M’Cheyne Bible Reading Plan
Abimélec
9 Abimélec hijo de Yerubaal fue a Siquén a ver a los hermanos de su madre, y les dijo a ellos y a todo el clan de su madre: 2 «Preguntadles a todos los señores de Siquén: “¿Qué os conviene más: que todos los setenta hijos de Yerubaal os gobiernen, o que os gobierne un solo hombre?” Acordaos de que yo soy de la misma sangre que vosotros».
3 Cuando los hermanos de su madre comunicaron todo esto a los señores de Siquén, estos se inclinaron a favor de Abimélec, porque dijeron: «Él es nuestro hermano». 4 Y le dieron setenta monedas de plata[a] del templo de Baal Berit, con las cuales Abimélec contrató a unos maleantes sin escrúpulos para que lo siguieran. 5 Fue a Ofra, a la casa de su padre, y sobre una misma piedra asesinó a sus setenta hermanos, hijos de Yerubaal. Pero Jotán, el hijo menor de Yerubaal, se escondió y logró escaparse. 6 Todos los señores de Siquén y Bet Miló se reunieron junto a la encina y la piedra sagrada que están en Siquén, para coronar como rey a Abimélec.
7 Cuando Jotán se enteró, subió a la cima del monte Guerizín y les gritó bien fuerte:
«¡Escuchadme, señores de Siquén,
y que Dios os escuche a vosotros!
8 »Un día los árboles salieron
a ungir un rey para sí mismos.
Y le dijeron al olivo:
“Reina sobre nosotros”.
9 Pero el olivo les respondió:
“¿He de renunciar a dar mi aceite,
con el cual se honra a los dioses y a los hombres,
para ir a mecerme sobre los árboles?”
10 »Después los árboles le dijeron a la higuera:
“Reina sobre nosotros”.
11 Pero la higuera les respondió:
“¿He de renunciar a mi fruto,
tan bueno y dulce,
para ir a mecerme sobre los árboles?”
12 »Luego los árboles le dijeron a la vid:
“Reina sobre nosotros”.
13 Pero la vid les respondió:
“¿He de renunciar a mi vino,
que alegra a los dioses y a los hombres,
para ir a mecerme sobre los árboles?”
14 »Por último, todos los árboles le dijeron al espino:
“Reina sobre nosotros”.
15 Pero el espino respondió a los árboles:
“Si de veras queréis ungirme como vuestro rey,
venid y refugiaos bajo mi sombra;
pero, si no, ¡que salga fuego del espino,
y que consuma los cedros del Líbano!”
16 »Ahora bien, ¿habéis actuado vosotros con honradez y buena fe al coronar rey a Abimélec? ¿Habéis sido justos con Yerubaal y su familia, y lo habéis tratado como se merecía? 17 Mi padre luchó por vosotros, y arriesgando su vida os libró del poder de los madianitas. 18 Pero hoy vosotros os habéis rebelado contra la familia de mi padre; habéis matado a sus setenta hijos sobre una misma piedra, y habéis hecho de Abimélec, hijo de su esclava, el rey de los señores de Siquén solo porque él es vuestro pariente. 19 Si hoy habéis actuado con honradez y buena fe hacia Yerubaal y su familia, ¡que seáis felices con Abimélec, y que también él lo sea con vosotros! 20 Pero, si no, señores de Siquén y Bet Miló, ¡que salga fuego de Abimélec y os consuma, y que salga fuego de vosotros y consuma a Abimélec!»
21 Luego Jotán escapó, huyendo hasta Ber. Allí se quedó a vivir porque le tenía miedo a su hermano Abimélec.
22 Abimélec había ya gobernado a Israel tres años 23 cuando Dios interpuso un espíritu maligno entre Abimélec y los señores de Siquén, quienes lo traicionaron. 24 Esto sucedió a fin de que la violencia contra los setenta hijos de Yerubaal, y el derramamiento de su sangre, recayera sobre su hermano Abimélec, que los había matado, y sobre los señores de Siquén, que habían sido sus cómplices en ese crimen. 25 Los señores de Siquén le tendían emboscadas en las cumbres de las colinas, y asaltaban a todos los que pasaban por allí. Pero Abimélec se enteró de todo esto.
26 Aconteció que Gaal hijo de Ébed llegó a Siquén, junto con sus hermanos, y los señores de aquella ciudad confiaron en él. 27 Después de haber salido a los campos y recogido y pisado las uvas, celebraron un festival en el templo de su dios. Mientras comían y bebían, maldijeron a Abimélec. 28 Gaal hijo de Ébed dijo: «¿Quién se cree Abimélec, y qué es Siquén, para que tengamos que estar sometidos a él? ¿No es acaso el hijo de Yerubaal, y no es Zebul su delegado? ¡Que sirvan a los hombres de Jamor, el padre de Siquén! ¿Por qué hemos de servir a Abimélec? 29 ¡Si este pueblo estuviera bajo mis órdenes, yo echaría a Abimélec! Le diría:[b] “¡Reúne a todo tu ejército y sal a pelear!”»
30 Zebul, el gobernador de la ciudad, se enfureció cuando oyó lo que decía Gaal hijo de Ébed. 31 Entonces envió en secreto mensajeros a Abimélec, diciéndole: «Gaal hijo de Ébed y sus hermanos han llegado a Siquén y están instigando a la ciudad contra ti. 32 Ahora bien, levantaos tú y tus hombres durante la noche, y poneos al acecho en los campos. 33 Por la mañana, a la salida del sol, lánzate contra la ciudad. Cuando Gaal y sus hombres salgan contra ti, haz lo que más te convenga».
34 Así que Abimélec y todo su ejército se levantaron de noche y se pusieron al acecho cerca de Siquén, divididos en cuatro compañías. 35 Gaal hijo de Ébed había salido, y estaba de pie a la entrada de la puerta de la ciudad, precisamente cuando Abimélec y sus soldados salían de donde estaban al acecho. 36 Cuando Gaal los vio, le dijo a Zebul:
―¡Mira, viene bajando gente desde las cumbres de las colinas!
―Confundes con gente las sombras de las colinas —replicó Zebul.
37 Pero Gaal insistió, diciendo:
―Mira, viene bajando gente por la colina Ombligo de la Tierra, y otra compañía viene por el camino de la Encina de los Adivinos.
38 Zebul le dijo entonces:
―¿Dónde están ahora tus fanfarronerías, tú que decías: “¿Quién es Abimélec para que nos sometamos a él?”? ¿No son esos los hombres de los que tú te burlabas? ¡Sal y lucha contra ellos!
39 Gaal salió al frente de los señores de Siquén y peleó contra Abimélec; 40 pero este los persiguió y, en la huida, muchos cayeron muertos por todo el camino, hasta la entrada de la puerta. 41 Abimélec se quedó en Arumá, y Zebul expulsó de Siquén a Gaal y a sus hermanos.
42 Al día siguiente, el pueblo de Siquén salió a los campos, y fueron a contárselo a Abimélec. 43 Entonces Abimélec tomó a sus hombres, los dividió en tres compañías, y se puso al acecho en los campos. Cuando vio que el ejército salía de la ciudad, se levantó para atacarlo. 44 Abimélec y las compañías que estaban con él se apresuraron a ocupar posiciones a la entrada de la puerta de la ciudad. Luego dos de las compañías arremetieron contra los que estaban en los campos y los derrotaron. 45 Abimélec combatió contra la ciudad durante todo aquel día, hasta que la conquistó matando a sus habitantes; arrasó la ciudad y esparció sal sobre ella.
46 Al saber esto, los señores que ocupaban la torre de Siquén entraron en la fortaleza del templo de El Berit. 47 Cuando Abimélec se enteró de que ellos se habían reunido allí, 48 él y todos sus hombres subieron al monte Zalmón. Tomó un hacha, cortó algunas ramas, y se las puso sobre los hombros. A los hombres que estaban con él les ordenó: «¡Rápido! ¡Haced lo mismo que me habéis visto hacer!» 49 Todos los hombres cortaron ramas y siguieron a Abimélec hasta la fortaleza, donde amontonaron las ramas y les prendieron fuego. Así murió toda la gente que estaba dentro de la torre de Siquén, que eran como mil hombres y mujeres.
50 Después Abimélec fue a Tebes, la sitió y la capturó. 51 Dentro de la ciudad había una torre fortificada, a la cual huyeron todos sus habitantes, hombres y mujeres. Se encerraron en la torre y subieron al techo. 52 Abimélec se dirigió a la torre y la atacó. Pero cuando se acercaba a la entrada para prenderle fuego, 53 una mujer le arrojó sobre la cabeza una piedra de moler y le partió el cráneo.
54 De inmediato llamó Abimélec a su escudero y le ordenó: «Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: “¡Lo mató una mujer!”» Entonces su escudero le clavó la espada, y así murió. 55 Cuando los israelitas vieron que Abimélec estaba muerto, regresaron a sus casas.
56 Fue así como Dios le pagó a Abimélec con la misma moneda, por el crimen que había cometido contra su padre al matar a sus setenta hermanos. 57 Además, Dios hizo que los hombres de Siquén pagaran por toda su maldad. Así cayó sobre ellos la maldición de Jotán hijo de Yerubaal.
Despedida de Bernabé y Saulo
13 En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros Bernabé; Simeón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca; y Saulo. 2 Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: «Apartadme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado».
3 Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron.
En Chipre
4 Bernabé y Saulo, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. 5 Al llegar a Salamina, predicaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como ayudante.
6 Recorrieron toda la isla hasta Pafos. Allí se encontraron con un hechicero, un falso profeta judío llamado Barjesús, 7 que estaba con el gobernador[a] Sergio Paulo. El gobernador, hombre inteligente, mandó llamar a Bernabé y a Saulo, en un esfuerzo por escuchar la palabra de Dios. 8 Pero Elimas el hechicero (que es lo que significa su nombre) se les oponía y procuraba apartar de la fe al gobernador. 9 Entonces Saulo, o sea, Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavó los ojos en Elimas y le dijo: 10 «¡Hijo del diablo y enemigo de toda justicia, lleno de todo tipo de engaño y de fraude! ¿Nunca dejarás de torcer los caminos rectos del Señor? 11 Ahora la mano del Señor está contra ti; vas a quedarte ciego y por algún tiempo no podrás ver la luz del sol».
Al instante cayeron sobre él sombra y oscuridad, y comenzó a buscar a tientas a alguien que lo llevara de la mano. 12 Al ver lo sucedido, el gobernador creyó, maravillado de la enseñanza acerca del Señor.
En Antioquía de Pisidia
13 Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar desde Pafos, y llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó de ellos y regresó a Jerusalén; 14 ellos, por su parte, siguieron su viaje desde Perge hasta Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. 15 Al terminar la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga mandaron a decirles: «Hermanos, si tenéis algún mensaje de aliento para el pueblo, hablad».
16 Pablo se puso en pie, hizo una señal con la mano y dijo: «Escuchadme, israelitas, y vosotros, los gentiles temerosos de Dios: 17 El Dios de este pueblo, Israel, escogió a nuestros antepasados y engrandeció al pueblo mientras vivían como extranjeros en Egipto. Con gran poder los sacó de aquella tierra 18 y soportó su mal proceder[b] en el desierto unos cuarenta años. 19 Después de destruir siete naciones en Canaán, dio a su pueblo la tierra de estas en herencia. 20 Todo esto duró unos cuatrocientos cincuenta años.
»Después de esto, Dios les asignó jueces hasta los días del profeta Samuel. 21 Entonces pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que gobernó cuarenta años. 22 Tras destituir a Saúl, les puso por rey a David, de quien dio este testimonio: “He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón; él realizará todo lo que yo quiero”.
23 »De los descendientes de este, conforme a la promesa, Dios ha provisto a Israel un Salvador, que es Jesús. 24 Antes de la venida de Jesús, Juan predicó un bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel. 25 Cuando estaba completando su carrera, Juan decía: “¿Quién suponéis que soy? No soy el que vosotros suponéis, sino que después de mí viene uno a quien no soy digno ni siquiera de desatarle las sandalias”.
26 »Hermanos, descendientes de Abraham, y vosotros, los gentiles temerosos de Dios: a nosotros se nos ha enviado este mensaje de salvación. 27 Los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes no reconocieron a Jesús. Por tanto, al condenarlo, cumplieron las palabras de los profetas que se leen todos los sábados. 28 Aunque no encontraron ninguna causa digna de muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara a ejecutar. 29 Después de llevar a cabo todas las cosas que estaban escritas acerca de él, lo bajaron del madero y lo sepultaron. 30 Pero Dios lo levantó de entre los muertos. 31 Durante muchos días lo vieron los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo.
32 »Nosotros os anunciamos a vosotros las buenas nuevas respecto a la promesa hecha a nuestros antepasados. 33 Dios nos la ha cumplido plenamente a nosotros, los descendientes de ellos, al resucitar a Jesús. Como está escrito en el segundo salmo:
»“Tú eres mi hijo;
hoy mismo te he engendrado”.[c]
34 Dios lo resucitó para que no volviera jamás a la corrupción. Así se cumplieron estas palabras:
»“Yo os daré las bendiciones santas y seguras prometidas a David”.[d]
35 Por eso dice en otro pasaje:
»“No permitirás que el fin de tu santo sea la corrupción”.[e]
36 »Ciertamente David, después de servir a su propia generación conforme al propósito de Dios, murió, fue sepultado con sus antepasados, y su cuerpo sufrió la corrupción. 37 Pero aquel a quien Dios resucitó no sufrió la corrupción de su cuerpo.
38 »Por tanto, hermanos, sabed que por medio de Jesús se os anuncia el perdón de los pecados. 39 Vosotros no pudisteis ser justificados de esos pecados por la ley de Moisés, pero todo el que cree es justificado por medio de Jesús. 40 Tened cuidado, no sea que os suceda lo que han dicho los profetas:
41 »“¡Mirad, engreídos!
¡Asombraos y desapareced!
Porque voy a hacer en estos días una obra
que nunca creeríais,
aunque alguien os la explicara”».[f]
42 Al salir ellos de la sinagoga, los invitaron a que el siguiente sábado les hablaran más de estas cosas. 43 Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos fieles acompañaron a Pablo y a Bernabé, los cuales en su conversación con ellos les instaron a perseverar en la gracia de Dios.
44 El siguiente sábado casi toda la ciudad se congregó para oír la palabra del Señor. 45 Pero, cuando los judíos vieron a las multitudes, se llenaron de celos y contradecían con maldiciones lo que Pablo decía.
46 Pablo y Bernabé les contestaron valientemente: «Era necesario que os anunciáramos la palabra de Dios primero a vosotros. Como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, ahora vamos a dirigirnos a los gentiles. 47 Así nos lo ha mandado el Señor:
»“Te he puesto por luz para las naciones,
a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra”».[g]
48 Al oír esto, los gentiles se alegraron y celebraron la palabra del Señor; y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna.
49 La palabra del Señor se difundía por toda la región. 50 Pero los judíos incitaron a mujeres muy distinguidas y favorables al judaísmo, y a los hombres más prominentes de la ciudad, y provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé. Por tanto, los expulsaron de la región. 51 Ellos, por su parte, se sacudieron el polvo de los pies en señal de protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. 52 Y los discípulos quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Juicio contra reyes malvados
22 Así dice el Señor: «Ve a la casa del rey de Judá, y proclama allí este mensaje: 2 “Tú, rey de Judá, que estás sentado sobre el trono de David, y tus oficiales y tu pueblo, que entran por estas puertas, escuchad la palabra del Señor. 3 Así dice el Señor: ‘Practicad el derecho y la justicia. Librad al oprimido del poder del opresor. No maltratéis ni hagáis violencia al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar. 4 Si de veras cumplís con esta palabra, entonces por las puertas de este palacio entrarán reyes que ocuparán el trono de David; entrarán en carros y a caballo, acompañados por sus oficiales y su pueblo. 5 Pero, si no obedecéis estas palabras, juro por mí mismo que este palacio se convertirá en un montón de ruinas. Yo, el Señor, lo afirmo’ ”».
6 Porque así dice el Señor acerca de la casa real de Judá:
«Para mí, tú eres como Galaad
y como la cima del Líbano,
pero juro que te convertiré en un desierto,
en ciudades deshabitadas.
7 Enviaré contra ti destructores,
cada uno con sus armas,
que talarán tus cedros más hermosos
y los echarán en el fuego.
8 »Gente de muchas naciones pasará por esta ciudad, y se preguntará: “¿Por qué habrá tratado así el Señor a esta gran ciudad?” 9 Y se le responderá: “Porque abandonaron el pacto del Señor su Dios, adorando y sirviendo a otros dioses”».
10 No lloréis por el que está muerto,
ni hagáis lamentaciones por él.
Llorad más bien por el exiliado,
por el que nunca volverá
ni verá más la tierra en que nació.
11 Así dice el Señor acerca de Salún hijo de Josías, rey de Judá, que ascendió al trono después de su padre Josías y que salió de este lugar: «Nunca más volverá, 12 sino que morirá en el lugar donde ha sido desterrado. No volverá a ver más este país.
13 »¡Ay del que edifica su casa
y sus habitaciones superiores
violentando la justicia y el derecho!
¡Ay del que obliga a su prójimo
a trabajar de balde,
y no le paga por su trabajo!
14 ¡Ay del que dice: “Me edificaré una casa señorial,
con habitaciones amplias en el piso superior”!
Y le abre grandes ventanas,
y la recubre de cedro y la pinta de rojo.
15 »¿Acaso eres rey
solo por acaparar mucho cedro?
Tu padre no solo comía y bebía,
sino que practicaba el derecho y la justicia,
y por eso le fue bien.
16 Defendía la causa del pobre y del necesitado,
y por eso le fue bien.
¿Acaso no es esto conocerme?
—afirma el Señor—.
17 »Pero tus ojos y tu corazón
solo buscan ganancias deshonestas,
solo buscan derramar sangre inocente
y practicar la opresión y la violencia».
18 Por eso, así dice el Señor acerca de Joacim hijo de Josías, rey de Judá:
«Nadie lamentará su muerte ni gritará:
“¡Ay, mi hermano! ¡Ay, mi hermana!”
Nadie lamentará su muerte ni gritará:
“¡Ay, señor! ¡Ay, Majestad!”
19 Será enterrado como un asno,
y lo arrastrarán y lo arrojarán
fuera de las puertas de Jerusalén».
20 «¡Sube al Líbano y grita;
levanta tu voz en Basán!
¡Grita desde Abarín,
pues todos tus amantes han sido destruidos!
21 Yo te hablé cuando te iba bien,
pero tú dijiste: “¡No escucharé!”
Así te has comportado desde tu juventud:
¡nunca me has obedecido!
22 El viento arrastrará a todos tus pastores,
y tus amantes irán al cautiverio.
Por culpa de toda tu maldad
quedarás avergonzada y humillada.
23 Tú que habitas en el Líbano,[a]
que has puesto tu nido entre los cedros,
¡cómo gemirás cuando te vengan los dolores,
dolores como de parturienta!
24 »¡Tan cierto como que yo vivo —afirma el Señor—, que aunque Jeconías[b] hijo de Joacim, rey de Judá, sea un anillo en mi mano derecha, aun de allí lo arrancaré! 25 Yo te entregaré en manos de los que buscan matarte, y en manos de los que tú más temes, es decir, en poder de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y de los babilonios. 26 A ti y a la madre que te dio a luz os arrojaré a un país que no os vio nacer, y allí moriréis. 27 Jamás volverán al país al que tanto anhelan volver».
28 ¿Es Jeconías una vasija despreciable y rota,
un objeto que nadie desea?
¿Por qué son arrojados él y su descendencia,
y echados a un país que no conocen?
29 ¡Tierra, tierra, tierra!
¡Escucha la palabra del Señor!
30 Así dice el Señor: «Anotad a este hombre
como si fuera un hombre sin hijos;
como alguien que fracasó en su vida.
Porque ninguno de sus descendientes
logrará ocupar el trono de David,
ni reinar de nuevo en Judá».
Jesús alimenta a cuatro mil(A)(B)
8 En aquellos días se reunió de nuevo mucha gente. Como no tenían nada que comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
2 ―Siento compasión de esta gente, porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. 3 Si los despido a sus casas sin haber comido, se van a desmayar por el camino, porque algunos de ellos han venido de lejos.
4 Los discípulos objetaron:
―¿Dónde se va a conseguir suficiente pan en este lugar despoblado para darles de comer?
5 ―¿Cuántos panes tenéis? —preguntó Jesús.
―Siete —respondieron.
6 Entonces mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomando los siete panes, dio gracias, los partió y se los fue dando a sus discípulos para que los repartieran a la gente, y así lo hicieron. 7 Tenían además unos cuantos pescaditos. Dio gracias por ellos también y les dijo a los discípulos que los repartieran. 8 La gente comió hasta quedar satisfecha. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron. 9 Los que comieron eran unos cuatro mil. Tan pronto como los despidió, 10 Jesús se embarcó con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
11 Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para ponerlo a prueba, le pidieron una señal del cielo. 12 Él lanzó un profundo suspiro y dijo:[a] «¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa? Os aseguro que no se le dará ninguna señal». 13 Entonces los dejó, volvió a embarcarse y cruzó al otro lado.
La levadura de los fariseos y la de Herodes
14 A los discípulos se les había olvidado llevar comida, y solo tenían un pan en la barca.
15 ―Tened cuidado —les advirtió Jesús—; ¡ojo con la levadura de los fariseos y con la de Herodes!
16 Ellos comentaban entre sí: «Lo dice porque no tenemos pan». 17 Al darse cuenta de esto, Jesús les dijo:
―¿Por qué estáis hablando acerca de que no tenéis pan? ¿Aún no veis ni entendéis? ¿Tenéis la mente embotada? 18 ¿Es que teniendo ojos, no veis, y oídos, no oís? ¿Es que acaso no os acordáis? 19 Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogisteis?
―Doce —respondieron.
20 ―Y, cuando partí los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogisteis?
―Siete.
21 Entonces concluyó:
―¿Y todavía no entendéis?
Jesús sana a un ciego en Betsaida
22 Cuando llegaron a Betsaida, algunas personas llevaron un ciego a Jesús y le rogaron que lo tocase. 23 Tomando de la mano al ciego, lo sacó fuera del pueblo. Después de escupirle en los ojos y de poner las manos sobre él, le preguntó:
―¿Puedes ver ahora?
24 El hombre alzó los ojos y dijo:
―Veo gente; parecen árboles que caminan.
25 Entonces le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y el ciego fue curado: recobró la vista y comenzó a ver todo con claridad. 26 Jesús lo mandó a su casa con esta advertencia:
―No vayas a entrar en el pueblo.[b]
La confesión de Pedro(C)
27 Jesús y sus discípulos salieron hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les preguntó:
―¿Quién dice la gente que soy yo?
28 ―Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que uno de los profetas —contestaron.
29 ―Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
―Tú eres el Cristo —afirmó Pedro.
30 Jesús les ordenó que no hablaran a nadie acerca de él.
Jesús predice su muerte(D)
31 Luego comenzó a enseñarles:
―El Hijo del hombre tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que a los tres días resucite.
32 Habló de esto con toda claridad. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo. 33 Pero Jesús se dio la vuelta, miró a sus discípulos, y reprendió a Pedro.
―¡Aléjate de mí, Satanás! —le dijo—. Tú no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
34 Entonces llamó a la multitud y a sus discípulos.
―Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga. 35 Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio la salvará. 36 ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? 37 ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? 38 Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.
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