeros y sus jefes, y por todos los israelitas allí presentes. 26-27 La lista de todo lo que entregué a los sacerdotes, es: veintiún mil cuatrocientos cincuenta kilos de plata, cien utensilios de plata que pesaban tres mil trescientos kilos, tres mil trescientos kilos de oro y veinte tazones de oro avaluados en mil monedas de oro. Además, había dos hermosos vasos de bronce pulido, que eran tan preciosos como el oro. 28 Consagré a estos hombres al Señor, así como los utensilios, la plata y el oro que habían sido donados como ofrenda voluntaria para el Señor, el Dios de nuestros padres.

29 Entonces les dije: «Cuiden bien estos tesoros y llévenlos al templo del Señor en Jerusalén. Una vez allí, deberán pesar todo en presencia de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de Israel».

30 Los sacerdotes y los levitas aceptaron la responsabilidad de transportarlos al templo de Dios en Jerusalén. 31 Levantamos el campamento que estaba junto al río Ahava, y salimos rumbo a Jerusalén el día doce del mes primero. Dios nos protegió y nos libró de enemigos y bandidos a lo largo del camino. 32 Llegamos a salvo a Jerusalén y descansamos tres días.

33 Al cuarto día de nuestra llegada se pesaron la plata, el oro y los utensilios en el templo de nuestro Dios, y se le entregó todo al sacerdote Meremot hijo de Urías, que estaba acompañado por Eleazar hijo de Finés, y los levitas Jozabad hijo de Jesúa, y Noadías hijo de Binuy. 34 Se hizo un recibo por cada artículo, y se anotó el peso total del oro y de la plata.

35 Luego, cada uno de los que integraban nuestro grupo ofreció holocausto al Dios de Israel: doce becerros por la nación de Israel; noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, y doce chivos, como ofrenda por el pecado. 36 Y los decretos del rey fueron entregados a los gobernadores y funcionarios de las provincias que quedan al occidente del río Éufrates. Todos ellos estuvieron listos a colaborar en la reconstrucción del templo.

Hechos 8

Y Saulo estaba de acuerdo en que asesinaran a Esteban.

La iglesia perseguida y dispersa

Aquel mismo día, una gran ola de persecución se levantó contra los creyentes y barrió la iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, huyeron a Judea y Samaria. Varios judíos piadosos, llenos de tristeza, enterraron a Esteban.

Saulo, por su parte, iba por todas partes persiguiendo a la iglesia. Entraba a las casas, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

Felipe en Samaria

Los creyentes que huyeron de Jerusalén continuaron predicando las buenas noticias por dondequiera que iban. Felipe, por ejemplo, huyó a Samaria y se puso a hablarle del Mesías al pueblo. Grandes multitudes lo escuchaban atentamente, al ver los milagros que realizaba. Felipe echaba fuera demonios, que salían de sus víctimas dando gritos, y también sanaba paralíticos y cojos. Y había gran gozo en la ciudad.

Simón el hechicero

Vivía en Samaria un tal Simón, que había ejercido la magia durante muchos años, y tenía asombrada a la gente haciéndose pasar por alguien muy grande.

10 Todos, desde el más pequeño hasta el más importante, le prestaban atención y decían: «Este es al que llaman el Gran Poder de Dios». 11 La gente le hacía caso, porque por mucho tiempo las había engañado con su magia.

12 Cuando los samaritanos creyeron el mensaje de Felipe, que afirmaba que Jesús era el Mesías y hablaba del reino de Dios, se bautizaron muchos hombres y mujeres. 13 Simón también creyó, recibió el bautismo y se dedicó a seguir a Felipe a dondequiera que este iba, maravillado por los milagros que realizaba.

14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que el pueblo de Samaria había aceptado el mensaje de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan. 15 Tan pronto llegaron, comenzaron a orar para que recibieran el Espíritu Santo, 16 que todavía no había descendido sobre ellos y sólo estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17 Entonces Pedro y Juan pusieron las manos sobre los creyentes y ellos recibieron el Espíritu Santo.

18 Al ver Simón que el Espíritu Santo descendía sobre aquellos a quienes los apóstoles les ponían las manos, les hizo una oferta de dinero.

19 ―Este dinero es para que me permitan obtener ese poder —les dijo—. Quiero que al imponer las manos sobre la gente, reciban el Espíritu Santo.

20 ―Que tu dinero perezca contigo —le contestó Pedro—, que piensas que los dones de Dios se pueden comprar. 21 Tú no puedes tener parte en esto, porque tu corazón no es recto ante Dios. 22 Arrepiéntete de esta maldad y ora. Quizás Dios te perdone los malos pensamientos, 23 porque veo que tienes el corazón lleno de envidia y de pecado.

24 ―Oren por mí —suplicó Simón—. No quiero que eso tan horrible me suceda.

25 Tras testificar y predicar en Samaria, Pedro y Juan regresaron a Jerusalén. A lo largo del camino fueron deteniéndose en los pueblos samaritanos, para predicar las buenas noticias.

Felipe y el etíope

26 Un ángel del Señor le dijo a Felipe: «Ve hacia el sur por el camino desierto que va de Jerusalén a Gaza». 27 Así lo hizo. Y por el camino se encontró con un etíope eunuco, el tesorero de Etiopía, funcionario poderoso de la reina Candace. El etíope había ido a Jerusalén a adorar en el templo. 28 En el viaje de regreso, el funcionario iba en su carroza leyendo el libro del profeta Isaías.

29 «Da alcance a esa carroza —le dijo el Espíritu Santo a Felipe—, y acércate a ella».

30 Felipe obedeció presuroso y, al acercarse, escuchó lo que el funcionario iba leyendo.

―¿Entiendes eso que lees? —le preguntó.

31 ―¿Cómo lo voy a entender si nadie me lo ha explicado? —contestó.

Entonces invitó a Felipe a que subiera a la carroza y se sentara con él.

32 El pasaje de las Escrituras que estaba leyendo era el siguiente:

«Como oveja a la muerte lo llevaron, y como cordero mudo ante los que lo trasquilan, no abrió la boca. 33 En su humillación, no se le hizo justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia? porque arrancaron su vida de esta tierra».

34 ―¿Hablaba el profeta de sí mismo o de otra persona? —le preguntó el eunuco a Felipe.

35 Y Felipe, comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, se puso a hablarle de las buenas noticias acerca de Jesús.

36 A un lado del camino encontraron agua.

―¡Mira! ¡Aquí hay agua! —exclamó el funcionario—. ¿Por qué no me bautizas?

37 ―Siempre y cuando creas de corazón, no hay nada que lo impida —le dijo Felipe.

―Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios —respondió el eunuco.

38 Detuvieron entonces la carroza, bajaron ambos al agua y Felipe lo bautizó.

39 Al salir del agua, el Espíritu del Señor se llevó a Felipe y el funcionario ya no lo vio: Pero a pesar de esto, siguió gozoso su camino.

40 Mientras tanto, Felipe estaba en Azoto, y allí, como en cada una de las ciudades que encontró en el viaje a Cesarea, predicó las buenas noticias.

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