Print Page Options
Previous Prev Day Next DayNext

Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
Nueva Versión Internacional (Castilian) (CST)
Version
Jueces 15:13 - 1 Samuel 2:29

13 ―De acuerdo —respondieron ellos—. Solo te ataremos y te entregaremos en sus manos. No te mataremos.

Entonces lo ataron con dos sogas nuevas y lo sacaron de la peña. 14 Cuando se acercaba a Lejí, los filisteos salieron a su encuentro con gritos de victoria. En ese momento el Espíritu del Señor vino sobre él con poder, y las sogas que ataban sus brazos se volvieron como fibra de lino quemada, y las ataduras de sus manos se deshicieron. 15 Al encontrar una quijada de burro que todavía estaba fresca, la agarró y con ella mató a mil hombres.

16 Entonces dijo Sansón:

«Con la quijada de un asno
    los he amontonado.[a]
Con una quijada de asno
    he matado a mil hombres».

17 Cuando terminó de hablar, arrojó la quijada y llamó a aquel lugar Ramat Lejí.[b] 18 Como tenía mucha sed, clamó al Señor: «Tú le has dado a tu siervo esta gran victoria. ¿Acaso voy ahora a morir de sed, y a caer en manos de los incircuncisos?» 19 Entonces Dios abrió la hondonada que hay en Lejí, y de allí brotó agua. Cuando Sansón la bebió, recobró sus fuerzas y se reanimó. Por eso al manantial que todavía hoy está en Lejí se le llamó Enacoré.[c]

20 Y Sansón gobernó a Israel durante veinte años en tiempos de los filisteos.

Sansón y Dalila

16 Un día Sansón fue a Gaza, donde vio a una prostituta. Entonces entró para pasar la noche con ella. Al pueblo de Gaza se le anunció: «¡Sansón ha venido aquí!» Así que rodearon el lugar y toda la noche estuvieron al acecho junto a la puerta de la ciudad. Se quedaron quietos durante toda la noche diciéndose: «Lo mataremos al amanecer».

Pero Sansón estuvo acostado allí hasta la medianoche; luego se levantó y arrancó las puertas de la entrada de la ciudad, junto con sus dos postes, con cerrojo y todo. Se las echó al hombro y las llevó hasta la cima del monte que está frente a Hebrón.

Pasado algún tiempo, Sansón se enamoró de una mujer del valle de Sorec, que se llamaba Dalila. Los jefes de los filisteos fueron a verla y le dijeron: «Sedúcelo, para que te revele el secreto de su tremenda fuerza y cómo podemos vencerlo, de modo que lo atemos y lo tengamos sometido. Cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata».[d]

Dalila le dijo a Sansón:

―Dime el secreto de tu tremenda fuerza, y cómo se te puede atar y dominar.

Sansón le respondió:

―Si se me ata con siete cuerdas de arco[e] que todavía no estén secas, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre.

Los jefes de los filisteos le trajeron a ella siete cuerdas de arco que aún no se habían secado, y Dalila lo ató con ellas. Estando unos hombres al acecho en el cuarto, ella le gritó:

―¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!

Pero él rompió las cuerdas como quien rompe un pedazo de cuerda chamuscada. De modo que no se descubrió el secreto de su fuerza.

10 Dalila le dijo a Sansón:

―¡Te burlaste de mí! ¡Me dijiste mentiras! Vamos, dime cómo se te puede atar.

11 ―Si se me ata firmemente con sogas nuevas, sin usar —le dijo él—, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre.

12 Mientras algunos filisteos estaban al acecho en el cuarto, Dalila tomó sogas nuevas y lo ató, y luego le gritó:

―¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!

Pero él rompió las sogas que ataban sus brazos, como quien rompe un hilo.

13 Entonces Dalila le dijo a Sansón:

―¡Hasta ahora te has burlado de mí, y me has dicho mentiras! Dime cómo se te puede atar.

―Si entretejes las siete trenzas de mi cabello con la tela del telar, y aseguras esta con la clavija —respondió él—, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre.

Entonces, mientras él dormía, Dalila tomó las siete trenzas de Sansón, las entretejió con la tela 14 y[f] las aseguró con la clavija.

Una vez más ella le gritó: «¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!» Sansón despertó de su sueño y arrancó la clavija y el telar, junto con la tela.

15 Entonces ella le dijo: «¿Cómo puedes decir que me amas, si no confías en mí? Ya van tres veces que te burlas de mí, y aún no me has dicho el secreto de tu tremenda fuerza».

16 Como todos los días lo presionaba con sus palabras, y lo acosaba hasta hacerlo sentirse harto de la vida, 17 al fin se lo dijo todo. «Nunca ha pasado navaja sobre mi cabeza —le explicó—, porque soy nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer. Si se me afeitara la cabeza, perdería mi fuerza, y llegaría a ser tan débil como cualquier otro hombre».

18 Cuando Dalila se dio cuenta de que esta vez le había confiado todo, mandó llamar a los jefes de los filisteos, y les dijo: «Volved una vez más, que él me lo ha confiado todo». Entonces los gobernantes de los filisteos regresaron a ella con la plata que le habían ofrecido. 19 Después de hacerlo dormir sobre sus rodillas, ella llamó a un hombre para que le cortara las siete trenzas de su cabello. Así comenzó a dominarlo. Y su fuerza lo abandonó.

20 Luego ella gritó: «¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!»

Sansón despertó de su sueño y pensó: «Me escaparé como las otras veces, y me los quitaré de encima». Pero no sabía que el Señor lo había abandonado.

21 Entonces los filisteos lo capturaron, le arrancaron los ojos y lo llevaron a Gaza. Lo sujetaron con cadenas de bronce, y lo pusieron a moler en la cárcel. 22 Pero, en cuanto le cortaron el cabello, le comenzó a crecer de nuevo.

Muerte de Sansón

23 Los jefes de los filisteos se reunieron para festejar y ofrecerle un gran sacrificio a Dagón, su dios, diciendo:

«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos
    a Sansón, nuestro enemigo».

24 Cuando el pueblo lo vio, todos alabaron a su dios diciendo:

«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos
    a nuestro enemigo,
al que asolaba nuestra tierra
    y multiplicaba nuestras víctimas».

25 Cuando ya estaban muy alegres, gritaron: «¡Sacad a Sansón para que nos divierta!» Así que sacaron a Sansón de la cárcel, y él les sirvió de diversión.

Cuando lo pusieron de pie entre las columnas, 26 Sansón le dijo al muchacho que lo llevaba de la mano: «Ponme donde pueda tocar las columnas que sostienen el templo, para que me pueda apoyar en ellas». 27 En ese momento el templo estaba lleno de hombres y mujeres; todos los jefes de los filisteos estaban allí, y en la parte alta había unos tres mil hombres y mujeres que se divertían a costa de Sansón. 28 Entonces Sansón oró al Señor: «Oh Soberano Señor, acuérdate de mí. Oh Dios, te ruego que me fortalezcas solo una vez más, y déjame de una vez por todas vengarme de los filisteos por haberme sacado los ojos». 29 Luego Sansón palpó las dos columnas centrales que sostenían el templo y se apoyó contra ellas, la mano derecha sobre una y la izquierda sobre la otra. 30 Y gritó: «¡Muera yo junto con los filisteos!» Luego empujó con toda su fuerza, y el templo se vino abajo sobre los jefes y sobre toda la gente que estaba allí. Fueron muchos más los que Sansón mató al morir que los que había matado mientras vivía.

31 Sus hermanos y toda la familia de su padre descendieron para recogerlo. Lo llevaron de regreso y lo sepultaron entre Zora y Estaol, en la tumba de su padre Manoa. Sansón había gobernado a Israel durante veinte años.

Los ídolos de Micaías

17 En la región montañosa de Efraín había un hombre llamado Micaías, quien le dijo a su madre:

―Con respecto a las mil cien monedas de plata[g] que te robaron y sobre las cuales te oí pronunciar una maldición, yo tengo esa plata; yo te la robé.

Su madre le dijo:

―¡Que el Señor te bendiga, hijo mío!

Cuando Micaías le devolvió a su madre las mil cien monedas de plata, ella dijo:

―Solemnemente consagro mi plata al Señor para que mi hijo haga una imagen tallada y un ídolo de fundición.[h] Ahora pues, te la devuelvo.

Cuando él le devolvió la plata a su madre, ella tomó doscientas monedas de plata[i] y se las dio a un platero, quien hizo con ellas una imagen tallada y un ídolo de fundición, que fueron puestos en la casa de Micaías.

Este Micaías tenía un santuario. Hizo un efod y algunos ídolos domésticos, y consagró a uno de sus hijos como sacerdote. En aquella época no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía mejor.

Un joven levita de Belén de Judá, que era forastero y de la tribu de Judá, salió de aquella ciudad en busca de algún otro lugar donde vivir. En el curso de su viaje[j] llegó a la casa de Micaías en la región montañosa de Efraín.

―¿De dónde vienes? —le preguntó Micaías.

―Soy levita, de Belén de Judá —contestó él—, y estoy buscando un lugar donde vivir.

10 ―Vive conmigo —le propuso Micaías—, y sé mi padre y sacerdote; yo te daré diez monedas de plata[k] al año, además de ropa y comida.

11 El joven levita aceptó quedarse a vivir con él, y fue para Micaías como uno de sus hijos. 12 Luego Micaías invistió al levita, y así el joven se convirtió en su sacerdote y vivió en su casa. 13 Y Micaías dijo: «Ahora sé que el Señor me hará prosperar, porque tengo a un levita como sacerdote».

La tribu de Dan se establece en Lais

18 En aquella época no había rey en Israel, y la tribu de Dan andaba buscando un territorio propio donde establecerse, porque hasta ese momento no había recibido la parte que le correspondía de entre las tribus de Israel. Desde Zora y Estaol los danitas enviaron a cinco de sus hombres más valientes, para que espiaran la tierra y la exploraran. Les dijeron: «Id, explorad la tierra».

Los hombres entraron en la región montañosa de Efraín y llegaron hasta la casa de Micaías, donde pasaron la noche. Cuando estaban cerca de la casa de Micaías, reconocieron la voz del joven levita; así que entraron allí y le preguntaron:

―¿Quién te trajo aquí? ¿Qué haces en este lugar? ¿Qué buscas aquí?

El joven les contó lo que Micaías había hecho por él, y dijo:

―Me ha contratado, y soy su sacerdote.

Le dijeron:

―Te rogamos que consultes a Dios para que sepamos si vamos a tener éxito en nuestro viaje.

El sacerdote les respondió:

―Id en paz. Vuestro viaje tiene la aprobación del Señor.

Los cinco hombres se fueron y llegaron a Lais, donde vieron que la gente vivía segura, tranquila y confiada, tal como vivían los sidonios. Gozaban de prosperidad y no les faltaba nada.[l] Además, vivían lejos de los sidonios y no se relacionaban con nadie más. Cuando volvieron a Zora y Estaol, sus hermanos les preguntaron:

―¿Cómo os fue?

Ellos respondieron:

―¡Subamos, ataquémoslos! Hemos visto que la tierra es excelente. ¿Qué pasa? ¿Os vais a quedar ahí, sin hacer nada? No dudéis un solo instante en marchar allí y apoderaros de ella. 10 Cuando lleguéis allí, encontraréis a un pueblo confiado y una tierra espaciosa que Dios ha entregado en vuestras manos. Sí, es una tierra donde no hace falta absolutamente nada.

11 Entonces partieron de Zora y Estaol seiscientos danitas armados para la batalla. 12 Subieron y acamparon cerca de Quiriat Yearín en Judá. Por eso hasta el día de hoy el sector oeste de Quiriat Yearín se llama Majané Dan.[m] 13 Desde allí cruzaron hasta la región montañosa de Efraín, y llegaron a la casa de Micaías.

14 Entonces los cinco hombres que habían explorado la tierra de Lais les dijeron a sus hermanos:

―¿Sabéis que una de esas casas tiene un efod, algunos dioses domésticos, una imagen tallada y un ídolo de fundición? Ahora bien, vosotros sabréis qué hacer.

15 Ellos se acercaron hasta allí, y entraron en la casa del joven levita, que era la misma de Micaías, y lo saludaron amablemente. 16 Los seiscientos danitas armados para la batalla se quedaron haciendo guardia en la entrada de la puerta. 17 Los cinco hombres que habían explorado la tierra entraron y tomaron la imagen tallada, el efod, los dioses domésticos y el ídolo de fundición. Mientras tanto, el sacerdote y los seiscientos hombres armados para la batalla permanecían a la entrada de la puerta.

18 Cuando aquellos hombres entraron en la casa de Micaías y tomaron la imagen tallada, el efod, los dioses domésticos y el ídolo de fundición, el sacerdote les preguntó:

―¿Qué estáis haciendo?

19 Ellos le respondieron:

―¡Silencio! No digas ni una sola palabra. Ven con nosotros, y serás nuestro padre y sacerdote. ¿No crees que es mejor ser sacerdote de toda una tribu y de un clan de Israel que de la familia de un solo hombre?

20 El sacerdote se alegró. Tomó el efod, los dioses domésticos y la imagen tallada, y se fue con esa gente. 21 Ellos, poniendo por delante a sus niños, su ganado y sus bienes, se volvieron y partieron.

22 Cuando ya se habían alejado de la casa de Micaías, los hombres que vivían cerca de Micaías se reunieron y dieron alcance a los danitas. 23 Como gritaban tras ellos, los danitas se dieron vuelta y le preguntaron a Micaías:

―¿Qué te sucede, que has convocado a tu gente?

24 Micaías les respondió:

―Vosotros os llevasteis mis dioses, que yo mismo hice, y también os llevasteis a mi sacerdote y luego os fuisteis. ¿Qué más me queda? ¡Y todavía os atrevéis a preguntarme qué me sucede!

25 Los danitas respondieron:

―No nos levantes la voz, no sea que algunos de los nuestros pierdan la cabeza y os ataquen a vosotros, y tú y tu familia perdáis la vida.

26 Y así los danitas siguieron su camino. Micaías, viendo que eran demasiado fuertes para él, se dio la vuelta y regresó a su casa. 27 Así fue como los danitas se adueñaron de lo que había hecho Micaías, y también de su sacerdote, y marcharon contra Lais, un pueblo tranquilo y confiado; mataron a sus habitantes a filo de espada, y quemaron la ciudad. 28 No hubo nadie que los librara, porque vivían lejos de Sidón y no se relacionaban con nadie más. La ciudad estaba situada en un valle cercano a Bet Rejob.

Después los mismos danitas reconstruyeron la ciudad y se establecieron allí. 29 La llamaron Dan en honor a su antepasado del mismo nombre, que fue hijo de Israel, aunque antes la ciudad se llamaba Lais. 30 Allí erigieron para sí la imagen tallada, y Jonatán, hijo de Guersón y nieto de Moisés,[n] y sus hijos fueron sacerdotes de la tribu de Dan hasta el tiempo del exilio. 31 Instalaron la imagen tallada que había hecho Micaías, y allí quedó todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Siló.

El levita y su concubina

19 En la época en que no había rey en Israel, un levita que vivía en una zona remota de la región montañosa de Efraín tomó como concubina a una mujer de Belén de Judá. Pero ella le fue infiel y lo dejó, volviéndose a la casa de su padre, en Belén de Judá. Había estado allí cuatro meses cuando su esposo fue a verla para convencerla de que regresara. Con él llevó a un criado suyo y dos asnos. Ella lo hizo pasar a la casa de su propio padre, quien se alegró mucho de verlo. Su suegro, padre de la muchacha, lo convenció de que se quedara, y él se quedó con él tres días, comiendo, bebiendo y durmiendo allí.

Al cuarto día madrugaron y él se dispuso a salir, pero el padre de la muchacha le dijo a su yerno: «Repón tus fuerzas con algo de comida; luego podrás irte». Así que se sentaron a comer y a beber los dos juntos. Después el padre de la muchacha le pidió: «Por favor, quédate esta noche para pasarla bien». Cuando el levita se levantó para irse, su suegro le insistió de tal manera que se vio obligado a quedarse allí esa noche. Al quinto día madrugó para irse, pero el padre de la muchacha le dijo: «Repón tus fuerzas. ¡Espera hasta la tarde!» Así que los dos comieron juntos.

Cuando el hombre se levantó para irse con su concubina y su criado, su suegro, que era el padre de la muchacha, le dijo: «Mira, está a punto de oscurecer, y el día ya se termina. Pasa aquí la noche; quédate para pasarla bien. Mañana podrás madrugar y emprender tu camino a casa». 10 No queriendo quedarse otra noche, el hombre salió y partió rumbo a Jebús, es decir, Jerusalén, con sus dos asnos ensillados y su concubina.

11 Cuando estaban cerca de Jebús, y ya era casi de noche, el criado le dijo a su amo:

―Vamos, desviémonos hacia esta ciudad de los jebuseos y pasemos la noche en ella.

12 Pero su amo le replicó:

―No. No nos desviaremos para entrar en una ciudad extranjera, cuyo pueblo no sea israelita. Seguiremos hasta Guibeá.

13 Luego añadió:

―Ven, tratemos de acercarnos a Guibeá o Ramá, y pasemos la noche en uno de esos lugares.

14 Así que siguieron de largo, y al ponerse el sol estaban frente a Guibeá de Benjamín. 15 Entonces se desviaron para pasar la noche en Guibeá. El hombre fue y se sentó en la plaza de la ciudad, pero nadie les ofreció alojamiento para pasar la noche.

16 Aquella noche volvía de trabajar en el campo un anciano de la región montañosa de Efraín, que vivía en Guibeá como forastero, pues los hombres del lugar eran benjaminitas. 17 Cuando el anciano miró y vio en la plaza de la ciudad al viajero, le preguntó:

―¿A dónde vas? ¿De dónde vienes?

18 El viajero le respondió:

―Estamos de paso. Venimos de Belén de Judá, y vamos a una zona remota de la región montañosa de Efraín, donde yo vivo. He estado en Belén de Judá, y ahora me dirijo a la casa del Señor, pero nadie me ha ofrecido alojamiento. 19 Tenemos paja y forraje para nuestros asnos, y también pan y vino para mí y para tu sierva, y para el joven que está conmigo. No nos hace falta nada.

20 ―En mi casa serás bienvenido —dijo el anciano—. Yo me encargo de todo lo que necesites. Pero no pases la noche en la plaza.

21 Así que lo llevó a su casa y dio de comer a sus asnos y, después de lavarse los pies, comieron y bebieron.

22 Mientras pasaban un momento agradable, algunos hombres perversos de la ciudad rodearon la casa. Golpeando la puerta, le gritaban al anciano dueño de la casa:

―¡Saca al hombre que llegó a tu casa! ¡Queremos tener relaciones sexuales con él!

23 El dueño de la casa salió y les dijo:

―No, hermanos míos, no seáis tan viles, pues este hombre es mi huésped. ¡No cometáis con él tal infamia! 24 Mirad, aquí está mi hija, que todavía es virgen, y la concubina de este hombre. Las voy a sacar ahora, para que las abuséis y hagáis con ellas lo que os parezca bien. Pero con este hombre no cometáis tal infamia.

25 Aquellos perversos no quisieron hacerle caso, así que el levita tomó a su concubina y la echó a la calle. Los hombres la violaron y la ultrajaron toda la noche, hasta el amanecer; ya en la madrugada la dejaron ir. 26 Despuntaba el alba cuando la mujer volvió, y se desplomó a la entrada de la casa donde estaba hospedado su marido. Allí se quedó hasta que amaneció.

27 Cuando por la mañana su marido se levantó y abrió la puerta de la casa, dispuesto a seguir su camino, vio allí a su concubina, tendida a la entrada de la casa y con las manos en el umbral. 28 «¡Levántate, vámonos!», le dijo, pero no obtuvo respuesta. Entonces el hombre la puso sobre su asno y partió hacia su casa.

29 Cuando llegó a su casa, tomó un cuchillo y descuartizó a su concubina en doce pedazos, después de lo cual distribuyó los pedazos por todas las regiones de Israel. 30 Todo el que veía esto decía: «Nunca se ha visto ni se ha hecho semejante cosa desde el día que los israelitas salieron de la tierra de Egipto. ¡Pensad en esto! ¡Consideradlo y decidnos qué hacer!»

Los israelitas derrotan a los benjaminitas

20 Todos los israelitas desde Dan hasta Berseba, incluso los de la tierra de Galaad, salieron como un solo hombre y se reunieron ante el Señor en Mizpa. Los jefes de todo el pueblo, es decir, de todas las tribus de Israel, tomaron sus puestos en la asamblea del pueblo de Dios. Eran cuatrocientos mil soldados armados con espadas. A su vez, los de la tribu de Benjamín se enteraron de que los israelitas habían subido a Mizpa. Entonces los israelitas le dijeron al levita:

―Cuéntanos cómo sucedió esta infamia.

El levita, esposo de la mujer asesinada, respondió:

―Mi concubina y yo llegamos a Guibeá de Benjamín para pasar la noche. Durante la noche los hombres de Guibeá se levantaron contra mí y rodearon la casa, con la intención de matarme. Luego violaron a mi concubina de tal manera que murió. Entonces la tomé, la corté en pedazos, y envié un pedazo a cada tribu en el territorio israelita, porque esa gente cometió un acto depravado e infame en Israel. Ahora, todos vosotros israelitas, opinad y tomad una decisión aquí mismo.

Todo el pueblo se levantó como un solo hombre, y dijo:

―¡Ninguno de nosotros volverá a su tienda! ¡Nadie regresará a su casa! Y esto es lo que le haremos ahora a Guibeá: Echaremos suertes para ver quiénes subirán contra ella. 10 De entre todas las tribus de Israel, tomaremos a diez hombres de cada cien, a cien de cada mil y a mil de cada diez mil, para conseguir provisiones para el ejército. Cuando el ejército llegue a Guibeá de Benjamín, les dará su merecido por toda la infamia cometida en Israel.

11 Así que todos los israelitas, como un solo hombre, unieron sus fuerzas para atacar la ciudad. 12 Las tribus de Israel enviaron mensajeros por toda la tribu de Benjamín, diciendo: «¿Qué os parece este crimen que se cometió entre vosotros? 13 Entregad ahora a esos malvados de Guibeá, para que los matemos y eliminemos así la maldad en Israel».

Pero los de la tribu de Benjamín no quisieron hacerles caso a sus hermanos israelitas. 14 Al contrario, gente de todas sus ciudades se reunió en Guibeá para luchar contra los israelitas. 15 En aquel día los de Benjamín movilizaron de entre sus ciudades veintiséis mil soldados armados de espada, además de setecientos hombres escogidos de los que vivían en Guibeá. 16 Entre todos ellos había setecientos soldados escogidos que eran zurdos, todos ellos capaces de lanzar con la honda una piedra contra un cabello, sin errar.

17 Israel, sin contar a Benjamín, movilizó a cuatrocientos mil soldados armados de espada, todos ellos expertos guerreros.

18 Los israelitas subieron a Betel[o] y consultaron a Dios. Le preguntaron:

―¿Cuál de nosotros será el primero en combatir a los de la tribu de Benjamín?

El Señor respondió:

―Judá será el primero.

19 Los israelitas se levantaron temprano y acamparon frente a Guibeá; 20 salieron a luchar contra los de Benjamín, y frente a Guibeá se dispusieron contra ellos en orden de batalla. 21 Pero los de Benjamín salieron de Guibeá y abatieron aquel día a veintidós mil israelitas en el campo de batalla. 22 Los israelitas se animaron unos a otros, y volvieron a presentar batalla donde se habían apostado el primer día, 23 pues habían subido a llorar en presencia del Señor hasta el anochecer, y le habían consultado:

―¿Debemos subir y volver a luchar contra los de Benjamín, nuestros hermanos?

Y el Señor les había contestado:

―Subid contra ellos.

24 Fue así como los israelitas se acercaron a Benjamín el segundo día. 25 Los de Benjamín salieron de Guibeá para combatirlos, abatiendo esta vez a dieciocho mil israelitas más, todos ellos armados con espadas.

26 Entonces los israelitas, con todo el pueblo, subieron a Betel, y allí se sentaron y lloraron en presencia del Señor. Ayunaron aquel día hasta el anochecer y presentaron al Señor holocaustos y sacrificios de comunión. 27 Después consultaron al Señor, pues en aquel tiempo estaba allí el arca del pacto de Dios, 28 y Finés, hijo de Eleazar y nieto de Aarón, ministraba delante de ella. Preguntaron:

―¿Debemos subir y volver a luchar contra los de Benjamín, nuestros hermanos, o nos retiramos?

El Señor respondió:

―Subid, porque mañana los entregaré en vuestras manos.

29 Israel tendió una emboscada alrededor de Guibeá. 30 Al tercer día subieron contra los de Benjamín y se pusieron en orden de batalla contra Guibeá, como lo habían hecho antes. 31 Los de Benjamín salieron a su encuentro, y se vieron obligados a alejarse de la ciudad. Comenzaron a causar bajas entre los israelitas, como en las ocasiones anteriores, y alcanzaron a matar a unos treinta hombres en el campo abierto y por el camino que lleva a Betel, y también por el que lleva a Guibeá.

32 Los benjaminitas decían: «Los estamos derrotando como antes», pero los israelitas decían: «Huyamos, para que se alejen de la ciudad hasta los caminos».

33 De pronto, los israelitas cambiaron de táctica y presentaron batalla en Baal Tamar, y los israelitas que estaban emboscados salieron a atacar al oeste[p] de Guibeá. 34 Diez mil de los mejores guerreros de Israel lanzaron un ataque frontal contra Guibeá, y fue tan intenso el combate que los benjaminitas no se dieron cuenta de que la calamidad se les venía encima. 35 El Señor derrotó a Benjamín delante de Israel, y aquel día los israelitas mataron a veinticinco mil cien hombres de la tribu de Benjamín, todos ellos armados con espadas. 36 Allí los de Benjamín cayeron en la cuenta de que habían sido vencidos.

Los hombres de Israel habían cedido terreno delante de Benjamín, porque confiaban en la emboscada que habían tendido contra Guibeá. 37 De repente los hombres que habían estado emboscados asaltaron a Guibeá, se desplegaron, y mataron a filo de espada a todos los habitantes de la ciudad. 38 Los israelitas habían acordado con los que estaban emboscados que, cuando estos levantaran una gran nube de humo desde la ciudad, 39 los hombres de Israel volverían a la batalla.

Cuando los de Benjamín comenzaron a causar bajas entre los israelitas, matando a unos treinta, se decían: «¡Los estamos derrotando, como en la primera batalla!» 40 Pero cuando la columna de humo comenzó a levantarse de la ciudad, los de Benjamín se dieron la vuelta y vieron que el fuego de la ciudad entera subía al cielo. 41 En ese momento atacaron los israelitas, y los hombres de Benjamín se aterrorizaron al darse cuenta de que la calamidad se les venía encima. 42 Así que huyeron ante los israelitas por el camino del desierto; pero no pudieron escapar de la batalla, pues a los que salían de las ciudades los abatieron allí. 43 Rodearon a los de Benjamín; los persiguieron y los aplastaron con facilidad[q] en las inmediaciones de Guibeá, hacia el lado oriental. 44 Cayeron dieciocho mil de la tribu de Benjamín, todos ellos guerreros valientes. 45 Cuando se volvieron y huyeron hacia el desierto, a la peña de Rimón, los israelitas abatieron a cinco mil hombres junto a los caminos. Continuaron persiguiéndolos hasta Guidón, y mataron a dos mil más.

46 Aquel día cayeron en combate veinticinco mil soldados benjaminitas armados con espada, todos ellos guerreros valientes. 47 Pero seiscientos hombres se volvieron y huyeron por el desierto hasta la peña de Rimón, donde permanecieron cuatro meses. 48 Los israelitas se volvieron contra los de Benjamín y mataron a filo de espada a los habitantes de todas las ciudades, incluso a los animales, y destrozaron todo lo que encontraron a su paso. También les prendieron fuego a todas las ciudades.

Esposas para los benjaminitas

21 Los israelitas habían jurado en Mizpa: «Ninguno de nosotros dará su hija en matrimonio a un benjaminita».

El pueblo fue a Betel,[r] y allí permanecieron hasta el anochecer, clamando y llorando amargamente en presencia de Dios. «Oh Señor, Dios de Israel —clamaban—, ¿por qué le ha sucedido esto a Israel? ¡Hoy ha desaparecido una de nuestras tribus!»

Al día siguiente, el pueblo se levantó de madrugada, construyó allí un altar, y presentaron holocaustos y sacrificios de comunión.

Luego preguntaron los israelitas: «¿Quién de entre todas las tribus de Israel no se presentó a la asamblea del Señor?» Porque habían pronunciado un juramento solemne contra cualquiera que no se presentara ante el Señor en Mizpa, diciendo: «Tendrá que morir».

Los israelitas se afligieron por sus hermanos, los benjaminitas. «Hoy ha sido arrancada una tribu de Israel —dijeron ellos—. ¿Cómo podemos proveerles esposas a los que quedan, si ya hemos jurado ante el Señor no darles ninguna de nuestras hijas en matrimonio?» Entonces preguntaron: «¿Cuál de las tribus de Israel no se presentó ante el Señor en Mizpa?» Y resultó que ninguno de Jabés Galaad había llegado al campamento para la asamblea, porque al pasar revista al pueblo notaron que de los habitantes de Jabés Galaad no había allí ninguno.

10 Así que la asamblea envió doce mil de los mejores guerreros con la siguiente orden: «Id y matad a filo de espada a los habitantes de Jabés Galaad. Matad también a las mujeres y a los niños. 11 Esto es lo que vais a hacer: Exterminaréis a todos los hombres y a todas las mujeres que no sean vírgenes». 12 Entre los habitantes de Jabés Galaad encontraron a cuatrocientas muchachas que no habían tenido relaciones sexuales con ningún hombre, y las llevaron al campamento de Siló, que está en la tierra de Canaán.

13 Entonces toda la comunidad envió una oferta de paz a los benjaminitas que estaban en la peña de Rimón. 14 En esa ocasión regresaron los benjaminitas, y les entregaron las mujeres de Jabés Galaad que habían dejado con vida. Pero no hubo mujeres para todos.

15 El pueblo todavía se afligía por Benjamín, porque el Señor había dejado un vacío en las tribus de Israel. 16 Y los ancianos de la asamblea dijeron: «¿Cómo podemos darles mujeres a los hombres que quedaron, si las mujeres de Benjamín fueron exterminadas? 17 ¡Los sobrevivientes benjaminitas deben tener herederos —exclamaron—, para que no sea aniquilada una tribu de Israel! 18 Pero nosotros no podemos darles nuestras hijas como esposas, porque hemos jurado diciendo: “Maldito sea el que dé una mujer a un benjaminita”. 19 Pero mirad, se acerca la fiesta del Señor que todos los años se celebra en Siló, al norte de Betel, y al este del camino que va de Betel a Siquén, y al sur de Leboná».

20 Así que dieron estas instrucciones a los de Benjamín: «Id, escondeos en los viñedos 21 y estad atentos. Cuando las muchachas de Siló salgan a bailar, salid vosotros de los viñedos y raptad cada uno de vosotros una de esas muchachas para esposa, e id a la tierra de Benjamín. 22 Y, si sus padres o sus hermanos vienen a reclamarnos algo, les diremos: “Sed bondadosos con ellos, porque no conseguimos esposas para todos ellos durante la guerra. Además, vosotros sois inocentes, ya que no os dieron sus hijas”».

23 Así lo hicieron los de la tribu de Benjamín. Mientras bailaban las muchachas, cada uno de ellos raptó a una y se la llevó. Luego regresaron a sus propias tierras, reconstruyeron las ciudades y se establecieron en ellas.

24 Después de eso, los israelitas también se fueron de aquel lugar y regresaron a sus tribus y a sus clanes, cada uno a su propia tierra.

25 En aquella época no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía mejor.

Noemí y Rut

En el tiempo en que los caudillos[s] gobernaban el país, hubo allí una época de hambre. Entonces un hombre de Belén de Judá emigró a la tierra de Moab, junto con su esposa y sus dos hijos. El hombre se llamaba Elimélec, su esposa se llamaba Noemí y sus dos hijos, Majlón y Quilión, todos ellos efrateos, de Belén de Judá. Cuando llegaron a la tierra de Moab, se quedaron a vivir allí.

Pero murió Elimélec, esposo de Noemí, y ella se quedó sola con sus dos hijos. Estos se casaron con mujeres moabitas, la una llamada Orfa y la otra, Rut. Después de haber vivido allí unos diez años, murieron también Majlón y Quilión, y Noemí se quedó viuda y sin hijos.

Noemí decidió regresar de la tierra de Moab con sus dos nueras, porque allí se enteró de que el Señor había acudido en ayuda de su pueblo al proveerle de alimento. Salió, pues, con sus dos nueras del lugar donde había vivido, y juntas emprendieron el camino que las llevaría hasta la tierra de Judá.

Entonces Noemí les dijo a sus dos nueras:

―¡Mirad, volved cada una a la casa de vuestra madre! Que el Señor os trate a vosotras con el mismo amor y lealtad que vosotras habéis mostrado con los que murieron y conmigo. Que el Señor os conceda hallar seguridad en un nuevo hogar, al lado de un nuevo esposo.

Luego las besó. Pero ellas, deshechas en llanto, 10 exclamaron:

―¡No! Nosotras volveremos contigo a tu pueblo.

11 ―¡Volved a vuestra casa, hijas mías! —insistió Noemí—. ¿Para qué os vais a venir conmigo? ¿Acaso voy a tener más hijos que pudieran casarse con vosotras? 12 ¡Volved a vuestra casa, hijas mías! ¡Regresad! Yo soy demasiado vieja para volver a casarme. Aun si abrigara esa esperanza, y esta misma noche me casara y llegara a tener hijos, 13 ¿los esperaríais vosotras hasta que crecieran? ¿Y por ellos os quedaríais sin casaros? ¡No, hijas mías! Mi amargura es mayor que la vuestra; ¡la mano del Señor se ha levantado contra mí!

14 Una vez más alzaron la voz, deshechas en llanto. Luego Orfa se despidió de su suegra con un beso, pero Rut se aferró a ella.

15 ―Mira —dijo Noemí—, tu cuñada se vuelve a su pueblo y a sus dioses. Vuélvete con ella.

16 Pero Rut respondió:

―¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti!

»Porque iré adonde tú vayas,
    y viviré donde tú vivas.
Tu pueblo será mi pueblo,
    y tu Dios será mi Dios.
17 Moriré donde tú mueras,
    y allí seré sepultada.
¡Que me castigue el Señor con toda severidad
    si me separa de ti algo que no sea la muerte!»

18 Al ver Noemí que Rut estaba tan decidida a acompañarla, no le insistió más.

19 Entonces las dos mujeres siguieron caminando hasta llegar a Belén. Apenas llegaron, hubo gran conmoción en todo el pueblo a causa de ellas.

―¿No es esta Noemí? —se preguntaban las mujeres del pueblo.

20 ―Ya no me llaméis Noemí[t] —repuso ella—. Llamadme Mara,[u] porque el Todopoderoso ha colmado mi vida de amargura.

21 »Me fui con las manos llenas,
    pero el Señor me ha hecho volver sin nada.
¿Por qué me llamáis Noemí
    si me ha afligido el Señor,[v]
    si me ha hecho desdichada el Todopoderoso?»

22 Así fue como Noemí volvió de la tierra de Moab acompañada por su nuera, Rut la moabita. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la cosecha de la cebada.

Encuentro de Rut con Booz

Noemí tenía, por parte de su esposo, un pariente que se llamaba Booz. Era un hombre rico e influyente de la familia de Elimélec.

Y sucedió que Rut la moabita le dijo a Noemí:

―Permíteme ir al campo a recoger las espigas que vaya dejando alguien a quien yo le caiga bien.

―Anda, hija mía —le respondió su suegra.

Rut salió y comenzó a recoger espigas en el campo, detrás de los segadores. Y dio la casualidad de que el campo donde estaba trabajando pertenecía a Booz, el pariente de Elimélec.

En eso llegó Booz desde Belén y saludó a los segadores:

―¡Que el Señor esté con vosotros!

―¡Que el Señor te bendiga! —respondieron ellos.

―¿De quién es esa joven? —preguntó Booz al capataz de sus segadores.

―Es una joven moabita que volvió de la tierra de Moab con Noemí —le contestó el capataz—. Ella me rogó que la dejara recoger espigas de entre las gavillas, detrás de los segadores. No ha dejado de trabajar desde esta mañana que entró en el campo, hasta ahora que ha venido a descansar un rato en el cobertizo.[w]

Entonces Booz le dijo a Rut:

―Escucha, hija mía. No vayas a recoger espigas a otro campo, ni te alejes de aquí; quédate junto a mis criadas, fíjate bien en el campo donde se esté cosechando, y síguelas. Ya les ordené a los criados que no te molesten. Y, cuando tengas sed, ve adonde están las vasijas y bebe del agua que los criados hayan sacado.

10 Rut se inclinó hacia la tierra, se postró sobre su rostro y exclamó:

―¿Cómo es que te he caído tan bien a ti, hasta el punto de fijarte en mí, siendo solo una extranjera?

11 ―Ya me han contado —le respondió Booz— todo lo que has hecho por tu suegra desde que murió tu esposo; cómo dejaste padre y madre, y la tierra donde naciste, y viniste a vivir con un pueblo que antes no conocías. 12 ¡Que el Señor te recompense por lo que has hecho! Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces.

13 ―¡Ojalá siga yo siendo de tu agrado, mi señor! —contestó ella—. Tú me has consolado y me has hablado con cariño, aunque ni siquiera soy como una de tus siervas.

14 A la hora de comer, Booz le dijo:

―Ven acá. Sírvete pan y moja tu bocado en el vinagre.

Cuando Rut se sentó con los segadores, Booz le ofreció grano tostado. Ella comió, quedó satisfecha, y hasta le sobró. 15 Después, cuando ella se levantó a recoger espigas, él dio estas órdenes a sus criados:

―Aun cuando saque espigas de las gavillas mismas, no la hagáis pasar vergüenza. 16 Más bien, dejad caer algunas espigas de los manojos para que ella las recoja, ¡y no la reprendáis!

17 Así que Rut recogió espigas en el campo hasta el atardecer. Luego desgranó la cebada que había recogido, la cual pesó más de veinte kilos.[x] 18 La cargó de vuelta al pueblo, y su suegra vio cuánto traía. Además, Rut le entregó a su suegra lo que le había quedado después de haber comido hasta quedar satisfecha.

19 Su suegra le preguntó:

―¿Dónde recogiste espigas hoy? ¿Dónde trabajaste? ¡Bendito sea el hombre que se fijó en ti!

Entonces Rut le contó a su suegra acerca del hombre con quien había estado trabajando. Le dijo:

―El hombre con quien hoy trabajé se llama Booz.

20 ―¡Que el Señor lo bendiga! —exclamó Noemí delante de su nuera—. El Señor no ha dejado de mostrar su fiel amor hacia los vivos y los muertos. Ese hombre es nuestro pariente cercano; es uno de los parientes que nos pueden redimir.

21 Rut la moabita añadió:

―Incluso me dijo que me quedara allí con sus criados hasta que terminaran de recogerle toda la cosecha.

22 ―Hija mía, te conviene seguir con sus criadas —le dijo Noemí—, para que no se aprovechen de ti en otro campo.

23 Así que Rut se quedó junto con las criadas de Booz para recoger espigas hasta que terminó la cosecha de la cebada y del trigo. Mientras tanto, vivía con su suegra.

Rut y Booz en la era

Un día su suegra Noemí le dijo:

―Hija mía, ¿no debiera yo buscarte un hogar seguro donde no te falte nada? Además, ¿acaso Booz, con cuyas criadas has estado, no es nuestro pariente? Pues bien, él va esta noche a la era para aventar la cebada. Báñate y perfúmate, y ponte tu mejor ropa. Baja luego a la era, pero no dejes que él se dé cuenta de que estás allí hasta que haya terminado de comer y beber. Cuando se vaya a dormir, te fijas dónde se acuesta. Luego vas, le destapas los pies, y te acuestas allí. Verás cómo él mismo te dice lo que tienes que hacer.

―Haré todo lo que me has dicho —respondió Rut.

Y bajó a la era e hizo todo lo que su suegra le había mandado.

Booz comió y bebió, y se puso alegre. Luego se fue a dormir detrás del montón de grano. Más tarde Rut se acercó sigilosamente, le destapó los pies y se acostó allí. A medianoche Booz se despertó sobresaltado y, al darse vuelta, descubrió que había una mujer acostada a sus pies.

―¿Quién eres? —le preguntó.

―Soy Rut, tu sierva. Extiende sobre mí el borde de tu manto,[y] ya que tú eres un pariente que me puedes redimir.

10 ―Que el Señor te bendiga, hija mía. Esta nueva muestra de lealtad de tu parte supera la anterior, ya que no has ido en busca de hombres jóvenes, sean ricos o pobres. 11 Y ahora, hija mía, no tengas miedo. Haré por ti todo lo que me pidas. Todo mi pueblo[z] sabe que eres una mujer ejemplar. 12 Ahora bien, aunque es cierto que soy un pariente que puede redimirte, hay otro más cercano que yo. 13 Quédate aquí esta noche. Mañana, si él quiere redimirte, está bien que lo haga. Pero, si no está dispuesto a hacerlo, ¡tan cierto como que el Señor vive, te juro que yo te redimiré! Ahora acuéstate aquí hasta que amanezca.

14 Así que se quedó acostada a sus pies hasta el amanecer, y se levantó cuando aún estaba oscuro; pues él había dicho: «Que no se sepa que una mujer vino a la era».

15 Luego Booz le dijo:

―Pásame el manto que llevas puesto y sostenlo firmemente.

Rut lo hizo así, y él echó en el manto veinte kilos[aa] de cebada y puso la carga sobre ella. Luego él regresó al pueblo.

16 Cuando Rut llegó adonde estaba su suegra, esta le preguntó:

―¿Cómo te fue, hija mía?

Rut le contó todo lo que aquel hombre había hecho por ella, 17 y añadió:

―Me dio estos veinte kilos de cebada, y me dijo: “No debes volver a tu suegra con las manos vacías”.

18 Entonces Noemí le dijo:

―Espérate, hija mía, a ver qué sucede, porque este hombre no va a descansar hasta dejar resuelto este asunto hoy mismo.

Matrimonio de Booz y Rut

Booz, por su parte, subió hasta la puerta de la ciudad y se sentó allí. En eso pasó el pariente redentor que él había mencionado.

―Ven acá, amigo mío, y siéntate —le dijo Booz.

El hombre fue y se sentó.

Entonces Booz llamó a diez de los ancianos de la ciudad, y les dijo:

―Sentaos aquí.

Y ellos se sentaron. Booz le dijo al pariente redentor:

―Noemí, que ha regresado de la tierra de Moab, está vendiendo el terreno que perteneció a nuestro hermano Elimélec. Consideré que debía informarte del asunto y sugerirte que lo compres en presencia de estos testigos y de los ancianos de mi pueblo. Si vas a redimir el terreno, hazlo. Pero, si no vas[ab] a redimirlo, házmelo saber, para que yo lo sepa. Porque ningún otro tiene el derecho de redimirlo sino tú y, después de ti, yo tengo ese derecho.

―Yo lo redimo —le contestó.

Pero Booz le aclaró:

―El día que adquieras el terreno de Noemí, adquieres también a Rut la moabita, viuda[ac] del difunto, a fin de conservar su nombre junto con su heredad.

―Entonces no puedo redimirlo —respondió el pariente redentor—, porque podría perjudicar mi propia herencia. Redímelo tú; te cedo mi derecho. Yo no puedo ejercerlo.

En aquellos tiempos, para ratificar la redención o el traspaso de una propiedad en Israel, una de las partes contratantes se quitaba la sandalia y se la daba a la otra. Así se acostumbraba legalizar los contratos en Israel. Por eso el pariente redentor le dijo a Booz:

―Cómpralo tú.

Y se quitó la sandalia.

Entonces Booz proclamó ante los ancianos y ante todo el pueblo:

―Hoy sois vosotros testigos de que le he comprado a Noemí toda la propiedad de Elimélec, Quilión y Majlón, 10 y de que he tomado como esposa a Rut la moabita, viuda de Majlón, a fin de preservar el nombre del difunto con su heredad, para que su nombre no desaparezca de entre su familia ni de los registros del pueblo. ¡Hoy sois vosotros testigos!

11 Los ancianos y todos los que estaban en la puerta respondieron:

―Somos testigos.

»¡Que el Señor haga que la mujer que va a formar parte de tu hogar sea como Raquel y Lea, quienes juntas edificaron el pueblo de Israel!

»¡Que seas un hombre ilustre en Efrata, y que adquieras renombre en Belén!

12 »¡Que por medio de esta joven el Señor te conceda una descendencia tal que tu familia sea como la de Fares, el hijo que Tamar le dio a Judá!»

Genealogía de David(A)

13 Así que Booz tomó a Rut y se casó con ella. Cuando se unieron, el Señor le concedió quedar embarazada, de modo que tuvo un hijo. 14 Las mujeres le decían a Noemí: «¡Alabado sea el Señor, que no te ha dejado hoy sin un redentor! ¡Que llegue a tener renombre en Israel! 15 Este niño renovará tu vida y te sustentará en la vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera, que te ama y es para ti mejor que siete hijos».

16 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. 17 Las vecinas decían: «¡Noemí ha tenido un hijo!» Y lo llamaron Obed. Este fue el padre de Isaí, padre de David.

18 Así que este es el linaje de Fares:

Fares fue el padre de Jezrón;

19 Jezrón, el padre de Ram;

Ram, el padre de Aminadab;

20 Aminadab, el padre de Naasón;

Naasón, el padre de Salmón;[ad]

21 Salmón, el padre de Booz;

Booz, el padre de Obed;

22 Obed, el padre de Isaí;

e Isaí, el padre de David.

Nacimiento de Samuel

En la sierra de Efraín había un hombre zufita de Ramatayin.[ae] Su nombre era Elcaná hijo de Jeroán, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efraimita. Elcaná tenía dos esposas. Una de ellas se llamaba Ana, y la otra, Penina. Esta tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.

Cada año Elcaná salía de su pueblo para adorar al Señor Todopoderoso y ofrecerle sacrificios en Siló, donde Ofni y Finés, los dos hijos de Elí, oficiaban como sacerdotes del Señor. Cuando llegaba el día de ofrecer su sacrificio, Elcaná solía darles a Penina y a todos sus hijos e hijas la porción que les correspondía. Pero a Ana le daba una porción especial,[af] pues la amaba a pesar de que el Señor la había hecho estéril. Penina, su rival, solía atormentarla para que se enojara, ya que el Señor la había hecho estéril.

Cada año, cuando iban a la casa del Señor, sucedía lo mismo: Penina la atormentaba, hasta que Ana se ponía a llorar y ni comer quería. Entonces Elcaná, su esposo, le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás resentida? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?»

Una vez, estando en Siló, Ana se levantó después de la comida. Y a la vista del sacerdote Elí, que estaba sentado en su silla junto a la puerta del santuario del Señor, 10 con gran angustia comenzó a orar al Señor y a llorar desconsoladamente. 11 Entonces hizo este voto: «Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya, y si en vez de olvidarme te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida, y nunca se le cortará el cabello».

12 Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca. 13 Sus labios se movían, pero, debido a que Ana oraba en voz baja, no se podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha, 14 así que le dijo:

―¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!

15 ―No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy solo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. 16 No me tomes por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción.

17 ―Vete en paz —respondió Elí—. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.

18 ―Gracias. Ojalá favorezcas siempre a esta tu sierva.

Con esto, Ana se despidió y se fue a comer. Desde ese momento, su semblante cambió. 19 Al día siguiente madrugaron y, después de adorar al Señor, volvieron a su casa en Ramá. Luego Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. 20 Ana concibió y, pasado un año, dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel,[ag] pues dijo: «Al Señor se lo pedí».

Ana dedica a Samuel

21 Cuando Elcaná volvió a salir con toda su familia para cumplir su promesa y ofrecer su sacrificio anual al Señor, 22 Ana no lo acompañó.

―No iré hasta que el niño sea destetado —le explicó a su esposo—. Entonces lo llevaré para dedicarlo al Señor, y allí se quedará el resto de su vida.

23 ―Bien, haz lo que te parezca mejor —respondió su esposo Elcaná—. Quédate hasta que lo destetes, con tal de que el Señor cumpla su palabra.

Así pues, Ana se quedó en su casa y crio a su hijo hasta que lo destetó.

24 Cuando dejó de amamantarlo, salió con el niño, a pesar de ser tan pequeño, y lo llevó a la casa del Señor en Siló. También llevó un becerro de tres años,[ah] una medida de harina y un odre de vino. 25 Luego sacrificaron el becerro y presentaron el niño a Elí. 26 Dijo Ana: «Mi señor, tan cierto como que tú vives, te juro que yo soy la mujer que estuvo aquí a tu lado orando al Señor. 27 Este es el niño que yo le pedí al Señor, y él me lo concedió. 28 Ahora yo, por mi parte, se lo entrego al Señor. Mientras el niño viva, estará dedicado a él». Entonces Elí[ai] se postró allí ante el Señor.

Oración de Ana

Ana elevó esta oración:

«Mi corazón se alegra en el Señor;
    en él radica mi poder.[aj]
Puedo celebrar tu salvación
    y burlarme de mis enemigos.

»Nadie es santo como el Señor;
    no hay roca como nuestro Dios.
    ¡No hay nadie como él!

»Dejad de hablar con tanto orgullo y altivez;
    ¡no profiráis palabras soberbias!
El Señor es un Dios que todo lo sabe,
    y él es quien juzga las acciones.

»El arco de los poderosos se quiebra,
    pero los débiles recobran las fuerzas.
Los que antes tenían comida de sobra
    se venden por un pedazo de pan;
los que antes sufrían hambre
    ahora viven saciados.
La estéril ha dado a luz siete veces,
    pero la que tenía muchos hijos languidece.

»Del Señor vienen la muerte y la vida;
    él nos hace bajar al sepulcro,
    pero también nos levanta.
El Señor da la riqueza y la pobreza;
    humilla, pero también enaltece.
Levanta del polvo al desvalido
    y saca del basurero al pobre
para sentarlos en medio de príncipes
    y darles un trono esplendoroso.

»Del Señor son los fundamentos de la tierra;
    ¡sobre ellos afianzó el mundo!
Él guiará los pasos de sus fieles,
    pero los malvados se perderán entre las sombras.
    ¡Nadie triunfa por sus propias fuerzas!

10 »El Señor destrozará a sus enemigos;
    desde el cielo lanzará truenos contra ellos.
El Señor juzgará los confines de la tierra,
    fortalecerá a su rey
    y enaltecerá el poder de su ungido».

11 Elcaná volvió a su casa en Ramá, pero el niño se quedó para servir al Señor, bajo el cuidado del sacerdote Elí.

Perversidad de los hijos de Elí

12 Los hijos de Elí eran unos perversos que no tenían en cuenta al Señor. 13 La costumbre de estos sacerdotes era la siguiente: Cuando alguien ofrecía un sacrificio, el asistente del sacerdote se presentaba con un tenedor grande en la mano y, mientras se cocía la carne, 14 metía el tenedor en la olla, en el caldero, en la cacerola o en la cazuela; y el sacerdote tomaba para sí mismo todo lo que se enganchaba en el tenedor. De este modo trataban a todos los israelitas que iban a Siló. 15 Además, antes de quemarse la grasa, solía llegar el ayudante del sacerdote para decirle al que estaba por ofrecer el sacrificio: «Dame carne para el asado del sacerdote, pues no te la va a aceptar cocida, sino cruda». 16 Y, si el hombre contestaba: «Espera a que se queme la grasa, como es debido; luego podrás tomar lo que desees», el asistente replicaba: «No, dámela ahora mismo; de lo contrario, te la quito por la fuerza». 17 Así que el pecado de estos jóvenes era gravísimo a los ojos del Señor, pues trataban con desprecio las ofrendas que le pertenecían.

18 El niño Samuel, por su parte, vestido con un efod de lino, seguía sirviendo en la presencia del Señor. 19 Cada año su madre le hacía una pequeña túnica, y se la llevaba cuando iba con su esposo para ofrecer su sacrificio anual. 20 Elí entonces bendecía a Elcaná y a su esposa, diciendo: «Que el Señor te conceda hijos de esta mujer, a cambio del niño que ella pidió para dedicárselo al Señor». Luego regresaban a su casa.

21 El Señor bendijo a Ana, de manera que ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Durante ese tiempo, Samuel crecía en la presencia del Señor.

22 Elí, que ya era muy anciano, se enteró de todo lo que sus hijos le estaban haciendo al pueblo de Israel, incluso de que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada del santuario. 23 Les dijo: «¿Por qué os comportáis así? Todo el pueblo me habla de vuestra mala conducta. 24 No, hijos míos; no es nada bueno lo que se comenta en el pueblo del Señor. 25 Si alguien peca contra otra persona, Dios le servirá de árbitro; pero, si peca contra el Señor, ¿quién podrá interceder por él?» No obstante, ellos no hicieron caso a la advertencia de su padre, pues la voluntad del Señor era quitarles la vida.

26 Por su parte, el niño Samuel seguía creciendo y ganándose el aprecio del Señor y de la gente.

Profecía contra la familia de Elí

27 Un hombre de Dios fue a ver a Elí, y le dijo:

«Así dice el Señor: “Bien sabes que yo me manifesté a tus antepasados cuando estaban en Egipto bajo el poder del faraón. 28 De entre todas las tribus de Israel, escogí a Aarón para que fuera mi sacerdote, es decir, para que en mi presencia se acercara a mi altar, quemara el incienso y se pusiera el efod. Además, a su familia le concedí las ofrendas que los israelitas queman en mi honor. 29 ¿Por qué, pues, tratáis vosotros con tanto desprecio los sacrificios y ofrendas que yo he ordenado que me traigan? ¿Por qué honras a tus hijos más que a mí, y los engordas con lo mejor de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?”

Nueva Versión Internacional (Castilian) (CST)

Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® (Castellano) © 1999, 2005, 2017 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.