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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Jueces 15:13 - 1 Samuel 2:29

14 Cuando Sansón y sus captores llegaron a Lehí, los filisteos gritaron de alegría. Pero el Espíritu del Señor vino sobre Sansón y las cuerdas con que estaba atado se rompieron como hilos y cayeron de sus muñecas. 15 Entonces tomó una quijada de burro que estaba en el suelo y mató a mil filisteos con ella. 16-17 Mientras arrojaba la quijada dijo:

«Con una quijada de burro he hecho montón y montones.

Con una quijada de burro he batido a mil hombres».

El lugar fue llamado Ramat Lehí (Colina de la quijada).

18 Como tuvo sed, oró al Señor:

―Le has dado a Israel una maravillosa liberación por medio de mí en este día, ¿debo ahora morir de sed y quedar a merced de estos filisteos?

19 Entonces el Señor hizo que brotara agua del suelo y Sansón recobró fuerzas mientras bebía. Entonces puso al lugar el nombre de Enacoré (Fuente del que clamó), y allí está todavía aquel manantial.

20 Durante los veinte años siguientes, Sansón gobernó a Israel, pero los filisteos todavía dominaban el país.

Sansón y Dalila

16 Un día Sansón fue a la ciudad filistea de Gaza y pasó la noche con una prostituta. Pronto se supo que había sido visto en la ciudad, y montaron guardia junto a las puertas de la ciudad para capturarlo si trataba de irse. «En la mañana —decían ellos—, cuando haya suficiente luz, lo encontraremos y le daremos muerte».

Sansón estuvo acostado con la prostituta hasta la media noche, y entonces se dirigió a las puertas de la ciudad, las arrancó con sus dos postes, las cargó sobre sus hombros y se las llevó hasta la cumbre de la montaña que está frente a Hebrón.

Algún tiempo después se enamoró de una joven llamada Dalila, del valle de Sorec. Los cinco jefes de los filisteos fueron a hablar con ella y le pidieron que tratara de descubrir qué era lo que hacía que Sansón tuviera tanta fuerza, a fin de saber cómo vencerlo y encadenarlo. «Cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata si lo haces» —le prometieron.

Entonces Dalila rogó a Sansón que le dijera su secreto.

―Sansón, dime por qué eres tan fuerte —le rogaba—. No creo que nadie sea capaz de capturarte.

―Cómo no —respondió Sansón—. Si me atan con siete mimbres verdes, quedaré tan débil como cualquiera.

Los jefes filisteos buscaron siete mimbres verdes y, mientras dormía, ella lo ató. Algunos de los hombres estaban escondidos en la pieza contigua, de modo que tan pronto como ella lo hubo atado, exclamó:

―¡Sansón, los filisteos están aquí!

Pero él reventó los mimbres verdes como si hubieran sido hilo de algodón y no fue descubierto su secreto.

10 Dalila le dijo:

―Te estás burlando de mí. Me has mentido. Dime, ¿cómo se te puede vencer?

11 ―Si me atan con cuerdas nuevas que jamás hayan sido usadas —le respondió—, seré tan débil como cualquier otro hombre. 12 Nuevamente, mientras él dormía, Dalila tomó cuerdas nuevas y lo ató con ellas. Los filisteos estaban escondidos en la pieza contigua como antes. Una vez más Dalila dijo:

―¡Sansón, los filisteos han venido a capturarte!

Pero él rompió las cuerdas con sus brazos como si fueran telas de araña.

13 ―Te has burlado nuevamente de mí, y me has vuelto a mentir. Ahora dime cómo se te puede capturar.

―Si tejes mi cabello con un telar —le dijo—, yo me debilitaré.

14 Cuando se durmió, hizo exactamente aquello y luego gritó:

«¡Los filisteos han venido, Sansón!». Y él despertó y arrancó la urdimbre y el telar con sus trenzas.

15 «¿Cómo puedes decir que me amas, si no confías en mí? —se quejó ella—. Ya te has burlado de mí tres veces y no me has dicho qué es lo que te da la fuerza».

16 Como Dalila lo acosaba e importunaba día tras día, él no pudo resistir 17 y finalmente le dijo el secreto. «Jamás me he cortado el pelo —confesó—, porque soy nazareo para Dios desde mi nacimiento. Si me cortaran el cabello, la fuerza me abandonaría y yo sería tan débil como un hombre común».

18 Dalila comprendió que finalmente le había dicho la verdad, por lo que mandó a buscar a los cinco jefes de los filisteos. «Vengan una vez más —dijo ella—, porque esta vez me ha dicho la verdad». Entonces ellos llevaron el dinero que le habían ofrecido. 19 Ella lo hizo dormir con la cabeza sobre sus rodillas, y ellos hicieron entrar a un barbero para que le cortara el cabello. Dalila se dio cuenta de que su fuerza lo había abandonado. 20 Entonces ella gritó: «¡Los filisteos están aquí para capturarte, Sansón!».

Él despertó y pensó: «Haré como antes: me desharé de ellos». Pero no se había dado cuenta de que el Señor se había apartado de él.

21 Los filisteos lo capturaron, le sacaron los ojos y se lo llevaron a Gaza, donde fue atado con cadenas de bronce y lo ocuparon para mover el molino y moler grano en la prisión. 22 Pero el cabello no tardó en crecerle nuevamente.

Muerte de Sansón

23-24 Los jefes de los filisteos hicieron una gran fiesta a fin de celebrar la captura de Sansón. El pueblo hacía sacrificios al dios Dagón y lo alababan con mucho entusiasmo.

«Nuestro dios nos ha librado de nuestro enemigo Sansón —gritaban satisfechos al verlo allí atado con cadenas—. El enemigo de nuestra nación, el que destruía nuestros campos, y el que ha matado a tantos de nosotros, ahora está en nuestro poder».

25 El pueblo ya medio embriagado, pidió:

«¡Traigan a Sansón para divertirnos a costa suya!».

Lo llevaron desde la prisión y lo pusieron en medio del templo entre las dos columnas que sostenían el techo. 26 Sansón le dijo al muchacho que lo guiaba de la mano: «Pon una de mis manos en cada columna, para apoyarme en ellas». 27 El templo estaba completamente lleno de gente. Todos los príncipes filisteos estaban allí también junto con tres mil personas que desde los balcones contemplaban a Sansón y se reían de él. 28 Sansón oró al Señor y le dijo: «Oh Señor Dios, acuérdate de mí nuevamente, dame fuerzas sólo una vez más, para vengarme de los filisteos por la pérdida de mis ojos».

29 Entonces Sansón empujó fuertemente las columnas y gritó: 30 «Muera yo junto con los filisteos». Y el templo se derrumbó sobre los jefes de los filisteos y sobre todo el pueblo. Y los que él mató en el momento de morir fueron más de los que había matado en toda su vida.

31 Más tarde sus hermanos y otros parientes fueron a buscar el cuerpo, y lo llevaron nuevamente a su tierra y lo sepultaron entre Zora y Estaol, donde Manoa había sido sepultado.

Sansón había gobernado a Israel durante veinte años.

Los ídolos de Micaías

17 En la región montañosa de Efraín vivía un hombre llamado Micaías.

Un día le dijo a su madre:

―Aquellas mil cien monedas de plata que te habían robado, y por las cuales echaste una maldición contra el ladrón delante de mí, yo las robé.

―Dios te bendiga por confesarlo —respondió su madre—, y él le devolvió el dinero.

―Lo voy a consagrar al Señor a favor tuyo. Con él haremos un ídolo fundido y tallado.

Tomó, pues, doscientas monedas y se las llevó a un platero, y el ídolo que hizo fue colocado en un santuario que Micaías hizo. Micaías, que tenía muchos ídolos en su colección y tenía también un efod y terafines, instaló a uno de sus hijos en el cargo de sacerdote. En aquellos días no había rey en Israel y cada uno hacía lo que quería.

7-8 Un día llegó a aquel lugar un joven levita sacerdote de Belén que buscaba un buen lugar para vivir, y acertó a detenerse en la casa de Micaías.

―¿De dónde vienes? —preguntó Micaías.

Y le respondió:

―Soy levita de Belén de Judá, y estoy buscando un lugar para vivir.

10-11 ―Bien, quédate conmigo —dijo Micaías— y serás mi sacerdote y te respetaré como a un padre. Te daré diez monedas de plata por año, ropa y comida.

Al joven le agradó la propuesta y pasó a ser como uno de los hijos de Micaías. 12 Entonces Micaías lo consagró para que fuera su sacerdote personal.

13 «Ahora sí que el Señor me ha de bendecir —exclamó Micaías—, porque tengo un sacerdote de verdad, ¡un levita!».

La tribu de Dan se establece en Lais

18 Como ya se ha dicho, no había rey en Israel en aquel tiempo. La tribu de Dan estaba tratando de encontrar un lugar donde establecerse, pues aún no habían recibido su heredad para establecerse allí. Entonces los hombres de Dan escogieron a cinco hombres valientes de las ciudades de Zora y Estaol para que exploraran la tierra donde habían de establecerse.

Cuando llegaron a la región montañosa de Efraín, se quedaron en casa de Micaías. Al darse cuenta del acento del levita que oficiaba de sacerdote, lo llamaron a un lado y le preguntaron:

―¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué viniste?

Él les contó acerca del contrato que tenía con Micaías y que era su sacerdote privado.

―Bien —dijeron—, pídele entonces a Dios que te diga si nuestro viaje tendrá éxito.

―Sí —contestó el sacerdote—. Todo saldrá bien. El Señor los cuidará.

Los cinco hombres salieron y fueron a Lais, y notaron que allí todo el mundo se sentía seguro y confiado. Vivían a la manera de los sidonios y eran muy ricos. Vivían reposadamente y estaban totalmente desprevenidos para un ataque, porque no había tribus suficientemente fuertes en la región como para que intentaran atacarlos. Vivían a gran distancia de sus parientes en Sidón y tenían poco o ningún contacto con los pueblos cercanos. Los espías regresaron a Zora y Estaol.

―¿Qué hay? —preguntaron—. ¿Qué noticias nos traen?

9-10 Y los hombres respondieron:

―Ataquemos sin pérdida de tiempo. La tierra es amplia y fértil. Es un verdadero paraíso. El pueblo no está preparado para defenderse. ¡Vamos y tomémosla, porque el Señor nos la ha dado!

11 Seiscientos soldados de la tribu de Dan salieron de Zora y Estaol. 12 Acamparon en los lugares al oeste de Quiriat Yearín en Judá (lugares que todavía se conocen por el nombre de Campamento de Dan), 13 y luego siguieron hasta la región montañosa de Efraín.

Cuando pasaron por casa de Micaías, 14 los cinco exploradores les dijeron a los demás:

―Aquí hay un santuario con un efod, algunos terafines y muchos ídolos de plata. Es obvio lo que tenemos que hacer.

15-16 Los cinco hombres entraron a la casa de Micaías y saludaron al joven sacerdote. Los seiscientos hombres armados se quedaron junto a la puerta, 17 mientras los cinco espías entraban en el santuario y sacaban los ídolos, el efod y los terafines.

18 ―¿Qué hacen? —preguntó el joven sacerdote, cuando vio que los sacaban.

19 ―Calla y ven con nosotros —le dijeron—. Serás nuestro sacerdote y te respetaremos como a un padre. Es mucho mejor que seas sacerdote de toda una tribu de Israel que de un solo hombre.

20 El joven sacerdote se sintió muy feliz de irse con ellos y se llevó consigo el efod, los terafines y los ídolos. 21 Se pusieron en marcha nuevamente, poniendo a los hijos, el ganado y los enseres adelante. 22 Cuando ya estaban a buena distancia, los de la casa de Micaías salieron en su persecución 23 y les gritaban que se detuvieran.

―¿Qué pretenden persiguiéndonos de esta manera? —preguntaron los hombres de Dan.

24 ―¿Y lo preguntan? —replicó Micaías—. Se han robado mis dioses y mi sacerdote, y nada me han dejado.

25 ―Cuidado con lo que dices —replicaron los hombres de Dan—. Hay aquí algunos que son de ánimo colérico, y podrían enojarse y matarte.

26 Los hombres de Dan siguieron su marcha. Cuando Micaías vio que eran muchos para enfrentarse a ellos por sí mismo, volvió a su casa.

27 Con los ídolos y el sacerdote de Micaías, los hombres de Dan llegaron a la ciudad de Lais. Ni siquiera había guardia; así que entraron, mataron a todo el pueblo y quemaron la ciudad hasta los cimientos. 28 Nadie pudo ayudar a sus habitantes porque estaba muy lejos de Sidón, y no tenían aliados locales porque no tenían tratos con nadie. Esto ocurrió en el valle que está junto a Bet Rejob.

El pueblo de la tribu de Dan reedificó la ciudad y vivió allí. 29 La ciudad fue llamada Dan, en honor a su antepasado, el hijo de Israel, pero anteriormente se llamaba Lais. 30 Luego instalaron los ídolos y designaron a un hombre llamado Jonatán, hijo de Gersón y biznieto de Moisés, y a sus hijos para que fueran sacerdotes. Esta familia continuó en el sacerdocio hasta que la ciudad fue finalmente conquistada en la época del cautiverio. 31 Así que la tribu de Dan adoró los ídolos de Micaías mientras el Tabernáculo permaneció en Siló.

El levita y su concubina

19 En aquellos días, antes que hubiera rey en Israel, hubo un hombre de la tribu de Leví que vivía en la parte más remota de la región montañosa de Efraín, que llevó a su casa a una mujer de Belén de Judá para que fuera su concubina. Pero ella se enojó con él y huyó, y regresó a la casa de su padre en Belén, donde estuvo unos cuatro meses. El hombre, tomando a un siervo y un burro para ella, fue para ver si podía hacerla regresar. Cuando llegó a la casa, ella lo dejó entrar y se lo presentó a su padre, quien estuvo encantado de conocerlo. El padre le pidió que se quedara un tiempo, y él se quedó tres días, y pasaron momentos agradables.

Al cuarto día se levantaron temprano, preparados para partir, pero el padre de la muchacha insistió en que desayunaran primero. Luego les rogó que se quedaran un día más, puesto que lo estaban pasando bien. Al principio el hombre se negó, pero el padre de la muchacha siguió instándole, hasta que finalmente cedió. A la mañana siguiente, se levantaron temprano nuevamente y una vez más el padre de la mujer dijo: «Quédense solamente hoy día y salgan durante la tarde». Entonces ellos tuvieron otro día de fiesta.

Aquella tarde, mientras él, la muchacha y el siervo se preparaban para partir, el padre de ella dijo: «Miren, se está haciendo tarde. Quédense esta noche y tendremos fiesta, y mañana pueden levantarse temprano y ponerse en marcha». 10 Pero esta vez el hombre fue firme, y se fue. Llegó hasta Jerusalén (también conocida como Jebús) antes que oscureciera.

11 El siervo le dijo:

―Se está haciendo demasiado tarde para seguir el viaje. Quedémonos aquí esta noche.

12 ―No —dijo el amo—. No podemos quedarnos en esta ciudad extraña donde no hay israelitas. 13 Seguiremos hasta Guibeá o posiblemente hasta Ramá.

14 Siguieron la marcha. El sol se estaba poniendo cuando llegaron a Guibeá, un pueblo de la tribu de Benjamín. 15 Allí fueron para pasar la noche. Pero, como nadie les ofreció hospedaje, acamparon en la plaza del pueblo. 16 Pero en eso apareció un anciano que regresaba de su trabajo a su hogar, pues trabajaba en el campo (originalmente era de la región montañosa de Efraín pero vivía en Guibeá, aun cuando era territorio de Benjamín). 17 Cuando vio a los viajeros acampados en la plaza, les preguntó de dónde eran y hacia dónde iban.

18 ―Vamos desde Belén de Judá hacia mi casa. Vivo en la región más lejana del monte de Efraín, cerca de Siló. Pero nadie nos ha acogido por esta noche, 19 aun cuando tenemos forraje para nuestros burros y suficiente alimento y vino para nosotros.

20 ―No se preocupen —dijo el anciano—, vengan a mi casa. No deben pasar la noche en la plaza. Es muy peligroso.

21 Y dicho y hecho, los llevó a casa consigo, les dio forraje a los burros mientras ellos descansaban, y luego cenaron juntos.

22 Estaban comenzando a alegrarse, cuando rodeó la casa una pandilla de pervertidos sexuales y comenzaron a golpear la puerta y a pedir al anciano que sacara al hombre que estaba con él para violarlo.

23 El anciano salió y habló con ellos.

―No, hermanos míos. No hagan tal perversidad —les rogó—, porque es mi huésped. 24 Tomen a mi hija virgen y a la esposa de este hombre. Yo las sacaré y pueden hacer con ellas lo que quieran, pero no toquen a este hombre.

25 Pero no quisieron oírle. Entonces el levita empujó a su mujer hacia afuera, y ellos abusaron de ella toda la noche, violándola por turnos hasta la mañana. Al fin, al amanecer la dejaron ir. 26 Ella se desplomó en la entrada de la casa y quedó allí hasta que aclaró. 27 Cuando el hombre abrió la puerta para seguir su camino, la encontró caída frente a la puerta con las manos agarrando el umbral.

28 «Levántate y vamos —le dijo—. Pongámonos en marcha». Pero no recibió respuesta, pues ella estaba muerta. Él la cargó entonces sobre el burro y se fue a su casa.

29 Llegado allí tomó un cuchillo y cortó el cuerpo en doce partes y envió una parte a cada una de las tribus de Israel. 30 «No se había visto un crimen similar desde que Israel salió de Egipto —decían todos—. Tenemos que hacer algo».

Los israelitas derrotan a los benjaminitas

20 1-2 Entonces toda la nación de Israel envió a sus dirigentes y a cuatrocientos cincuenta mil hombres para que se reunieran delante del Señor en Mizpa. Vinieron desde Dan, desde Berseba y de todos los lugares intermedios, y desde el otro lado del Jordán, de la tierra de Galaad. Pronto supieron en Benjamín que las fuerzas israelitas se habían movilizado en Mizpa. Los jefes de Israel entonces llamaron al hombre de la mujer asesinada y le preguntaron qué había ocurrido.

―Llegamos una noche a Guibeá, a la tierra de Benjamín —les contó—. Esa noche los hombres de Guibeá rodearon la casa con el fin de matarme; y violaron a mi mujer hasta que murió. Yo corté su cuerpo en doce pedazos y los envié por todo Israel, porque esos hombres habían cometido un crimen horrendo. Ahora, hijos de Israel, denme su parecer y su consejo.

Y como un solo hombre respondieron:

―Ninguno de nosotros regresará a casa 9-10 hasta que no hayamos terminado de castigar al pueblo de Guibeá. La décima parte de las tribus será seleccionada por suertes y estará encargada de abastecernos de alimentos, y el resto de nosotros destruirá a Guibeá por esta horrible acción.

11 Todos los hombres de Israel se juntaron contra la ciudad, 12 y enviaron mensajeros a la tribu de Benjamín a preguntar: «¿Saben lo que ha ocurrido entre ustedes? 13 Entreguen a los hombres perversos de Guibeá para que podamos ejecutarlos y purificar a Israel de su pecado». Pero el pueblo de Benjamín no prestó atención. 14-15 En vez de oír, enviaron veintiséis mil hombres a Guibeá para que se unieran a los setecientos del lugar en la defensa contra el resto de Israel. 16 Entre ellos había setecientos hombres zurdos de muy buena puntería, que podían dar con la honda a un cabello sin errar. 17 Los hombres de Israel, sin los hombres de Benjamín, sumaba cuatrocientos mil hombres.

18 Antes de la batalla, los israelitas fueron a Betel a pedir consejo a Dios.

―¿Qué tribu nos guiará contra el pueblo de Benjamín? —le preguntaron.

Y el Señor respondió:

―Judá irá delante.

19-20 Salieron a la mañana siguiente para ir a Guibeá y atacar a los hombres de Benjamín. 21 Pero los hombres que defendían el pueblo atacaron y dieron muerte a veintidós mil israelitas aquel día. 22-24 Luego los hombres de Israel lloraron delante del Señor hasta la tarde y le preguntaron:

―¿Seguiremos luchando contra nuestro hermano Benjamín?

Y el Señor respondió:

―Sí.

Los israelitas recuperaron el valor y fueron al día siguiente a pelear en el mismo lugar. 25 Aquel día perdieron otros dieciocho mil hombres, todos hombres de espada.

26 Entonces todos los israelitas subieron a Betel y lloraron delante del Señor, y ayunaron hasta la tarde, ofreciendo holocaustos y sacrificios de paz. 27-28 (El cofre de Dios estaba en Betel en aquellos días; Finés, hijo de Eleazar y nieto de Aarón era el sacerdote).

Los hombres de Israel preguntaron al Señor:

―¿Saldremos nuevamente y pelearemos contra nuestro hermano Benjamín o nos detendremos?

Y el Señor les dijo:

―Vayan, porque mañana haré que derroten a los hombres de Benjamín.

29 Entonces Israel puso una emboscada alrededor del pueblo 30 y salió nuevamente al tercer día, y se pusieron en la formación acostumbrada. 31 Cuando los hombres de la tribu de Benjamín salieron a atacarlos, las fuerzas de Israel retrocedieron y Benjamín salió de la ciudad en persecución de Israel. Y de la manera que habían hecho anteriormente, Benjamín comenzó a perseguir a los hombres de Israel a lo largo del camino que corre entre Betel y Guibeá, hasta que treinta de ellos murieron.

32 Los de Benjamín gritaron: «Los estamos derrotando nuevamente». Pero los israelitas se habían puesto de acuerdo para huir primero a fin de que los hombres de Benjamín los persiguieran y abandonaran la ciudad.

33 Cuando los hombres de Israel llegaron a Baal Tamar, se volvieron y atacaron, mientras los diez mil hombres emboscados al oriente de Guibeá salieron de donde estaban 34 y avanzaron contra la retaguardia de la gente de Benjamín, que aún no comprendía el desastre que se avecinaba. 35-39 El Señor ayudó a Israel a derrotar a Benjamín. Aquel día los israelitas mataron a veinticinco mil cien hombres de Benjamín, dejando apenas un pequeño remanente de sus fuerzas.

Los israelitas habían retrocedido delante de los hombres de Benjamín con el fin de ponerles una emboscada y tener más espacio para maniobrar. Cuando los de Benjamín dieron muerte a treinta israelitas, creyeron que iban a hacer una matanza en masa como en los días anteriores. Pero entonces los hombres que estaban escondidos entraron en la ciudad y mataron a todos los que estaban en ella y le prendieron fuego. La gran nube de humo que subía hacia el cielo fue la señal para que Israel diera vuelta y atacara a los de Benjamín, 40-41 quienes al mirar detrás quedaron aterrados al descubrir que la ciudad estaba ardiendo, y que estaban en serio peligro. 42 Huyeron hacia el desierto, pero los israelitas los destruyeron y los hombres que habían puesto la emboscada vinieron y se unieron en la matanza por la retaguardia. 43 Rodearon a los benjamitas al este de Guibeá y mataron a la mayoría de ellos allí. 44 Dieciocho mil hombres de Benjamín murieron en la batalla aquel día. 45 El resto huyó al desierto hacia la roca de Rimón, pero cinco mil fueron muertos a lo largo del camino, y dos mil más cerca de Guidón.

46 La tribu de Benjamín perdió veinticinco mil valientes guerreros aquel día. 47 De ellos quedaron sólo seiscientos hombres que escaparon a la roca de Rimón, donde vivieron cuatro meses. 48 Entonces los israelitas regresaron y mataron a toda la población de la tribu de Benjamín, hombres, mujeres, niños y ganado, e incendió todas las ciudades y pueblos de aquella tierra.

Esposas para los benjaminitas

21 Los jefes de Israel habían jurado en Mizpa que no permitirían que sus hijas se casaran con hombres de la tribu de Benjamín.

Los caudillos de Israel se reunieron en Betel y se sentaron delante del Señor hasta la tarde y lloraron amargamente. «Oh Señor, Dios de Israel —lloraban—, ¿por qué ha sucedido esto, que una de nuestras tribus falte?».

Al día siguiente se levantaron temprano y edificaron un altar, y ofrecieron sacrificios y ofrendas de paz en él. Y decían entre ellos: «¿Hubo alguna tribu de Israel que no estuviera representada cuando tuvimos nuestro consejo delante del Señor en Mizpa?».

En aquella ocasión se había acordado por juramento solemne que quien se negara a asistir «debía morir».

Hubo profunda tristeza a través de todo Israel por la pérdida de la tribu hermana de Benjamín. «Ha sido cortada de Israel toda una tribu —decían—. ¿Cómo conseguiremos mujeres para los pocos que quedan, puesto que hemos jurado al Señor que no les daremos nuestras hijas?».

8-9 Entonces pensaron nuevamente en el juramento que habían hecho de matar a todos los que se habían negado a acudir a Mizpa y recordaron que al pasar lista a la tropa, de Jabes Galaad nadie había asistido.

10-12 Así pues, enviaron doce mil de los mejores soldados para que destruyeran Jabes Galaad. Todos los hombres, las mujeres casadas y los niños fueron muertos, pero las doncellas de Jabes Galaad fueron dejadas con vida. Hubo cuatrocientas de estas y fueron llevadas al campamento de Siló.

13 Israel envió una delegación de paz al pequeño remanente de hombres de Benjamín que estaban en la roca de Rimón. 14 Les fueron entregadas las cuatrocientas jóvenes para que se casaran con ellas y regresaron a sus hogares. Pero no fueron suficientes para todos ellos. 15 Aquel fue un tiempo muy triste para Israel, porque el Señor había abierto una brecha entre las tribus de Israel. 16 «¿De dónde sacaremos mujeres para los demás, puesto que todas las mujeres de Benjamín han muerto? —preguntaban los dirigentes de Israel—. 17 Tenemos que hallar una forma de obtener mujeres para ellos, a fin de que no se pierda para siempre toda una tribu de Israel. 18 Pero no podemos darles nuestras hijas, hemos jurado con voto solemne que cualquiera que lo haga será maldito de parte de Dios».

19 De pronto alguien se acordó de la festividad religiosa anual que se tenía en los campos de Siló, entre Leboná y Betel, al costado oriental del camino que va desde Betel a Siquén, y 20 dijeron a los hombres de Benjamín que todavía necesitaban mujeres: «Vayan y escóndanse en los viñedos, 21 y cuando las jóvenes de Siló salgan para ir a sus danzas, corran y tómenlas y llévenselas para que sean sus mujeres. 22 Y cuando sus padres y hermanos vengan a protestar, les diremos: “Por favor, sean comprensivos, y dejen que ellos tengan a sus hijas porque no hallamos suficientes esposas para ellos cuando destruimos Jabes Galaad, y ustedes no podían darles sus hijas a ellos sin ser culpables”».

23 Los hombres de Benjamín hicieron como se les dijo. Raptaron a las doncellas que tomaban parte en la fiesta y se las llevaron a su tierra. Luego reedificaron sus ciudades y vivieron en ellas. 24 Entonces el ejército de Israel se disolvió y regresó cada uno a su casa.

25 En aquel tiempo no había rey en Israel y cada hombre hacía lo que bien le parecía.

Noemí y Rut

Cuando los jueces gobernaban en Israel, un hombre llamado Elimélec, de Belén de Judá, se fue a causa del hambre que azotaba al país y se estableció en la tierra de Moab. Con él se fueron su esposa Noemí, y sus dos hijos Majlón y Quilión. Todos ellos efrateos.

Estando en Moab murió Elimélec, y Noemí quedó con sus dos hijos. 4-5 Los dos jóvenes, Quilión y Majlón, se casaron con Orfa y Rut respectivamente, que eran moabitas, y residieron allí unos diez años. Algún tiempo después ambos hombres murieron, y Noemí quedó sola, sin esposo y sin hijos. 6-7 Decidió regresar a Israel con sus dos nueras, porque había oído decir que el Señor había nuevamente bendecido a su pueblo con muy buenas cosechas.

Pero después de comenzado el viaje de regreso, Noemí dijo a sus dos nueras:

―¿Por qué no regresan mejor a casa de sus padres? Quizás Dios las recompense por la fidelidad que han mostrado a sus maridos y a mí. Tal vez él las bendiga y les conceda que tengan otro matrimonio feliz.

Y las besó. Pero ellas se pusieron a llorar.

10 ―No —dijeron—. Queremos ir contigo y vivir en tu pueblo.

11 Pero Noemí replicó:

―Es mejor que regresen a su pueblo. Yo no voy a tener más hijos que puedan casarse con ustedes.[a] 12 No, hijas mías, regresen a casa de sus padres, porque yo soy demasiado vieja para tener marido. Y aun si ello fuera posible, y yo pudiera concebir esta noche y dar a luz hijos, 13 ¿esperarían ustedes a que ellos crecieran? No, por supuesto que no, queridas hijas mías. ¡No saben cuánto siento que el Señor me haya castigado de esta manera y que esto les cause dolor!

14 Nuevamente se pusieron a llorar, y Orfa besó a su suegra para despedirse, y regresó a su pueblo natal. Sin embargo, Rut siguió junto a Noemí.

15 ―Mira —le dijo Noemí—, tu concuña ha regresado a su pueblo y a sus dioses. Tú deberías hacer lo mismo.

16 Pero Rut replicó:

―No me pidas que te deje y me aparte de ti; adondequiera que tú vayas iré yo, y viviré donde tú vivas; tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. 17 Quiero morir donde tú mueras, y ser sepultada allí. Y que Dios me castigue si no cumplo mi promesa. Nada nos separará, ¡ni siquiera la muerte!

18 Cuando Noemí se dio cuenta de que Rut estaba decidida y que no podría persuadirla en sentido contrario, ya no intentó convencerla.

19 Al llegar ambas a Belén, el pueblo se conmovió.

―¿Es realmente Noemí? —preguntaban las mujeres.

20 Pero ella contestaba:

―No me llamen Noemí. Llámenme Mara (Noemí significa “dulce”; Mara significa “amarga”), porque el Todopoderoso me ha dado gran amargura. 21 Salí de aquí llena, y el Señor me ha devuelto vacía. ¿Por qué habría de llamarme Noemí cuando el Señor me ha vuelto la espalda y me ha enviado tal calamidad?

22 El regreso de ellas de Moab y su llegada a Belén coincidió con el tiempo de la cosecha de la cebada.

Encuentro de Rut con Booz

Noemí tenía un pariente de su marido en Belén que era muy rico. Se llamaba Booz.

Un día Rut le dijo a Noemí:

―Quizás yo pueda ir a los campos de algún hombre bondadoso para recoger algunas de las gavillas que quedan tras los segadores.

Y Noemí dijo:

―Muy bien, hija mía, ve a hacer lo que has dicho.

Y así lo hizo. Ocurrió que el campo en que ella entró a espigar pertenecía a Booz el pariente del marido de Noemí. Booz llegó de la ciudad mientras ella estaba allí. Después de cambiar saludos con los segadores, preguntó al capataz:

―¿Quién es esa muchacha que está allí?

El capataz le dijo:

―Es la joven moabita que volvió con Noemí. Me pidió permiso esta mañana para recoger las gavillas que se les caían a los segadores, y ha estado recogiéndolas desde entonces, salvo unos pocos minutos que estuvo descansando a la sombra.

Booz se dirigió a ella y le dijo:

―Escucha, hija mía. Quédate aquí para espigar. No vayas a otros campos. Sigue detrás de mis segadoras. Yo les he dicho a los hombres que no te molesten; y cuando tengas sed, bebe del agua que sacan los criados.

10 Ella le dio gracias de todo corazón:

―¿Cómo puedes ser tan bondadoso conmigo? —preguntó—. Tú sabes que yo tan sólo soy una extranjera.

11 ―Sí —replicó Booz—, pero sé también de todo el amor y bondad que has mostrado a tu suegra desde la muerte de tu marido, y cómo has dejado a tu padre y a tu madre en tu tierra y has venido a vivir entre nosotros como extranjera. 12 Que el Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te bendiga por ello.

13 ―Gracias, señor —contestó ella—, tú has sido bondadoso conmigo, aunque ni siquiera soy una de tus trabajadoras.

14 A la hora de la comida, Booz la llamó:

―Ven y come con nosotros.

Ella se sentó con los segadores y él le sirvió comida, más de la que podía comer. 15 Y cuando volvió al trabajo nuevamente, Booz les dijo a sus hombres que la dejaran espigar entre las gavillas sin prohibírselo, 16 y que dejaran caer espigas con el propósito de que ella las recogiera, y no la reprendieran. 17 Ella trabajó allí todo el día, y en la tarde, después de desgranar la cebada que había espigado la midió, y eran como veinticuatro kilos. 18 Se los llevó a la ciudad y se los dio a su suegra, juntamente con la comida que había sobrado.

19 ―¿Cómo pudiste sacar tanto? —exclamó Noemí—. ¿Dónde has estado espigando hoy? Gracias a Dios por la persona que ha sido tan bondadosa contigo.

Rut le contó a su suegra todo lo ocurrido y le dijo que el nombre del propietario del campo era Booz.

20 ―¡Que Dios lo bendiga! Dios ha seguido mostrándonos su misericordia a nosotras y también a tu marido muerto —exclamó Noemí muy emocionada—. Ese hombre es uno de nuestros parientes más cercanos. Él tiene la obligación de ayudarnos.

21 ―Me dijo que regresara y espigara muy cerca de las segadoras hasta que haya terminado la cosecha de todo el campo —añadió Rut.

22 ―¡Esto es maravilloso! —exclamó Noemí—. Haz lo que él ha dicho. Quédate con sus criadas hasta que haya terminado la cosecha. Estarás más segura allí que en cualquier otro campo.

23 Así lo hizo Rut, y espigó con ellos hasta el fin de la cosecha de la cebada, y luego durante el tiempo de la cosecha del trigo. En ese tiempo vivía con su suegra.

Rut y Booz en la era

Un día Noemí le dijo a Rut:

―Hija mía, ¿no crees que ya es tiempo de que trate yo de encontrar un marido para ti, y que así formes nuevamente un hogar feliz? Estoy pensando en Booz; tú has estado trabajando con sus sirvientas, y es un pariente muy cercano. Sé que esta noche estará aventando cebada en la era. Haz lo que te voy a decir: báñate y perfúmate y ponte tu mejor vestido, y ve luego al campo. Pero no permitas que te vea hasta que haya terminado de comer. Fíjate entonces dónde se acuesta a dormir. Ve enseguida y levanta la manta con que se cubre los pies y acuéstate allí, y él te dirá lo que tendrás que hacer en cuanto a matrimonio.

―Muy bien —dijo Rut—. Haré lo que me has dicho.

Fue a la era aquella noche, y siguió las instrucciones de su suegra. Después que Booz terminó de comer, se retiró muy contento a acostarse en un montón de paja y se puso a dormir. Rut se acercó silenciosamente, levantó la manta que le cubría los pies y se acostó allí. Repentinamente, a medianoche, él se despertó y se sentó sorprendido. Se dio cuenta de que había una mujer a sus pies.

―¿Quién eres? —le preguntó.

―Soy yo, señor; Rut —explicó ella—. Hazme tu esposa conforme a la ley de Dios, porque tú eres mi pariente más cercano.

10 ―¡Dios te bendiga, hija mía! —exclamó—. Porque has sido ahora más bondadosa con Noemí que antes. Naturalmente debías haber preferido a un hombre más joven, aun cuando hubiera sido más pobre. 11 No te preocupes, hija mía. Yo me encargaré de los detalles, porque todos sabemos que eres una mujer virtuosa. 12 Sólo hay un problema. Es verdad que yo soy un pariente cercano, pero hay alguien que está más estrechamente emparentado contigo. 13 Quédate aquí durante la noche, y en la mañana yo le hablaré; si él quiere casarse contigo, que se case y que cumpla con su deber. Pero si no, por el Señor que lo haré. Acuéstate aquí hasta la mañana.

14 Ella se acostó a sus pies hasta la mañana, y antes de que aclarara se levantó, porque él le había dicho: que nadie se entere de que ha habido una mujer en la era.

15 Dame tu manto le dijo a ella. Midió unos veinte kilos de cebada en el manto para que la llevara como un regalo a su suegra, y se lo puso a la espalda.

Ella regresó a la ciudad.

16 ―¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Noemí al llegar.

Rut le contó a Noemí todo lo ocurrido, 17 y le entregó la cebada que le había mandado Booz. ¡No había permitido que ella regresara a casa sin un presente para su suegra! 18 Entonces Noemí le dijo:

―No hay que hacer nada más. Booz no descansará hasta haber resuelto este asunto. Él lo arreglará todo hoy mismo.

Matrimonio de Booz y Rut

Booz fue hasta la puerta de la ciudad y se sentó. En eso pasó por allí el pariente que había mencionado y lo llamó.

―Oye, ven acá. Siéntate y hablaremos un momento.

Se sentaron. Booz llamó a diez ancianos de la ciudad y les pidió que se sentaran como testigos. Booz le dijo a su pariente:

―Tú conoces a Noemí, que volvió de Moab. Ella quiere vender la propiedad de Elimélec nuestro hermano. Yo creí que debía hablarte de ello para que puedas comprarla, si quieres, con estos hombres respetables como testigos. Si la quieres, házmelo saber ahora, porque si tú no la compras, yo lo haré. Tú tienes el primer derecho de redimirla y yo estoy después.

―Muy bien, yo la compraré —contestó el hombre.

Booz le dijo:

―La compra de la tierra de Noemí requiere también que te cases con Rut, a fin de que ella pueda tener hijos que lleven el nombre de su marido y puedan heredar la tierra.

―Yo no puedo hacer eso —contestó el hombre— porque afectaría mi herencia a mis herederos.

En aquellos días era costumbre en Israel que al transferir un hombre sus derechos de propiedad, se quitara el calzado y lo pasara al otro. Esto daba validez pública a la transacción. Así pues, cuando este hombre le dijo a Booz: «cómprala para ti», se quitó el zapato. Entonces Booz dijo a los testigos y a los que miraban:

―Ustedes son testigos de que hoy le he comprado a Noemí la propiedad de Elimélec, Quilión y Majlón; 10 y que con ella he redimido a Rut la moabita, la viuda de Majlón, a fin de que sea mi esposa, y pueda tener un hijo que lleve el nombre de la familia de su marido muerto.

11 Y todo el pueblo que estaba de pie allí, y los testigos respondieron:

―Somos testigos. Que el Señor haga que esta mujer que ha venido a formar parte de tu hogar, sea tan fértil como Raquel y Lea, de quienes desciende toda la nación de Israel. Que seas poderoso y de renombre en Belén; 12 y que los descendientes que el Señor te dé por medio de esta mujer sean tan numerosos y honorables como nuestro antecesor Fares, el hijo de Tamar y de Judá.

Genealogía de David

13 Entonces Booz se casó con Rut y el Señor le dio un hijo.

14 Y las mujeres de la ciudad le dijeron a Noemí: «Bendito sea el Señor, que te ha dado este nieto, para que se encargue de ti. Que sea famoso en Israel. 15 Que él rejuvenezca tu alma, y cuide de ti en tu vejez, porque es el hijo de tu nuera. Ella vale más que siete hijos, y ha sido muy buena contigo y te ama tanto».

16 Noemí tomó el hijo en sus brazos, y se encargo de criarlo. 17 Entonces las vecinas dijeron: «Por fin, Noemí ha tenido un hijo».

Y le pusieron por nombre Obed. Él fue el padre de Isaí y abuelo de David.

18 Este es el árbol genealógico de Booz comenzando desde Fares:

Fares, Jezrón, 19 Ram, Aminadab, 20 Naasón, Salmón, 21 Booz, Obed, 22 Isaí, David.

Nacimiento de Samuel

Elcaná era un hombre de la tribu de Efraín que vivía en Ramatayin de Zofim, en la región montañosa de Efraín.

Su padre se llamó Jeroán; su abuelo, Eliú; su bisabuelo, Tohu, y su tatarabuelo, Zuf.

Tenía dos esposas, Ana y Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no.

Cada año Elcaná y su familia viajaban al santuario en Siló para adorar al Señor Todopoderoso y ofrecerle sacrificios. En aquel tiempo oficiaban como sacerdotes los dos hijos de Elí, Ofni y Finés. El día que ofrecía sacrificio, Elcaná celebraba la ocasión dando porciones de la carne a Penina y a sus hijos e hijas. A Ana le daba una porción especial, pues la amaba mucho, a pesar de que el Señor no le había concedido tener hijos. Penina empeoraba la situación burlándose de Ana a causa de su esterilidad. Todos los años era igual: Penina se burlaba y se reía de ella cuando iban a Siló, y la hacía llorar tanto que Ana no podía comer.

«¿Qué pasa, Ana? —le preguntaba Elcaná—, ¿por qué no comes? ¿Por qué te afliges tanto por no tener hijos? ¿No es mejor tenerme a mí que tener diez hijos?».

Una tarde en Siló, después de la cena, Ana fue al santuario. Elí el sacerdote estaba sentado en el lugar acostumbrado junto a la entrada. 10 Ella estaba profundamente angustiada y clamaba con amargura mientras oraba al Señor. 11 E hizo este voto: «Oh Señor, Dios Todopoderoso, si miras mi dolor y respondes a mi oración dándome un hijo, yo te lo devolveré y será tuyo por toda su vida, y jamás será cortado su cabello».[b]

12-13 Como Elí vio que Ana prolongaba mucho su oración y que movía los labios sin emitir sonido, pensó que estaba ebria.

14 ―¿Cómo te atreves a venir aquí borracha? —le dijo—. ¡Deja ya tu borrachera!

15-16 ―No, señor —contestó ella—, no estoy ebria; es que estoy muy triste y estaba derramando las penas de mi corazón delante del Señor. No pienses que soy una borracha.

17 ―En ese caso —dijo Elí—, alégrate, y que el Dios de Israel conceda tu petición, cualquiera que sea.

18 ―¡Oh, gracias, señor! —exclamó ella, y regresó muy alegre y comenzó a comer nuevamente.

19 El día siguiente toda la familia se levantó temprano y fueron al santuario a adorar al Señor una vez más. Entonces regresaron a su hogar en Ramá, y cuando Elcaná durmió con Ana, el Señor se acordó de su petición.

20 Pasado el tiempo, ella tuvo un hijo. Y le puso Samuel (Pedido a Dios) porque, como ella dijo: «Se lo pedí al Señor».

Ana dedica a Samuel

21 Al año siguiente, Elcaná y Penina y sus hijos fueron a ofrecer el sacrificio anual al santuario, 22 pero Ana no fue esa vez porque le dijo a su marido:

―Espera hasta que el niño haya sido destetado. Entonces yo lo llevaré y lo dejaré allí para siempre.

23 ―Bien, haz lo que te parezca mejor —contestó Elcaná—. Quédate hasta que destetes al niño, y que el Señor vea el cumplimiento de tu voto.

Así que se quedó en casa hasta que destetó al niño. 24 Entonces, aunque era muy pequeño, lo llevaron al santuario en Siló, juntamente con un becerro de tres años para el sacrificio y veinticuatro kilos de harina y un odre de vino.

25 Después del sacrificio llevaron al niño ante la presencia de Elí. 26 «Señor, ¿te acuerdas de mí? —le preguntó Ana—. Yo soy la mujer que estuvo aquí hace algún tiempo orando al Señor. 27 Le pedí a él que me diera un hijo, y él ha respondido a mi petición. 28 Ahora lo traigo para entregarlo al Señor para toda la vida». Y adoraron allí al Señor.

Oración de Ana

Esta fue la oración de Ana:

«¡Cuánto me ha bendecido!

Ahora tengo respuesta para mis enemigos, porque el Señor ha resuelto mi problema.

¡Cuánto se goza mi corazón!

»No hay otro Dios, ni nadie tan santo como el Señor, ni otra roca como nuestro Dios.

»Dejen de actuar con tanto orgullo y arrogancia; el Señor sabe lo que ustedes han hecho, y él juzgará sus acciones.

»Los que eran poderosos han perdido sus fuerzas; los que eran débiles ahora son fuertes.

Los que estaban hartos ahora pasan hambre, los que tenían hambre ahora se sacian.

La mujer estéril, ahora tiene siete hijos; la que tenía muchos hijos ya no los tiene.

»El Señor mata, el Señor da vida.

Él empobrece a unos y enriquece a otros; él abate a algunos y enaltece a otros.

Él levanta al pobre desde el polvo, desde el montón de cenizas, y lo sienta entre los príncipes ubicándolo en un lugar de honor.

»Porque el Señor tiene dominio sobre la tierra.

Él protegerá a los piadosos, pero los impíos serán silenciados en las tinieblas.

Ninguno podrá triunfar por su propia fortaleza.

10 »Los que pelean contra el Señor serán quebrantados.

Él truena contra ellos desde los cielos;

él juzga a través de toda la tierra.

Él da poderosa fortaleza a su rey, y da gran gloria a su ungido».

11 Elcaná y su familia regresaron a Ramá sin Samuel; el niño quedó al servicio del Señor, como ayudante de Elí el sacerdote.

Perversidad de los hijos de Elí

12 Los hijos de Elí eran hombres impíos que desconocían al Señor y las obligaciones del sacerdocio. 13 Por ejemplo, cuando alguien estaba ofreciendo un sacrificio, ellos enviaban a un siervo, y mientras la carne del animal estaba cociéndose, 14 el siervo metía en el caldero o en la olla un tenedor grande de tres dientes, y todo lo que sacaba pertenecía a los hijos de Elí. De esta manera trataban a todos los israelitas que iban a Siló a adorar. 15 A veces el siervo llegaba aun antes del rito de la quema de la grosura sobre el altar, y tenían que entregarle la carne antes que fuera cocida, para poder usarla para asados.

16 Si el hombre que ofrecía el sacrificio decía: «Toma cuanto quieras, pero deja primero que se queme la grasa», como la ley lo exige, el siervo respondía: «No, dámela ahora, o la sacaré a la fuerza».

17 Así que el pecado de estos jóvenes era muy grande delante de los ojos del Señor, porque trataban con menosprecio las ofrendas que el pueblo hacía al Señor.

18 Samuel, aunque todavía era un niño, prestaba servicio ante el Señor y usaba una túnica de lino similar a la de los sacerdotes. 19 Cada año su madre le hacía una túnica de lino y se la llevaba cuando iba con su marido a ofrecer el sacrificio. 20 Antes de que regresaran, Elí bendecía a Elcaná y a Ana, y pedía a Dios que les diera otro hijo que tomara el lugar de este que habían consagrado al Señor. 21 Y Dios le dio a Ana tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, Samuel crecía en el servicio del Señor.

22 Elí ya estaba muy anciano, pero se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Sabía, por ejemplo, que sus hijos estaban seduciendo a las jóvenes que ayudaban a la entrada del santuario. 23-24 «He estado oyendo quejas terribles contra ustedes —dijo Elí a sus hijos—. Es algo horroroso hacer que el pueblo de Dios peque. No, hijos míos, 25 el pecado ordinario recibe un fuerte castigo, pero ¿cuánto más los pecados que ustedes cometen contra el Señor?».

Sin embargo, ellos no quisieron escuchar a su padre porque el Señor había resuelto que murieran.

26 El pequeño Samuel, en cambio, iba creciendo en estatura y en gracia ante todos y también ante el Señor.

Profecía contra la familia de Elí

27 Un día un profeta vino ante Elí y le dio este mensaje del Señor:

«¿No mostré yo mi poder a tus antepasados levitas cuando el pueblo de Israel era esclavo en Egipto? 28 ¿No los escogí de entre todos sus hermanos para que fueran mis sacerdotes y para que sacrificaran sobre mi altar, quemaran el incienso y usaran las vestiduras sacerdotales mientras me servían? ¿No fui yo quien destinó las ofrendas de los sacrificios para ustedes los sacerdotes? 29 Entonces, ¿por qué tanta codicia en cuanto a las ofrendas que me son ofrecidas? ¿Por qué has honrado más a tus hijos que a mí? Porque tú has dejado que ellos engorden tomando lo mejor de las ofrendas de mi pueblo.

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