Bible in 90 Days
Omrí, rey de Israel
21 El reino de Israel se dividió en dos: la mitad del pueblo siguió a Omrí, y la otra mitad, a Tibni hijo de Guinat. 22 Pero Omrí venció, y Tibni fue muerto; entonces Omrí reinó sin oposición.
23 El rey Asá de Judá llevaba treinta y un años en el trono, cuando Omrí comenzó a reinar sobre Israel. Su reinado duró doce años, seis de ellos en Tirsá. 24 Omrí le compró a un tal Sémer el monte de Samaria por sesenta y siete kilos de plata, y edificó allí una ciudad, a la que llamó Samaria en honor de Sémer. 25 Pero Omrí fue peor que todos los reyes que hubo antes de él; 26 adoró ídolos a la manera de Jeroboán e hizo que Israel cometiera su mismo pecado. Y esto provocó grandemente la ira del Señor, Dios de Israel. 27 El resto de la historia de Omrí está escrita en el libro de los reyes de Israel.
28 Cuando Omrí murió, fue sepultado en Samaria, y reinó en su lugar su hijo Acab.
Acab, rey de Israel
29 El rey Asá llevaba treinta y ocho años de reinado en Judá, cuando Acab comenzó a reinar sobre Israel; y Acab reinó durante veintidós años, en Samaria. 30 Pero fue aún más perverso que su padre Omrí, y peor que cualquier otro rey de Israel. 31 Y como si esto no fuera suficiente, se casó con Jezabel, la hija del rey Et Baal de los sidonios, y comenzó a adorar a Baal. 32 Primero edificó en Samaria un templo y un altar para Baal. 33 Luego hizo otros ídolos, como el de la diosa Aserá, y con esto provocó la ira del Señor, Dios de Israel, más que cualquiera de los demás reyes que Israel había tenido antes de él.
34 Fue durante su reinado que Jiel, un hombre de Betel reedificó la ciudad de Jericó. Cuando puso los cimientos, murió su hijo mayor Abirán; y cuando la completó y colocó las puertas, murió su hijo menor Segub. Así se cumplió la maldición que el Señor había lanzado sobre Jericó, por medio de Josué hijo de Nun.
Elías es alimentado por los cuervos
17 Elías, el profeta de Tisbé de Galaad, le dijo al rey Acab: «Tan cierto como que el Señor, Dios de Israel, vive, el Dios al cual adoro y sirvo, te digo que no habrá rocío ni lluvia durante varios años en Israel, hasta que yo lo diga».
2 El Señor le dijo a Elías: 3 «Ve hacia el oriente y escóndete en el arroyo de Querit, al oriente de donde desemboca en el río Jordán. 4 Beberás agua del arroyo y comerás lo que los cuervos te lleven, porque yo les he ordenado que te den de comer».
5 Elías hizo lo que el Señor le había dicho, y fue y acampó junto al arroyo. 6 Los cuervos le traían pan y comida cada mañana y cada tarde, y bebía del arroyo.
La viuda de Sarepta
7 Pero después de un tiempo, el arroyo se secó, porque no llovía en ningún lugar de la tierra. 8-9 Entonces el Señor le dijo: «Vete a vivir al pueblo de Sarepta, junto a la ciudad de Sidón. Allí hay una viuda, a la que le he ordenado que te dé comida».
10 Entonces él se fue a Sarepta. Cuando llegó junto a las puertas de la ciudad, vio a una viuda que recogía leña, y le pidió un vaso de agua.
11 Cuando ella iba a buscarlo, él la llamó, y le dijo:
―Además, tráeme un pedazo de pan.
12 Pero ella le respondió:
―La verdad es que no tengo ni un solo pedazo de pan. Lo único que me queda es un puñado de harina y un poco de aceite. Estaba juntando algunas ramas para hacer fuego, para preparar mi última comida, para que luego mi hijo y yo nos muramos de hambre. Esto es tan cierto como que el Señor tu Dios vive.
13 Pero Elías le dijo:
―No temas. Anda y haz lo que habías pensado hacer; pero antes prepárame un pan con lo que tienes. Luego prepara algo para ti y para tu hijo. 14 Porque el Señor, Dios de Israel, dice que siempre habrá suficiente harina y aceite en tus depósitos hasta el día en que él envíe la lluvia, y vuelva a haber cosecha.
15 Ella hizo lo que Elías dijo; y los tres siguieron comiendo de la provisión de harina y aceite todo el tiempo que fue necesario. 16 No importaba qué cantidad usara, siempre quedaba suficiente en los depósitos, tal como el Señor lo había prometido por medio de Elías.
17 Pero un día se enfermó el hijo de la mujer, y murió.
18 ―¡Varón de Dios! —lloró ella—, ¿qué me has hecho? ¿Has venido aquí a castigarme por mis pecados, y a matar a mi hijo?
19 ―Dámelo —respondió Elías.
Elías tomó el cuerpo del niño y lo llevó al aposento alto, a la pieza de huéspedes donde vivía, y puso al niño en la cama. 20 Luego clamó al Señor: «Señor mi Dios, ¿por qué le has mandado la muerte al hijo de esta viuda que me está hospedando?». 21 Enseguida, se extendió sobre el niño tres veces, y clamó al Señor: «¡Señor mi Dios, permite que este niño vuelva a la vida!».
22 El Señor oyó la oración de Elías, y el niño volvió a vivir. 23 Entonces Elías lo llevó abajo y se lo entregó a su madre:
―¡Mira, tu hijo vive! —le dijo.
24 ―Ahora sé ciertamente que tú eres un profeta —le dijo ella— y que todo lo que tú dices viene de parte del Señor.
Elías y Abdías
18 Tres años más tarde, el Señor le dijo a Elías: «Ve y dile al rey Acab que pronto enviaré lluvia nuevamente». 2 Entonces Elías fue a decírselo. Debido a la sequía era mucha el hambre que había en Samaria.
3-4 El hombre que estaba a cargo de la casa de Acab era Abdías, un devoto servidor del Señor. Una vez, cuando la reina Jezabel trató de matar a todos los profetas del Señor, Abdías escondió a un centenar de ellos en dos cuevas, cincuenta en cada una, y los alimentó con pan y agua.
5 Aquel mismo día, mientras Elías iba al encuentro del rey Acab, este le había dicho a Abdías: «Debemos recorrer la tierra en busca de arroyos y ríos. Es probable que encontremos pasto para alimentar los caballos y las mulas, porque si no, se van a morir de hambre».
6 Así que cada uno tomó una dirección opuesta, para ir a recorrer la tierra. 7 Repentinamente, Abdías vio que Elías se le acercaba. Abdías lo reconoció inmediatamente y cayó en tierra delante de él.
―¿Es usted, mi señor Elías? —le preguntó.
8 ―Sí, soy yo —respondió Elías—. Ahora ve y dile al rey que yo estoy aquí.
9 ―Señor —protestó Abdías—, ¿qué mal he cometido yo, para que usted me envíe a darle ese mensaje a Acab? ¡Eso es entregarme en sus manos para que me mate! 10 Porque, ciertamente, el rey lo ha buscado a usted por todas las naciones y reinos de la región. Cada vez que se le ha dicho: “Elías no está aquí”, el rey Acab ha obligado al rey de esa nación a jurarle que le está diciendo la verdad. 11 Y ahora, usted me dice: “Ve y dile que Elías está aquí”. 12 Pero en cuanto yo me haya ido, el Espíritu del Señor se lo llevará a usted a quién sabe qué lugar, y cuando Acab venga y no lo encuentre, me matará. Usted bien sabe que yo he sido un verdadero siervo del Señor toda mi vida. 13 ¿No le han contado que cuando Jezabel estaba tratando de matar a los profetas del Señor, yo escondí a un centenar de ellos en dos cuevas, y les di pan y agua? 14 Y ahora usted me dice: “Ve y dile al rey que Elías está aquí”. Señor, si hago eso soy hombre muerto.
15 Pero Elías le dijo:
―Te juro por el Señor, el Dios Todopoderoso, en cuya presencia estoy, que hoy me presentaré ante Acab.
Elías en el monte Carmelo
16 Entonces Abdías fue y le dijo a Acab que Elías había llegado; y Acab fue a encontrarse con él.
17 ―¡Así que tú eres el hombre que ha traído todo este desastre sobre Israel! —exclamó Acab, en cuanto lo vio.
18 ―Tú eres el que ha traído este desastre —respondió Elías—. Porque tú y tu familia se han negado a obedecer al Señor, y han adorado a Baal. 19 Ahora, convoca a todo el pueblo de Israel. Diles que vayan al monte Carmelo, junto con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Aserá, que tienen el apoyo de Jezabel.
20 Entonces Acab convocó a todo el pueblo y a los profetas en el monte Carmelo. 21 Una vez allí, Elías les dijo:
―¿Hasta cuándo estarán ustedes vacilando entre dos opiniones? —le preguntó al pueblo—. ¡Si el Señor es Dios, síganlo; pero si Baal es Dios, sigan a Baal!
22 Y añadió:
―Yo soy el único profeta que queda de los profetas del Señor, pero Baal tiene cuatrocientos cincuenta profetas. 23 Traigan ahora dos becerros. Los profetas de Baal pueden elegir uno de ellos, cortarlo en pedazos y ponerlo sobre la leña en el altar, pero sin encender fuego bajo la leña; yo prepararé el otro becerro y lo pondré sobre la leña, en el altar del Señor, y tampoco encenderé fuego debajo. 24 Entonces ustedes oren a su dios, y yo oraré al Señor. El que responda enviando fuego para encender la leña, ese es el verdadero Dios.
Todo el pueblo estuvo de acuerdo en someterse a esta prueba.
25 Elías se volvió a los profetas de Baal, y les dijo:
―Empiecen ustedes, pues son la mayoría. Escojan uno de los becerros, prepárenlo, y luego invoquen a su dios; pero no enciendan fuego debajo de la leña.
26 Ellos prepararon uno de los becerros y lo pusieron sobre el altar. Y estuvieron invocando a Baal toda la mañana.
―Baal, óyenos —gritaban, mientras saltaban alrededor del altar que habían construido.
Pero no recibieron respuesta de ningún tipo. 27 Alrededor del mediodía, Elías comenzó a burlarse de ellos:
―Ustedes tienen que gritar más fuerte —les decía—. De seguro que es dios, pero tienen que llamar su atención. Quizás está conversando con alguien, o quizás está sentado meditando, o quizás está de viaje, o se ha dormido y hay que despertarlo.
28 Entonces ellos gritaron con más fuerza y, según era su costumbre, comenzaron a cortarse con cuchillos y espadas hasta chorrear sangre. 29 Gritaron toda la tarde hasta la hora del sacrificio, pero no hubo respuesta; no sucedió nada, nadie les prestó atención.
30 Entonces Elías llamó al pueblo:
―Acérquense —les dijo.
Y todos se acercaron mientras él reparaba el altar del Señor, que estaba destruido. 31 Tomó doce piedras, una en representación de cada tribu de Israel, 32 y usó las piedras para reedificar el altar del Señor. Luego cavó una zanja donde cabían unos doce litros de agua. 33 Puso la leña sobre el altar, cortó en pedazos el becerro y puso los trozos sobre la leña.
―Llenen cuatro cántaros de agua —dijo— y derramen el agua sobre el becerro y la leña.
Después que lo hicieron les dijo:
34 ―Háganlo nuevamente—. Y ellos lo hicieron.
―Háganlo una vez más —volvió a decirles.
Ellos lo hicieron, 35 y el agua corrió alrededor del altar y llenó la zanja que Elías había hecho.
36 Cuando llegó la hora del acostumbrado sacrificio de la tarde, Elías se dirigió hasta el altar y oró: «Señor, Dios de Abraham, Isaac e Israel, demuestra que tú eres el Dios de Israel, y que yo soy tu siervo; demuestra que yo he hecho todo esto por orden tuya. 37 Señor, respóndeme. Respóndeme para que esta gente sepa que tú eres Dios, y que quieres que ellos se vuelvan a ti».
38 Entonces, repentinamente, descendió fuego del cielo y quemó el becerro, la leña, las piedras, el polvo, e hizo que se evaporara el agua que había en la zanja.
39 Y cuando los que estaban allí vieron esto, se inclinaron con sus rostros en tierra, gritando:
―¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!
40 Entonces Elías les ordenó:
―¡Agarren a todos los profetas de Baal! ¡Que ninguno escape!
Ellos los atraparon a todos, y Elías los condujo al arroyo de Quisón, y allí los degolló.
41 Después Elías le dijo a Acab:
―Ve y disfruta de una buena comida. Oigo que se acerca una tormenta.
42 Enseguida Acab se fue a comer y a beber. Pero Elías se subió a la cumbre del monte Carmelo y se arrodilló con su rostro entre las rodillas, 43 y le dijo a su siervo:
―Ve y mira hacia el mar.
Él fue y miró, y regresó y le dijo a Elías:
―No se ve nada.
Entonces Elías le dijo:
―Ve siete veces.
44 Finalmente, a la séptima vez, el siervo le dijo:
―Veo una pequeña nube, como del tamaño de una mano de hombre, que se levanta del mar.
Entonces Elías gritó:
―Corre a decirle a Acab que se suba a su carro y baje de la montaña o será detenido por la lluvia.
45 Poco después, el cielo se oscureció con nubes, y comenzó a soplar un viento que trajo una terrible tormenta. Acab salió apresuradamente hacia Jezrel. 46 Elías, por su parte, se amarró el manto con el cinturón, y echó a correr hacia Jezrel, y llegó primero que Acab, pues el Señor, con su poder, fortaleció a Elías para que pudiera correr.
Elías huye a Horeb
19 Cuando Acab le contó a Jezabel lo que había hecho Elías, y cómo había dado muerte a los profetas de Baal, 2 ella le envió este mensaje a Elías: «¡Te juro por mis dioses, que mañana, a esta misma hora, tú serás hombre muerto! ¡Así como mataste a mis profetas, yo te mataré a ti!».
3 Elías entonces huyó para salvar su vida. Se fue a Berseba, ciudad de Judá, y dejó a su siervo allí. 4 Luego se internó en el desierto. Después de caminar todo un día, se sentó bajo un arbusto, y sintió deseos de morir.
«¡Basta! —le dijo al Señor—. ¡Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados!».
5 Entonces se acostó y se quedó dormido bajo el arbusto. Pero mientras dormía, un ángel lo tocó y le dijo: «Levántate y come». 6 Él miró y vio que había un pan cocido sobre piedras calientes, y un cántaro de agua. Entonces comió, bebió y se acostó nuevamente.
7 Entonces el ángel del Señor volvió, lo tocó y le dijo: «Levántate y come más, porque tienes un largo viaje por delante». 8 Entonces Elías se levantó, comió y bebió, y recobró suficientes fuerzas para viajar durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte Horeb, el monte de Dios. 9 Al llegar allí, se metió en una cueva, para pasar la noche.
El Señor se le aparece a Elías
Pero el Señor le dijo:
―¿Qué haces aquí, Elías?
10 Él contestó:
―Siento un ardiente amor por ti, Dios Todopoderoso; me duele ver cómo el pueblo de Israel ha quebrantado el pacto contigo, ha derribado tus altares, ha dado muerte a tus profetas. ¡Sólo yo he quedado, y ahora están tratando de matarme a mí también!
11 ―Sal y ponte delante de mí, en la montaña, pues voy a pasar por aquí —le dijo el Señor.
En ese momento, sopló un fuerte viento que azotó las montañas. Era tan terrible que hacía añicos las rocas y partía las montañas, pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. 12 Y después del terremoto hubo fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego se oyó un susurro suave y apacible. 13 Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y estuvo parado a la entrada de la cueva. Y una voz le preguntó:
―¿Por qué estás aquí, Elías?
14 Él respondió nuevamente:
―Siento un ardiente amor por ti, Dios Todopoderoso; me duele ver cómo el pueblo de Israel ha quebrantado el pacto contigo, ha derribado tus altares y ha dado muerte a tus profetas. ¡Sólo yo he quedado, y ahora están tratando de matarme a mí también!
15 El Señor le dijo:
―Regresa a Damasco, por el camino del desierto, y cuando llegues unge a Jazael para que sea rey de Siria. 16 Luego unge a Jehú hijo de Nimsi, para que sea rey de Israel, y unge a Eliseo hijo de Safat, de Abel Mejolá, para que te reemplace como profeta mío. 17 Quien escape de Jazael, Jehú lo matará, y los que escapen de Jehú, Eliseo los matará. 18 Pero tienes que saber que aún quedan siete mil hombres en Israel que jamás se han inclinado ante Baal ni lo han adorado.
El llamamiento de Eliseo
19 Entonces Elías fue y halló a Eliseo, mientras este araba un campo. Dirigía la última de las doce yuntas que estaban trabajando. Elías se acercó a él, le puso el manto en sus hombros y se alejó. 20 Eliseo dejó los bueyes allí, corrió tras Elías, y le dijo:
―Primero deja que me despida de mi padre y de mi madre con un beso, y luego me iré contigo.
Elías le respondió:
―Puedes hacerlo. Sólo ten presente lo que te he hecho hoy.
21 Eliseo entonces regresó. Luego tomó los bueyes, los mató y usó la leña del arado para hacer una fogata, para asar la carne. Invitó a su gente a comer del asado, y ellos aceptaron su invitación. Luego se fue con Elías, como su ayudante.
Ben Adad ataca a Samaria
20 Ben Adad, de Siria, movilizó su ejército para ir a sitiar a Samaria, la capital de Israel. Para esto contó con el apoyo de treinta y dos reyes amigos, con sus carros de combate y sus caballos. 2-3 Envió este mensaje a Acab, rey de Israel: «Tu plata y tu oro son míos, y mías son las mujeres y tus hermosos hijos».
4 Por su parte, Acab le envió esta respuesta: «Bien, señor mío, tal como tú lo dices, yo soy tuyo, y todo lo que tengo es tuyo».
5-6 Después volvieron los mensajeros de Ben Adad y le trajeron otro mensaje: «No solamente debes darme el oro, la plata, las mujeres y los niños, sino que mañana a esta hora enviaré a mis hombres para que busquen en tu casa y en las casas de tu pueblo, y saquen cuanto a ellos les guste».
7 Entonces Acab convocó a sus consejeros:
―Miren lo que este hombre está haciendo —se quejó—. Sigue buscando problemas, a pesar de que le dije que podía llevarse las mujeres, los niños, el oro y la plata, tal como lo había pedido.
8 ―No le entregues nada más —le aconsejaron los ancianos.
9 Entonces él les dijo a los mensajeros de Ben Adad:
―Díganle a mi señor, el rey: “Yo te daré todo lo que pediste la primera vez, pero lo otro no”.
Entonces los mensajeros regresaron para darle el mensaje a Ben Adad. 10 El rey de los sirios envió este otro mensaje a Acab: «¡Que los dioses me hagan más de lo que te puedo hacer a ti, si dejo que en Samaria quede el polvo suficiente para que cada uno de los que me siguen se lleve un puñado!».
11 El rey Acab le respondió: «¡No te jactes de la victoria sin siquiera haber peleado todavía!».
12 La respuesta de Acab la recibieron Ben Adad y los otros reyes mientras estaban bebiendo en su campamento. Inmediatamente Ben Adad ordenó a su tropa: «¡Prepárense para el ataque!». De modo que se prepararon para ir a atacar la ciudad.
Acab derrota a Ben Adad
13 Entonces vino un profeta a ver al rey Acab, y le dio este mensaje de parte del Señor:
―¿Ves a todos estos enemigos? Hoy los entregaré en tus manos, así no te quedará ninguna duda de que yo soy el Señor.
14 Acab respondió:
―Y, ¿cómo lo hará?
Y el profeta respondió:
―El Señor dice que lo hará por medio de los siervos de los príncipes de las provincias.
―¿Atacaremos nosotros primero? —preguntó Acab.
―Sí —respondió el profeta.
15 Entonces Acab pasó revista a los siervos de los príncipes de las provincias, que eran doscientos treinta y dos. Luego pasó revista a todo el pueblo, el cual estaba integrado por siete mil hombres. 16 Hacia el mediodía, cuando Ben Adad y los treinta y dos reyes aliados estaban bebiendo y se habían embriagado, salieron los primeros hombres de Acab de la ciudad. 17 Cuando se acercaban, los vigías de Ben Adad le informaron:
―Vienen algunos hombres.
18 ―Tómenlos vivos —ordenó Ben Adad—, ya sea que vengan en son de paz o de guerra.
19 Entonces todo el pueblo que seguía a Acab se unió al ataque. 20 Cada uno mató a un soldado sirio, y repentinamente, todos los sirios huyeron presas del pánico. Los israelitas los persiguieron, pero el rey Ben Adad y unos pocos jinetes escaparon. 21 Sin embargo, el grueso de los caballos y carros fueron capturados, y la mayor parte de los sirios murió en aquella batalla.
22 Entonces el profeta se acercó al rey Acab y le dijo: «Prepárate para otro ataque, pues el rey de Siria volverá a atacar el próximo año».
23 Después de su derrota, los siervos del rey Ben Adad le dijeron: «El Dios de Israel es Dios de las colinas, por eso es que los israelitas ganaron. Pero podemos derrotarlos fácilmente en las llanuras. 24 Sólo que esta vez hay que poner gobernadores en vez de reyes. 25 Alista otro ejército similar al que perdiste; danos la misma cantidad de caballos, carros y hombres, y pelearemos contra ellos en las llanuras; no hay sombra de duda de que los derrotaremos».
El rey Ben Adad hizo lo que ellos sugerían. 26 Al año siguiente alistó a los sirios y salió nuevamente contra Israel, esta vez en Afec. 27 El rey Acab, por su parte, conformó su ejército, estableció la línea de aprovisionamiento, y salió a ofrecer batalla; pero los israelitas parecían un par de rebaños de cabritos, en comparación con las fuerzas sirias que llenaban todo el campo.
28 Entonces un profeta se presentó ante el rey de Israel con este mensaje de parte del Señor: «Por cuanto los sirios han dicho: “El Señor es un Dios de las montañas y no de las llanuras”, yo te entregaré a todo este pueblo, y ustedes sabrán, sin duda alguna, de que yo soy el Señor».
29 Acamparon uno frente al otro durante siete días, y en el séptimo día se inició la batalla. Los israelitas dieron muerte, en aquel día, a cien mil soldados de infantería siria. 30 El resto huyó a refugiarse tras las murallas de Afec; pero las murallas cayeron sobre ellos y mataron a otros veintisiete mil hombres. Ben Adad huyó a la ciudad, y se escondió en una pieza interior de una de las casas.
31 Entonces sus siervos le dijeron: «Señor, hemos oído decir que los reyes de Israel son muy misericordiosos. Vistámonos con ropas ásperas, pongámonos cuerdas en el cuello y salgamos para ver si el rey Acab nos deja con vida».
32 Entonces fueron ante el rey de Israel y le suplicaron:
―Tu siervo Ben Adad te manda a decir que por favor le perdones la vida.
―¿Está vivo aún? —preguntó el rey de Israel—. ¡Él es mi hermano!
33 Los hombres inmediatamente se aferraron a este rayo de esperanza, y se apresuraron a responder:
―¡Sí, Ben Adad es tu hermano!
―Vayan y tráiganlo —les dijo el rey de Israel. Y cuando Ben Adad llegó, Acab lo invitó a subir a uno de sus carros.
34 Ben Adad le dijo:
―Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó al tuyo, para que puedas establecer puestos de comercio en Damasco, como mi padre hizo en Samaria.
Acab le contestó:
―Siendo así, te dejaré en libertad.
De este modo Acab hizo un pacto con Ben Adad, y lo dejó ir.
Un profeta condena a Acab
35 Mientras tanto, el Señor habló a uno de los profetas para que le dijera a otro hombre:
―¡Golpéame!
Pero el hombre se negó a hacerlo.
36 Entonces el profeta dijo:
―Por cuanto no obedeciste la voz del Señor, saldrá un león y te matará en cuanto yo me haya ido.
Y, efectivamente, tan pronto el profeta se fue, un león atacó al hombre y lo mató.
37 Entonces el profeta fue y le dijo a otro hombre: «¡Golpéame!». Y él lo hizo, y lo dejó herido.
38 El profeta esperó al rey a una orilla del camino, habiéndose vendado los ojos para disfrazarse.
39 Cuando el rey pasó, el profeta lo llamó y le dijo:
―Señor, yo estaba en la batalla, y un hombre me entregó un prisionero y dijo: “Cuida a este hombre; si él se va, morirás, o me tendrás que dar treinta mil monedas de plata”. 40 Pero mientras yo estaba ocupado en otra cosa, el prisionero desapareció.
―Bueno, es culpa tuya —respondió el rey—. Tendrás que pagar.
41 Entonces el profeta se arrancó el vendaje de los ojos, y el rey lo reconoció como uno de los profetas. 42 El profeta le dijo:
―El Señor ha dicho: “Por cuanto tú has salvado la vida del hombre que yo dije que debería morir, tú morirás en su lugar, y tu pueblo morirá en lugar del suyo”.
43 Entonces el rey de Israel regresó a Samaria enojado y deprimido.
El viñedo de Nabot
21 Nabot, un hombre de Jezrel, tenía un viñedo en las afueras de la ciudad, junto al palacio del rey Acab. 2 Un día el rey le habló y le pidió que le vendiera su propiedad.
―Quiero plantar en ella una huerta —explicó el rey—, porque está junto al palacio. Yo te puedo dar un mejor terreno en el cual puedes tener otro viñedo, o si quieres te daré el dinero que me pidas.
3 Pero Nabot respondió:
―Eso jamás sucederá, pues el Señor me prohíbe venderle la propiedad que ha pertenecido a mi familia durante generaciones.
4 Entonces Acab, enojado y deprimido, regresó al palacio. Se negó a comer, y se acostó vuelto hacia a la pared.
5 ―¿Qué es lo que te pasa? —le preguntó su esposa Jezabel—. ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás tan deprimido y enojado?
6 ―Le pedí a Nabot que me vendiera su viñedo o que lo cambiara por otro, y él se negó —le respondió Acab.
7 ―¿Acaso no eres tú el rey de Israel? —le preguntó Jezabel—. Levántate y come, y no te preocupes más acerca de ello. Yo te daré ese viñedo de Nabot.
8 Entonces escribió una carta en nombre de Acab, le puso el sello y la envió a los dirigentes de Jezrel, la ciudad en que vivía Nabot. 9 En la carta les decía:
«Convoquen a todos los ciudadanos para que se reúnan a ayunar y orar. También citen a Nabot, 10 y busquen a dos personas que lo acusen de haber blasfemado contra Dios y de haber maldecido al rey. Luego sáquenlo y mátenlo a pedradas».
11 Los ancianos de la ciudad siguieron las instrucciones que Jezabel les había dado en su carta. 12 Convocaron a un ayuno, y sentaron a Nabot delante del pueblo. 13 Entonces dos hombres sin conciencia lo acusaron de haber maldecido a Dios y al rey. Entonces Nabot fue arrastrado a las afueras de la ciudad, donde lo apedrearon hasta darle muerte. 14 Luego avisaron a Jezabel que Nabot había muerto.
15 Cuando Jezabel supo la noticia, le dijo a Acab: «Nabot no quiso venderte su viñedo por dinero. Bien, ahora puedes tenerlo sin pagar nada, pues él ha muerto». 16 Entonces Acab fue al viñedo, para tomar posesión de él.
17 Pero el Señor le dijo a Elías: 18 «Ve a Samaria, y visita al rey Acab, rey de Israel. Ahora se encuentra en el viñedo de Nabot, pues ha ido a apoderarse de él. 19 Dale este mensaje de mi parte: “¿No te ha sido suficiente matar a Nabot? ¿Debes robarle también? Debido a esto los perros lamerán tu sangre en las afueras de la ciudad, de la misma manera que ellos lamieron la sangre de Nabot”».
20 ―¡Me has encontrado, enemigo mío! —exclamó Acab cuando vio a Elías.
―Sí —respondió Elías—, he venido, porque no haces otra cosa que ofender al Señor, pues solo sabes hacer lo malo. 21 Por eso el Señor va a traerte una gran desgracia, y te va a eliminar. No permitirá que ninguno de tus descendientes varones, esclavo o libre, sobreviva. 22 Va a destruir a tu familia, tal como lo hizo con la familia de Jeroboán y con la familia del rey Basá, porque tú has provocado su ira y has hecho que todo Israel caiga en pecado. 23 El Señor también me ha dicho que los perros se comerán el cuerpo de Jezabel, tu esposa, en los campos de Jezrel. 24 Los miembros de tu familia que mueran en la ciudad serán comidos por los perros, y a los que mueran en el campo, se los comerán los buitres.
25 Nadie se entregó de tal manera a hacer el mal como Acab, porque Jezabel, su esposa, lo incitaba a que cometiera toda suerte de perversidades. 26 Especialmente se dedicó a la adoración de ídolos, tal como lo hacían los amorreos, pueblo al cual el Señor había expulsado de la tierra, para darle el lugar al pueblo de Israel.
27 Cuando Acab oyó estas profecías, se vistió con ropa áspera y ayunó. No se quitaba esa ropa para dormir, y andaba deprimido. 28 Entonces Elías el tisbita recibió otro mensaje de parte del Señor, en el que le decía: 29 «¿Ves cómo se ha humillado Acab delante de mí? Por cuanto él ha hecho esto, no haré lo que anuncié durante su vida. Pero enviaré la desgracia a su familia durante el reinado de su hijo».
Micaías profetiza contra Acab
22 Durante tres años no hubo guerra entre Siria e Israel. 2 Pero en el tercer año, mientras el rey Josafat, de Judá, visitaba al rey Acab, de Israel, 3 Acab le dijo a sus oficiales: «¿Se dan cuenta ustedes de que los sirios están aún ocupando nuestra ciudad de Ramot de Galaad? Y nosotros estamos aquí sentados sin hacer nada al respecto».
4 Entonces se dirigió a Josafat, y le preguntó:
―¿Pelearemos juntos para recobrar la ciudad de Ramot de Galaad?
El rey Josafat de Judá le respondió:
―Desde luego. Tú y yo somos hermanos; mi pueblo está a tus órdenes, y mis caballos están a tu servicio. 5 Pero —añadió—, debemos consultar al Señor primero, para estar seguros si esto es lo que él quiere que hagamos.
6 Entonces el rey Acab convocó a sus cuatrocientos profetas paganos y les preguntó:
―¿Atacaremos a Ramot de Galaad?
Y ellos respondieron:
―Sí, vayan, porque el Señor les ayudará a conquistarla.
7 Pero Josafat preguntó:
―¿No hay por aquí un profeta del Señor? Me gustaría consultarlo.
8 Sí, aquí hay uno —dijo el rey Acab—, pero yo lo odio, porque jamás me profetiza algo bueno, sino todo lo malo. Su nombre es Micaías hijo de Imlá.
―¡Vamos! —respondió Josafat—. No digas tal cosa.
9 Entonces el rey Acab llamó a uno de sus sirvientes y le dijo:
―Ve a buscar a Micaías. ¡Date prisa!
10 Entre tanto, todos los profetas seguían dando sus profecías delante de los dos reyes, que estaban con sus vestiduras reales, sentados en los tronos colocados en la era junto a la puerta de la ciudad. 11 Sedequías hijo de Quenaná, que era uno de los falsos profetas, hizo unos cuernos de hierro y declaró:
―El Señor promete que con estos cuernos cornearás a los sirios hasta destruirlos.
12 Y los otros estaban de acuerdo.
―Ve y ataca Ramot de Galaad —le dijeron—, porque el Señor te dará la victoria.
13 El mensajero que fue enviado a buscar a Micaías le dijo:
―Mira, todos los profetas han anunciado que el rey saldrá bien librado en esta batalla. Así que debes concordar con lo que ellos están diciendo.
14 Pero Micaías le respondió:
―Puedes tener la plena seguridad de que sólo hablaré lo que el Señor me diga que hable. Esto es tan cierto como que el Señor vive.
15 Cuando llegaron, el rey le preguntó a Micaías:
―Micaías, ¿subiremos a atacar a Ramot de Galaad, o no?
―¡Sí, por supuesto! ¡Sigan adelante! —le dijo Micaías—. Tendrás una gran victoria, porque el Señor te hará vencedor.
16 ―¿Cuántas veces debo decirte que me digas solamente lo que el Señor te ha dicho? —le exigió el rey.
17 Entonces Micaías le dijo:
―Vi a Israel esparcido por las montañas, como ovejas sin pastor. Y el Señor dijo: “El rey de ellos está muerto, así que no tienen quién los gobierne. Pídeles que se vayan a sus casas en paz”.
18 Volviéndose a Josafat, Acab se quejó:
―¿No te dije lo que ocurriría? Él jamás me da buenas noticias. Siempre me anuncia el mal.
19 Micaías respondió:
―Escucha esta otra palabra del Señor: Vi al Señor sentado en su trono, y los ejércitos del cielo que estaban alrededor de él. 20-21 Entonces el Señor preguntó: “¿Quién irá a inducir a Acab para que vaya y muera en Ramot de Galaad?”. Varias sugerencias se hicieron, hasta que un ángel se acercó al Señor y le dijo: “Yo lo seduciré”. 22 “¿Cómo lo harás?”, le preguntó el Señor, y él respondió: “Yo iré como un espíritu mentiroso y hablaré por boca de sus profetas”. Y el Señor dijo: “Eso está bien; ve, porque tú lo lograrás”. 23 ¿No ves? El Señor ha puesto un espíritu mentiroso en la boca de estos profetas, pero el hecho es que el Señor ha decretado el desastre para ti.
24 Entonces Sedequías hijo de Quenaná, se acercó a Micaías y lo golpeó en el rostro.
―¿Desde cuándo el Espíritu del Señor ha dejado de hablarme a mí, para hablarte a ti?
25 Y Micaías le respondió:
―Recibirás la respuesta a tu pregunta cuando andes escondiéndote de habitación en habitación.
26 Entonces el rey Acab ordenó que arrestaran a Micaías.
―Llévenlo a Amón, el jefe de la ciudad, y a mi hijo Joás. 27 Díganles que yo he ordenado que pongan a este individuo en la cárcel, y lo alimenten con pan y agua, sólo lo suficiente para que siga vivo hasta que yo regrese en paz.
28 ―Si tú vuelves en paz —respondió Micaías— será prueba de que el Señor no ha hablado por medio de mí.
Entonces Micaías se volvió al pueblo que estaba parado cerca, y dijo:
―¡Tomen nota de lo que he dicho!
Muerte de Acab
29 El rey Acab, de Israel, y el rey Josafat, de Judá, subieron contra Ramot de Galaad.
30 Acab le dijo a Josafat: «Usa tus ropas reales, pero yo no usaré las mías, sino que me disfrazaré». Entonces Acab se disfrazó y entró en la batalla.
31 El rey de Siria había dado orden a sus treinta y dos comandantes de los carros de guerra que concentraran los ataques contra el rey Acab. 32-33 Cuando vieron a Josafat con sus vestiduras reales, pensaron: «Este es el hombre que buscamos». Entonces lo rodearon para atacarlo. Pero cuando Josafat gritó pidiendo ayuda, ellos dejaron de perseguirlo.
34 Sin embargo, alguien disparó una flecha sin dirección y esta hizo blanco en el rey Acab, por entre las uniones de su armadura. Entonces el rey ordenó al que conducía su carro: «Sácame de aquí, pues estoy herido». 35 La batalla se hizo cada vez más intensa a medida que transcurría el día. El rey Acab, herido, permanecía de pie en su carro, frente a los sirios. Pero la sangre que manaba de su herida corría por el piso del carro. Finalmente, al atardecer, murió. 36-37 Cuando el sol se estaba poniendo, se corrió la voz por el campamento: «¡El rey ha muerto! ¡Que todos regresen a sus ciudades! ¡Que cada uno vaya a su casa!».
Fue así como murió el rey Acab. Llevaron su cuerpo a Samaria, y allí lo sepultaron. 38 Cuando su carro y su armadura fueron lavados junto al estanque de Samaria, donde las prostitutas se bañaban, los perros vinieron y lamieron la sangre del rey, tal como el Señor lo había anunciado.
39 El resto de la historia de Acab, incluyendo el relato de la construcción del palacio de marfil y las ciudades que edificó, está escrito en el libro de los reyes de Israel. 40 Acab fue sepultado entre sus antepasados, y su hijo Ocozías fue el nuevo rey de Israel.
Josafat, rey de Judá
41 Mientras tanto, en Judá, Josafat hijo de Asá, había subido al trono durante el cuarto año de reinado de Acab, rey de Israel. 42 Josafat tenía treinta y cinco años cuando subió al trono, y reinó en Jerusalén durante veinticinco años. Su madre, fue Azuba, hija de Siljí. 43 Siguió el buen ejemplo de su padre Asá, obedeciendo al Señor en todo, salvo en una cosa: no destruyó los santuarios paganos, de modo que el pueblo hizo sacrificios y quemó incienso en ellos. 44 También hizo la paz con Acab, el rey de Israel.
45 El resto de los hechos de Josafat, sus heroicas acciones y sus guerras, está registrado en el libro de los reyes de Judá. 46 También expulsó de la tierra a todos aquéllos que continuaban practicando la prostitución como un acto de adoración, los cuales habían quedado desde los días de su padre Asá. 47 En aquel tiempo no había rey en Edom, sino un gobernador.
48 El rey Josafat construyó barcos que fueran a buscar oro a Ofir; pero jamás llegaron, porque naufragaron en Ezión Guéber. 49 Ocozías, hijo del rey Acab, y quien lo sucedió en el trono, había propuesto a Josafat que sus hombres fueran también, pero Josafat había rechazado la oferta.
50 Cuando el rey Josafat murió, fue sepultado con sus antepasados en Jerusalén, en la ciudad de su antepasado David; y su hijo Jorán subió al trono.
Ocozías, rey de Israel
51 Fue durante el año diecisiete del reinado de Josafat, de Judá, que Ocozías hijo de Acab comenzó a reinar sobre Israel, en Samaria; y reinó durante dos años. 52-53 Pero no fue un buen rey, porque siguió los pasos de su padre y de su madre, y los pasos de Jeroboán hijo de Nabat, el que hizo pecar a Israel, al hacer que adoraran ídolos. Ocozías, pues, provocó mucho la ira del Señor, Dios de Israel, pues adoró a Baal, tal como lo había hecho su padre Acab.
El juicio del Señor contra Ocozías
1 Después de la muerte del rey Acab, Moab se declaró independiente y se negó a seguir pagando tributos a Israel.
2 Ocozías, el nuevo rey de Israel, que se había caído de la terraza de su palacio en Samaria y había quedado seriamente herido, envió mensajeros al santuario del dios de Baal Zebub, dios de Ecrón, a preguntar si se recuperaría de sus heridas.
3 Pero un ángel del Señor le dijo al profeta Elías: «Ve al encuentro de los mensajeros que el rey de Samaria ha enviado a Ecrón, y pregúntales: “¿Es que no hay Dios en Israel, que van a preguntarle a Baal Zebub, el dios de Ecrón, si el rey se pondrá bien?”. 4-5 Por cuanto el rey Ocozías ha hecho esto, el Señor le dice: “No te sanarás, sino que morirás”».
Cuando Elías les dijo esto a los mensajeros, ellos regresaron inmediatamente ante el rey.
―¿Por qué han regresado tan pronto? —les preguntó.
6 ―Un hombre vino a nosotros —contestaron— y nos dijo que regresáramos ante usted a decirle: “Por qué envías a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? ¿Es que no hay Dios en Israel? Por haber hecho esto, el Señor le hace saber al rey que no se recuperará de sus heridas, sino que morirá”.
7 ―¿Quién era aquel individuo? —preguntó el rey—. ¿Qué aspecto tenía?
8 ―Llevaba un abrigo de pelo —le respondieron—, y usaba un cinturón ancho de cuero.
―¡Era el profeta Elías! —exclamó el rey.
9 Entonces envió a un oficial con cincuenta soldados, a arrestarlo. Lo encontraron sentado en la cumbre de una colina. El capitán le dijo:
―Varón de Dios, el rey nos ha mandado a que te llevemos ante él.
10 Pero Elías respondió:
―Si yo soy un varón de Dios, que descienda fuego del cielo y te destruya junto con tus cincuenta hombres.
Y descendió fuego del cielo sobre ellos, y los mató a todos.
11 El rey envió a otro oficial, con cincuenta hombres, a que le dijera:
―Varón de Dios, el rey dice que debes bajar inmediatamente.
12 Elías respondió:
―Si soy un varón de Dios, que descienda fuego del cielo y te destruya a ti con tus cincuenta hombres.
Y nuevamente descendió fuego de Dios, y los quemó.
13 Una vez más, el rey envió cincuenta hombres, pero esta vez el oficial se puso de rodillas ante Elías, y le rogó:
―Varón de Dios, perdona mi vida y la vida de estos tus cincuenta siervos. 14 Yo sé que los otros dos oficiales y sus soldados, que vinieron antes de nosotros, murieron quemados por el fuego que cayó del cielo. Por eso, te pido que nos perdones la vida.
15 Entonces el ángel del Señor le dijo a Elías: «No temas. Ve con él».
Y Elías fue ante la presencia del rey.
16 ―¿Por qué enviaste mensajeros a consultar acerca de tu enfermedad a Baal Zebub, dios de Ecrón? —preguntó Elías—. ¿Acaso no hay un Dios en Israel a quien consultar? Por cuanto has hecho esto, no te levantarás de esta cama; ciertamente morirás.
17 Ocozías murió de la manera anunciada por Elías, y Jorán fue el nuevo rey, porque Ocozías no tenía un hijo que le sucediera en el trono. Esto ocurrió en el segundo año del reinado de Jorán hijo de Josafat, rey de Judá. 18 El resto de la historia de Ocozías y su reinado está registrado en el libro de los reyes de Israel.
Elías llevado al cielo
2 Llegó el día en que el Señor se iba a llevar a Elías al cielo en un torbellino. Elías le dijo a Eliseo cuando salieron de Guilgal:
2 ―Quédate aquí, porque el Señor me ha dicho que vaya a Betel.
Pero Eliseo le respondió:
―Juro por el Señor y por tu vida que no te dejaré.
Entonces fueron juntos a Betel. 3 Allí los jóvenes que se preparaban para la labor profética salieron a recibirlos, y le preguntaron a Eliseo:
―¿Sabes que hoy el Señor va a llevarse a tu maestro de tu lado?
―¡Cállense! —dijo Eliseo—. ¡Desde luego que lo sé!
4 Poco después Elías dijo a Eliseo:
―Quédate en Betel, porque el Señor me ha enviado a Jericó.
Pero Eliseo le replicó:
―Juro por el Señor y por tu vida que no te dejaré.
Y se fueron juntos a Jericó. 5 Entonces los jóvenes que se preparaban para profetas en Jericó se acercaron a Eliseo, y le preguntaron:
―¿Sabes que hoy el Señor va a llevarse a tu maestro de tu lado?
―¡Cállense! —les ordenó—. ¡Por supuesto que lo sé!
6-7 Luego Elías le dijo a Eliseo:
―Quédate aquí, porque el Señor me ha enviado al río Jordán.
Pero Eliseo le respondió como antes:
―Juro por el Señor y por tu vida que no te dejaré.
Y partieron juntos y se pararon junto al río Jordán, mientras cincuenta de los jóvenes profetas miraban desde la distancia. 8 Elías dobló su túnica y golpeó con ella las aguas, y el río se abrió ante ellos, y cruzaron por tierra seca.
9 Cuando llegaron a la otra orilla, Elías le dijo a Eliseo:
―¿Qué deseas que te conceda antes de ser llevado arriba?
Y Eliseo le respondió:
―Concédeme el doble del poder profético que tú has tenido.
10 ―Has pedido algo difícil —respondió Elías—. Si me ves cuando sea quitado de tu lado, entonces obtendrás lo que has pedido. Pero si no me ves, no te será concedido.
11 Mientras caminaban juntos y conversaban, repentinamente un carro de fuego, tirado por caballos de fuego, apareció y se puso entre ellos, y Elías fue llevado al cielo en un torbellino.
12 Eliseo, al verlo, gritó: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carro de Israel y su guía!».
Eliseo no volvió a ver a Elías.
Luego, rasgó sus vestidos y los partió en dos. 13-14 Recogió la túnica de Elías, regresó a la orilla del río Jordán, y golpeó las aguas con ella, al tiempo que exclamaba: «¿Dónde está el Dios de Elías?». Apenas golpeó las aguas, estas se separaron, y Eliseo pudo cruzar el río en seco.
15 Cuando los jóvenes profetas de Jericó vieron lo ocurrido, exclamaron: «¡El espíritu de Elías está sobre Eliseo!». Y fueron a su encuentro, y lo saludaron con respeto.
16 ―Señor —le dijeron—, basta con que diga usted una palabra y nuestros mejores corredores, cincuenta de ellos, buscarán en el desierto a su amo; quizás el Espíritu del Señor lo ha dejado en alguna montaña o en alguna barranca.
―No —dijo Eliseo—, no se preocupen.
17 Pero ellos siguieron presionándolo, hasta que él se sintió molesto, y les dijo:
―¡Muy bien, vayan!
Cincuenta de ellos estuvieron buscando a Elías durante tres días, y no lo pudieron encontrar.
18 Eliseo estaba todavía en Jericó cuando regresaron.
―Les dije que no fueran —los reprendió.
Eliseo purifica el agua
19 Entonces un grupo de ciudadanos notables de Jericó visitaron a Eliseo:
―Tenemos un problema —le dijeron—. Esta ciudad tiene una localización muy hermosa, como puede usted ver; pero el agua es mala y hace que la tierra sea improductiva.
20 ―Bien —les dijo—, tráiganme una vasija nueva llena de sal. Ellos hicieron lo que les pidió. 21 Entonces Eliseo se dirigió al manantial, que estaba en las afueras de la ciudad, y lanzando la sal en el manantial, declaró:
―El Señor ha purificado estas aguas. Ya no causarán más muerte ni esterilidad.
22 Y así ocurrió. El agua quedó purificada, tal como Eliseo lo dijo.
Eliseo maldice a los burlones
23 Eliseo salió de Jericó y se dirigió a Betel. En el camino, unos muchachos de la ciudad comenzaron a burlarse de él. «¡Calvo, sube al cielo tú también! ¡Calvo, sube!». 24 Él se dio vuelta, y los maldijo en el nombre del Señor. Al instante, dos osas salieron del bosque y mataron a cuarenta y dos de ellos. 25 De allí, Eliseo fue al monte Carmelo, y luego regresó a Samaria.
Los moabitas se rebelan
3 Jorán hijo de Acab comenzó su reinado sobre Israel durante el año décimo octavo del rey Josafat, de Judá, y reinó doce años. Su capital fue Samaria. 2 Fue un hombre muy perverso, pero no tanto como lo habían sido su padre y su madre, porque al menos él derribó el altar de Baal, que su padre había construido. 3 Sin embargo, siguió practicando el gran pecado de Jeroboán hijo de Nabat, quien había hecho que el pueblo de Israel adorara ídolos.
4 El rey Mesá, de Moab, y su pueblo eran criadores de ovejas. Pagaban a Israel un tributo anual de cien mil corderos y la lana de cien mil carneros; 5 pero después de la muerte de Acab, el rey de Moab se rebeló contra Israel. 6-8 Inmediatamente el rey Jorán convocó a todo Israel, y envió este mensaje al rey Josafat, de Judá:
―El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Me ayudarás a pelear contra ellos?
―Desde luego que sí —contestó Josafat—. Mi pueblo y mis caballos son tuyos, y están a tus órdenes. ¿Cuáles son tus planes de batalla?
―Atacaremos desde el desierto de Edom —respondió Jorán.
9 Salieron los reyes de Israel y Judá con el rey de Edom y dieron un rodeo a través del desierto durante siete días; pero no había agua para los hombres ni para los animales de carga.
10 ―¿Qué haremos? —preguntó el rey de Israel—. El Señor nos ha traído aquí para que el rey de Moab nos derrote.
11 Pero Josafat, rey de Judá, preguntó:
―¿No hay aquí algún profeta del Señor con nosotros? Si lo hay, podemos preguntarle qué hemos de hacer.
―Eliseo hijo de Safat, que era siervo de Elías, vive cerca de aquí —respondió uno de los oficiales del rey de Israel.
12 ―Muy bien —respondió Josafat—. Él nos dará palabra del Señor.
Entonces los reyes de Israel, Judá y Edom fueron a consultar a Eliseo.
13 ―No quiero nada contigo —le dijo Eliseo al rey Jorán, de Israel—. Ve y pregúntales a los falsos profetas de tu padre y de tu madre.
Pero Jorán le respondió:
―No, porque es el Señor quien nos ha traído aquí para ser destruidos por el rey de Moab.
14 ―Juro por el Señor mi Dios que no me preocuparía por ti, si no fuera por la presencia del rey Josafat, de Judá —respondió Eliseo—. 15 Trae a alguien que pueda tocar el arpa.
Y mientras el músico tocaba el arpa, le llegó el mensaje del Señor a Eliseo.
16 ―El Señor dice que abran muchas zanjas en este valle seco, 17 pues, aunque no verán viento ni lluvia, este valle se llenará de agua, y tendrán suficiente para ustedes y para los animales. 18 Pero esto es sólo el comienzo, porque el Señor les dará la victoria sobre los moabitas. 19 Conquistarán sus mejores ciudades, aun las que están fortificadas; derribarán sus árboles frutales, taparán todas las fuentes de agua, y llenarán de piedras sus campos.
20 Y así fue. Al día siguiente, a la hora de ofrecer el sacrificio de la mañana, desde Edom comenzó a correr el agua, y todo el lugar quedó inundado.
21 Cuando la gente de Moab se enteró de que los reyes avanzaban hacia ellos, movilizaron a todo hombre que pudiera pelear, anciano y joven, y se pusieron a lo largo de su frontera. 22 Pero al amanecer del día siguiente, el sol proyectó su rojo resplandor sobre el agua, y esta se veía roja.
23 «¡Es sangre! —exclamaron—. Los reyes se han atacado y se han dado muerte unos a otros. ¡Vamos y recojamos el botín!».
24 Pero cuando llegaron al campamento de Israel, los israelitas salieron y los atacaron. Entonces los moabitas emprendieron la huida. Los hombres de Israel avanzaron y entraron en el territorio de Moab, destruyendo todo lo que encontraban. 25 Destruyeron las ciudades, cubrieron de piedras todo terreno bueno para el cultivo, taparon los manantiales, y talaron los árboles frutales. Al final, sólo quedó el fuerte de Quir Jaréset, pero los hombres que estaban armados de hondas lo rodearon y conquistaron.
26 Cuando el rey de Moab vio que había perdido la batalla, dirigió a setecientos de sus soldados en un último y desesperado intento de alcanzar al rey de Edom, pero fracasó. 27 Entonces tomó a su hijo mayor, que era el heredero al trono, y lo sacrificó como holocausto sobre el muro. Esto hizo que los israelitas sintieran indignación, y por eso, se retiraron y regresaron a su tierra.
El aceite de la viuda
4 Un día la esposa de uno de los miembros de la escuela de profetas le contó a Eliseo que su esposo había muerto. Era un hombre que amaba a Dios, según dijo ella. Pero al morir debía algún dinero, y el acreedor le estaba exigiendo su pago. Si ella no pagaba, la amenazó con llevarse a sus dos hijos como esclavos.
2 ―¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó Eliseo—. ¿Qué tienes en la casa?
―Absolutamente nada, salvo un cántaro de aceite de oliva —contestó ella.
3 ―Entonces pide prestadas cuantas vasijas puedas de tus amigas y vecinos —le ordenó—. 4 Luego entra en casa con tus hijos, cierra la puerta y echa aceite de oliva de tu cántaro en las vasijas que hayas pedido prestadas, y ve poniendo aparte las que vayas llenando.
5 Ella lo hizo así. Sus hijos le iban pasando las vasijas, y ella las llenaba de aceite. 6 Después de haber llenado hasta el borde varias vasijas, la mujer le dijo a uno de sus hijos:
―Pásame otra vasija.
―No hay más —le contestó el hijo.
Y entonces, en ese mismo momento, el aceite que estaba en el cántaro se acabó. 7 Cuando le contó al profeta lo que había ocurrido, él le dijo:
―Ve y vende el aceite. Con lo que te den por la venta, podrás pagar la deuda, y te quedará dinero suficiente para que tú y tus hijos sigan viviendo.
El hijo de la sunamita
8 Un día que Eliseo fue a Sunén, una mujer importante de la ciudad lo invitó a comer. Después, cada vez que él pasaba por allí, se detenía a cenar.
9 La mujer entonces le dijo a su marido: «Estoy segura de que este hombre que se detiene de vez en cuando aquí en nuestra casa es un profeta. 10 Hagamos una habitación en la terraza para que, cada vez que venga al pueblo, se quede ahí. Podemos poner una cama, una mesa, una silla y una lámpara. Así, cuando venga, tendrá un lugar donde quedarse».
11-12 Un día que Eliseo estaba descansando en la habitación, le dijo a su sirviente Guiezi:
―Dile a la mujer que quiero hablar con ella.
Cuando ella llegó, 13 él le dijo a Guiezi:
―Dile que apreciamos la bondad que nos ha mostrado. Pregúntale qué podemos hacer por ella. ¿Querrá que diga una palabra en su favor al rey o al jefe del ejército?
―No —respondió ella—, estoy perfectamente contenta.
14 ―¿Qué podemos hacer por ella? —volvió a preguntarle Eliseo a Guiezi más tarde.
Guiezi sugirió:
―Ella no tiene hijos, y su marido es ya anciano.
15-16 ―Dile que vuelva —le dijo Eliseo.
Cuando ella regresó, él conversó con ella, mientras estaba parada en la puerta.
―El próximo año por este tiempo, tendrás un hijo —le dijo Eliseo.
―¡Varón de Dios! —exclamó ella—, no bromee de esa manera.
17 Pero era cierto. Pronto la mujer concibió y tuvo un niño, tal como Eliseo lo había profetizado.
18 El niño creció. Un día en que había salido a visitar a su padre, que estaba trabajando con los segadores, 19 se quejó de un fuerte dolor de cabeza y comenzó a gritar:
―¡Ay, mi cabeza! ¡Me duele mucho la cabeza!
Entonces el padre le dijo a uno de sus criados:
―Llévalo a la casa con su madre.
20 Él se lo llevó para la casa, y la madre lo tuvo en sus brazos; pero hacia el mediodía murió. 21 Ella lo acostó entonces en la cama del profeta, y cerró la puerta. 22 Luego envió un mensaje a su marido:
―Envía a uno de los siervos con un burro para que me acompañe a ver al profeta.
23 ―¿Por qué hoy? —le preguntó—. No es día de fiesta religiosa.
Pero ella le dijo:
―Es importante. Debo ir.
24 Enseguida, la mujer hizo ensillar el burro, y le dijo al criado:
―¡Anda, vamos rápido! No te detengas en el camino, a menos que yo te lo ordene.
25 Cuando se acercaban al monte Carmelo, Eliseo la vio a la distancia, y le dijo a Guiezi:
―Mira, allá viene la sunamita. 26 Corre a encontrarla y pregúntale qué le pasa. Pregúntale si está bien su marido, y si el niño está bien.
―Sí —le dijo ella a Guiezi—. ¡Todo está bien!
27 Pero cuando llegó ante Eliseo, se arrojó al suelo delante de él y se abrazó a sus pies. Guiezi se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:
―Déjala. Es que tiene un gran pesar, y el Señor no me ha revelado de qué se trata.
28 ―Fue usted quien me dijo que tendría un hijo —le dijo por fin ella—, y yo le rogué que no se burlara de mí.
29 ―¡Rápido, toma mi vara! —le dijo Eliseo a Guiezi—. ¡No hables con nadie a lo largo del camino! ¡Date prisa! Al llegar, pon la vara sobre el rostro del niño.
30 Pero la madre del niño dijo:
―¡Le juro que si no me acompaña, no me iré de aquí! De eso puede estar tan seguro como que el Señor y usted viven.
Entonces Eliseo fue con ella.
31 Guiezi fue adelante y puso la vara en el rostro del niño, pero nada ocurrió. No dio señales de vida. Regresó a encontrar a Eliseo y le dijo:
―El niño aún está muerto.
32 Cuando Eliseo llegó, el niño estaba acostado, sin vida, sobre la cama del profeta. 33 Él entró, cerró la puerta y oró al Señor. 34 Luego se tendió sobre el cuerpo del niño, y colocó su boca sobre la boca del niño, y sus ojos sobre los ojos del niño, y sus manos sobre las manos del niño. El cuerpo del niño comenzó a calentarse nuevamente. 35 El profeta se bajó de la cama y caminó de un lado a otro de la casa por un rato. Volvió a subir y se acostó otra vez sobre el niño. Esta vez el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. 36 Entonces el profeta llamó a Guiezi:
―Llama a la mujer —le dijo.
Y cuando ella entró, Eliseo le dijo:
―¡Aquí está tu hijo!
37 Ella se tiró a sus pies, tomó a su hijo, y salió.
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