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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Lucas 2-9

Nacimiento de Jesús

Por aquellos días, César Augusto mandó que se hiciera un censo en todo el imperio romano. Este primer censo se hizo cuando Cirenio era gobernador de Siria.

Todos tenían que ir a su pueblo de origen para inscribirse. También José, que era descendiente del rey David, tuvo que ir de Nazaret, que era una ciudad de la región de Galilea, a Belén, que estaba en Judea. Esa era la ciudad de David, y José fue allí para inscribirse junto con María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras estaban en Belén, a ella le llegó el tiempo, y dio a luz a su primer hijo. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado lugar para ellos en la posada.

Los pastores y los ángeles

Por aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando a sus ovejas. De pronto, un ángel del Señor se les apareció y la gloria del Señor brilló y los envolvió. Los pastores se llenaron de miedo. 10 Pero el ángel les dijo: «¡No tengan miedo! Les traigo buenas noticias que van a llenar de alegría a todo el pueblo: 11 Hoy ha nacido, en la ciudad de David, su Salvador, que es Cristo el Señor. 12 Se darán cuenta de que es él, porque lo encontrarán envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

13 De repente aparecieron muchos ángeles del cielo que alababan a Dios y decían:

14 «Gloria a Dios en las alturas,

y paz en la tierra para los que gozan de su buena voluntad».

15 Cuando los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha anunciado».

16 Fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Cuando lo vieron, contaron lo que les habían dicho acerca del niño.

18 Todos los que oyeron se quedaron asombrados de lo que decían los pastores. 19 Pero María guardaba todas estas cosas en su corazón y no dejaba de pensar en ellas.

20 Los pastores regresaron dando la gloria a Dios y alabándolo por lo que habían visto y oído. Todo sucedió tal como se les había dicho.

Presentación de Jesús en el templo

21 Ocho días más tarde fueron a circuncidar al niño, y le pusieron el nombre de Jesús, tal como el ángel le había dicho a María antes de quedar embarazada.

22 Cuando llegó el día en que, según la ley de Moisés, ellos debían purificarse, José y María llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor. 23 Así lo hicieron para cumplir con la ley del Señor, que dice: «Siempre que el primer hijo sea varón, deberán dedicárselo al Señor». 24 También fueron a ofrecer el sacrificio que manda la ley del Señor, que dice: «un par de tórtolas o dos pichones».

25 En aquel tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso. Vivía con la esperanza de que Dios libertara a Israel. El Espíritu Santo estaba con él 26 y le había hecho saber que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor. 27 El Espíritu Santo guio a Simeón y fue al templo. Cuando los padres del niño Jesús lo llevaron para cumplir con la costumbre que manda la ley, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

29 «Ahora, Soberano Señor, tu palabra se ha cumplido: ya puedes dejar que este tu siervo muera en paz, 30 porque mis ojos han visto tu salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos; 32 es la luz que alumbrará a las naciones y la gloria de tu pueblo Israel».

33 El padre y la madre del niño se quedaron asombrados de lo que decía de él. 34 Simeón los bendijo y le dijo a María, la madre de Jesús: «Este niño ha sido enviado para hacer que muchos caigan o se levanten en Israel. Él será una señal y muchos se le opondrán, 35 así se conocerán las intenciones de cada uno. Esto será para ti como una espada que te atravesará el alma».

36 También estaba en el templo una profetisa, Ana, hija de Penuel, que pertenecía a la tribu de Aser. Era muy anciana. Cuando era joven, había vivido con su esposo siete años, 37 pero entonces quedó viuda y ahora ya tenía ochenta y cuatro años de edad. Nunca salía del templo; se pasaba noche y día adorando a Dios con ayunos y oraciones. 38 Ana llegó también en aquel mismo momento, dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban que Dios liberara a Jerusalén.

39 Después de haber cumplido con todo lo que mandaba la ley, José y María regresaron a Galilea, a su propio pueblo de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía; se llenaba de sabiduría y Dios lo favorecía.

El niño Jesús en el templo

41 Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. 42 Cuando él cumplió doce años, fueron allá como era su costumbre. 43 Al terminar la fiesta, se regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se dieran cuenta. 44 Ellos caminaron todo un día pensando que Jesús iba entre los familiares y conocidos. Cuando lo buscaron 45 y no lo encontraron, volvieron a Jerusalén para buscarlo.

46 Después de tres días, lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que lo oían se quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. 48 Cuando sus padres lo vieron, también se quedaron admirados. Su madre le dijo:

―Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¡Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia!

49 Él le respondió:

―¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?

50 Pero ellos no entendieron lo que él les quería decir. 51 Entonces Jesús volvió con sus padres a Nazaret y los obedecía en todo. Pero su madre guardaba todas estas cosas en el corazón.

52 Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba más y más del favor de Dios y de la gente.

Juan el Bautista prepara el camino

Cuando ya llevaba quince años reinando Tiberio César, Poncio Pilato era gobernador de la región de Judea. Herodes gobernaba en Galilea; Felipe, el hermano de Herodes, gobernaba en Iturea y en la región de Traconite; y Lisanias gobernaba en Abilene. En aquel tiempo, los jefes de los sacerdotes eran Anás y Caifás. Entonces Dios le habló a Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto.

Juan fue entonces por toda la región del Jordán predicando a todos que debían ser bautizados y arrepentirse, para que Dios les perdonara sus pecados. Eso fue lo que estaba escrito de él en el libro del profeta Isaías: «Voz de uno que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, háganle sendas que estén derechas. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina será nivelada; los caminos torcidos serán enderezados y las sendas disparejas quedarán llanas. Todo el mundo verá la salvación de Dios”». Muchos iban a Juan para que los bautizara, y él les decía:

―¡Crías de víboras! ¿Quién les dijo que van a escaparse del castigo que se acerca? Produzcan frutos que demuestren que se han arrepentido. Y no piensen: “Somos descendientes de Abraham”, porque les digo que Dios puede aun de estas piedras darle descendientes a Abraham. Además, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

10 La gente le preguntaba:

―¿Entonces qué debemos hacer?

11 Y Juan les contestaba:

―El que tiene dos trajes, debe compartir con el que no tiene ninguno. El que tiene comida, compártala con el que no tiene.

12 Unos que cobraban impuestos vinieron también para que los bautizara, y le preguntaron:

―Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?

13 Él les respondió:

―No cobren más de lo que deben cobrar.

14 Unos soldados le preguntaron:

―Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?

Él les dijo:

―No les quiten a los demás lo que es de ellos ni acusen falsamente a nadie; y confórmense con su salario.

15 La gente se preguntaba si Juan sería el Cristo.

16 Juan entonces les respondió a todos:

―Yo los bautizo a ustedes con agua. Pero pronto viene uno que es más poderoso que yo y él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Yo ni siquiera merezco desatarle las correas de sus sandalias. 17 Él tiene el rastrillo en la mano para limpiar su era, y separará el trigo de la paja. El trigo lo recogerá en su granero y la paja la quemará en un fuego que nunca se apaga.

18 Juan usaba estas y muchas otras palabras para anunciar a la gente las buenas nuevas. 19 Él reprendió a Herodes, el que gobernaba en Galilea, por causa de su cuñada Herodías, y también por todas las otras cosas malas que había hecho. 20 Entonces Herodes hizo otra cosa peor: encerró a Juan en la cárcel.

Bautismo y genealogía de Jesús

21 En una ocasión en que todos iban para que Juan los bautizara, Jesús fue y también a él lo bautizó. Y mientras Jesús oraba, el cielo se abrió 22 y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma de paloma. Entonces se oyó una voz del cielo que decía:

―Tú eres mi Hijo amado; estoy muy contento contigo.

23 Jesús tenía unos treinta años de edad cuando comenzó su ministerio. Era, según se creía, hijo de José.

José era hijo de Elí, 24 hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melquí, hijo de Janay, hijo de José,

25 hijo de Matatías, hijo de Amós, hijo de Nahúm, hijo de Eslí, hijo de Nagay,

26 hijo de Máat, hijo de Matatías, hijo de Semeí, hijo de Josec, hijo de Judá,

27 hijo de Yojanán, hijo de Resa, hijo de Zorobabel, hijo de Salatiel, hijo de Neri,

28 hijo de Melquí, hijo de Adí, hijo de Cosán, hijo de Elmadán, hijo de Er,

29 hijo de Josué, hijo de Eliezer, hijo de Jorín, hijo de Matat, hijo de Leví,

30 hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de Jonán, hijo de Eliaquín,

31 hijo de Melea, hijo de Mainán, hijo de Matata, hijo de Natán, hijo de David,

32 hijo de Isaí, hijo de Obed, hijo de Booz, hijo de Salmón, hijo de Naasón,

33 hijo de Aminadab, hijo de Aram, hijo de Jezrón, hijo de Fares, hijo de Judá,

34 hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de Téraj, hijo de Najor,

35 hijo de Serug, hijo de Ragau, hijo de Péleg, hijo de Éber, hijo de Selaj,

36 hijo de Cainán, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec,

37 hijo de Matusalén, hijo de Enoc, hijo de Jared, hijo de Malalel, hijo de Cainán,

38 hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios.

Tentación de Jesús

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo llevó al desierto. Allí estuvo cuarenta días, y Satanás quería hacerlo caer en tentación. Durante todos esos días no comió nada; y cuando pasó ese tiempo, tuvo hambre. El diablo le dijo:

―Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.

Jesús le respondió:

―La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá la gente”.

Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto y desde allí le mostró en un momento todos los reinos del mundo.

El diablo le dijo:

―Te daré poder y autoridad sobre todos estos reinos y también te daré su grandeza, porque a mí me lo han dado y yo se lo doy a quien yo quiera. Todo esto será tuyo si me adoras. Jesús le contestó:

―La Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios y sírvele sólo a él”.

Luego el diablo lo llevó a Jerusalén, a la parte más alta del templo, y le dijo:

―Si eres el Hijo de Dios, tírate desde aquí, 10 pues en la Escritura dice: “Dios enviará a sus ángeles para cuidarte. 11 Ellos te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.

12 Jesús le respondió:

―También en la Escritura dice: “No pongas a prueba al Señor tu Dios”.

13 Después que el diablo trató por todos los medios de hacerlo caer en tentación, se alejó de él por un tiempo.

Rechazan a Jesús en Nazaret

14 Jesús regresó a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y adquirió fama por toda la región. 15 Enseñaba en las sinagogas y todos lo admiraban.

16 Cuando llegó a Nazaret, donde se había criado, un sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Allí se levantó a leer, 17 y le dieron el libro del profeta Isaías. Lo abrió y encontró el lugar donde dice:

18 «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado para anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, 19 para anunciar el año en que el Señor nos dará su favor».

20 Luego cerró el libro, se lo devolvió al encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían los ojos puestos en él.

21 Entonces él comenzó a decirles:

―Esta Escritura acaba de cumplirse hoy delante de ustedes.

22 Todos se expresaban bien de él y estaban admirados por las hermosas palabras que él hablaba.

Estaban intrigados y se preguntaban:

―¿No es este el hijo de José?

23 Jesús les dijo:

―Sin duda ustedes me dirán ese refrán: “Médico, cúrate a ti mismo. Haz aquí, en tu propia tierra, lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”. 24 Pero yo les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. 25 En tiempos de Elías no llovió por tres años y medio y hubo mucha hambre en toda la tierra. En Israel vivían muchas viudas en esa época; 26 sin embargo, a Elías no lo enviaron a ninguna de ellas, sino a una viuda de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. 27 Y en tiempos del profeta Eliseo había en Israel muchos enfermos de lepra, pero Eliseo no sanó a ninguno de ellos sino sanó a Naamán, que era de Siria.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se pusieron furiosos, 29 se levantaron y lo echaron fuera del pueblo. Lo llevaron a lo alto de la colina sobre la que estaba construido el pueblo, para arrojarlo desde allí, 30 pero él pasó por en medio de ellos y se fue.

Jesús expulsa a un espíritu maligno

31 Jesús se fue a Capernaúm, un pueblo de la región de Galilea, y enseñaba a la gente el día sábado. 32 Los que lo oían se sorprendían de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad.

33 En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por un espíritu malo que le gritó con todas sus fuerzas:

34 ―¡Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú. ¡El Santo de Dios!

35 Jesús le replicó:

―¡Cállate! ¡Sal de ese hombre!

Entonces el demonio derribó al hombre en medio de la gente y salió de él sin hacerle ningún daño. 36 Todos estaban muy asustados y se decían unos a otros:

―¿Qué tienen sus palabras? Con autoridad y poder les ordena a los espíritus malos que salgan, y salen.

37 Y por todo aquel lugar se hablaba de Jesús.

Jesús sana a muchos enfermos

38 Al salir Jesús de la sinagoga se fue a la casa de Simón. La suegra de este estaba enferma y con fiebre muy alta, y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella.

39 Él se inclinó sobre ella y ordenó que la fiebre se le quitara, y se le quitó. Ella en seguida se levantó y comenzó a servirles.

40 Al anochecer, la gente le llevó a Jesús todos los que tuvieran cualquier tipo de enfermedad. Él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. 41 También de muchas personas salían demonios que gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!».

Pero él los reprendía y no los dejaba hablar, porque sabían que era el Cristo.

42 Al amanecer, Jesús salió y se fue a un lugar solitario. La gente lo buscó por todas partes y, cuando lo encontraron, trataron de detenerlo para que no se fuera. 43 Pero él les dijo: «Tengo que anunciar las buenas noticias del reino de Dios a los demás pueblos, porque para eso fui enviado».

44 Y continuó anunciando las buenas noticias en las sinagogas de los judíos.

Llamamiento de los primeros discípulos

Un día, Jesús estaba a la orilla del lago de Genesaret y la gente lo apretujaba para oír el mensaje de Dios. Entonces vio dos barcas que estaban en la playa. Los pescadores las habían dejado allí mientras lavaban sus redes. Él subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó y desde la barca le enseñaba a la gente.

Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón:

―Lleva la barca adonde el agua está más profunda y allí echa tus redes para pescar. Simón le respondió:

―Maestro, toda la noche hemos trabajado sin descanso y no hemos pescado nada. Pero, puesto que tú me lo mandas, voy a echar las redes.

Ellos hicieron lo que él les dijo, y recogieron tantos peces que las redes se les rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que se empezaron a hundir.

Cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas ante Jesús y le dijo:

―¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!

Es que él y sus demás compañeros estaban asombrados por la gran pesca que habían hecho. 10 También estaban asombrados Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, socio de Simón.

Jesús le dijo a Simón:

―No tengas miedo, de ahora en adelante serás pescador de seres humanos.

11 Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús.

Jesús sana a un leproso

12 Un día que Jesús estaba en un pueblo, se presentó un hombre enfermo de lepra. Al ver a Jesús, se inclinó hasta tocar con su rostro el suelo y le suplicó:

―Señor, si quieres, puedes sanarme.

13 Jesús extendió la mano, tocó al hombre y le dijo:

―Sí quiero. ¡Queda sano!

Y en ese momento se le quitó la lepra.

14 Jesús le ordenó:

―No se lo digas a nadie. Ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda de purificación que Moisés ordenó, para que les sirva de testimonio.

15 Sin embargo, Jesús se hacía cada vez más famoso, y mucha gente iba para oírlo y para que la sanara de sus enfermedades. 16 Pero él con frecuencia se apartaba a lugares solitarios para orar.

Jesús sana a un paralítico

17 Un día que enseñaba, estaban sentados por allí algunos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y hasta de Jerusalén. Jesús mostraba el poder del Señor sanando a los enfermos.

18 Entonces llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico. Ellos querían entrar para ponerlo delante de Jesús, 19 pero no podían porque había allí mucha gente. Así que subieron al techo e hicieron un hueco entre las tejas, y bajaron al paralítico en la camilla en medio de la gente, hasta ponerlo frente a Jesús.

20 Cuando vio la fe de ellos, Jesús le dijo al que estaba postrado:

―Amigo, tus pecados quedan perdonados.

21 Los fariseos y los maestros de la ley comenzaron a pensar:

«¿Quién se cree este, que dice blasfemias? Sólo Dios puede perdonar pecados».

22 Pero Jesús sabía lo que estaban pensando y les dijo:

―¿Por qué piensan así? 23 ¿Qué es más fácil, decirle que sus pecados están perdonados o que se puede levantar y andar? 24 Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.

Entonces se dirigió al paralítico y le dijo:

―Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

25 En ese mismo instante, ante los ojos de todos, el hombre tomó la camilla en la que había estado acostado y se fue a su casa alabando a Dios. 26 Todos quedaron asombrados y comenzaron también a alabar a Dios. Y llenos de temor, decían:

―Hoy hemos visto cosas maravillosas.

Llamamiento de Leví

27 Después de esto salió Jesús y vio a un hombre llamado Leví que era recaudador de impuestos. Estaba sentado a la mesa donde cobraba. Jesús le dijo:

―Sígueme.

28 Leví se levantó, dejó todo y lo siguió.

29 Luego Leví le ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. También invitó a muchos de los recaudadores de impuestos y a otras personas.

30 Los fariseos y los maestros de la ley que pertenecían a su mismo grupo, se molestaron con los discípulos de Jesús y les dijeron: ¿Por qué comen y beben ustedes con recaudadores de impuestos y con pecadores? 31 Jesús les contestó:

―Los que están sanos no necesitan médico, sino los enfermos. 32 Yo no he venido a llamar a los justos para que se arrepientan, sino a los pecadores.

Le preguntan a Jesús sobre el ayuno

33 Algunos le dijeron a Jesús:

―Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y oran mucho, pero los tuyos se la pasan comiendo y bebiendo.

34 Jesús les respondió: —¿Acaso pueden ustedes hacer que los invitados a una boda ayunen mientras el novio está con ellos? 35 Va llegar el día en que les quiten al novio y entonces sí ayunarán.

36 Y les contó esta parábola:

―Nadie le corta un pedazo de tela a un vestido nuevo para remendar un vestido viejo. Si lo hace, echa a perder el vestido nuevo, y el retazo nuevo no se verá bien en el vestido viejo. 37 Tampoco nadie echa vino nuevo en odres viejos. Si lo hace, el vino nuevo hará que revienten los odres, el vino se derramará y los odres se echarán a perder. 38 Por eso, el vino nuevo se debe echar en odres nuevos. 39 Y cuando alguien probó el vino viejo, ya no quiere beber el nuevo, porque dice: “El añejo es mejor”.

Señor del sábado

Un sábado, Jesús y sus discípulos pasaban por los sembrados. Sus discípulos se pusieron a arrancar unas espigas de trigo y las restregaban con las manos para desgranarlas y comérselas. Entonces unos fariseos les dijeron:

―¿Por qué hacen ustedes lo que está prohibido hacer en sábado?

Jesús les contestó:

―¿No han leído ustedes lo que hizo David cuando él y sus hombres tuvieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes que estaban consagrados a Dios, que sólo a los sacerdotes se les permitía comer, y comieron él y sus hombres.

Y añadió:

―El Hijo del hombre es Señor aun del sábado.

Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Y había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Como los maestros de la ley y los fariseos vigilaban a Jesús tratando de encontrar algún motivo para acusarlo, querían ver si sanaba en sábado.

Aunque Jesús sabía lo que estaban pensando, llamó al hombre de la mano paralizada y le dijo:

―Levántate y ponte en medio de todos.

El hombre hizo como Jesús le había indicado y Jesús les dijo a los otros:

―Les voy a hacer una pregunta. ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?

10 Entonces Jesús miró a todos los que lo rodeaban y le dijo al hombre:

―Extiende tu mano.

Él la extendió, y su mano le quedó sana. 11 Pero los que querían acusarlo se llenaron de ira y comenzaron a hacer planes contra Jesús.

Los doce apóstoles

12 En aquellos días se fue Jesús a la montaña y pasó toda la noche orando a Dios. 13 Al amanecer, llamó a sus discípulos y entre ellos escogió a doce, a los que llamó apóstoles:

14 Simón (a quien le puso el nombre de Pedro) y su hermano Andrés, Jacobo, Juan, Felipe, Bartolomé, 15 Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón (al que llamaban Zelote), 16 Judas hijo de Jacobo, y Judas Iscariote (que fue el que lo traicionó).

Bendiciones y ayes

17 Jesús bajó de la montaña con ellos y se detuvo en un lugar llano. Allí lo esperaban muchos de sus discípulos y mucha gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. 18 Habían llegado para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades. También los que eran atormentados por espíritus malos quedaban sanos. 19 Todo el mundo quería tocar a Jesús, porque de él salía poder que los sanaba a todos.

20 Él entonces miró a sus discípulos y les dijo: «Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece.

21 »Dichosos ustedes los que ahora pasan hambre, porque tendrán pan en abundancia. Dichosos ustedes los que ahora lloran, porque después reirán.

22 »Dichosos ustedes cuando los odien, cuando los desprecien, los insulten y hablen mal de ustedes por causa del Hijo del hombre.

23 »Alégrense en ese día, llénense de gozo, porque hay una gran recompensa para ustedes en el cielo.

24 »Pero, ¡qué tristeza para ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo!

25 »¡Qué tristeza para ustedes los que ahora tienen en abundancia, porque pasarán hambre! ¡Qué tristeza para ustedes los que ahora ríen, porque luego se quejarán y llorarán!

26 »¡Qué tristeza cuando a ustedes todos los elogien! Porque los antepasados de los que ahora los elogian, elogiaron de la misma manera a los falsos profetas.

El amor a los enemigos

27 »Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, 28 bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. 29 Si alguien te pega en una mejilla, deja que te pegue también en la otra. Si alguien te quita la camisa, deja que se lleve también el abrigo. 30 A todo el que te pida, dale, y si alguien te quita lo que es tuyo, no le pidas que te lo devuelva. 31 Traten a los demás como a ustedes les gustaría que ellos los traten. 32 Si aman sólo a quienes los aman, ¿qué mérito tiene eso? Lo mismo hacen los pecadores. 33 Y si ustedes sólo le hacen bien a quien les hacen bien, ¿qué mérito tienen ustedes? Los pecadores lo hacen así. 34 Y si ustedes les dan prestado sólo a los que pueden darles algo, ¿qué mérito tienen ustedes? Los pecadores se prestan unos a otros esperando recibir el mismo trato.

35 »Ustedes amen a sus enemigos, háganles el bien y préstenles sin esperar nada a cambio. Si lo hacen tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno tanto con los ingratos como con los malos. 36 Ustedes sean compasivos, así como su Padre es compasivo.

El juzgar a los demás

37 »No juzguen a los demás y así no los juzgarán a ustedes. No condenen a los demás y no los condenarán a ustedes. Perdonen, y serán perdonados. 38 Den, y les darán a ustedes; es más, les echarán en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y repleta. El principio es este: con la medida con la que midan a los demás los medirán a ustedes».

39 También les contó esta parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? 40 El discípulo no sabe más que su maestro, pero todo discípulo que ha completado sus estudios puede llegar a igualar a su maestro.

41 »¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no te fijas en la viga que tienes en el tuyo? 42 ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la paja que tienes en tu ojo”, si tú no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que tienes en tu ojo, y entonces podrás ver con claridad para sacar la paja del ojo de tu hermano.

El árbol y su fruto

43 »Ningún árbol bueno da fruto malo, ni ningún árbol malo da fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por el fruto que produce. De los espinos no se pueden recoger higos ni de las zarzas se cosechan uvas. 45 El hombre que es bueno hace el bien, porque en su corazón tiene un tesoro de bondad. Pero el que es malo hace el mal, porque eso es lo que llena su corazón. De lo que abunda en su corazón es de lo que habla su boca.

El prudente y el insensato

46 »¿Por qué me llaman “Señor, Señor”, si no me obedecen? 47 Les voy a decir a quién se parece todo el que viene a mí, oye lo que enseño y me obedece: 48 Se parece a un hombre que construyó su casa sobre la roca, cavó muy hondo y puso allí los cimientos. Cuando vino una inundación, la corriente de agua azotó la casa, pero ni siquiera la movió porque estaba bien construida. 49 Pero el que oye lo que enseño y no me obedece se parece al hombre que construyó su casa sobre tierra y sin cimientos. Cuando la corriente de agua la azotó, la casa se derrumbó y quedó echa pedazos».

La fe del centurión

Cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Capernaúm. Allí vivía un capitán del ejército romano que tenía un siervo al que estimaba mucho. Y ese siervo estaba enfermo, al borde de la muerte. El capitán oyó hablar de Jesús y mandó a varios ancianos de los judíos a pedirle que fuera y sanara a su siervo. Al llegar ellos ante Jesús, le suplicaron:

―Ese hombre merece que hagas lo que te pide. Ama tanto a nuestra nación que nos construyó una sinagoga.

Jesús fue con ellos. Y cuando ya estaba cerca de la casa, el capitán mandó a unos amigos a decirle:

―Señor, no te molestes, pues no merezco que entres en mi casa. Por eso no fui yo mismo a buscarte. Yo sé que con una sola palabra que digas, mi siervo sanará, pues yo mismo estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores y también a dar ordenes a mis soldados. Si yo le digo a uno: “Ve” él va, y si le digo al otro: “Ven” él viene. Y si le digo a mi siervo: “Haz esto”, él lo hace.

Jesús, al oír aquel mensaje se asombró, y mirando a la gente que lo seguía dijo:

―Ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande.

10 Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron sano al siervo.

Jesús resucita al hijo de una viuda

11 Poco después, Jesús, acompañado de mucha gente y de sus discípulos, se dirigió a un pueblo llamado Naín. 12 Cuando se acercaba a las puertas del pueblo, vio que llevaban a enterrar a un muerto. Se trataba del único hijo de una viuda, a quien acompañaba mucha gente del pueblo.

13 Al verla el Señor, tuvo compasión de ella y le dijo:

―No llores.

14 Se acercó luego y tocó la camilla. Los que la llevaban se detuvieron, y Jesús dijo:

―¡Joven, te ordeno que te levantes!

15 Entonces el muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 La gente se llenó de miedo y, alabando a Dios, decía:

―Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha venido a ayudar a su pueblo.

17 Lo que Jesús había hecho se supo por toda Judea y sus alrededores.

Jesús y Juan el Bautista

18 Los discípulos de Juan le contaron todas estas cosas. Él llamó a dos de ellos 19 y los mandó a preguntarle a Jesús:

―¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?

20 Cuando ellos se acercaron a Jesús, le dijeron:

―Juan el Bautista nos envió a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? 21 En ese momento Jesús sanó a muchos que estaban enfermos o sufriendo, a personas que tenían espíritus malos y a muchos ciegos, a los que les dio la vista. 22 Luego les respondió:

―Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. 23 ¡Y dichoso el que no tropiece por causa de mí!

24 Cuando se fueron los discípulos de Juan, Jesús comenzó a hablarle a la gente acerca de Juan: «Ustedes, ¿qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa lujosa? No, pues los que visten ropas lujosas y viven en placeres están en los palacios de los reyes. 26 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Sí, y a alguien que es más que profeta. 27 Él es de quien la Escritura dice: “Voy a enviar mi mensajero delante de ti, él te preparará el camino”. 28 Les digo que entre todos los hombres no hay otro más grande que Juan. Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él».

29 Todo el pueblo, hasta los que cobraban impuestos, al oír esto reconocieron que lo que Dios pide es justo e hicieron que Juan los bautizara. 30 Pero los fariseos y los maestros de la ley no quisieron que Juan los bautizara, y de esta manera rechazaron el propósito que Dios tenía para ellos.

31 «Entonces, ¿con qué compararé a la gente de esta generación? ¿A quién se parecen? 32 Se parecen a los niños que se sientan en la plaza y les gritan a otros niños: “Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; cantamos canciones tristes, y ustedes no lloraron”. 33 Vino Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen que tiene un demonio. 34 Luego vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y ustedes dicen que es un glotón y un borracho, que es amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. 35 Pero la sabiduría se demuestra por los que la siguen».

Una mujer pecadora unge a Jesús

36 Un fariseo invitó a Jesús a comer. Él fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer que vivía en aquel pueblo y tenía mala fama, se enteró de que Jesús estaba comiendo en aquella casa. La mujer llegó allí con un frasco de alabastro lleno de perfume. 38 Se colocó, llorando, a los pies de Jesús, y con sus lágrimas se los mojaba. Luego se los secaba con sus cabellos, se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Cuando el fariseo que había invitado a Jesús vio esto pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer que tiene mala fama».

40 Entonces Jesús le dijo:

―Simón, tengo algo que decirte.

Él respondió:

―Dime, Maestro.

41 ―Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. 42 Como ellos no tenían con qué pagarle, les perdonó a los dos la deuda. Ahora dime, ¿cuál de los dos lo amará más?

43 Simón contestó:

―Supongo que el hombre al que más le perdonó.

Jesús le dijo:

―Haz juzgado bien.

44 Luego, mirando a la mujer le dijo a Simón:

―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para mis pies, pero ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. 45 Tú no me saludaste con un beso, pero ella desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. 46 Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. 47 Por eso te digo que ella ama mucho porque sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero al que se le perdonan pocos pecados, poco ama.

48 Entonces Jesús le dijo a la mujer:

―Tus pecados ya están perdonados.

49 Los demás invitados comenzaron a preguntarse: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».

50 Jesús también le dijo a la mujer:

―Tu fe te ha salvado; vete tranquila.

Parábola del sembrador

Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas anunciando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce y algunas mujeres a las que él había sanado de espíritus malignos y de diferentes enfermedades. Entre ellas estaba María, a la que llamaban Magdalena, de la que habían salido siete demonios. También estaban Juana, que era esposa de Cuza, el administrador de Herodes, Susana y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían.

Mucha gente salió de los pueblos para ver a Jesús, y cuando todos estaban reunidos, él les contó esta parábola:

«Un sembrador salió a sembrar. Al sembrar la semilla, una parte cayó junto al camino, la pisotearon y los pájaros se la comieron. Otra parte cayó sobre las piedras; esa semilla brotó, pero por falta de humedad se secó. Otra parte cayó entre los espinos y brotó, pero los espinos la ahogaron y no la dejaron crecer. Pero otra parte cayó en buena tierra, brotó, creció y produjo por cada semilla cien granos». Cuando terminó de hablar dijo con voz fuerte: «El que tenga oídos para oír, que oiga».

Luego sus discípulos le preguntaron el significado de esa parábola. 10 Él les contestó: «A ustedes se les ha permitido conocer los secretos del reino de Dios, pero a los demás les hablo por medio de parábolas para que, “aunque miren, no vean y, aunque oigan, no entiendan”. 11 Esto es lo que significa la parábola: La semilla representa la palabra de Dios. 12 Las que cayeron junto al camino representan a los que oyen, pero luego viene el diablo y les quita la palabra del corazón, para que no crean y se salven. 13 La que cayó sobre las piedras representa a los que oyen la palabra y la reciben con alegría, pero como no tienen raíz, creen por un tiempo y después se apartan cuando llega la prueba. 14 La que cayó entre los espinos representa a los que oyen, pero después de un tiempo los ahogan las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. 15 La que cayó en buena tierra representa a los que oyen la palabra con un corazón bueno y sincero. Estos la retienen y, porque perseveran, producen una buena cosecha.

Una lámpara en una repisa

16 »Nadie enciende una lámpara y la cubre con una olla o la pone debajo de la cama. Lo que hace es ponerla en un lugar alto para que los que entren a la casa tengan luz. 17 No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni hay nada secreto que no llegue a conocerse públicamente. 18 Por eso, pongan mucha atención, pues al que tiene, se le dará más; pero al que no tiene, aun lo que cree tener se le quitará».

La madre y los hermanos de Jesús

19 La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero no podían acercarse a él porque había mucha gente. 20 Entonces le avisaron:

―Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte.

21 Pero él les contestó: —Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la obedecen.

Jesús calma la tormenta

22 Un día, Jesús subió a una barca con sus discípulos y les dijo:

―Vamos al otro lado del lago.

Y partieron. 23 Mientras navegaban, él se quedó dormido. Entonces se desató una tormenta sobre el lago, y la barca comenzó a hundirse poniéndolos a ellos en peligro. 24 Los discípulos fueron a despertar a Jesús y lo llamaron a gritos:

―¡Maestro, Maestro, nos estamos hundiendo!

Él se levantó y ordenó al viento y a las olas que se calmaran. La tormenta se detuvo y todo quedó tranquilo.

25 Después les dijo a sus discípulos:

―¿Dónde está la fe de ustedes?

Ellos, llenos de temor y asombro, se decían unos a otros: «¿Quién será este hombre que aun los vientos y el mar lo obedecen?».

Liberación de un endemoniado

26 Siguieron navegando hasta la otra orilla del lago, hasta la región de los gerasenos, frente a Galilea. 27 Al bajar Jesús de la barca, un endemoniado que venía del pueblo le salió al encuentro. Este hombre desde hacía mucho tiempo andaba desnudo y no vivía en una casa sino en los sepulcros. 28 Cuando vio a Jesús, lanzó un grito y cayó de rodillas ante él. Entonces dijo a gran voz:

―¿Qué quieres conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me atormentes!

29 Decía eso porque Jesús le había ordenado al espíritu maligno que saliera del hombre. Ese espíritu se había apoderado de él muchas veces. Al hombre le ponían cadenas en los pies y en las manos para sujetarlo, y lo mantenían vigilado, pero él rompía las cadenas y el demonio lo hacía huir a lugares solitarios.

30 Jesús le preguntó:

―¿Cómo te llamas?

Respondió:

―Legión.

Así contestó porque habían entrado en él muchos demonios. 31 Estos le suplicaban que no los mandara al abismo.

32 Como había en la colina muchos cerdos comiendo, los demonios le rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos. Y él les dio permiso. 33 Cuando los demonios salieron del hombre, entraron en los cerdos. Y todos los cerdos corrieron hacia el lago por el despeñadero y se ahogaron.

34 Los que cuidaban a los cerdos vieron lo que pasó y se fueron a llevar la noticia al pueblo y por los campos. 35 La gente salió a ver lo que había pasado. Al llegar, encontraron a Jesús y, sentado a sus pies, al hombre del que habían salido los demonios. Cuando lo vieron vestido y en su sano juicio, se llenaron de miedo. 36 Los que vieron estas cosas le contaron a la gente cómo había sido sanado el endemoniado. 37 Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se fuera de allí, porque todos tenían mucho miedo.

En el momento en que Jesús subía a la barca para irse, 38 el hombre del que habían salido los demonios le suplicó que lo dejara acompañarlo; pero Jesús le dijo:

39 ―Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti.

El hombre se fue y le contó a todo el pueblo lo que Jesús había hecho por él.

Una niña muerta y una mujer enferma

40 Cuando Jesús regresó, la gente lo recibió con alegría, pues todos lo estaban esperando. 41 En eso llegó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Se arrojó a los pies de Jesús y le suplicó que fuera a su casa, 42 porque su única hija, que tenía doce años, se estaba muriendo.

Mientras Jesús iba hacia allá, la gente lo apretujaba.

43 Entre la gente había una mujer que estaba enferma desde hacía doce años. Tenía derrames de sangre y nadie había podido sanarla, a pesar de haber gastado cuanto tenía en médicos. 44 Ella se acercó a Jesús por detrás y le tocó el borde del manto. En ese mismo momento quedó sana.

45 Jesús preguntó:

―¿Quién me tocó?

Como todos negaban haberlo tocado, Pedro le dijo:

―Maestro, es mucha la gente que te aprieta y empuja.

46 Jesús respondió:

―Pero alguien me ha tocado; lo sé porque de mí ha salido poder.

47 La mujer, al verse descubierta, fue temblando y se arrojó a los pies de Jesús. Y allí, frente a toda la gente, le contó por qué lo había tocado y cómo en ese mismo momento había quedado sana.

48 Le dijo Jesús:

―Hija, tu fe te ha sanado. Vete tranquila.

49 Jesús estaba todavía hablando, cuando llegó alguien de la casa de Jairo, el jefe de la sinagoga, y le dijo:

―Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.

50 Jesús, que lo oyó, le dijo a Jairo:

―No tengas miedo; nada más cree y ella se sanará.

51 Cuando llegó a la casa de Jairo, sólo permitió que entraran con él Pedro, Juan, Jacobo y el padre y la madre de la niña; y nadie más. 52 Todos estaban llorando y lamentaban la muerte de la niña. Pero Jesús les dijo:

―¡No lloren! Ella no está muerta, sino dormida.

53 La gente empezó a burlarse de él, porque sabían que estaba muerta. 54 Pero él la tomó de la mano y le dijo:

―¡Niña, levántate!

55 Ella volvió a la vida y al instante se levantó. Entonces Jesús mandó que le dieran de comer.

56 Los padres estaban asombrados, pero él les ordenó que no contaran a nadie lo que había sucedido.

Jesús envía a los doce

Jesús reunió a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad para echar fuera a todos los demonios y para sanar enfermedades. Los envió a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.

Les dijo: «No lleven nada para el camino: ni bastón, ni bolsa, ni comida, ni dinero, ni más ropa que la que traen puesta. En la casa a la que lleguen, quédense hasta que salgan de ese pueblo. Si en algún pueblo no quieren recibirlos, al salir de allí sacúdanse el polvo de los pies como un testimonio contra ellos».

Entonces se fueron de pueblo en pueblo anunciando las buenas noticias y sanando a los enfermos.

Cuando Herodes se enteró de todo lo que estaba sucediendo, quedó confundido. Es que algunos decían que Juan había resucitado. Otros sostenían que Elías había aparecido; y aun otros, que había resucitado alguno de los antiguos profetas.

Pero Herodes dijo: «Yo mismo mandé que a Juan le cortaran la cabeza. ¿Quién será entonces este, de quien oigo estas cosas?».

Y buscaba la oportunidad de verlo.

Jesús alimenta a los cinco mil

10 Cuando los apóstoles regresaron, le contaron a Jesús lo que habían hecho. Él se los llevó sólo a ellos a un pueblo llamado Betsaida. 11 Pero la gente se dio cuenta donde estaba y lo siguió. Él los recibió y les habló del reino de Dios, y sanó a los enfermos. 12 Como empezaba a oscurecer, los doce se le acercaron y le dijeron:

―Despide a la gente, para que vaya a los campos y pueblos cercanos a buscar comida y alojamiento, pues aquí no hay nada.

13 Jesús les dijo:

―Denles ustedes de comer.

Ellos le respondieron:

―No tenemos más que cinco panes y dos pescados. Para dar de comer a toda esta gente tendríamos que ir a comprar comida. 14 Había allí como cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos:

―Hagan que la gente se siente en grupos de cincuenta.

15 Los discípulos así lo hicieron, y todos se sentaron. 16 Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al cielo y los bendijo. Luego los partió y se los dio a los discípulos para que los repartieran a la gente. 17 Todos comieron hasta quedar satisfechos; y recogieron doce canastas con los pedazos que sobraron.

La confesión de Pedro

18 Un día en que Jesús estaba orando a solas, sus discípulos lo acompañaban, y él les preguntó:

―¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Ellos le respondieron:

―Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que eres Elías, y otros que eres uno de los antiguos profetas que ha resucitado.

20 ―Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Pedro contestó:

―Eres el Cristo de Dios.

21 Jesús les dio órdenes estrictas de que no le dijeran esto a nadie. Y les explicó:

22 ―El Hijo del hombre va a sufrir mucho y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.

23 Entonces se dirigió a todos y les dijo:

―El que quiera ser mi discípulo debe olvidarse de sí mismo, llevar su cruz cada día y seguirme, 24 porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la salvará. 25 ¿De qué le sirve a alguien ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? 26 Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria del Padre y de los santos ángeles. 27 Les aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto el reino de Dios.

La transfiguración

28 Más o menos ocho días después de haber dicho esto, Jesús, acompañado de Pedro, Juan y Jacobo, subió a una montaña para orar. 29 Mientras oraba, su cara cambió y su ropa se volvió blanca y brillante. 30 Entonces aparecieron dos hombres: eran Moisés y Elías que conversaban con Jesús. 31 Estaban rodeados de gloria, y hablaban de la partida de Jesús, que iba a ocurrir en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros se habían quedado dormidos, rendidos por el cansancio. Pero cuando se despertaron, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33 Mientras estos hombres se alejaban de Jesús, Pedro le dijo:

―Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Podemos construir tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Pero él no sabía lo que decía.

34 No había terminado de hablar cuando apareció una nube que los envolvió y ellos se llenaron de miedo. 35 De la nube salió una voz que dijo: «Este es mi Hijo, al que yo escogí. Escúchenlo».

36 Después que se oyó la voz, Jesús quedó solo.

Los discípulos por algún tiempo no le dijeron nada a nadie de lo que habían visto.

Jesús sana a un muchacho endemoniado

37 Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, mucha gente les salió al encuentro. 38 De entre toda esa gente, un hombre le dijo:

―Maestro, te ruego que ayudes a mi hijo, pues es el único que tengo. 39 Un espíritu se apodera de él y, de repente, hace gritar al muchacho. También lo sacude con violencia y hace que eche espuma por la boca. Cuando por fin lo suelta, lo deja todo lastimado.

40 Les rogué a tus discípulos que echaran fuera al espíritu, pero no pudieron.

41 Respondió Jesús:

―¡Oh, gente falta de fe y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.

42 Cuando el muchacho se acercaba, el demonio lo derribó e hizo que temblara con violencia. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre. 43 Todos quedaron asombrados ante la grandeza de Dios.

Y mientras la gente seguía tan asombrada por todo lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:

44 ―Pongan mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.

45 Pero los discípulos no entendían lo que Jesús quería decir con esto. Todavía todo estaba como nublado para ellos y no podían comprenderlo. Y no se atrevían a preguntarle.

¿Quién va a ser el más importante?

46 Cierto día, los discípulos comenzaron a discutir acerca de quién de ellos sería el más importante. 47 Jesús sabía lo que ellos pensaban, así que tomó a un niño y lo puso junto a él. 48 Les dijo:

―El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que es más insignificante entre todos ustedes, ese es el más importante.

49 Juan le dijo:

―Maestro, vimos a un hombre que echaba fuera demonios en tu nombre, pero como no anda con nosotros, tratamos de que no lo hiciera.

50 Jesús les respondió:

―No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes.

La oposición de los samaritanos

51 Cuando se acercaba el tiempo de que Jesús subiera al cielo, él se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén. 52 Envió por delante mensajeros, que fueron a un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. 53 Pero allí no quisieron recibirlo, porque sabían que se dirigía a Jerusalén.[a] 54 Cuando Jacobo y Juan, sus discípulos, vieron esto, le preguntaron:

―Señor, ¿quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los destruya?

55 Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió.

56 Luego siguieron su camino hacia otro pueblo.

Lo que cuesta seguir a Jesús

57 Cuando iban por el camino, alguien le dijo:

―Te seguiré a dondequiera que vayas.

58 Jesús le respondió:

―Las zorras tienen guaridas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene ni donde recostar la cabeza.

59 En otra ocasión, a otro le dijo:

―Sígueme.

Él le contestó:

―Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre.

60 Jesús le respondió:

―Deja que los muertos entierren a sus propios muertos. Tu deber es ir y anunciar el reino de Dios.

61 Otro le dijo:

―Señor, yo te seguiré, pero primero déjame ir a despedirme de mi familia.

62 Jesús le respondió:

―El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es útil para el reino de Dios.

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