Bible in 90 Days
11 ¡Juro que por lo que has hecho haré que tu propia familia se rebele contra ti! Tus esposas serán de otros hombres, y las poseerán ante tus ojos y ante el pueblo. 12 Tú lo hiciste en secreto, pero yo te lo haré abiertamente, ante los ojos de todo Israel”.
13 ―He pecado contra el Señor —contestó David a Natán.
Natán le respondió:
―Sí, pero el Señor ya te ha perdonado; así que no morirás por este pecado. 14 Pero le has dado a los enemigos del Señor la oportunidad de despreciarlo y blasfemar contra él. Por eso, el niño morirá.
15 Natán regresó a su casa. Y el Señor hizo que el bebé de Betsabé, la que había sido esposa de Urías, sufriera una grave enfermedad. 16 David oró a Dios pidiendo que salvara al niño; no comía y pasaba las noches de rodillas en el suelo, delante del Señor. 17 Sus consejeros le rogaban que se levantara y comiera con ellos, pero él se negaba a hacerlo.
18 Al séptimo día el niño murió, y los siervos de David tenían miedo de decírselo. «Si estaba tan quebrantado por la enfermedad del niño —decían— ¿qué será de él cuando le digamos que el niño está muerto?». 19 Pero cuando David vio que estaban hablando en secreto, sospechó lo que había ocurrido, y les preguntó:
―¿Ha muerto el niño?
―Sí, ha muerto —le respondieron.
20 David se levantó del suelo y se lavó, se cepilló el cabello, se cambió la ropa, entró en el Santuario y adoró al Señor. Luego regresó al palacio, y comió. 21 Sus servidores estaban asombrados.
―¡No lo comprendemos! —le dijeron—. Mientras el niño aún vivía usted lloraba y se negaba a comer, pero ahora que el niño ha muerto, usted ha dejado de llorar y está comiendo nuevamente.
22 David les respondió:
―Ayuné y lloré mientras el niño estaba vivo, porque me dije: “Quizás el Señor tendrá misericordia de mí, y dejará vivir al niño”. 23 Pero, ¿por qué he de ayunar si ya ha muerto? ¿Puedo hacerlo revivir acaso? Yo iré a él, pero él no regresará a mí.
24 Entonces David consoló a Betsabé, y durmió con ella. Betsabé quedó de nuevo embarazada, y dio a luz un hijo, al que David le puso el nombre de Salomón. El Señor amó al niño, 25 y envió al profeta Natán a que les dijera: «En mi honor, ese niño debería llamarse Jedidías (Amado del Señor)».
26-27 Mientras tanto, Joab terminaba con éxito el sitio de Rabá, la capital de Amón. Joab envió mensajeros a decirle a David: «Tengo sitiada a Rabá y he tomado ya la ciudadela que protege el abastecimiento de agua. 28 Ahora, pues, le ruego que traiga al resto del pueblo y capture la ciudad, para que la ciudad lleve su nombre y no el mío».
29-30 David condujo a todo el ejército a Rabá, y la capturó. Cuando regresaron, trajeron a Jerusalén un enorme botín. David traía la corona del rey de Rabá, de treinta y tres kilos de oro y adornada con una piedra preciosa, y se la puso en la cabeza. 31 Obligó a los habitantes de la ciudad a trabajos forzados. Los envió a trabajar con sierras, picos y hachas, y en los hornos de ladrillos. De la misma manera trató a todas las ciudades de los amonitas. David y su ejército regresaron después a Jerusalén.
Amnón y Tamar
13 El príncipe Absalón, hijo de David, tenía una hermosa hermana llamada Tamar. Amnón, su medio hermano, se enamoró intensamente de ella. 2 Tanta angustia sufrió Amnón por aquel amor que se sintió enfermo. No encontraba la manera de estar a solas con ella, pues ella era virgen. 3 Pero Amnón tenía un amigo muy astuto, su primo Jonadab hijo de Simá, hermano de David. 4 Un día Jonadab dijo a Amnón:
―¿Qué te pasa, pues cada día te ves más desmejorado? ¡No pareciera que fueras hijo del rey!
―Estoy enamorado de Tamar, mi medio hermana —le respondió Amnón.
5 ―Bien —dijo Jonadab—, te diré qué debes hacer. Anda, acuéstate y simula estar enfermo. Cuando tu padre venga a verte, pídele que deje venir a Tamar para que te prepare algo de comer. Dile que te sentirás mejor si ella te da la comida.
6 Así lo hizo Amnón. Cuando el rey fue a verlo, Amnón le pidió que su hermana Tamar le preparara dos tortas y se las sirviera. 7 David estuvo de acuerdo, y ordenó a Tamar que fuera a la habitación de Amnón y le preparara de comer. 8 Así lo hizo ella. Fue a la casa de Amnón y delante de él amasó harina y le horneó las tortas. 9 Pero cuando se las sirvió, él no quiso comer.
―¡Salgan todos de aquí! —ordenó a sus servidores.
Cuando todos salieron, 10 le dijo a Tamar:
―Ahora tráeme la comida a mi habitación, y dame tú misma de comer.
Tamar le llevó las tortas que le había preparado. 11 Pero cuando se acercó para darle de comer, Amnón la agarró y le exigió:
―Acuéstate conmigo, hermana mía.
12 ―¡Amnón! —gritó ella—. ¡No seas necio! ¡No me hagas esto! Tú sabes cuán grave es este delito en Israel. 13 ¿A dónde podría ir con mi vergüenza? Y tú serías conocido como el más grande perverso de Israel. Mejor habla con el rey, que de seguro él dejará que nos casemos.
14 Pero Amnón no atendió a sus ruegos, sino que, como era más fuerte que ella, la agarró por la fuerza y la violó. 15 Luego, repentinamente su amor se convirtió en odio, y la odió mucho más de lo que la había amado.
―¡Largo de aquí! —le gritó.
16 ―¡No, no! —lloró ella—. Rechazarme ahora es un crimen peor que el que ya has cometido.
Pero él no la quiso escuchar, 17-18 y llamó a su criado y le ordenó:
―¡Echa de aquí a esta mujer y cierra la puerta con cerrojo cuando haya salido!
El criado la hizo salir. Tamar usaba una túnica larga con mangas, como era la costumbre en aquellos días entre las hijas vírgenes del rey. 19 Al salir de la casa de Amnón, se rasgó su túnica y se echó ceniza en la cabeza, y con sus manos en la cabeza salió gritando y llorando.
20 Su hermano Absalón, al enterarse de lo sucedido, le dijo:
―¡Conque tu hermano Amnón durmió contigo! Pero recuerda que él es tu hermano, así que es mejor que te tranquilices y no digas nada.
Entonces Tamar se fue a vivir a la casa de su hermano Absalón, pero se mantenía muy triste.
21 Cuando el rey David oyó lo que había ocurrido, se enojó mucho. 22 Absalón, por su parte, no le dirigía la palabra a Amnón, pues sentía odio hacia él por lo que le había hecho a su hermana Tamar.
Asesinato de Amnón
23-24 Dos años más tarde, cuando estaban esquilando las ovejas de Absalón en Baal Jazor, cerca del pueblo de Efraín, Absalón invitó a su padre y a todos sus hermanos a la fiesta para celebrar la ocasión.
25 ―No, hijo mío —respondió el rey—. Si todos vamos, seríamos una carga demasiado grande para ti.
Absalón insistió, pero el rey no quiso ir, aunque le dio su bendición.
26 Entonces Absalón le dijo:
―Ya que usted no puede ir, le ruego que permita que mi hermano Amnón vaya.
―¿Por qué Amnón? —preguntó el rey.
27 Absalón siguió insistiendo hasta que el rey permitió que todos sus hijos fueran, incluso Amnón. 28 Absalón dijo a sus servidores:
―Esperen hasta que Amnón se embriague, y entonces, a una señal mía, mátenlo. No teman, yo soy el que manda aquí y esto es una orden. Sean valientes y háganlo.
29-30 Así es que ellos mataron a Amnón. Enseguida, los demás hijos del rey se subieron a sus mulas y huyeron. Mientras iban en su camino de regreso a Jerusalén, llegó a David la noticia: «¡Absalón ha dado muerte a todos tus hijos! ¡Ninguno ha quedado con vida!».
31 El rey se levantó, y en señal de dolor se rasgó su ropa y se postró en tierra. Sus criados también hicieron lo mismo. 32-33 Entonces Jonadab hijo de Simá y sobrino de David llegó y dijo:
―Eso no es verdad. El único asesinado fue Amnón, los demás hijos de mi señor están vivos. Absalón había estado preparando esto desde que Amnón violó a Tamar. No, tus hijos no han muerto. Fue solamente Amnón.
34 El centinela de la ciudad vio que una gran multitud venía bajando del cerro, y fue a decirle al rey: «Mucha gente viene bajando del cerro, por el camino de Joronayin». (Mientras tanto, Absalón se había lanzado a la fuga). 35 Entonces Jonadab le dijo al rey:
―Se da cuenta, mi rey, que yo no le mentí. ¡Mire, ahí vienen sus hijos!
36 Pronto llegaron ellos, llorando a gritos. Entonces el rey y sus oficiales lloraron juntamente con ellos.
37-39 Absalón huyó a refugiarse donde Talmay[a] hijo de Amiud, rey de Guesur, y se quedó allí tres años. Mientras tanto, David lloraba todos los días por su hijo Amnón. Pero una vez que se consoló de su muerte, comenzó a sentir deseos de ver a su hijo Absalón.
Absalón regresa a Jerusalén
14 Cuando el general Joab hijo de Sarvia comprendió cuánto deseaba David ver a Absalón, 2-3 envió por una mujer de Tecoa, que tenía reputación de gran sabiduría, y le dijo que pidiera una entrevista con el rey. Pero antes de que la mujer se presentara delante del rey, Joab le dijo:
―Vístete de luto, no te eches perfume, como si estuvieras de duelo por un hijo muerto. Luego irás donde el rey y le dirás todo lo que yo te diga.
4 Cuando la mujer llegó ante el rey, se arrojó con el rostro al suelo frente a él y clamó:
―¡Mi señor, por favor, ayúdeme!
5-6 ―¿Qué te pasa? —le preguntó el rey.
―Soy viuda —contestó ella—, y mis dos hijos tuvieron una pelea en el campo. Puesto que no hubo nadie que los separara, uno de ellos mató al otro. 7 Ahora el resto de la familia pide que yo entregue a mi otro hijo para ejecutarlo por haber asesinado a su hermano. Pero si lo hago no tendré ningún hijo, y el nombre de mi marido será desarraigado de la tierra.
8 ―Déjalo por mi cuenta —dijo el rey—, yo veré que nadie lo toque.
9 ―Gracias, mi señor, rey —contestó ella—. Yo llevaré la culpa si lo critican a usted por ayudarme de esta manera.
10 ―No te preocupes. Si alguien te amenaza, avísame. Yo puedo asegurarte que jamás volverá a molestarte.
11 Entonces ella dijo:
―Júreme por Dios que no permitirá que nadie le haga daño a mi hijo. No deseo más derramamiento de sangre.
―Prometo por Dios —respondió él— que ni un solo cabello de tu hijo caerá a tierra.
12 ―Ahora, déjeme que le pida una cosa más —dijo ella.
―Habla —contestó él.
13 ―¿Por qué no hace usted por todo el pueblo de Dios lo que ha prometido hacer por mí? —preguntó ella—. Usted se ha condenado a sí mismo al tomar esta decisión, pues se ha negado a recibir en casa a su hijo que está desterrado. 14 Todos debemos morir. Nuestras vidas son como el agua que es derramada en tierra, que no puede volverse a recoger. Pero Dios lo bendecirá a usted con una vida más larga si permite que su hijo regrese del destierro. 15-16 Pero, yo he venido a rogarle por mi hijo, porque mi vida y la vida de mi hijo han sido amenazadas y yo me dije: “Quizás el rey me oirá y nos librará de los que quieren acabar con nuestra existencia en Israel. 17 Sí, el rey nos dará paz nuevamente”. Yo sé que usted es como el ángel de Dios y puede discernir entre el bien y el mal. Quiera Dios estar con usted.
18 ―Quiero saber una cosa —dijo el rey.
―¿De qué se trata, mi señor, el rey? —preguntó ella.
19 ―¿Fue Joab quien te envió?
Y la mujer respondió:
―¿Cómo podría negarlo? Sí, Joab me envió y me dijo lo que tenía que decir. 20 Él lo hizo para que usted pueda ver el asunto desde un ángulo diferente. Pero usted es tan sabio como un ángel de Dios y sabe todo lo que ocurre en la tierra.
21 Entonces el rey llamó a Joab y le dijo:
―Bien, anda y trae a Absalón.
22 Joab se inclinó a tierra delante del rey, lo bendijo y dijo:
―Al fin sé que mi señor, el rey, tiene buena voluntad hacia mí, pues me ha concedido esta petición.
23 Joab fue a Guesur y trajo a Absalón a Jerusalén. 24 Pero el rey David ordenó que Absalón se fuera a su propia casa, pues no quería verlo nunca. Por eso, Absalón se fue a su casa sin ver al rey.
25 En todo Israel no había alguien tan hermoso como Absalón, y nadie recibía tantos elogios como él. 26 Se cortaba el cabello una vez al año, cuando le resultaba demasiado pesado. ¡El pelo que se cortaba pesaba unos dos kilos! 27 Tenía tres hijos y una hija, Tamar, que era muy hermosa.
28 Después de dos años de estar en Jerusalén sin presentarse ante el rey, Absalón 29 llamó a Joab para que intercediera por él; pero Joab no quiso ir. Absalón lo mandó a buscar por segunda vez, pero nuevamente se negó a acudir. 30 Entonces Absalón dijo a sus siervos: «Vayan y préndanle fuego al campo de cebada de Joab, que está junto al mío».
Ellos así lo hicieron. 31 Entonces Joab se presentó ante Absalón y le preguntó:
―¿Por qué tus siervos han quemado mi campo?
32 Y Absalón le respondió:
―Porque yo quería que le preguntaras al rey por qué me hizo venir de Guesur si no me quería ver. ¡Mejor me habría quedado allá! Arréglame una entrevista con el rey, y si él me encuentra culpable de asesinato, que me ejecute.
33 Joab le comunicó al rey lo que Absalón había dicho. Al fin, David citó a Absalón, y este fue y se inclinó delante del rey, y David lo besó.
Absalón conspira contra David
15 Algún tiempo después, Absalón compró un magnífico carro de guerra y caballos; además, contrató a cincuenta hombres para que fueran su escolta personal. 2 Se levantaba temprano cada mañana y se paraba en la puerta de la ciudad. Cuando alguien traía un caso para que el rey lo juzgara, Absalón lo llamaba y se mostraba interesado en su problema.
3 Entonces decía:
―Veo que tienes razón en este asunto. Es desafortunado que el rey no tenga a alguien que le ayude para atender estos casos. 4 Ciertamente me gustaría ser el juez; así cualquiera que tuviera un caso vendría a mí, y yo le haría justicia.
5 Y cuando alguien iba a saludarlo y se inclinaba delante de él, Absalón le tendía la mano, lo abrazaba y lo besaba. 6 De esta manera Absalón iba conquistando el corazón de todo el pueblo de Israel.
7-8 Después de cuatro años, Absalón le dijo al rey:
―Déjame ir a Hebrón a ofrecer sacrificios al Señor. De esta manera podré cumplir el voto que le hice mientras estaba en Guesur de Aram, de que si me permitía volver a Jerusalén, yo le ofrecería un sacrificio.
9 ―Muy bien —le dijo el rey—, anda y cumple tu voto.
Absalón se fue a Hebrón. 10 Pero mientras estaba allí envió mensajeros a todas las tribus de Israel con el siguiente mensaje: «En cuanto oigan el toque de las trompetas, digan que Absalón ha sido coronado como rey en Hebrón».
11 Con Absalón habían ido doscientos hombres de Jerusalén como invitados, pero ellos no conocían sus intenciones. 12 Mientras estaba ofreciendo los sacrificios, envió por Ajitofel, uno de los consejeros de David que vivía en Guiló. De esta manera la conspiración adquirió mucha fuerza, y cada vez eran más los que estaban a favor de Absalón.
13 Pronto llegó un mensajero a Jerusalén y le dijo al rey David:
―Todo Israel se ha unido a Absalón en contra suya.
14 Al oír esto, David les dijo a todos sus oficiales que estaban con él en Jerusalén:
―¡Debemos huir de inmediato, o será demasiado tarde! Si salimos de la ciudad antes de que Absalón llegue, nos salvaremos nosotros y se salvará la ciudad de Jerusalén.
15 ―Estamos con usted, mi rey —le respondieron los oficiales—. Haremos lo que nos ordene.
16 El rey y los de su casa se pusieron en marcha inmediatamente. David sólo dejó a diez de sus concubinas para que se ocuparan del cuidado del palacio. 17-18 Al llegar a la última casa de la ciudad, David se detuvo, y todos sus oficiales se colocaron junto a él, mientras que el resto de la gente seguía adelante. Así que delante del rey pasaron los quereteos, los peleteos, y los seiscientos guititas que habían acompañado a David desde Gat.
19-20 El rey se dirigió a Itay, el jefe de los seiscientos guititas, y le dijo:
―¿Qué estás haciendo aquí? Vuelve y quédate con el nuevo rey, porque tú eres extranjero en Israel, y estás desterrado de tu patria. Casi acabas de llegar y no encuentro justo que te obligue a ir con nosotros quién sabe por qué lugares. Vuelve y lleva tus tropas contigo, y que el Señor sea misericordioso contigo.
21 Pero Itay le respondió:
―Juro delante de Dios, y por la vida suya, rey mío, que donde usted vaya yo iré, sea que esto signifique la vida o la muerte.
22 ―Bien, ven con nosotros —le dijo David.
Así que Itay y sus seiscientos hombres, junto con sus familias, fueron con él.
23 Hubo profunda tristeza en la ciudad cuando el rey y los que lo acompañaban salieron, cruzaron el arroyo de Cedrón, y se dirigieron hacia el campo. 24 Abiatar, Sadoc y los levitas llevaron el cofre del pacto de Dios y la pusieron junto al camino hasta que todos pasaron. 25-26 Entonces, siguiendo las instrucciones de David, Sadoc llevó el cofre de regreso a la ciudad.
―Si es la voluntad del Señor —dijo David—, él me permitirá regresar para ver el cofre y el santuario nuevamente. Pero si no, que haga conmigo lo que mejor le parezca.
27 Y dijo a Sadoc:
―Este es mi plan: Vuelve en paz a la ciudad con tu hijo Ajimaz y con Abiatar y su hijo Jonatán. 28 Yo me detendré en los llanos del desierto hasta que ustedes me manden a decir cómo está la situación en la ciudad.
29 Sadoc y Abiatar, pues, regresaron con el cofre de Dios a Jerusalén, y se quedaron allí. 30 David subió llorando por el camino que lleva al monte de los Olivos. Llevaba la cabeza cubierta e iba descalzo, en señal de duelo. Y la gente que lo acompañaba también llevaba la cabeza cubierta, y lloraban mientras subían por el monte. 31 Cuando alguien le dijo a David que Ajitofel, su consejero, estaba de parte de Absalón, David oró: «Señor, haz que fracasen los planes de Ajitofel».
32 Cuando llegaron a la cumbre del monte de los Olivos, donde el pueblo adoraba a Dios, David encontró a Husay, el arquita, con la ropa rasgada y con la cabeza cubierta de ceniza, en señal de duelo. 33-34 Pero David le dijo:
―Si vas conmigo serás una carga. Vuelve a Jerusalén y dile a Absalón: “Rey, yo le serviré de consejero como lo hice con su padre”. Entonces podrás arruinar los planes de Ajitofel. 35-36 Los sacerdotes Sadoc y Abiatar están allí. Cuéntales todo cuanto sepas sobre esta situación. Por medio de Ajimaz hijo de Sadoc y de Jonatán hijo de Abiatar me podrán mandar cualquier noticia.
37 Entonces Husay, el amigo de David, regresó a la ciudad. Llegó precisamente en el momento en que Absalón entraba a Jerusalén.
David y Siba
16 David acababa de pasar por la cima del monte cuando Siba, el administrador de la casa de Mefiboset, lo alcanzó. Llevaba dos burros cargados con doscientos panes, un centenar de tortas de uvas pasas, cien frutas de la estación y un pequeño barril de vino.
2 ―¿Para qué es esto? —preguntó el rey a Siba.
Y Siba le respondió:
―Los burros son para que la familia de mi señor, el rey, monte en ellos; el pan y las frutas son para que sus soldados coman. El vino deben llevarlo al desierto por si alguno desfallece de sed.
3 ―¿Y dónde está Mefiboset? —le preguntó el rey.
―Se ha quedado en Jerusalén —respondió Siba—. Él dijo: “Ahora podré ser rey. Hoy recobraré el reino de Saúl mi abuelo”.
4 ―En ese caso —dijo el rey a Siba—, te doy todo lo que él posee.
―Gracias, gracias, mi señor, el rey —respondió Siba.
Simí maldice a David
5 Cuando David y su compañía pasaron por Bajurín, un hombre salió del pueblo, maldiciéndolo. Era Simí hijo de Guerá, miembro de la familia de Saúl. 6 A la vez que arrojaba piedras contra el rey y sus siervos, y contra todos los guerreros que lo acompañaban, le gritaba al rey:
7-8 ―¡Largo de aquí, asesino sanguinario! ¡El Señor te está castigando por haber asesinado a Saúl y a toda su familia! ¡Tú le quitaste el trono, y ahora el Señor se lo ha dado a tu hijo Absalón! ¡Por fin probarás tu propia medicina, asesino!
9 ―¿Por qué ese perro muerto maldice a mi señor, el rey? —preguntó Abisay hijo de Sarvia—. ¡Deme permiso para ir y cortarle la cabeza!
10 ―No —dijo el rey—. Si el Señor le ha permitido que me maldiga, ¿quién soy yo para oponerme? 11 Mi propio hijo está tratando de matarme, y este benjaminita solamente me maldice. Déjenlo tranquilo, porque sin duda el Señor le ha dicho que lo haga. 12 Quizá el Señor tenga en cuenta mi profundo dolor, y en vez de maldiciones envíe bendiciones sobre mí.
13 David y sus hombres siguieron su marcha, y Simí los siguió hasta una colina cercana, maldiciendo y arrojando piedras contra David y lanzando polvo al aire. 14 El rey y todos los que estaban con él llegaron extenuados a Bajurín, de modo que descansaron allí.
El consejo de Husay y Ajitofel
15 Mientras tanto, Absalón y sus hombres llegaron a Jerusalén acompañados por Ajitofel. 16 Cuando el amigo de David, Husay el arquita llegó, fue inmediatamente a ver a Absalón.
―¡Que Dios dé larga vida al rey! —exclamó—. ¡Que viva el rey!
17 ―¿Es esta tu manera de tratar a tu amigo David? —le preguntó Absalón—. ¿Por qué no te fuiste con él?
18 ―Porque yo trabajo para el hombre que ha sido escogido por el Señor y por Israel —respondió Husay—. 19 Debo estar aquí. Yo ayudé a su padre y ahora lo serviré a usted.
20 Absalón se volvió a Ajitofel y le preguntó:
―¿Qué debo hacer ahora?
21 Ajitofel le dijo:
―Vaya y acuéstese con las concubinas que su padre dejó cuidando el palacio. Así todo Israel sabrá que usted ha insultado al rey David y que no hay posibilidad de reconciliación. Entonces todos los que están apoyándolo a usted se sentirán más seguros.
22 Enseguida levantaron una tienda en el terrado del palacio, donde todos pudieran ver; y Absalón entró en la tienda para acostarse con las concubinas de su padre. 23 (Absalón, al igual que antes David, hacía todo lo que Ajitofel le decía, pues, en ese tiempo, se consideraba que oír el consejo de Ajitofel era como oír a Dios mismo).
17 Ajitofel le dijo a Absalón:
―Déjeme escoger a doce mil de los mejores hombres para salir en busca de David esta noche. 2-3 Caeré sobre él mientras está cansado y desanimado. Él y todos los que están con él serán presa del pánico, y saldrán huyendo. Yo mataré solamente al rey y dejaré con vida a todos los demás, de modo que no les quedará más remedio que unirse a usted y servirle.
4 Absalón y todos los ancianos de Israel aprobaron el plan, 5 pero Absalón dijo:
―Es bueno que también contemos con la opinión de Husay.
6 Cuando Husay llegó, Absalón le contó lo que Ajitofel había dicho.
―¿Cuál es tu opinión? —le preguntó Absalón—. ¿Hemos de seguir el consejo de Ajitofel? ¿Qué piensas tú?
7 Husay contestó:
―Creo que Ajitofel esta vez comete un error. 8 Usted conoce a su padre y a sus hombres. Bien sabe que son guerreros poderosos, y probablemente se encuentran tan enfurecidos como una osa a quien le han quitado sus ositos. Además, su padre es un guerrero de experiencia y no creo que vaya a pasar la noche junto con el pueblo. 9 Es muy probable que se haya escondido en algún pozo, o en alguna caverna. Cuando él salga y ataque por sorpresa, entonces habrá pánico entre quienes le son leales a usted, y todos comenzarán a gritar que los están matando. 10 Entonces, aun los más valientes de ellos, los que son tan fieros como un león, se paralizarán de miedo. Porque todo Israel sabe cuán poderoso es su padre y cuán valientes son sus hombres.
11 »Lo que sugiero es que movilice a todo Israel, desde Dan hasta Berseba, para que constituyan una gran fuerza. Usted, personalmente, debe guiar a sus hombres. 12 Cuando encontremos a David, lo atacaremos y podremos destruir a todo el que está con él, de modo que ninguno de ellos quede vivo. 13 Y si David se escapa y se oculta en alguna ciudad, usted tendrá todo Israel a sus órdenes, y podremos tomar sogas y arrastrar los muros de la ciudad hasta el valle más cercano, hasta que toda piedra haya sido removida.
14 Absalón y los hombres de Israel dijeron:
―El consejo de Husay es mejor que el de Ajitofel.
Eso sucedió porque el Señor había dispuesto que se anulara el consejo de Ajitofel, cuyo plan realmente era el mejor, para que pudiera venir el desastre sobre Absalón.
15 Husay les contó a los sacerdotes Sadoc y Abiatar lo que Ajitofel había propuesto y lo que él había sugerido en cambio.
16 ―¡Rápido! —les dijo—. Busquen al rey David y díganle que no se quede en los llanos del desierto esta noche. Es mejor que pasen de inmediato al otro lado, pues, de lo contrario, se expone a que lo maten, junto con todo el pueblo.
17 Jonatán y Ajimaz se habían quedado en Enroguel, para que no se les viera entrar y salir de la ciudad. Se habían puesto de acuerdo para que una criada les llevara los mensajes que debían darle al rey David. 18 Pero un muchacho vio que salían de Enroguel rumbo a donde estaba David, y se lo hizo saber a Absalón. Ellos, entonces, se fueron rápidamente a Bajurín, donde un hombre los escondió en un pozo en el patio. 19 La esposa del hombre puso una tela sobre la boca del pozo y encima puso grano para que se secara al sol. De este modo nadie sospechó que ellos estaban allí.
20 Cuando Absalón y sus hombres llegaron y le preguntaron si había visto a Ajimaz y a Jonatán, ella dijo que habían cruzado el arroyo y se habían ido. Los buscaron, y al no encontrarlos regresaron a Jerusalén. 21 Entonces los dos hombres salieron del pozo y corrieron a encontrar al rey David.
―¡Rápido —le dijeron—, cruce el Jordán esta noche!
Le contaron lo que había aconsejado Ajitofel para capturarlo y darle muerte. 22 David y toda la gente que estaba con él cruzaron el río durante la noche y llegaron todos al otro lado del río, antes de la madrugada.
23 Mientras tanto, Ajitofel, desacreditado públicamente porque Absalón no había aceptado su consejo, aparejó un burro, se fue a su casa en la ciudad, puso en orden sus asuntos, y se ahorcó. De esta manera murió y fue sepultado junto a su padre.
24 David ya había llegado a Majanayin cuando Absalón, que había movilizado a todos los hombres de Israel, cruzaba el Jordán con ellos. 25 Absalón había designado a Amasá como jefe de su ejército, en lugar de Joab. (Amasá era primo segundo de Joab; su padre era Itrá, un ismaelita, y su madre era Abigaíl hija de Najás, la cual era la hermana de Sarvia, la madre de Joab). 26 Absalón e Israel acamparon en la tierra de Galaad.
27 Cuando David llegó a Majanayin fue recibido cariñosamente por tres hombres: Sobí hijo de Najás, que era de la ciudad amonita de Rabá; Maquir hijo de Amiel, de Lo Debar, y Barzilay, que era un galaadita de Roguelín. 28-29 Le trajeron a David y a los que estaban con él camas para que durmieran, tazas y vasijas de barro. También les llevaron trigo, cebada, harina, trigo tostado, habas, lentejas, miel, mantequilla y queso. Hicieron esto porque pensaron que David y sus hombres estarían muy cansados, hambrientos y sedientos después de haber atravesado el desierto.
Muerte de Absalón
18 David pasó revista a sus tropas y puso jefes de mil y de cien soldados. 2 La tercera parte de los soldados quedó bajo el mando de Joab; otra tercera parte, bajo el mando de Abisay (hermano de Joab, hijo de Sarvia), y la otra tercera parte, bajo el mando de Itay el guitita. El rey quería dirigir al pueblo, 3 pero ellos se opusieron con firmeza:
―Mi rey no debe hacer eso —le dijeron—, porque si tenemos que huir, o la mitad de nosotros muere, los enemigos no irán tras nosotros, porque es a usted al que buscan. Usted vale más que diez mil de nosotros, y es mejor que se quede en la ciudad y nos envíe socorro si lo necesitamos.
4 ―Bien, hagan lo que les parezca mejor —respondió finalmente el rey, y se quedó en la puerta de la ciudad viendo pasar sus tropas.
5 Pero antes de que se marcharan, el rey les suplicó a Joab, a Abisay y a Itay:
―Por amor a mí, traten con gentileza al joven Absalón.
Y los soldados oyeron cuando el rey les daba este encargo.
6 Marcharon a pelear contra los israelitas, y la batalla comenzó en el bosque de Efraín. 7 Los israelitas fueron derrotados por los hombres de David. Hubo una gran matanza y veinte mil hombres murieron aquel día. 8 La batalla se extendió a través de todo el país, y fueron más los que se perdieron en el bosque que los que murieron a espada.
9 Durante la batalla, Absalón se encontró de repente con algunos hombres de David, y mientras huía en su mula, pasó debajo de las ramas de una gran encina, y el pelo se le enredó en las ramas. La mula siguió su camino, pero él quedó suspendido de las ramas. 10 Uno de los hombres de David lo vio y se lo dijo a Joab.
11 ―¿Qué? ¿Lo has visto y no le has dado muerte? —dijo Joab—. Yo te habría recompensado con diez monedas de plata y un cinturón.
12 ―Aun cuando me hubiera dado mil monedas de plata, no lo habría hecho, porque todos oímos que el rey les dijo a usted, a Abisay y a Itay: “Por amor a mí, no le hagan daño al joven Absalón”. 13 Y si yo hubiera traicionado al rey dando muerte a su hijo (y el rey ciertamente hubiera descubierto quién lo hizo), usted mismo habría sido el primero en acusarme.
14 ―¡Basta de decir necedades! —dijo Joab.
Enseguida tomó tres dardos y los clavó en el corazón de Absalón, que aún colgaba vivo de la encina. 15 Luego, diez de los jóvenes escuderos de Joab rodearon a Absalón y terminaron de matarlo. 16 Joab hizo sonar la trompeta, y sus hombres dejaron de perseguir a Israel. 17 Arrojaron el cuerpo de Absalón en un gran hoyo que había en el bosque y pusieron un gran montón de piedras sobre él. Todo Israel huyó.
18 (Absalón había edificado un monumento para sí en el valle del rey, porque se dijo: «No tengo hijos que lleven mi nombre». Lo llamó Columna de Absalón, y con ese nombre se le conoce todavía).
David hace duelo
19 Entonces Ajimaz hijo de Sadoc le dijo a Joab:
―Correré a llevarle la buena noticia al rey David, de que el Señor lo ha salvado de su enemigo Absalón.
20 ―No —le dijo Joab—, la muerte de su hijo no es una buena noticia para el rey. Puedes servirme de mensajero en otra oportunidad.
21 Entonces Joab le dijo a un soldado de Cus:
―Anda y dile al rey lo que has visto.
El hombre se inclinó y se echó a correr. 22 Pero Ajimaz le rogó a Joab:
―Déjame acompañar a ese soldado.
―No, no es necesario que vayas, hijo mío —replicó Joab—. ¡No habrá recompensa por esa noticia!
23 ―No importa; de todos modos, quiero ir —insistió Ajimaz.
Y Joab finalmente dijo:
―Bien, anda también.
Entonces Ajimaz tomó por un atajo a través de la llanura y llegó allí antes que el soldado de Cus. 24 David estaba sentado a la puerta de la ciudad. Cuando el centinela subió a su puesto de vigilancia sobre el muro, vio que un hombre solo corría hacia ellos. 25 Entonces le avisó al rey David, y el rey respondió:
―Si viene solo, debe traer buenas noticias.
Pero mientras este hombre se acercaba, 26 el centinela vio a otro que corría hacia ellos. Entonces gritó:
―¡Viene otro hombre detrás!
Y el rey respondió:
―Ese también debe traer buenas noticias.
27 El centinela dijo:
―El primer hombre parece ser Ajimaz hijo de Sadoc.
―Es un hombre de bien y ha de venir con buenas noticias —dijo el rey.
28 Ajimaz se acercó, saludó al rey, y se inclinó con su rostro a tierra, y dijo:
―¡Bendito sea el Señor tu Dios que ha destruido a los rebeldes que se atrevieron a levantarse en su contra!
29 ―¿Y cómo está el joven Absalón? —preguntó el rey—. ¿Está bien?
―Cuando Joab me dijo que viniera había mucho alboroto, pero yo no supe de qué se trataba —respondió Ajimaz.
30 ―Espera aquí —le dijo el rey.
Ajimaz se hizo a un lado. 31 En eso llegó el soldado de Cus y dijo:
―¡Tengo buenas noticias para mi señor el rey! Hoy el Señor lo ha librado de todos lo que se rebelaban contra usted.
32 ―¿Y cómo está el joven Absalón? ¿Está bien? —preguntó el rey.
―¡Ojalá todos los enemigos de mi señor el rey mueran como murió ese muchacho! —respondió el hombre.
33 Al oír la noticia, el rey rompió a llorar y subió al cuarto que estaba encima de la puerta. Se lamentaba diciendo:
«¡Ay, Absalón, hijo mío! ¡Absalón, hijo mío! ¡Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar! ¡Ay, hijo mío, Absalón, hijo mío!». Entonces, el rey se entristeció mucho, subió a la habitación que estaba encima de la puerta, y mientras lloraba, decía: «¡Hijo mío Absalón, hijo mío Absalón! ¡Ojalá yo hubiera muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!».
19 Joab se enteró de que el rey estaba muy afligido y llorando por la muerte de su hijo Absalón. 2 Cuando el pueblo se enteró del profundo dolor del rey por su hijo, el gozo de la maravillosa victoria de aquel día se convirtió en profunda tristeza. 3 Todo el pueblo se replegó y entró en la ciudad como si estuvieran avergonzados y hubieran sido derrotados en la batalla.
4 El rey, con el rostro entre las manos, lloraba: «¡Hijo mío Absalón, hijo mío Absalón, hijo mío!».
5 Entonces Joab fue a la habitación del rey y le dijo: «Avergüenza a todos sus siervos que han salvado su vida y la de sus hijos e hijas, y la de sus esposas y concubinas; como si hubiéramos cometido un delito. 6 ¡Parece que ama a los que lo odian, y odia a los que lo aman! Se ve claramente que nosotros nada significamos para usted. Si Absalón estuviera vivo, y todos nosotros hubiéramos muerto, usted estaría feliz. 7 Ahora, levántese y hable de corazón a los que lo siguen, porque le aseguro por el Señor, que si no lo hace, ninguno de ellos se quedará aquí para la noche. ¡Eso será peor desgracia que todas las desgracias juntas que haya tenido!».
David regresa a Jerusalén
8 Al oír esto, el rey salió y se sentó junto a la entrada de la ciudad. Cuando el pueblo lo supo, fue y se presentó delante de él.
Por su parte, los israelitas que habían acompañado a Absalón regresaron a sus casas. 9 Y por todas partes sólo se hablaba de lo que había sucedido. La gente comentaba: «El rey David nos libró del poder de nuestros enemigos. Fue él quien nos salvó del dominio de los filisteos. Pero por culpa de Absalón tuvo que huir del país. 10 Siendo que Absalón, al que habíamos elegido como rey, ha muerto, ¿por qué no le rogamos al rey David que regrese y siga siendo nuestro rey?».
11-12 Ante aquellos comentarios, David envió un mensaje a los sacerdotes Sadoc y Abiatar pidiéndoles que hablaran con los ancianos de Judá y les dijeran: «¿Por qué son ustedes los últimos en hacer volver al rey? Porque todo Israel está dispuesto a hacerlo, y solamente ustedes no se han pronunciado. Ustedes son mi tribu, sangre de mi sangre y carne de mi carne». 13 Y les ordenó que le dijeran a Amasá: «Por cuanto eres mi sobrino, que Dios me quite la vida si no te nombro jefe de mi ejército, en lugar de Joab».
14 Entonces Amasá convenció a todos los caudillos de Judá, y ellos respondieron como un solo hombre. Entonces mandaron este mensaje al rey: «Vuelva a nosotros y traiga consigo a todos los que lo acompañan». 15 Así que el rey emprendió el regreso hacia Jerusalén. Cuando llegaron al río Jordán, parecía que todos los de Judá habían ido a Guilgal a encontrarse con él y acompañarlo a cruzar el río. 16 Y Simí hijo de Guerá, benjamita que era oriundo de Bajurín, pasó corriendo entre los hombres de Judá para dar la bienvenida al rey David. 17 Mil hombres de la tribu de Benjamín estaban con él, incluyendo a Siba, el siervo de Saúl, con sus quince hijos y veinte criados. Habían ido apresuradamente al Jordán para llegar antes que el rey, 18 y trabajaron duramente ayudando a cruzar el río a la familia del rey y a los soldados, y los ayudaron en todas las formas que pudieron.
Cuando el rey acabó de cruzar el Jordán, Simí se postró delante de él, 19 y le rogó:
―Señor, rey mío, perdóneme las terribles cosas que hice cuando salía usted de Jerusalén. 20 Sé muy bien cuán grande ha sido mi pecado. Por eso he querido ser el primero de toda la tribu de José en saludarle.
21 Abisay hijo de Sarvia exclamó:
―¡Simí merece la muerte por haber maldecido al ungido del Señor!
22 ―No hables de esa manera —exclamó David—. Este no es día para castigar, sino día de celebración. Una vez más soy el rey de Israel.
23 Y volviéndose a Simí le dijo:
―Te perdono la vida.
24-25 También llegó de Jerusalén Mefiboset, nieto de Saúl. No se había lavado los pies ni la ropa, ni se había cortado la barba desde el día en que el rey salió de Jerusalén. El rey le preguntó:
―¿Por qué no viniste conmigo, Mefiboset?
26 Y él contestó:
―Mi rey y señor, mi siervo Siba me engañó. Yo le dije: “Prepara mi burro para que pueda ir con el rey”. Como usted sabe, yo soy cojo. 27 Luego Siba me calumnió diciendo que yo me había negado a acompañarle. Pero yo sé que usted es como un ángel de Dios. Haga lo que estime mejor. 28 Después de todo, mi familia y yo no merecíamos sino la muerte; sin embargo, mi señor el rey me ha honrado permitiéndome comer en su propia mesa. ¿Cómo podría yo quejarme?
29 ―Muy bien —respondió David—. Mi decisión es que tú y Siba se dividan la tierra por partes iguales.
30 ―Que él se quede con todo —dijo Mefiboset—. Para mí es suficiente regalo que usted haya regresado sano y salvo.
31-32 Barzilay el galaadita, que había provisto de alimentos al rey y a su ejército durante su exilio en Majanayin, también llegó de Roguelín para ayudar al rey a pasar el río. Ya estaba muy viejo, pues tenía unos ochenta años, pero era muy rico.
33 ―Ven conmigo y vive en Jerusalén —le dijo el rey a Barzilay—. Yo cuidaré de ti.
34 ―No —respondió él—, yo soy demasiado viejo para ello. 35 Ya tengo ochenta años y la vida ha perdido el gusto para mí. El alimento y el vino ya no me saben a nada, y ni siquiera puedo escuchar bien las voces de los cantores y cantoras. Yo sólo sería una carga para mi señor, el rey. 36 El único honor que quiero es cruzar el río con usted. 37 Y luego permítame que regrese y muera en mi ciudad, donde mi padre y mi madre están enterrados. Pero aquí está Quimán, su siervo. Que él vaya con usted a la ciudad y reciba todas las buenas cosas que usted quiera darle.
38 ―Bien —dijo el rey—. Quimán irá conmigo, y yo haré por él lo que habría hecho por ti.
39 Todo el pueblo cruzó el río Jordán con el rey; y después que David besó y dio su bendición a Barzilay, este regresó a su casa. 40 El rey siguió a Guilgal, llevando a Quimán consigo. Y la mayor parte de Judá y la mitad de Israel estaba allí para recibirlo. 41 Pero los hombres de Israel se quejaron al rey, porque solamente fueron hombres de Judá los que les ayudaron a cruzar al río a él y a su familia.
42 ―¿Por qué no? —respondieron los hombres de Judá—. El rey es de nuestra tribu. ¿Por qué esto les ha de causar enojo? ¿Acaso le hemos cobrado? Él no nos ha dado ni comida ni regalos.
43 ―Pero hay diez tribus en Israel —respondieron los otros—, de modo que tenemos diez veces más derecho delante del rey que ustedes. ¿Por qué no nos invitaron? No olviden que fuimos los primeros en hablar de hacer volver al rey.
La disputa continuó, y las palabras de los de Judá fueron más violentas que las de los de Israel.
Sabá se rebela contra David
20 Allí en Guilgal se hallaba un hombre perverso llamado Sabá hijo de Bicrí, de la tribu de Benjamín. Este tocó la trompeta y comenzó a gritar:
«¡No tenemos nada que ver con David! ¡Nada ganamos con seguir al hijo de Isaí! ¡Israelitas, váyanse a sus casas!».
2 Todos, menos Judá y Benjamín, abandonaron a David y siguieron a Sabá. Pero los hombres de Judá permanecieron junto a su rey, acompañándolo desde el Jordán hasta Jerusalén. 3 Cuando llegó a su palacio, David ordenó que las diez esposas que había dejado para que cuidaran la casa fueran puestas en reclusión. Siguió dándoles su sustento, pero no volvió a dormir con ellas. Así fue que, hasta el día de su muerte, esas mujeres vivieron encerradas y como si fueran viudas.
4 El rey ordenó a Amasá: «Espero que tú y las tropas de Judá estén aquí dentro de tres días». 5 Amasá salió a reunirlos, pero tardó más de los tres días que le habían sido dados. 6 Por eso David le dijo a Abisay: «Ese Sabá hijo de Bicrí nos va a causar más daño que Absalón. Toma, pues, mi guardia personal y persíguelo, no sea que entre en una ciudad fortificada donde no podamos alcanzarlo».
7 Abisay y Joab, junto con los mejores guerreros y con los quereteos, los peleteos y la guardia personal del rey, salieron de Jerusalén en persecución de Sabá.
8-10 Cuando llegaron a la gran roca que está en Gabaón, se encontraron cara a cara con Amasá. Joab usaba su uniforme ajustado con un cinturón y cargaba una daga envainada junto al muslo, la cual se le cayó mientras caminaba. Joab la recogió y se acercó a saludar a Amasá: «Estoy contento de verte, hermano mío» —dijo Joab—, y lo tomó de la barba con la mano derecha como para besarlo. Amasá no notó la daga que Joab tenía en la mano izquierda. Así que Joab se la clavó en el estómago, de tal manera que se le salieron las entrañas. No necesitó dar un segundo golpe, porque Amasá murió instantáneamente. Joab y su hermano Abisay lo dejaron muerto allí mismo, y continuaron la persecución de Sabá.
11 Uno de los jóvenes de Joab se paró junto al cadáver de Amasá y dijo: «¡Los que apoyen a David, que sigan a Joab!». 12 Todos los que pasaban por allí se detenían a ver a Amasá, pues todavía su cadáver seguía tendido en un charco de sangre, en medio del camino. Entonces el soldado arrastró el cadáver hacia un lado del camino y lo cubrió con una capa. 13 Luego, todos se fueron con Joab en persecución de Sabá.
14 Mientras tanto, Sabá había salido a recorrer todas las tribus de Israel y llegó a la ciudad de Abel Betmacá, donde se le unieron todos los parientes de Bicrí. 15 Cuando llegaron, los hombres de Joab sitiaron a Abel Betmacá, levantaron una rampa y comenzaron a derribar la muralla. 16 Pero una mujer sabia gritó desde la ciudad:
―¡Escuchen, escuchen! ¡Díganle a Joab que venga, pues tengo que hablar con él!
17 Cuando Joab se le acercó, la mujer le preguntó:
―¿Es usted, Joab?
Y él respondió:
―Sí, yo soy.
La mujer le dijo:
―Le ruego que escuche lo que tengo que decirle.
―Te escucho —le respondió Joab.
18 Entonces ella le dijo:
―Antiguamente había un dicho: “Si quieres ganar una discusión, pregunta en Abel”, porque siempre damos sabios consejos. 19 Usted esta destruyendo una ciudad antigua y pacífica, leal a Israel. ¿Destruirá lo que es del Señor?
20 Joab le respondió:
―¡De ninguna manera! ¡Que Dios me libre de hacer semejante daño! 21 Todo lo que quiero es capturar a un hombre de las montañas de Efraín, llamado Sabá. Este hombre se ha rebelado contra el rey David. Si me lo entregas, dejaremos la ciudad en paz.
―Muy bien —respondió la mujer—. Ahora mismo te arrojaremos la cabeza de Sabá desde la muralla.
22 La mujer fue a hablar con el pueblo y convenció a todos de que le cortaran la cabeza a Sabá hijo de Bicrí. Así lo hicieron, y le arrojaron la cabeza a Joab. Entonces Joab hizo sonar su trompeta y reunió a sus hombres para que no realizaran el ataque, y volvieron a Jerusalén, para presentarse ante el rey.
23 Joab era el jefe del ejército de Israel, mientras que Benaías hijo de Joyadá estaba a cargo de los quereteos y los peleteos. 24 Adonirán estaba a cargo de los que realizaban el trabajo obligatorio, y Josafat hijo de Ajilud era el secretario. 25 Seva era el cronista, y Sadoc y Abiatar eran los sacerdotes. 26 Ira el yairita era el capellán de David.
Los gabaonitas se vengan
21 Durante el reinado de David hubo hambre por tres años consecutivos. Entonces David habló con el Señor acerca de esta situación, y el Señor le dijo: «El hambre ha venido por causa de que Saúl y su familia asesinaron a los gabaonitas».
2 El rey David convocó a los gabaonitas. Ellos no formaban parte de Israel, sino que eran el remanente de la nación de los amorreos. Israel había prometido no matarlos; pero Saúl, debido a su celo por Judá e Israel, había tratado de acabar con ellos. 3 David les preguntó:
―¿Qué puedo hacer por ustedes, para librarnos de esta culpa y para pedirles a ustedes que clamen a Dios que nos bendiga?
4 ―Bueno, no es cuestión de dinero —respondieron los gabaonitas—, y no es nuestra intención vengarnos matando israelitas.
―¿Qué puedo hacer por ustedes entonces? —preguntó otra vez David—. Díganmelo, y yo lo haré.
5-6 ―Muy bien —respondieron—, entréguenos a siete de los hijos de Saúl, el hombre que se empeñó en destruirnos. Los colgaremos delante del Señor, en Guibeá, la ciudad del rey Saúl.
―Muy bien —dijo el rey—, se los entregaré.
7 David perdonó a Mefiboset, el hijo de Jonatán y nieto de Saúl, a causa de la promesa que le había hecho a Jonatán; 8 pero hizo apresar a Armoní y a Mefiboset, que eran hijos de Saúl y Rizpa, la hija de Ayá. Además hizo apresar a los cinco hijos que Merab, la hija de Saúl, había tenido con Adriel hijo de Barzilay, el de Mejolá. 9 Luego, David se los entregó a los gabaonitas, quienes los ahorcaron en una montaña, delante del Señor. Los siete murieron juntos, al comienzo de la cosecha de cebada.
10 Rizpa, la madre de dos de los hombres, extendió un saco sobre una roca y se quedó allí durante toda la estación de la cosecha, para evitar que las aves de rapiña destrozaran los cuerpos durante el día, y que los animales salvajes se los comieran en la noche. 11 Cuando David supo lo que Rizpa, la concubina de Saúl, había hecho, 12-14 ordenó que los restos de los hombres fueran llevados a Jerusalén. Al mismo tiempo pidió a los de Jabés de Galaad que devolvieran los restos de Saúl y Jonatán. Ellos los habían rescatado de la plaza pública en Betsán, donde los filisteos los habían colgado, después de la batalla del monte Guilboa. Cuando los de Jabés devolvieron los restos de Saúl y Jonatán, David los hizo sepultar en la tumba de Quis, el padre de Saúl, en la región de Zela de Benjamín. Después de esto, Dios tuvo compasión del pueblo y lo bendijo.
Hazañas de los oficiales de David
15 En una ocasión en que los filisteos volvieron a hacerle la guerra a Israel, David y sus hombres salieron a pelear contra ellos. Debido a lo duro de la batalla, David se sintió muy cansado. 16 Entonces, un gigante llamado Isbibenob intentó matarlo. Este hombre llevaba una espada nueva y una lanza de bronce, cuya sola punta pesaba más de tres kilos. 17 Pero Abisay hijo de Sarvia corrió en su ayuda y mató al filisteo. Después de aquello, los hombres de David le juraron: «¡Nunca más saldrá con nosotros cuando haya guerra! ¿Por qué habremos de arriesgarnos a que se apague la luz de Israel?».
18 Durante una guerra con los filisteos en Gob, Sibecay el jusatita mató a Saf, otro gigante. 19 En otra oportunidad, y en el mismo lugar, Eljanán hijo de Yaré Oreguín, de Belén, mató al hermano de Goliat el guitita, que tenía una lanza cuya asta era tan grande como el rodillo de un telar.
20-21 Y en una ocasión en que los filisteos y los israelitas trabaron combate en Gat, un gigante que tenía seis dedos en cada mano y seis en cada pie desafió a Israel. Entonces Jonatán, sobrino de David e hijo de Simá, que era hermano de David, lo mató.
22 Fue así como esos cuatro gigantes, descendientes de Rafá, el de Gat, fueron muertos por los soldados de David.
Salmo de David
22 David entonó este cántico al Señor después que fue librado de Saúl y de todos sus enemigos:
2 «El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador.
3 Mi Dios, la roca en quien me refugio.
Mi escudo y mi salvación, mi asilo y mi amparo.
¡Él me libró de los violentos!
4 Invocaré al Señor, que es digno de ser alabado. Él me salvará de todos mis enemigos.
5 »Las ondas de muerte me rodeaban; torrentes del mal querían arrasarme;
6 me sentía atrapado y atado por el infierno y la muerte.
7 Pero en mi angustia invoqué al Señor, y él me oyó desde su templo.
¡Mi clamor llegó a sus oídos!
8 »Entonces la tierra se estremeció y tembló.
Los cimientos del cielo se estremecieron a causa de su ira.
9 Humo salió de su nariz; su boca vomitó fuego consumidor; ¡arrojaba carbones encendidos!
10 »Él inclinó el cielo y descendió a la tierra; caminó sobre nubes oscuras.
11 Se montó sobre un querubín y cruzó el cielo, voló sobre las alas del viento.
12 Puso alrededor suyo tinieblas por velo, y densas nubes lo rodearon.
13 Carbones encendidos brotaron de su resplandor.
14 El Señor tronó desde los cielos; desde el cielo se escuchó la voz del Dios Altísimo.
15 Arrojó flechas y relámpagos y derrotó a todos mis enemigos.
16 Por el soplo de su aliento se partió el mar en dos, y se pudo ver el fondo del mar.
17 »Desde las alturas me rescató; me sacó de en medio de las aguas;
18 me salvó de enemigos poderosos, de todos los que me odiaban, y de los que eran demasiado fuertes para mí.
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