Bible in 90 Days
Omrí, rey de Israel
21 Entonces el pueblo de Israel se dividió en dos facciones: la mitad respaldaba como rey a Tibni hijo de Guinat, y la otra, a Omrí. 22 Pero los partidarios de Omrí derrotaron a los de Tibni, el cual murió en la contienda. Así fue como Omrí ascendió al trono.
23 En el año treinta y uno de Asá, rey de Judá, Omrí ascendió al trono de Israel, y reinó doce años, seis de ellos en Tirsá. 24 A un cierto Sémer le compró el cerro de Samaria por sesenta y seis kilos[a] de plata, y allí construyó una ciudad. En honor a Sémer, nombre del anterior propietario del cerro, la llamó Samaria.
25 Pero Omrí hizo lo que ofende al Señor y pecó más que todos los reyes que le precedieron. 26 Siguió el mal ejemplo de Jeroboán hijo de Nabat, persistiendo en el mismo pecado con que este hizo pecar a Israel y provocando con sus ídolos inútiles la ira del Señor, Dios de Israel.
27 Los demás acontecimientos del reinado de Omrí, incluso lo que atañe a las proezas que realizó, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. 28 Omrí murió y fue sepultado en Samaria. Y su hijo Acab le sucedió en el trono.
Acab, rey de Israel
29 En el año treinta y ocho de Asá, rey de Judá, Acab hijo de Omrí ascendió al trono, y reinó sobre Israel en Samaria veintidós años. 30 Acab hijo de Omrí hizo lo que ofende al Señor, más que todos los reyes que le precedieron. 31 Como si hubiera sido poco el cometer los mismos pecados de Jeroboán hijo de Nabat, también se casó con Jezabel hija de Et Baal, rey de los sidonios, y se dedicó a servir a Baal y a adorarlo. 32 Le erigió un altar en el templo que le había construido en Samaria, 33 y también fabricó una imagen de la diosa Aserá. En fin, hizo más para provocar la ira del Señor, Dios de Israel, que todos los reyes de Israel que le precedieron.
34 En tiempos de Acab, Jiel de Betel reconstruyó Jericó. Echó los cimientos al precio de la vida de Abirán, su hijo mayor, y puso las puertas al precio de la vida de Segub, su hijo menor, según la palabra que el Señor había dado a conocer por medio de Josué hijo de Nun.
Elías es alimentado por los cuervos
17 Ahora bien, Elías, el de Tisbé[b] de Galaad, fue a decirle a Acab: «Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene».
2 Entonces la palabra del Señor vino a Elías y le dio este mensaje: 3 «Sal de aquí hacia el oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, al este del Jordán. 4 Beberás agua del arroyo, y yo les ordenaré a los cuervos que te den de comer allí». 5 Así que Elías se fue al arroyo de Querit, al este del Jordán, y allí permaneció, conforme a la palabra del Señor. 6 Por la mañana y por la tarde los cuervos le llevaban pan y carne, y bebía agua del arroyo.
La viuda de Sarepta
7 Algún tiempo después, se secó el arroyo porque no había llovido en el país. 8 Entonces la palabra del Señor vino a él con este mensaje: 9 «Ve ahora a Sarepta de Sidón, y permanece allí. A una viuda de ese lugar le he ordenado darte de comer». 10 Así que Elías se fue a Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo:
―Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber.
11 Mientras ella iba por el agua, él volvió a llamarla y le dijo:
―Tráeme también, por favor, un pedazo de pan.
12 ―Tan cierto como que vive el Señor tu Dios —respondió ella—, que no me queda ni un pedazo de pan; solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!
13 ―No temas —le dijo Elías—. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepárame un panecillo con lo que tienes, y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo. 14 Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra”.
15 Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías. 16 Y tal como la palabra del Señor lo había anunciado por medio de Elías, no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro.
17 Poco después cayó enfermo el hijo de aquella viuda, y tan grave se puso que finalmente expiró. 18 Entonces ella le dijo a Elías:
―¿Por qué te entrometes, hombre de Dios? ¿Viniste a recordarme mi pecado y a matar a mi hijo?
19 ―Dame a tu hijo —contestó Elías.
Y, quitándoselo del regazo, Elías lo llevó al cuarto de arriba, donde estaba alojado, y lo acostó en su propia cama. 20 Entonces clamó: «Señor mi Dios, ¿también a esta viuda, que me ha dado alojamiento, la haces sufrir matándole a su hijo?» 21 Luego se tendió tres veces sobre el muchacho y clamó: «¡Señor mi Dios, devuélvele la vida a este muchacho!»
22 El Señor oyó el clamor de Elías, y el muchacho volvió a la vida. 23 Elías tomó al muchacho y lo llevó de su cuarto a la planta baja. Se lo entregó a su madre y le dijo:
―¡Tu hijo vive! ¡Aquí lo tienes!
24 Entonces la mujer le dijo a Elías:
―Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que lo que sale de tu boca es realmente la palabra del Señor.
Elías y Abdías
18 Después de un largo tiempo, en el tercer año, la palabra del Señor vino a Elías y le dio este mensaje: «Ve y preséntate ante Acab, y yo voy a enviar lluvia sobre la tierra». 2 Así que Elías se puso en camino para presentarse ante Acab.
En Samaria había mucha hambre. 3 Por lo tanto, Acab mandó llamar a Abdías, quien administraba su palacio y veneraba al Señor. 4 Como Jezabel estaba acabando con los profetas del Señor, Abdías había tomado a cien de ellos y los había escondido en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les había dado de comer y de beber. 5 Acab instruyó a Abdías: «Recorre todo el país en busca de fuentes y ríos. Tal vez encontremos pasto para mantener vivos los caballos y las mulas, y no perdamos nuestras bestias». 6 Así que se dividieron la tierra que iban a recorrer: Acab se fue en una dirección y Abdías, en la otra.
7 Abdías iba por su camino cuando Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se postró rostro en tierra y le preguntó:
―Mi señor Elías, ¿de veras eres tú?
8 ―Sí, soy yo —le respondió—. Ve a decirle a tu amo que aquí estoy.
9 ―¿Qué mal ha hecho este tu siervo —preguntó Abdías—, para que me entregues a Acab y él me mate? 10 Tan cierto como que vive el Señor tu Dios, que no hay nación ni reino adonde mi amo no haya mandado a buscarte. Y a quienes afirmaban que no estabas allí, él los hacía jurar que no te habían encontrado. 11 ¿Y ahora tú me ordenas que vaya a mi amo y le diga que tú estás aquí? 12 ¡Qué sé yo a dónde te va a llevar el Espíritu del Señor cuando nos separemos! Si voy y le digo a Acab que tú estás aquí, y luego él no te encuentra, ¡me matará! Ten en cuenta que yo, tu siervo, he sido fiel al Señor desde mi juventud. 13 ¿No le han contado a mi señor lo que hice cuando Jezabel estaba matando a los profetas del Señor? ¡Pues escondí a cien de los profetas del Señor en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les di de comer y de beber! 14 ¡Y ahora tú me ordenas que vaya a mi amo y le diga que estás aquí! ¡De seguro me matará!
15 Elías le respondió:
―Tan cierto como que vive el Señor Todopoderoso, a quien sirvo, te aseguro que hoy me presentaré ante Acab.
Elías en el monte Carmelo
16 Abdías fue a buscar a Acab y le informó de lo sucedido, así que este fue al encuentro de Elías 17 y, cuando lo vio, le preguntó:
―¿Eres tú el que le está creando problemas a Israel?
18 ―No soy yo quien le está creando problemas a Israel —respondió Elías—. Quienes se los crean sois tú y tu familia, porque habéis abandonado los mandamientos del Señor y os habéis ido tras los baales. 19 Ahora convoca de todas partes al pueblo de Israel, para que se reúna conmigo en el monte Carmelo con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Aserá que se sientan a la mesa de Jezabel.
20 Acab convocó en el monte Carmelo a todos los israelitas y a los profetas. 21 Elías se presentó ante el pueblo y dijo:
―¿Hasta cuándo vais a seguir indecisos?[c] Si el Dios verdadero es el Señor, debéis seguirlo; pero, si es Baal, seguidle a él.
El pueblo no dijo una sola palabra. 22 Entonces Elías añadió:
―Yo soy el único que ha quedado de los profetas del Señor; en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. 23 Traednos dos bueyes. Que escojan ellos uno, lo descuarticen y pongan los pedazos sobre la leña, pero sin prenderle fuego. Yo prepararé el otro buey y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. 24 Entonces invocaréis vosotros el nombre de vuestro dios, y yo invocaré el nombre del Señor. ¡El que responda con fuego, ese es el Dios verdadero!
Y todo el pueblo estuvo de acuerdo.
25 Entonces Elías les dijo a los profetas de Baal:
―Ya que vosotros sois tantos, escoged uno de los bueyes y preparadlo primero. Invocad luego el nombre de vuestro dios, pero no prendáis fuego.
26 Los profetas de Baal tomaron el buey que les dieron y lo prepararon, e invocaron el nombre de su dios desde la mañana hasta el mediodía.
―¡Baal, respóndenos! —gritaban, mientras daban brincos alrededor del altar que habían hecho.
Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió. 27 Al mediodía Elías comenzó a burlarse de ellos:
―¡Gritad más fuerte! —les decía—. Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y hay que despertarlo!
28 Comenzaron entonces a gritar más fuerte y, como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre. 29 Pasó el mediodía, y siguieron en este trance profético hasta la hora del sacrificio vespertino. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió ni prestó atención.
30 Entonces Elías le dijo a la gente:
―¡Acercaos!
Así lo hicieron. Como habían dejado en ruinas el altar del Señor, Elías lo reparó. 31 Luego recogió doce piedras, una por cada tribu descendiente de Jacob, a quien el Señor le había puesto por nombre Israel. 32 Con las piedras construyó un altar en honor del Señor, y alrededor cavó una zanja en la que cabían quince litros[d] de cereal. 33 Colocó la leña, descuartizó el buey, puso los pedazos sobre la leña 34 y dijo:
―Llenad de agua cuatro cántaros, y vaciadlos sobre el holocausto y la leña.
Luego dijo:
―Volved a hacerlo.
Y así lo hicieron.
―¡Hacedlo una vez más! —les ordenó.
Y por tercera vez vaciaron los cántaros. 35 El agua corría alrededor del altar hasta llenar la zanja.
36 A la hora del sacrificio vespertino, el profeta Elías dio un paso adelante y oró así: «Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo y he hecho todo esto en obediencia a tu palabra. 37 ¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que estás convirtiéndoles el corazón a ti!»
38 En ese momento cayó el fuego del Señor y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja. 39 Cuando vieron esto, todos se postraron y exclamaron: «¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!»
40 Luego Elías les ordenó:
―¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno!
Tan pronto como los prendieron, Elías hizo que los bajaran al arroyo Quisón, y allí los ejecutó. 41 Entonces Elías le dijo a Acab:
―Anda a tu casa, y come y bebe, porque ya se oye el ruido de un fuerte aguacero.
42 Acab se fue a comer y beber, pero Elías subió a la cumbre del Carmelo, se inclinó hasta el suelo y puso el rostro entre las rodillas.
43 ―Ve y mira hacia el mar —le ordenó a su criado.
El criado fue y miró, y dijo:
―No se ve nada.
Siete veces le ordenó Elías que fuera a ver, 44 y la séptima vez el criado le informó:
―Desde el mar viene subiendo una nube. Es tan pequeña como una mano.
Entonces Elías le ordenó:
―Ve y dile a Acab: “Engancha el carro y vete antes de que la lluvia te detenga”.
45 Las nubes fueron oscureciendo el cielo; luego se levantó el viento y se desató una fuerte lluvia. Y Acab se fue en su carro hacia Jezrel. 46 Entonces el poder del Señor vino sobre Elías, quien se ajustó el manto con el cinturón, se echó a correr y llegó a Jezrel antes que Acab.
Elías huye a Horeb
19 Acab le contó a Jezabel todo lo que Elías había hecho, y cómo había matado a todos los profetas a filo de espada. 2 Entonces Jezabel envió un mensajero a Elías para decirle: «¡Que los dioses me castiguen sin piedad si mañana a esta hora no te he quitado la vida como tú se la quitaste a ellos!»
3 Elías se asustó[e] y huyó para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado 4 y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto,[f] y se sentó a su sombra con ganas de morirse. «¡Estoy harto, Señor! —protestó—. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados». 5 Luego se acostó debajo del arbusto y se quedó dormido.
De repente, un ángel lo tocó y le dijo: «Levántate y come». 6 Elías miró a su alrededor y vio a su cabecera un panecillo cocido sobre carbones calientes y un jarro de agua. Comió y bebió, y volvió a acostarse.
7 El ángel del Señor regresó y, tocándolo, le dijo: «Levántate y come, porque te espera un largo viaje». 8 Elías se levantó, y comió y bebió. Una vez fortalecido por aquella comida, viajó cuarenta días y cuarenta noches hasta que llegó a Horeb, el monte de Dios. 9 Allí pasó la noche en una cueva.
El Señor se le aparece a Elías
Más tarde, la palabra del Señor vino a él.
―¿Qué haces aquí, Elías? —le preguntó.
10 ―Me consume mi amor[g] por ti, Señor Dios Todopoderoso —respondió él—. Los israelitas han rechazado tu pacto, han derribado tus altares, y a tus profetas los han matado a filo de espada. Yo soy el único que ha quedado con vida, ¡y ahora quieren matarme a mí también!
11 El Señor le ordenó:
―Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí.
Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. 12 Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. 13 Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva.
Entonces oyó una voz que le dijo:
―¿Qué haces aquí, Elías?
14 Él respondió:
―Me consume mi amor por ti, Señor Dios Todopoderoso. Los israelitas han rechazado tu pacto, han derribado tus altares, y a tus profetas los han matado a filo de espada. Yo soy el único que ha quedado con vida, ¡y ahora quieren matarme a mí también!
15 El Señor le dijo:
―Regresa por el mismo camino y ve al desierto de Damasco. Cuando llegues allí, unge a Jazael como rey de Siria, 16 y a Jehú hijo de Nimsi como rey de Israel; unge también a Eliseo hijo de Safat, de Abel Mejolá, para que te suceda como profeta. 17 Jehú dará muerte a cualquiera que escape de la espada de Jazael, y Eliseo dará muerte a cualquiera que escape de la espada de Jehú. 18 Sin embargo, yo preservaré a siete mil israelitas que no se han arrodillado ante Baal ni lo han besado.
El llamamiento de Eliseo
19 Elías salió de allí y encontró a Eliseo hijo de Safat, que estaba arando. Había doce yuntas de bueyes en fila, y él mismo conducía la última. Elías pasó junto a Eliseo y arrojó su manto sobre él. 20 Entonces Eliseo dejó sus bueyes y corrió tras Elías.
―Permíteme despedirme de mi padre y de mi madre con un beso —dijo él—, y luego te seguiré.
―Anda, ve —respondió Elías—. Yo no te lo voy a impedir.[h]
21 Eliseo lo dejó y regresó. Tomó su yunta de bueyes y los sacrificó. Quemando la madera de la yunta, asó la carne y se la dio al pueblo, y ellos comieron. Luego partió para seguir a Elías y se puso a su servicio.
Ben Adad ataca a Samaria
20 Entonces Ben Adad, rey de Siria, reunió a todo su ejército y, acompañado por treinta y dos reyes con sus caballos y carros de combate, salió a hacerle guerra a Samaria y la sitió. 2 Envió a la ciudad mensajeros para que le dijeran a Acab, rey de Israel: «Así dice Ben Adad: 3 “Tu oro y tu plata son míos, lo mismo que tus mujeres y tus hermosos hijos”».
4 El rey de Israel envió esta respuesta: «Tal como dices, mi señor y rey, yo soy tuyo, con todo lo que tengo».
5 Los mensajeros volvieron a Acab y le dijeron: «Así dice Ben Adad: “Mandé a decirte que me entregaras tu oro y tu plata, tus esposas y tus hijos. 6 Por tanto, mañana como a esta hora voy a enviar a mis funcionarios a requisar tu palacio y las casas de tus funcionarios, y se apoderarán de todo lo que más valoras y se lo llevarán”».
7 El rey de Israel mandó llamar a todos los ancianos del país y les dijo:
―¡Mirad cómo ese tipo nos quiere causar problemas! Cuando mandó que le entregara mis esposas y mis hijos, mi oro y mi plata, no se los negué.
8 Los ancianos y todos los del pueblo respondieron:
―No le haga caso ni ceda a sus exigencias.
9 Así que Acab les respondió a los mensajeros de Ben Adad:
―Decidle a mi señor y rey: “Yo, tu siervo, haré todo lo que me pediste la primera vez, pero no puedo satisfacer esta nueva exigencia”.
Ellos regresaron a Ben Adad con esa respuesta. 10 Entonces Ben Adad le envió otro mensaje a Acab: «Que los dioses me castiguen sin piedad si queda en Samaria el polvo suficiente para que mis hombres se lleven un puñado».
11 Pero el rey de Israel respondió: «Decidle que no cante victoria antes de tiempo».[i]
12 Cuando Ben Adad recibió este mensaje, estaba bebiendo con los reyes en su campamento.[j] De inmediato les ordenó a sus tropas: «¡A las armas!» Así que se prepararon para atacar la ciudad.
Acab derrota a Ben Adad
13 Mientras tanto, un profeta se presentó ante Acab, rey de Israel, y le anunció:
―Así dice el Señor: “¿Ves ese enorme ejército? Hoy lo entregaré en tus manos, y entonces sabrás que yo soy el Señor”.
14 ―¿Por medio de quién lo hará? —preguntó Acab.
―Así dice el Señor —respondió el profeta—: “Lo haré por medio de los cadetes”.[k]
―¿Y quién iniciará el combate? —insistió Acab.
―Tú mismo —respondió el profeta.
15 Así que Acab pasó revista a los cadetes, que sumaban doscientos treinta y dos hombres. También pasó revista a las demás tropas israelitas: siete mil en total. 16 Se pusieron en marcha al mediodía, mientras Ben Adad y los treinta y dos reyes aliados que estaban con él seguían emborrachándose en su campamento.
17 Los cadetes formaban la vanguardia. Cuando los exploradores que Ben Adad había enviado le informaron de que unos soldados estaban avanzando desde Samaria, 18 ordenó: «¡Capturadlos vivos, sea que vengan en son de paz o en son de guerra!»
19 Los cadetes salieron de la ciudad al frente del ejército. 20 Cada soldado abatió a su adversario, y los sirios tuvieron que huir. Los israelitas los persiguieron, pero Ben Adad, rey de Siria, escapó a caballo con algunos de sus jinetes. 21 El rey de Israel avanzó y abatió a la caballería, de modo que los sirios sufrieron una gran derrota.
22 Más tarde, el profeta se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «No te duermas en los laureles;[l] traza un buen plan, porque el año entrante el rey de Siria volverá a atacar».
23 Por otra parte, los funcionarios del rey de Siria le aconsejaron: «Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas. Por eso son demasiado fuertes para nosotros. Pero, si peleamos contra ellos en las llanuras, sin duda los venceremos. 24 Haz lo siguiente: Destituye a todos los reyes y reemplázalos por otros oficiales. 25 Prepara también un ejército como el que perdisteis, caballo por caballo y carro por carro, para atacar a Israel en las llanuras. ¡Sin duda los venceremos!»
Ben Adad estuvo de acuerdo, y así lo hizo. 26 Al año siguiente, pasó revista a las tropas sirias y marchó a Afec para atacar a Israel. 27 Acab, por su parte, pasó revista a las tropas israelitas y las aprovisionó. Estas se pusieron en marcha para salir al encuentro de los sirios, y acamparon frente a ellos. Parecían pequeños rebaños de cabras, mientras que los sirios cubrían todo el campo.
28 El hombre de Dios se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «Así dice el Señor: “Por cuanto los sirios piensan que el Señor es un dios de las montañas y no un dios de los valles, yo te voy a entregar este enorme ejército en tus manos, y así sabrás que yo soy el Señor”».
29 Siete días estuvieron acampados los unos frente a los otros, y el séptimo día se inició el combate. En un solo día, los israelitas le causaron cien mil bajas a la infantería siria. 30 Los demás soldados huyeron a Afec, pero la muralla de la ciudad se desplomó sobre veintisiete mil de ellos.
Ben Adad, que también se había escapado a la ciudad, andaba de escondite en escondite. 31 Entonces sus funcionarios le dijeron: «Hemos oído decir que los reyes del linaje de Israel son compasivos. Rindámonos ante el rey de Israel y pidámosle perdón.[m] Tal vez te perdone la vida».
32 Se presentaron entonces ante el rey de Israel, se rindieron ante él y le rogaron:
―Tu siervo Ben Adad dice: “Por favor, perdóname la vida”.
―¿Todavía está vivo? —preguntó el rey—. ¡Pero si es mi hermano!
33 Los hombres tomaron esa respuesta como un buen augurio y, aprovechando la ocasión, exclamaron:
―¡Claro que sí, Ben Adad es tu hermano!
―Id por él —dijo el rey.
Cuando Ben Adad se presentó ante Acab, este lo hizo subir a su carro de combate. Entonces Ben Adad le propuso:
34 ―Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó al tuyo, y podrás establecer zonas de mercado en Damasco, como hizo mi padre en Samaria.
Acab le respondió:
―Sobre esa base, te dejaré en libertad.
Y así firmó un tratado con él, y lo dejó ir.
Un profeta condena a Acab
35 En obediencia a la palabra del Señor, un miembro de la comunidad de profetas le dijo a otro:
―¡Golpéame!
Pero aquel se negó a hacerlo.
36 Entonces el profeta le dijo:
―Por cuanto no has obedecido al Señor, tan pronto como nos separemos te matará un león.
Y, después de que el profeta se fue, un león le salió al paso y lo mató.
37 Más adelante, el mismo profeta encontró a otro hombre y le dijo: «¡Golpéame!» Así que el hombre lo golpeó y lo hirió. 38 Luego el profeta salió a esperar al rey a la vera del camino, cubierto el rostro con un antifaz. 39 Cuando pasaba el rey, el profeta le gritó:
―Este tu siervo entró en lo más reñido de la batalla. Allí alguien se me presentó con un prisionero y me dijo: “Hazte cargo de este hombre. Si se te escapa, pagarás su vida con la tuya, o con tres mil monedas[n] de plata”. 40 Mientras este tu siervo estaba ocupado en otras cosas, el hombre se escapó.
―¡Esa es tu sentencia! —respondió el rey de Israel—. Tú mismo has tomado la decisión.
41 En el acto, el profeta se quitó el antifaz, y el rey de Israel se dio cuenta de que era uno de los profetas. 42 Y le dijo al rey:
―Así dice el Señor: “Has dejado en libertad a un hombre que yo había condenado a muerte.[o] Por lo tanto, pagarás su vida con la tuya, y su pueblo con el tuyo”.
43 Entonces el rey de Israel, deprimido y malhumorado, volvió a su palacio en Samaria.
El viñedo de Nabot
21 Un tiempo después sucedió lo siguiente: Nabot el jezrelita tenía un viñedo en Jezrel, el cual colindaba con el palacio de Acab, rey de Samaria. 2 Este le dijo a Nabot:
―Dame tu viñedo para hacerme una huerta de hortalizas, ya que está tan cerca de mi palacio. A cambio de él te daré un viñedo mejor o, si lo prefieres, te pagaré lo que valga.
3 Pero Nabot le respondió:
―¡El Señor me libre de venderte lo que heredé de mis antepasados!
4 Acab se fue a su casa deprimido y malhumorado porque Nabot el jezrelita le había dicho: «No puedo cederte lo que heredé de mis antepasados». De modo que se acostó de cara a la pared, y no quiso comer. 5 Su esposa Jezabel entró y le preguntó:
―¿Por qué estás tan deprimido que ni comer quieres?
6 ―Porque le dije a Nabot el jezrelita que me vendiera su viñedo o que, si lo prefería, se lo cambiaría por otro; pero él se negó.
7 Ante esto, Jezabel su esposa le dijo:
―¿Y no eres tú quien manda en Israel? ¡Anda, levántate y come, que te hará bien! Yo te conseguiré el viñedo del tal Nabot.
8 De inmediato escribió cartas en nombre de Acab, puso en ellas el sello del rey, y las envió a los ancianos y nobles que vivían en la ciudad de Nabot. 9 En las cartas decía:
«Decretad un día de ayuno, y dad a Nabot un lugar prominente en la asamblea del pueblo. 10 Poned frente a él a dos sinvergüenzas y hacedles testificar que él ha maldecido tanto a Dios como al rey. Luego sacadlo y matadlo a pedradas».
11 Los ancianos y nobles que vivían en esa ciudad acataron lo que Jezabel había ordenado en sus cartas. 12 Decretaron un día de ayuno y le dieron a Nabot un lugar prominente en la asamblea. 13 Llegaron los dos sinvergüenzas, se sentaron frente a él y lo acusaron ante el pueblo, diciendo: «¡Nabot ha maldecido a Dios y al rey!» Como resultado, la gente lo llevó fuera de la ciudad y lo mató a pedradas. 14 Entonces le informaron a Jezabel: «Nabot ha sido apedreado y está muerto».
15 Tan pronto como Jezabel se enteró de que Nabot había muerto a pedradas, le dijo a Acab: «¡Vamos! Toma posesión del viñedo que Nabot el jezrelita se negó a venderte. Ya no vive; está muerto». 16 Cuando Acab se enteró de que Nabot había muerto, fue a tomar posesión del viñedo.
17 Entonces la palabra del Señor vino a Elías el tisbita y le dio este mensaje: 18 «Ve a encontrarte con Acab, rey de Israel, que gobierna en Samaria. En este momento se encuentra en el viñedo de Nabot, tomando posesión del mismo. 19 Dile que así dice el Señor: “¿No has asesinado a un hombre, y encima te has adueñado de su propiedad?” Luego dile que así también dice el Señor: “¡En el mismo lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, lamerán también tu propia sangre!”»
20 Acab le respondió a Elías:
―¡Mi enemigo! ¿Así que me has encontrado?
―Sí —contestó Elías—, te he encontrado porque te has vendido para hacer lo que ofende al Señor, 21 quien ahora te dice: “Voy a enviarte una desgracia. Acabaré contigo, y de tus descendientes en Israel exterminaré hasta el último varón, esclavo o libre. 22 Haré con tu familia lo mismo que hice con la de Jeroboán hijo de Nabat y con la de Basá hijo de Ahías, porque has provocado mi ira y has hecho que Israel peque”. 23 Y en cuanto a Jezabel, el Señor dice: “Los perros se la comerán junto al muro[p] de Jezrel”. 24 También a los familiares de Acab que mueran en la ciudad se los comerán los perros, y a los que mueran en el campo se los comerán las aves del cielo.
25 Nunca hubo nadie como Acab que, animado por Jezabel su esposa, se prestara para hacer lo que ofende al Señor. 26 Su conducta fue repugnante, pues siguió a los ídolos, como habían hecho los amorreos, a quienes el Señor expulsó de la presencia de Israel.
27 Cuando Acab escuchó estas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto y ayunó. Dormía vestido así y andaba deprimido. 28 Entonces la palabra del Señor vino a Elías el tisbita y le dio este mensaje: 29 «¿Has notado cómo Acab se ha humillado ante mí? Por cuanto se ha humillado, no enviaré esta desgracia mientras él viva, sino que la enviaré a su familia durante el reinado de su hijo».
Micaías profetiza contra Acab(A)
22 Durante tres años no hubo guerra entre Siria e Israel. 2 Pero en el tercer año Josafat, rey de Judá, fue a ver al rey de Israel, 3 el cual dijo a sus funcionarios: «¿No sabéis que Ramot de Galaad nos pertenece? ¡Y no hemos hecho nada para obligar al rey de Siria a que nos la devuelva!»
4 Así que le preguntó a Josafat:
―¿Irías conmigo a pelear contra Ramot de Galaad?
Josafat le respondió al rey de Israel:
―Estoy a tu disposición, lo mismo que mi pueblo y mis caballos. 5 Pero, antes que nada, consultemos al Señor —añadió.
6 Así que el rey de Israel reunió a los profetas, que eran casi cuatrocientos, y les preguntó:
―¿Debo ir a la guerra contra Ramot de Galaad, o no?
―Ve —contestaron ellos—, porque el Señor la entregará en tus manos.
7 Pero Josafat inquirió:
―¿No hay aquí un profeta del Señor a quien podamos consultar?
8 El rey de Israel le respondió:
―Todavía hay alguien por medio de quien podemos consultar al Señor, pero me cae muy mal porque nunca me profetiza nada bueno; solo me anuncia desastres. Se trata de Micaías hijo de Imlá.
―No digas eso —replicó Josafat.
9 Entonces el rey de Israel llamó a uno de sus funcionarios y le ordenó:
―¡Traed de inmediato a Micaías hijo de Imlá!
10 El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, vestidos con su ropaje real y sentados en sus respectivos tronos, estaban en la plaza a la entrada de Samaria, con todos los que profetizaban en presencia de ellos. 11 Sedequías hijo de Quenaná, que se había hecho unos cuernos de hierro, anunció: «Así dice el Señor: “Con estos cuernos atacarás a los sirios hasta aniquilarlos”». 12 Y los demás profetas vaticinaban lo mismo: «Ataca a Ramot de Galaad, y vencerás, porque el Señor la entregará en tus manos».
13 Ahora bien, el mensajero que había ido a llamar a Micaías le advirtió:
―Mira, los demás profetas a una voz predicen el éxito del rey. Habla favorablemente, para que tu mensaje concuerde con el de ellos.
14 Pero Micaías repuso:
―Tan cierto como que vive el Señor, ten la seguridad de que yo le anunciaré al rey lo que el Señor me diga.
15 Cuando compareció ante el rey, este le preguntó:
―Micaías, ¿debemos ir a la guerra contra Ramot de Galaad, o no?
―Ataca, que vencerás —contestó él—, porque el Señor la entregará en tus manos.
16 El rey le reconvino:
―¿Cuántas veces debo hacerte jurar que no me digas nada más que la verdad en el nombre del Señor?
17 Ante esto, Micaías respondió:
―Vi a todo Israel esparcido por las colinas, como ovejas sin pastor. Y el Señor dijo: “Esta gente no tiene amo. ¡Que cada cual se vaya a su casa en paz!”
18 El rey de Israel le dijo a Josafat:
―¿No te dije que jamás me profetiza nada bueno, y que solo me anuncia desastres?
19 Micaías prosiguió:
―Por lo tanto, oye la palabra del Señor: Vi al Señor sentado en su trono con todo el ejército del cielo alrededor de él, a su derecha y a su izquierda. 20 Y el Señor dijo: “¿Quién inducirá a Acab para que ataque a Ramot de Galaad y vaya a morir allí?” Uno sugería una cosa, y otro sugería otra. 21 Por último, un espíritu se adelantó, se puso delante del Señor y dijo: “Yo le induciré”. 22 “¿Por qué medios?”, preguntó el Señor. Y aquel espíritu respondió: “Saldré y seré un espíritu mentiroso en la boca de todos sus profetas”. Entonces el Señor ordenó: “Ve y hazlo así, que tendrás éxito en inducirlo”. 23 Así que ahora el Señor ha puesto un espíritu mentiroso en la boca de todos tus profetas. El Señor ha decretado el mal para ti.
24 Al oír esto, Sedequías hijo de Quenaná se levantó y le dio una bofetada a Micaías.
―¿Por dónde se fue el espíritu[q] del Señor cuando salió de mí para hablarte? —le preguntó.
25 Micaías contestó:
―Lo sabrás el día en que andes de escondite en escondite.
26 Entonces el rey de Israel ordenó:
―Tomad a Micaías y llevádselo a Amón, el gobernador de la ciudad, y a Joás, mi hijo. 27 Decidles que les ordeno echar en la cárcel a ese tipo, y no darle más que pan y agua, hasta que yo regrese sin contratiempos.
28 Micaías manifestó:
―Si regresas sin contratiempos, el Señor no ha hablado por medio de mí. ¡Tomad nota todos vosotros de lo que estoy diciendo!
Muerte de Acab(B)
29 El rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, marcharon juntos contra Ramot de Galaad. 30 Allí el rey de Israel le dijo a Josafat: «Yo entraré en la batalla disfrazado, pero tú te pondrás tu ropaje real». Así que el rey de Israel se disfrazó y entró en el combate.
31 Pero el rey de Siria les había ordenado a sus treinta y dos capitanes de los carros de combate: «No luchéis contra nadie, grande o pequeño, salvo contra el rey de Israel». 32 Cuando los capitanes de los carros vieron a Josafat, pensaron: «Sin duda, este es el rey de Israel». Así que se volvieron para atacarlo; pero Josafat gritó. 33 Entonces los capitanes de los carros vieron que no era el rey de Israel, y dejaron de perseguirlo.
34 Sin embargo, alguien disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel entre las piezas de su armadura. El rey le ordenó al que conducía su carro: «Da la vuelta y sácame del campo de batalla, pues me han herido». 35 Todo el día arreció la batalla, y al rey se le mantuvo de pie en su carro, frente a los sirios. Pero la sangre de su herida no dejaba de correr por la plataforma del carro, y esa misma tarde Acab murió. 36 Ya se ponía el sol cuando por todo el ejército se difundió un clamor: «Cada hombre a su ciudad; ¡todo el mundo a su tierra!»
37 Así que el rey murió, y fue llevado a Samaria, donde lo sepultaron. 38 Lavaron el carro en un estanque de Samaria, donde se bañaban las prostitutas, y los perros lamieron la sangre, tal como lo había declarado la palabra del Señor.
39 Los demás acontecimientos del reinado de Acab, incluso todo lo que hizo, el palacio que construyó e incrustó de marfil, y las ciudades que fortificó, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. 40 Acab murió, y su hijo Ocozías le sucedió en el trono.
Josafat, rey de Judá(C)
41 Josafat hijo de Asá ascendió al trono de Judá en el cuarto año de Acab, rey de Israel. 42 Josafat tenía treinta y cinco años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén veinticinco años. El nombre de su madre era Azuba hija de Siljí. 43 Siempre siguió el buen ejemplo de su padre Asá, y nunca se desvió de él, sino que hizo lo que agrada al Señor. Sin embargo, no se quitaron los santuarios paganos, de modo que el pueblo siguió ofreciendo allí sacrificios e incienso quemado. 44 Josafat también vivió en paz con el rey de Israel.
45 Los demás acontecimientos del reinado de Josafat, lo que llevó a cabo y sus proezas militares, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Judá. 46 Libró la tierra del resto de los hombres que practicaban la prostitución en los santuarios, los cuales se habían quedado allí incluso después del reinado de su padre Asá. 47 En aquel tiempo no había rey en Edom, sino que gobernaba un regente.
48 Por esos días Josafat construyó una flota mercante[r] para ir a Ofir por oro, pero nunca llegaron a zarpar, pues naufragaron en Ezión Guéber. 49 Entonces Ocozías hijo de Acab le dijo a Josafat: «Deja que mis hombres naveguen con tus hombres». Pero Josafat no se lo permitió.
50 Josafat murió y fue sepultado con sus antepasados en la ciudad de su padre David. Y su hijo Jorán le sucedió en el trono.
Ocozías, rey de Israel
51 Ocozías hijo de Acab ascendió al trono de Israel en Samaria en el año diecisiete de Josafat, rey de Judá, y reinó dos años en Israel. 52 Pero hizo lo que ofende al Señor, porque anduvo en los caminos de su padre y de su madre, y en los caminos de Jeroboán hijo de Nabat, que hizo que Israel pecara. 53 Sirvió y adoró a Baal, y provocó a ira al Señor, Dios de Israel, tal como había hecho su padre.
El juicio del Señor contra Ocozías
1 Después de la muerte de Acab, la nación de Moab se rebeló contra Israel. 2 Ocozías, que se había herido al caerse por la ventana del piso superior de su palacio en Samaria, despachó a unos mensajeros con este encargo: «Id y consultad a Baal Zebub, dios de Ecrón, para saber si voy a recuperarme de estas heridas». 3 Pero el ángel del Señor le dijo a Elías el tisbita: «Levántate y sal al encuentro de los mensajeros del rey de Samaria. Diles: “Y vosotros, ¿por qué vais a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? ¿Acaso no hay Dios en Israel?” 4 Pues bien, así dice el Señor: “Ya no te levantarás de tu lecho de enfermo, sino que ciertamente morirás”».
Así lo hizo Elías, 5 y, cuando los mensajeros regresaron, el rey les preguntó:
―¡Cómo! ¿Ya estáis de regreso?
6 Ellos respondieron:
―Es que un hombre nos salió al encuentro y nos dijo que regresáramos al rey que nos había enviado y le dijéramos: “Así dice el Señor: ‘¿Por qué mandas a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? ¿Acaso no hay Dios en Israel? Pues bien, ya no te levantarás de tu lecho de enfermo, sino que ciertamente morirás’ ”.
7 El rey les preguntó:
―¿Qué aspecto tenía el hombre que os salió al encuentro y os habló de ese modo?
8 ―Llevaba puesto un manto de piel y tenía un cinturón de cuero atado a la cintura —contestaron ellos.
―¡Ah! ¡Era Elías el tisbita! —exclamó el rey.
9 Y en seguida envió a un oficial con cincuenta soldados a buscarlo. El oficial fue y encontró a Elías sentado en la cima de un monte.
―Hombre de Dios —le dijo—, el rey te ordena que bajes.
10 ―Si soy hombre de Dios —replicó Elías—, ¡que caiga fuego del cielo y te consuma junto con tus cincuenta soldados!
Al instante cayó fuego del cielo y consumió al oficial y a sus soldados. 11 Así que el rey envió a otro oficial con otros cincuenta soldados en busca de Elías.
―Hombre de Dios —le dijo—, el rey te ordena que bajes inmediatamente.
12 ―Si soy hombre de Dios —repuso Elías—, ¡que caiga fuego del cielo y te consuma junto con tus cincuenta soldados!
Una vez más, el fuego de Dios cayó del cielo y consumió al oficial y a sus soldados.
13 Por tercera vez el rey envió a un oficial con otros cincuenta soldados. Cuando este llegó hasta donde estaba Elías, se puso de rodillas delante de él y le imploró:
―Hombre de Dios, te ruego que respetes mi vida y la de estos cincuenta siervos tuyos. 14 Sé bien que cayó fuego del cielo y consumió a los dos primeros oficiales y a sus soldados. Por eso te pido ahora que respetes mi vida.
15 El ángel del Señor le ordenó a Elías: «Baja con él; no le tengas miedo». Así que Elías se levantó y bajó con el oficial para ver al rey, 16 a quien le dijo:
―Así dice el Señor: “Enviaste mensajeros a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón. ¿Acaso no hay Dios en Israel a quien puedas consultar? Puesto que has actuado así, ya no te levantarás de tu lecho de enfermo, sino que ciertamente morirás”.
17 Así fue como murió el rey, según la palabra que el Señor había anunciado por medio de Elías.
Como Ocozías no llegó a tener hijos, Jorán le sucedió en el trono. Esto aconteció en el segundo año de Jorán hijo de Josafat, rey de Judá. 18 Los demás acontecimientos del reinado de Ocozías están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel.
Elías es llevado al cielo
2 Cuando se acercaba la hora en que el Señor se iba a llevar a Elías al cielo en un torbellino, Elías y Eliseo salieron de Guilgal. 2 Entonces Elías le dijo a Eliseo:
―Quédate aquí, pues el Señor me ha enviado a Betel.
Pero Eliseo le respondió:
―Tan cierto como que el Señor y tú estáis vivos, te juro que no te dejaré solo.
Así que fueron juntos a Betel. 3 Allí los miembros de la comunidad de profetas de Betel salieron a recibirlos y le preguntaron a Eliseo:
―¿Sabes que hoy el Señor va a quitarte a tu maestro, y a dejarte sin guía?
―Lo sé muy bien; ¡callad!
4 Elías, por su parte, volvió a decirle:
―Quédate aquí, Eliseo, pues el Señor me ha enviado a Jericó.
Pero Eliseo le repitió:
―Tan cierto como que el Señor y tú estáis vivos, te juro que no te dejaré solo.
Así que fueron juntos a Jericó. 5 También allí los miembros de la comunidad de profetas de la ciudad se acercaron a Eliseo y le preguntaron:
―¿Sabes que hoy el Señor va a quitarte a tu maestro y a dejarte sin guía?
―Lo sé muy bien; ¡callad!
6 Una vez más Elías le dijo:
―Quédate aquí, pues el Señor me ha enviado al Jordán.
Pero Eliseo insistió:
―Tan cierto como que el Señor y tú estáis vivos, te juro que no te dejaré solo.
Así que los dos siguieron caminando 7 y se detuvieron junto al río Jordán. Cincuenta miembros de la comunidad de profetas fueron también hasta ese lugar, pero se mantuvieron a cierta distancia, frente a ellos. 8 Elías tomó su manto y, enrollándolo, golpeó el agua. El río se partió en dos, de modo que ambos lo cruzaron en seco. 9 Al cruzar, Elías le preguntó a Eliseo:
―¿Qué quieres que haga por ti antes de que me separen de tu lado?
―Te pido que sea yo el heredero de tu espíritu por partida doble[s] —respondió Eliseo.
10 ―Has pedido algo difícil —le dijo Elías—, pero, si logras verme cuando me separen de tu lado, te será concedido; de lo contrario, no.
11 Iban caminando y conversando cuando, de pronto, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en medio de un torbellino. 12 Eliseo, viendo lo que pasaba, se puso a gritar: «¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!» Pero no volvió a verlo.
Entonces agarró su ropa y la rasgó en dos. 13 Luego recogió el manto que se le había caído a Elías y, regresando a la orilla del Jordán, 14 golpeó el agua con el manto y exclamó: «¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?» En cuanto golpeó el agua, el río se partió en dos, y Eliseo cruzó.
15 Los profetas de Jericó, al verlo, exclamaron: «¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!» Entonces fueron a su encuentro y se postraron ante él, rostro en tierra.
16 ―Mira —le dijeron—, aquí se encuentran, entre nosotros tus siervos, cincuenta hombres muy capaces, que pueden ir a buscar a tu maestro. Quizás el Espíritu del Señor lo tomó y lo arrojó en algún monte o en algún valle.
―No —respondió Eliseo—, no los mandéis.
17 Pero ellos insistieron tanto que él se sintió incómodo[t] y por fin les dijo:
―Está bien, mandadlos.
Así que enviaron a los cincuenta hombres, los cuales buscaron a Elías durante tres días, pero no lo encontraron. 18 Cuando regresaron a Jericó, donde se había quedado Eliseo, él les reprendió diciendo:
―¿No os advertí que no fuerais?
Eliseo purifica el agua
19 Luego, los habitantes de la ciudad le dijeron a Eliseo:
―Señor, como tú puedes ver, nuestra ciudad está bien ubicada, pero el agua es mala, y por eso la tierra ha quedado estéril.
20 ―Traedme una vasija nueva, y echadle sal —les ordenó Eliseo.
Cuando se la entregaron, 21 Eliseo fue al manantial y, arrojando allí la sal, exclamó:
―Así dice el Señor: “¡Yo purifico esta agua para que nunca más cause muerte ni esterilidad!”
22 A partir de ese momento, y hasta el día de hoy, el agua quedó purificada, según la palabra de Eliseo.
Eliseo maldice a los burlones
23 De Jericó, Eliseo se dirigió a Betel. Iba subiendo por el camino cuando unos muchachos salieron de la ciudad y empezaron a burlarse de él. «¡Anda, viejo calvo! —le gritaban—. ¡Anda, viejo calvo!» 24 Eliseo se volvió y, clavándoles la vista, los maldijo en el nombre del Señor. Al instante, dos osas salieron del bosque y despedazaron a cuarenta y dos muchachos. 25 De allí, Eliseo se fue al monte Carmelo; y luego regresó a Samaria.
Los moabitas se rebelan
3 En el año dieciocho de Josafat, rey de Judá, Jorán hijo de Acab ascendió al trono de Israel en Samaria, y reinó doce años. 2 Jorán hizo lo que ofende al Señor, aunque no tanto como su padre y su madre, pues mandó que se quitara una piedra sagrada que su padre había erigido en honor de Baal. 3 Sin embargo, Jorán se aferró a los mismos pecados con que Jeroboán hijo de Nabat había hecho pecar a los israelitas, pues no se apartó de esos pecados.
4 Ahora bien, Mesá, rey de Moab, criaba ovejas, y como tributo anual le entregaba al rey de Israel cien mil ovejas y la lana de cien mil corderos. 5 Pero, al morir Acab, el rey de Moab se rebeló contra el rey de Israel. 6 Entonces el rey Jorán salió de Samaria, movilizó a todo el ejército de Israel, 7 y le envió este mensaje a Josafat, rey de Judá:
―El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Irías conmigo a pelear contra Moab?
―Claro que sí —le respondió Josafat—. Estoy a tu disposición, lo mismo que mi ejército y mi caballería. 8 ¿Qué ruta tomaremos?
―La ruta del desierto de Edom —contestó Jorán.
9 Fue así como los reyes de Israel, Judá y Edom se pusieron en marcha. Durante siete días anduvieron por el desierto, hasta que el ejército y los animales se quedaron sin agua.
10 ―¡Ay! —exclamó el rey de Israel—. ¡El Señor ha reunido a tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas!
11 Pero Josafat preguntó:
―¿Acaso no hay aquí un profeta del Señor, para que consultemos al Señor por medio de él?
Un oficial del rey de Israel contestó:
―Aquí cerca está Eliseo hijo de Safat, el que servía a Elías.[u]
12 ―Pues él puede darnos palabra del Señor —comentó Josafat.
Así que el rey de Israel fue a ver a Eliseo, acompañado de Josafat y del rey de Edom. 13 Pero Eliseo le dijo al rey de Israel:
―¿Qué tengo yo que ver contigo? Vete a consultar a los profetas de tu padre y de tu madre.
―No —respondió el rey de Israel—, pues el Señor nos ha reunido a los tres para entregarnos en manos de los moabitas.
14 Eliseo replicó:
―Te juro que, si no fuera por el respeto que le tengo a Josafat, rey de Judá, ni siquiera te miraría a la cara. ¡Tan cierto como que vive el Señor Todopoderoso, a quien sirvo! 15 En fin, ¡que me traigan un músico!
Mientras el músico tañía el arpa, la mano del Señor vino sobre Eliseo, 16 y este dijo:
―Así dice el Señor: “Abrid zanjas por todo este valle, 17 pues aunque no veáis viento ni lluvia —dice el Señor—, este valle se llenará de agua, de modo que podréis beber vosotros y todos vuestros animales”. 18 Esto es poca cosa para el Señor, que además entregará a Moab en vuestras manos. 19 De hecho, vosotros destruiréis todas las ciudades fortificadas y las otras ciudades principales. Cortaréis los mejores árboles, cegaréis los manantiales y sembraréis de piedras los campos fértiles.
20 A la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, toda el área se inundó con el agua que venía de la región de Edom. 21 Ahora bien, cuando los moabitas se enteraron de que los reyes habían salido para atacarlos, movilizaron a todos los que podían servir en el ejército y tomaron posiciones en la frontera. 22 Al levantarse ellos por la mañana, el sol se reflejaba sobre el agua, y a los moabitas les pareció que estaba teñida en sangre. 23 «¡Es sangre de batalla! —exclamaron—. Esos reyes deben de haber peleado, y se han matado unos a otros. ¡Vamos, Moab, al saqueo!»
24 Cuando los moabitas llegaron al campamento de Israel, los israelitas les hicieron frente y los derrotaron. Aquellos se dieron a la fuga, pero los israelitas los persiguieron y los aniquilaron, 25 y destruyeron sus ciudades. Cada uno tiró una piedra en los campos fértiles de Moab hasta llenarlos; además, cegaron los manantiales y cortaron los mejores árboles. Solo Quir Jaréset quedó en pie, aunque los honderos la cercaron y también lograron conquistarla.
26 El rey de Moab, al ver que perdía la batalla, se llevó consigo a setecientos guerreros con el propósito de abrirse paso hasta donde estaba el rey de Edom, pero no logró pasar. 27 Tomó entonces a su hijo primogénito, que había de sucederle en el trono, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla. A raíz de esto, se desató contra Israel una furia incontenible, de modo que los israelitas tuvieron que retirarse y volver a su país.
El aceite de la viuda
4 La viuda de un miembro de la comunidad de los profetas le suplicó a Eliseo:
―Mi esposo, tu siervo, ha muerto, y tú sabes que él era fiel[v] al Señor. Ahora resulta que el hombre con quien estamos endeudados ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos.
2 ―¿Y qué puedo hacer por ti? —le preguntó Eliseo—. Dime, ¿qué tienes en casa?
―Tu sierva no tiene nada en casa —le respondió—, excepto un poco de aceite.
3 Eliseo le ordenó:
―Sal y pide a tus vecinos que te presten sus vasijas; consigue todas las que puedas. 4 Luego entra en la casa con tus hijos y cierra la puerta. Echa aceite en todas las vasijas y, a medida que las llenes, ponlas aparte.
5 En seguida la mujer dejó a Eliseo y se fue. Luego se encerró con sus hijos y empezó a llenar las vasijas que ellos le pasaban. 6 Cuando ya todas estuvieron llenas, ella le pidió a uno de sus hijos que le pasara otra más, y él respondió: «Ya no hay». En ese momento se acabó el aceite.
7 La mujer fue y se lo contó al hombre de Dios, quien le mandó: «Ahora ve a vender el aceite, y paga tus deudas. Con el dinero que te sobre, podréis vivir tú y tus hijos».
El hijo de la sunamita
8 Un día, cuando Eliseo pasaba por Sunén, cierta mujer de buena posición le insistió que comiera en su casa. Desde entonces, siempre que pasaba por ese pueblo, comía allí. 9 La mujer le dijo a su esposo: «Mira, yo estoy segura de que este hombre que siempre nos visita es un santo hombre de Dios. 10 Hagámosle un cuarto en la azotea, y pongámosle allí una cama, una mesa con una silla, y una lámpara. De ese modo, cuando nos visite, tendrá un lugar donde quedarse».
11 En cierta ocasión Eliseo llegó, fue a su cuarto y se acostó. 12 Luego le dijo a su criado Guiezi:
―Llama a la señora.[w]
El criado así lo hizo, y ella se presentó. 13 Entonces Eliseo le dijo a Guiezi:
―Dile a la señora: “¡Te has tomado muchas molestias por nosotros! ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Quieres que le hable al rey o al jefe del ejército en tu favor?”
Pero ella le respondió:
―Yo vivo segura en medio de mi pueblo.
14 Eliseo le preguntó a Guiezi:
―¿Qué puedo hacer por ella?
―Bueno —contestó el siervo— ella no tiene hijos, y su esposo ya es anciano.
15 ―Llámala —ordenó Eliseo.
Guiezi la llamó, y ella se detuvo en la puerta. 16 Entonces Eliseo le prometió:
―El año que viene, por esta fecha, estarás abrazando un hijo.
―¡No, mi señor, hombre de Dios! —exclamó ella—. No engañes a tu sierva.
17 En efecto, la mujer quedó embarazada. Y al año siguiente, por esa misma fecha, dio a luz un hijo, tal como Eliseo se lo había dicho.
18 El niño creció, y un día salió a ver a su padre, que estaba con los segadores. 19 De pronto exclamó:
―¡Ay, mi cabeza! ¡Me duele la cabeza!
El padre le ordenó a un criado:
―¡Llévaselo a su madre!
20 El criado lo cargó y se lo llevó a la madre, la cual lo tuvo en sus rodillas hasta el mediodía. A esa hora, el niño murió. 21 Entonces ella subió, lo puso en la cama del hombre de Dios y, cerrando la puerta, salió. 22 Después llamó a su esposo y le dijo:
―Préstame un criado y una burra; en seguida vuelvo. Voy de prisa a ver al hombre de Dios.
23 ―¿Para qué vas a verle hoy? —le preguntó su esposo—. No es día de luna nueva ni sábado.
―No importa —respondió ella.
24 Entonces hizo aparejar la burra y le ordenó al criado:
―¡Anda, vamos! No te detengas hasta que te lo diga.
25 La mujer se puso en marcha y llegó al monte Carmelo, donde estaba Eliseo, el hombre de Dios. Este la vio a lo lejos y le dijo a su criado Guiezi:
―¡Mira! Ahí viene la sunamita. 26 Corre a recibirla y pregúntale cómo está ella, y cómo están su esposo y el niño.
El criado fue, y ella respondió que todos estaban bien. 27 Pero luego fue a la montaña y se abrazó a los pies del hombre de Dios. Guiezi se acercó con el propósito de apartarla, pero el hombre de Dios intervino:
―¡Déjala! Está muy angustiada, y el Señor me ha ocultado lo que pasa; no me ha dicho nada.
28 ―Señor mío —le dijo la mujer—, ¿acaso yo te pedí un hijo? ¿No te rogué que no me engañaras?
29 Eliseo le ordenó a Guiezi:
―Arréglate la ropa, toma mi bastón y ponte en camino. Si te encuentras con alguien, no lo saludes; si alguien te saluda, no le respondas. Y, cuando llegues, coloca el bastón sobre la cara del niño.
30 Pero la madre del niño exclamó:
―¡Te juro que no te dejaré solo! ¡Tan cierto como que el Señor y tú estáis vivos!
Así que Eliseo se levantó y fue con ella. 31 Guiezi, que se había adelantado, llegó y colocó el bastón sobre la cara del niño, pero este no respondió ni dio ninguna señal de vida. Por tanto, Guiezi volvió para encontrarse con Eliseo y le dijo:
―El niño no despierta.
32 Cuando Eliseo llegó a la casa, encontró al niño muerto, tendido sobre su cama. 33 Entró al cuarto, cerró la puerta y oró al Señor. 34 Luego subió a la cama y se tendió sobre el niño su boca sobre la boca del niño, sus ojos sobre los del niño y sus manos sobre las del niño, hasta que el cuerpo del niño empezó a entrar en calor. 35 Eliseo se levantó y se puso a caminar de un lado a otro del cuarto, y luego volvió a tenderse sobre el niño. Esto lo hizo siete veces, al cabo de las cuales el niño estornudó y abrió los ojos.[x] 36 Entonces Eliseo le dijo a Guiezi:
―Llama a la señora.
Guiezi así lo hizo y, cuando la mujer llegó, Eliseo le dijo:
―Puedes llevarte a tu hijo.
37 Ella entró, se arrojó a los pies de Eliseo y se postró rostro en tierra. Entonces tomó a su hijo y salió.
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