M’Cheyne Bible Reading Plan
Abimélec
9 Abimélec, hijo de Jerubaal, fue a Siquem para hablar con sus parientes por parte de madre. Y les dijo:
2 —En nombre de nuestro parentesco, les ruego que convenzan a la gente de Siquem de que es mejor que los gobierne un solo hombre, y no todos los setenta hijos de Jerubaal.
3 Y como Abimélec era pariente de ellos, se pusieron de parte suya y fueron a convencer a los de Siquem para que lo siguieran. 4 Además, tomaron setenta monedas de plata del templo de Baal-berit y se las dieron a Abimélec. Con ese dinero, Abimélec alquiló unos matones para que lo siguieran. Aquellos hombres fueron con él 5 a Ofrá, donde había vivido su padre Jerubaal, y contra una misma piedra mataron a los setenta hermanos de Abimélec. Sólo pudo esconderse y salvarse Jotam, el hijo menor de Jerubaal. 6 Después todos los de Siquem y de Bet-miló se reunieron junto a la encina y la piedra sagrada que había en Siquem, y nombraron rey a Abimélec.
7 Cuando Jotam lo supo, subió al monte Guerizim, y desde allí gritó bien fuerte, para que todos le oyeran:
«¡Óiganme bien, hombres de Siquem! ¡Y así Dios los oiga a ustedes!
8 »En cierta ocasión los árboles quisieron tener rey, y le pidieron al olivo que fuera su rey. 9 Pero el olivo les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar aceite, el cual sirve para honrar tanto a los hombres como a Dios.
10 »Entonces los árboles le pidieron a la higuera que fuera su rey. 11 Pero la higuera les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar sus dulces y sabrosos higos.
12 »Entonces los árboles le pidieron a la vid que fuera su rey. 13 Pero la vid les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar su vino, el cual sirve para alegrar tanto a los hombres como a Dios.
14 »Por fin, los árboles le pidieron a un espino que fuera su rey. 15 Y el espino les dijo que, si de veras querían que él fuera su rey, todos tendrían que ponerse bajo su sombra; pero si no querían que él fuera su rey, saldría de él un fuego que destruiría los cedros del Líbano.
16 »Y ahora, yo les pregunto: ¿Han actuado ustedes con verdad y honradez al hacer rey a Abimélec? ¿Han tratado a Jerubaal y a su familia con la misma bondad con que él los trató a ustedes? 17 Porque mi padre arriesgó su vida por ustedes cuando peleó para librarlos del poder de los madianitas; 18 ustedes, en cambio, se han rebelado contra la familia de mi padre, y han matado a sus setenta hijos contra una misma piedra. Por si fuera poco, han nombrado rey a Abimélec, hijo de la concubina de Jerubaal, sólo porque él es pariente de ustedes. 19 Pero yo les digo hoy: Si ustedes han tratado con verdad y honradez a Jerubaal y a su familia, que les vaya bien con Abimélec, y a él con ustedes; 20 pero si no, ¡que salga de Abimélec un fuego que destruya a todos los de Siquem y de Bet-miló, y que de Siquem y de Bet-miló salga un fuego que lo destruya a él!»
21 Después de haber dicho esto, Jotam huyó y se fue a vivir en Beer, porque le tenía miedo a su hermano Abimélec.
22 Abimélec dominó a los israelitas durante tres años, 23 pero Dios interpuso un espíritu maligno entre Abimélec y los de Siquem, para que éstos se rebelaran contra él 24 y así pagara Abimélec el sangriento asesinato de los setenta hijos de Jerubaal, y los de Siquem pagaran por haberle ayudado. 25 Los de Siquem tenían gente en los montes, que se escondía y asaltaba a todos los que pasaban por el camino cercano. Y Abimélec se enteró de esto.
26 Un día, Gáal, el hijo de Ébed, pasó con sus hermanos por Siquem y se ganó la confianza de los de aquella ciudad, 27 los cuales salieron al campo a recoger la uva e hicieron vino y celebraron una gran fiesta, comiendo y bebiendo en el templo de sus dioses y maldiciendo a Abimélec. 28 Y Gáal decía: «¿Quién se cree este Abimélec? No es más que un hijo de Jerubaal, y Zebul es su ayudante. Y nosotros, los de Siquem, ¿quiénes somos para andar como esclavos delante de ellos? Seamos esclavos de Hamor, el fundador de Siquem, pero no de Abimélec. 29 ¡Ah! ¡Si yo fuera el jefe de ustedes, en seguida me desharía de Abimélec!» Además dijo: «¡Anda, Abimélec, reúne tu ejército y ven a pelear!»
30 Cuando Zebul, gobernador de la ciudad, se enteró de lo que andaba diciendo Gáal, se puso furioso 31 y le envió el siguiente mensaje a Abimélec, que estaba en Arumá: «Gáal, el hijo de Ébed, ha venido con sus hermanos a Siquem, y están predisponiendo a la gente de la ciudad contra ti. 32 Por lo tanto, sal de noche con tus soldados y escóndanse en el campo. 33 Por la mañana, al salir el sol, ataca la ciudad, y cuando Gáal y su gente salgan a pelear contigo, haz con él lo que creas más conveniente.»
34 Así pues, Abimélec y toda su gente salieron de noche y se escondieron alrededor de Siquem, repartidos en cuatro grupos. 35 Cuando Gáal salió a la puerta de la ciudad, Abimélec y su gente salieron de sus escondites. 36 Al verlos, Gáal le dijo a Zebul:
—¡Mira, de los cerros viene bajando un ejército!
—No —le contestó Zebul—. Sólo son las sombras de los cerros, que a ti te parecen gente.
37 Pero Gáal siguió diciendo:
—¡También de la colina que llaman “Ombligo de la tierra” viene bajando un ejército! ¡Y otro grupo viene por el camino de la Encina de los Adivinos!
38 —¡Habla ahora, fanfarrón! —le dijo Zebul—. ¡Tú, que decías que Abimélec no era nadie para que fuéramos sus esclavos! Ahí está el ejército que te parecía poca cosa. ¡Anda, sal ahora a pelear contra ellos!
39 Gáal salió al frente de la gente de Siquem a pelear contra Abimélec. 40 Pero Abimélec lo persiguió, y Gáal huyó de él. Hasta en la puerta misma de la ciudad hubo muchos muertos. 41 Abimélec se quedó en Arumá, y Zebul arrojó de Siquem a Gáal y sus hermanos.
42 Al día siguiente, los de Siquem salieron al campo. Cuando Abimélec lo supo, 43 dividió su ejército en tres grupos y se escondió en el campo; y cuando vio que los de Siquem salían de la ciudad, salió de su escondite y los atacó. 44 Él y su grupo se lanzaron a tomar la puerta de la ciudad, mientras los otros dos grupos atacaban y mataban a los que andaban por el campo; 45 y el resto del día lo pasó Abimélec atacando a Siquem, hasta que la tomó. Entonces destruyó la ciudad y mató a todos sus habitantes, y la ciudad misma la sembró de sal.
46 Cuando los de Migdal-siquem se enteraron de lo que había hecho Abimélec, fueron a refugiarse en la fortaleza del templo de El-berit. 47 Y al saber Abimélec que todos estaban reunidos allí, 48 fue con toda su gente al monte Salmón y con un hacha cortó una rama de un árbol; luego se la puso sobre el hombro y dijo a todos sus hombres que hicieran rápidamente lo mismo que él. 49 Todos cortaron sus ramas y siguieron a Abimélec hasta la fortaleza del templo, donde amontonaron todas las ramas y les prendieron fuego, matando así a todos los de Migdal-siquem, que eran unos mil hombres y mujeres.
50 Después Abimélec marchó sobre Tebés, se preparó para atacarla y la tomó. 51 En el centro de aquella ciudad había una torre, y en ella se escondieron todos los habitantes de la ciudad, hombres y mujeres. Cerraron bien las puertas y subieron al techo; 52 pero Abimélec llegó hasta la puerta de la torre y la atacó. Ya se disponía a prenderle fuego, 53 cuando una mujer arrojó una piedra de molino, la cual le cayó en la cabeza y le rompió el cráneo. 54 Abimélec llamó rápidamente a su ayudante de armas y le dijo: «Saca tu espada y mátame, porque no quiero que se diga que una mujer me mató.» Entonces su ayudante lo atravesó con la espada, y así murió. 55 Cuando los israelitas vieron que Abimélec había muerto, regresaron a sus casas.
56 De esta manera Dios hizo pagar a Abimélec el crimen que había cometido contra su padre al matar a sus setenta hermanos. 57 Y Dios hizo también que los de Siquem pagaran por todos sus crímenes. Así se cumplió en ellos la maldición de Jotam, el hijo de Jerubaal.
Bernabé y Saulo comienzan su trabajo misionero
13 En la iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros. Eran Bernabé, Simón (al que también llamaban el Negro), Lucio de Cirene, Menahem (que se había criado junto con Herodes, el que gobernó en Galilea) y Saulo. 2 Un día, mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado.»
3 Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron.
Predicación en Chipre
4 Enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo se dirigieron a Seleucia, y allí se embarcaron para la isla de Chipre. 5 Al llegar al puerto de Salamina, comenzaron a anunciar el mensaje de Dios en las sinagogas de los judíos. Juan iba también con ellos, como ayudante.
6 Recorrieron toda la isla y llegaron a Pafos, donde encontraron a un brujo judío llamado Barjesús, que era un falso profeta. 7 Este brujo estaba con el gobernador Sergio Paulo, que era un hombre inteligente. El gobernador mandó llamar a Bernabé y a Saulo, porque quería oír el mensaje de Dios. 8 Pero el brujo, cuyo nombre griego era Elimas, se les opuso, tratando de impedir que el gobernador creyera. 9 Entonces Saulo, también llamado Pablo, lleno del Espíritu Santo, lo miró fijamente 10 y le dijo:
—¡Mentiroso, malvado, hijo del diablo y enemigo de todo lo bueno! ¿Por qué no dejas de torcer los caminos rectos del Señor? 11 Ahora el Señor te va a castigar: vas a quedarte ciego, y por algún tiempo no podrás ver la luz del sol.
Inmediatamente Elimas quedó en total oscuridad, y buscaba que alguien lo llevara de la mano porque estaba ciego. 12 Al ver esto, el gobernador creyó, admirado de la enseñanza acerca del Señor.
Predicación en Antioquía de Pisidia
13 Pablo y sus compañeros se embarcaron en Pafos y viajaron a Perge, en la región de Panfilia; pero Juan los dejó y volvió a Jerusalén. 14 De Perge pasaron a Antioquía de Pisidia. Allí, el sábado, entraron en la sinagoga y se sentaron. 15 Después de la lectura de la ley y de los profetas, los jefes de la sinagoga los invitaron:
—Hermanos, si tienen algo que decir para dar ánimo a la gente, díganlo ahora.
16 Entonces Pablo se levantó y, pidiéndoles con la mano que guardaran silencio, dijo:
—Escuchen ustedes, israelitas, y también ustedes, los extranjeros que tienen temor de Dios. 17 El Dios del pueblo de Israel escogió a nuestros antepasados; hizo de ellos una nación grande cuando todavía estaban viviendo como extranjeros en Egipto, y después, con su poder, los sacó de aquella tierra. 18 Dios soportó su conducta en el desierto unos cuarenta años, 19 y destruyó siete naciones en el país de Canaán, para dar sus tierras a nuestros antepasados. 20 Todo esto duró unos cuatrocientos cincuenta años.
»Después les dio caudillos, hasta los días del profeta Samuel. 21 Entonces ellos pidieron un rey que los gobernara, y Dios, durante cuarenta años, les dio como rey a Saúl, hijo de Quis, que era de la tribu de Benjamín. 22 Más tarde, Dios quitó de su puesto a Saúl, y les dio por rey a David, de quien dijo: “He encontrado que David, hijo de Jesé, es un hombre que me agrada y que está dispuesto a hacer todo lo que yo quiero.” 23 Uno de los descendientes de este mismo David fue Jesús, a quien Dios envió para salvar a Israel, como había prometido. 24 Antes que Jesús viniera, Juan anunciaba el mensaje a todo el pueblo de Israel, diciéndoles que debían volverse a Dios y ser bautizados. 25 Y cuando Juan se iba acercando al fin de su vida, dijo: “Yo no soy lo que ustedes piensan; pero después de mí viene uno a quien yo ni siquiera merezco desatarle las sandalias de los pies.”
26 »Hermanos descendientes de Abraham, y ustedes, los extranjeros que tienen temor de Dios: este mensaje de salvación es para nosotros. 27 Pues los que vivían en Jerusalén, y sus jefes, no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen en la sinagoga cada sábado; así ellos mismos, cuando condenaron a Jesús, cumplieron esas profecías. 28 Y aunque no encontraron en él ningún motivo para darle muerte, pidieron a Pilato que mandara matarlo. 29 Luego, cuando ya habían hecho todo lo que se decía de él en las Escrituras, lo bajaron de la cruz y lo enterraron. 30 Pero Dios lo resucitó. 31 Y, durante muchos días, Jesús se apareció a los que lo habían acompañado en su viaje de Galilea a Jerusalén; y ahora ellos son testigos de Jesús ante el pueblo.
32 »Así que nosotros les estamos anunciando a ustedes esta buena noticia: La promesa que Dios hizo a nuestros antepasados, 33 nos la ha cumplido a nosotros, que somos los descendientes. Esto lo ha hecho al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo segundo: “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy.” 34 Dios ya había anunciado que lo resucitaría para que su cuerpo no se descompusiera, al decir en las Escrituras: “Cumpliré las santas y verdaderas promesas que hice a David.” 35 Por eso dice también en otro lugar: “No permitirás que se descomponga el cuerpo de tu santo siervo.” 36 Ahora bien, lo cierto es que David sirvió a los de su tiempo, según Dios se lo había ordenado, y que después murió y se reunió con sus padres, y que su cuerpo se descompuso. 37 Pero el cuerpo de aquel que Dios resucitó, no se descompuso. 38-39 Así pues, hermanos, ustedes deben saber que el perdón de los pecados se les anuncia por medio de Jesús. Por medio de él, todos los que creen quedan perdonados de todo aquello para lo que no pudieron alcanzar perdón bajo la ley de Moisés. 40 Tengan, pues, cuidado, para que no caiga sobre ustedes lo que escribieron los profetas:
41 “Miren, ustedes que desprecian,
asómbrense y desaparezcan;
porque en sus días haré cosas tales
que ustedes no las creerían,
si alguien se las contara.”»
42 Cuando Pablo y sus compañeros salieron de la sinagoga, les pidieron que al siguiente sábado les hablaran también de estas cosas. 43 Una vez terminada la reunión en la sinagoga, muchos de los judíos y de los que se habían convertido al judaísmo siguieron a Pablo y Bernabé. Y ellos les aconsejaron que permanecieran firmes en el llamamiento que habían recibido por amor de Dios.
44 El sábado de la semana siguiente, casi toda la ciudad se reunió para oír el mensaje del Señor. 45 Pero cuando los judíos vieron tanta gente, se llenaron de celos y comenzaron a contradecir a Pablo y a insultarlo. 46 Entonces Pablo y Bernabé, hablando con valentía, les contestaron:
—Teníamos la obligación de anunciar el mensaje de Dios en primer lugar a ustedes, que son judíos; pero ya que ustedes lo rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos iremos a los que no son judíos. 47 Porque así nos mandó el Señor, diciendo:
“Te he puesto como luz de las naciones,
para que lleves mi salvación
hasta las partes más lejanas de la tierra.”
48 Al oír esto, los que no eran judíos se alegraron y comenzaron a decir que el mensaje del Señor era bueno; y creyeron todos los que estaban destinados a tener vida eterna. 49 Así se predicó el mensaje del Señor por toda aquella región. 50 Pero los judíos hablaron con algunas mujeres piadosas y honorables, y con los hombres importantes de la ciudad, y los incitaron a comenzar una persecución contra Pablo y Bernabé, para echarlos de la región. 51 Entonces éstos sacudieron el polvo de sus pies en señal de protesta contra aquella gente, y se fueron a Iconio. 52 Pero los creyentes estaban llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Mensaje a la casa real de Judá
22 El Señor me dijo: «Baja al palacio real y proclama este mensaje 2 ante el rey de Judá, que está sentado en el trono de David, y ante sus funcionarios y la gente de la ciudad: “Escuchen la palabra del Señor. 3 Practiquen en este lugar la justicia y la rectitud, libren del explotador al oprimido, no humillen ni maltraten a los extranjeros, los huérfanos y las viudas. No maten gente extranjera en este lugar. 4 Si de veras hacen esto que les mando, seguirá habiendo reyes que ocupen el trono de David, los cuales entrarán en carrozas y a caballo por las puertas de este palacio, acompañados de los funcionarios y del pueblo. 5 Pero si no hacen caso de estas advertencias, este palacio quedará convertido en ruinas. Yo, el Señor, lo afirmo.”»
6 Porque el Señor dice acerca del palacio del rey de Judá:
«Tú eres para mí como el monte Galaad,
como la cumbre del Líbano,
pero juro que te convertiré en desierto,
en un lugar sin habitantes.
7 Voy a enviar gente armada contra ti,
con la misión de destruirte.
Cortarán tus hermosas columnas de cedro
y las echarán al fuego.
8 »Gentes de muchas naciones pasarán después junto a esta ciudad, y se preguntarán unos a otros: “¿Por qué trató así el Señor a esta ciudad tan grande?” 9 Y responderán: “Porque abandonaron la alianza que el Señor, su Dios, había hecho con ellos, y adoraron y dieron culto a otros dioses.”»
Mensaje de Jeremías acerca de Salum (Joacaz)
10-11 No lloren por el rey Josías,
no lloren por su muerte;
lloren más bien por su hijo Salum,
que se va para no volver;
ya no verá más su tierra natal.
Pues el Señor dice acerca de Salum, hijo de Josías, rey de Judá, que ocupó el trono después de su padre, y que salió de este lugar: «No regresará, 12 sino que morirá en el país adonde lo llevaron desterrado, y no volverá a ver este país.
Mensaje acerca de Joaquim
13 »¡Ay de ti, que a base de maldad e injusticias
construyes tu palacio y tus altos edificios,
que haces trabajar a los demás
sin pagarles sus salarios!
14 Que dices: “Voy a construirme un gran palacio,
con amplias salas en el piso superior.”
Y le abres ventanas,
recubres de cedro sus paredes
y lo pintas de rojo.
15 ¿Piensas que ser rey
consiste en vivir rodeado de cedro?
Tu padre gozó de la vida;
pero actuaba con justicia y rectitud,
y por eso le fue bien.
16 Defendía los derechos de pobres y oprimidos,
y por eso le fue bien.
Eso es lo que se llama conocerme.
Yo, el Señor, lo afirmo.
17 »Pero tú sólo te preocupas
por las ganancias mal habidas;
haces morir al inocente,
y oprimes y explotas a tu pueblo.»
18 El Señor dice acerca de Joaquim, hijo de Josías, rey de Judá:
«No habrá nadie que llore su muerte.
No habrá nadie que llore y diga:
“¡Ay, hermano! ¡Ay, hermana!
¡Ay, Señor! ¡Ay, Majestad!”
19 Lo enterrarán como a un asno:
lo arrastrarán y lo echarán
fuera de Jerusalén.»
Mensaje acerca de Jerusalén
20 «¡Judá, sube al monte Líbano y grita!
¡Levanta la voz en las montañas de Basán!
¡Grita desde las colinas de Abarim,
pues todos tus amantes han sido derrotados!
21 Yo te hablé en el tiempo de tu prosperidad,
pero no quisiste oírme.
Así lo has hecho desde tu juventud:
¡no has querido escuchar mi voz!
22 El viento arrastrará a todos tus jefes,
y tus amantes irán al destierro.
Quedarás avergonzada y humillada
por causa de todas tus maldades.
23 Tú estás ahora tranquila en tu nido,
entre los cedros traídos del Líbano,
¡pero ya sufrirás cuando te vengan dolores,
dolores como de parto!»
Mensaje de Dios al rey Jeconías
24 El Señor ha dicho a Jeconías, hijo de Joaquim, rey de Judá: «Lo juro por mi vida: Aunque fueras un anillo de sellar puesto en mi mano derecha, te arrancaría de ahí 25 para entregarte a tus enemigos mortales, a los que tú tanto temes. Te entregaré a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y a los caldeos. 26 Y te arrojaré a ti y a tu madre a una tierra que no los vio nacer, y allá morirán los dos.» 27 Así que ellos no volverán a la tierra a la que tanto desearán volver.
Exclamación del profeta
28 ¿Es Jeconías una vasija rota e inútil,
un trasto que nadie quiere?
¿Por qué son lanzados él y sus hijos
a una tierra desconocida?
29 ¡Tierra, tierra, tierra;
escucha la palabra del Señor!
30 El Señor dice:
«Anoten a este hombre en los registros
como un hombre sin hijos,
como un hombre que fracasó en la vida.
Porque ninguno de sus descendientes
llegará a ocupar el trono de David
para reinar de nuevo en Judá.»
Jesús da de comer a una multitud(A)
8 Un día en que de nuevo se había juntado mucha gente y no tenían nada que comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
2 —Siento compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no tienen nada que comer. 3 Y si los mando sin comer a sus casas, pueden desmayarse por el camino, porque algunos han venido de lejos.
4 Sus discípulos le contestaron:
—¿Pero cómo se les puede dar de comer en un lugar como éste, donde no vive nadie?
5 Jesús les preguntó:
—¿Cuántos panes tienen ustedes?
—Siete —contestaron ellos.
6 Entonces mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y, habiendo dado gracias a Dios, los partió y se los iba dando a sus discípulos, para que ellos los repartieran entre la gente, y así lo hicieron. 7 Tenían también unos cuantos pescaditos; Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y también mandó repartirlos. 8 Todos comieron hasta quedar satisfechos, y recogieron los pedazos sobrantes en siete canastas. 9 Los que comieron eran cerca de cuatro mil. Luego Jesús los despidió, 10 subió a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Los fariseos piden una señal milagrosa(B)
11 Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Y para tenderle una trampa, le pidieron que hiciera alguna señal milagrosa que probara que él venía de parte de Dios. 12 Jesús suspiró profundamente y dijo:
—¿Por qué pide esta gente una señal milagrosa? Les aseguro que no se les dará ninguna señal.
13 Entonces los dejó, y volviendo a entrar en la barca se fue al otro lado del lago.
La levadura de los fariseos(C)
14 Se habían olvidado de llevar algo de comer, y solamente tenían un pan en la barca. 15 Jesús les advirtió:
—Miren, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
16 Los discípulos comentaban entre sí que no tenían pan.
17 Jesús se dio cuenta, y les dijo:
—¿Por qué dicen que no tienen pan? ¿Todavía no entienden ni se dan cuenta? ¿Tienen tan cerrado el entendimiento? 18 ¿Tienen ojos y no ven, y oídos y no oyen? ¿No se acuerdan? 19 Cuando repartí los cinco panes entre cinco mil hombres, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron?
Ellos contestaron:
—Doce.
20 —Y cuando repartí los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas recogieron?
Contestaron:
—Siete.
21 Entonces les dijo:
—¿Todavía no entienden?
Jesús sana a un ciego en Betsaida
22 Después llegaron a Betsaida, y llevaron un ciego a Jesús, y le rogaron que lo tocara. 23 Jesús tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo. Le mojó los ojos con saliva, puso las manos sobre él y le preguntó si podía ver algo. 24 El ciego comenzó a ver, y dijo:
—Veo a los hombres. Me parecen como árboles que andan.
25 Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos, y el hombre miró con atención y quedó sano. Ya todo lo veía claramente. 26 Entonces Jesús lo mandó a su casa, y le dijo:
—No vuelvas al pueblo.
Pedro declara que Jesús es el Mesías(D)
27 Después de esto, Jesús y sus discípulos fueron a las aldeas de la región de Cesarea de Filipo. En el camino, Jesús preguntó a sus discípulos:
—¿Quién dice la gente que soy yo?
28 Ellos contestaron:
—Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías, y otros dicen que eres uno de los profetas.
29 —Y ustedes, ¿quién dicen que soy? —les preguntó.
Pedro le respondió:
—Tú eres el Mesías.
30 Pero Jesús les ordenó que no hablaran de él a nadie.
31 Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre tendría que sufrir mucho, y que sería rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Les dijo que lo iban a matar, pero que resucitaría a los tres días. 32 Esto se lo advirtió claramente. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo. 33 Pero Jesús se volvió, miró a los discípulos y reprendió a Pedro, diciéndole:
—¡Apártate de mí, Satanás! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres.
34 Luego Jesús llamó a sus discípulos y a la gente, y dijo:
—Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. 35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y por aceptar el evangelio, la salvará. 36 ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? 37 O también, ¿cuánto podrá pagar el hombre por su vida? 38 Pues si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con los santos ángeles.
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