Bible in 90 Days
Samuel unge a David
16 El Señor le dijo a Samuel:
―¿Cuánto tiempo vas a quedarte llorando por Saúl, si ya lo he rechazado como rey de Israel? Mejor llena de aceite tu cuerno, y ponte en camino. Voy a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de sus hijos.
2 ―¿Y cómo voy a ir? —respondió Samuel—. Si Saúl llega a enterarse, me matará.
―Lleva una ternera —dijo el Señor—, y diles que vas a ofrecerle al Señor un sacrificio. 3 Invita a Isaí al sacrificio, y entonces te explicaré lo que debes hacer, pues ungirás para mi servicio a quien yo te diga.
4 Samuel hizo lo que le mandó el Señor. Pero, cuando llegó a Belén, los ancianos del pueblo lo recibieron con mucho temor.
―¿Vienes en son de paz? —le preguntaron.
5 ―Claro que sí. He venido a ofrecerle al Señor un sacrificio. Purificaos y venid conmigo para tomar parte en él.
Entonces Samuel purificó a Isaí y a sus hijos, y los invitó al sacrificio. 6 Cuando llegaron, Samuel se fijó en Eliab y pensó: «Sin duda que este es el ungido del Señor». 7 Pero el Señor le dijo a Samuel:
―No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón.
8 Entonces Isaí llamó a Abinadab para presentárselo a Samuel, pero Samuel dijo:
―A este no lo ha escogido el Señor.
9 Luego le presentó a Sama, y Samuel repitió:
―Tampoco a este lo ha escogido.
10 Isaí le presentó a siete de sus hijos, pero Samuel le dijo:
―El Señor no ha escogido a ninguno de ellos. 11 ¿Son estos todos tus hijos?
―Queda el más pequeño —respondió Isaí—, pero está cuidando el rebaño.
―Manda a buscarlo —insistió Samuel—, que no podemos continuar hasta que él llegue.
12 Isaí mandó a buscarlo, y se lo trajeron. Era buen mozo, trigueño y de buena presencia. El Señor le dijo a Samuel:
―Este es; levántate y úngelo.
13 Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió al joven en presencia de sus hermanos. Entonces el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él. Luego Samuel regresó a Ramá.
David al servicio de Saúl
14 El Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y en su lugar el Señor le envió un espíritu maligno para que lo atormentara. 15 Sus servidores le dijeron:
―Como te darás cuenta, un espíritu maligno de parte de Dios te está atormentando. 16 Así que ordene nuestro señor a estos siervos suyos que busquen a alguien que sepa tocar el arpa. Así, cuando te ataque el espíritu maligno de parte de Dios, el músico tocará, y tú te sentirás mejor.
17 ―Bien —les respondió Saúl—, conseguidme un buen músico y traedlo.
18 Uno de los cortesanos sugirió:
―Conozco a un muchacho que sabe tocar el arpa. Es valiente, hábil guerrero, sabe expresarse y es de buena presencia. Además, el Señor está con él. Su padre es Isaí, el de Belén.
19 Entonces Saúl envió unos mensajeros a Isaí para decirle: «Mándame a tu hijo David, el que cuida del rebaño». 20 Isaí tomó un asno, alimento, un odre de vino y un cabrito, y se los envió a Saúl por medio de su hijo David. 21 Cuando David llegó, se puso al servicio de Saúl, quien lo llegó a apreciar mucho y lo hizo su escudero. 22 Luego Saúl le mandó este mensaje a Isaí: «Permite que David se quede a mi servicio, pues me ha causado muy buena impresión».
23 Cada vez que el espíritu de parte de Dios atormentaba a Saúl, David tomaba su arpa y tocaba. La música calmaba a Saúl y lo hacía sentirse mejor, y el espíritu maligno se apartaba de él.
David y Goliat
17 Los filisteos reunieron sus ejércitos para la guerra, concentrando sus fuerzas en Soco, pueblo de Judá. Acamparon en Efesdamín, situado entre Soco y Azeca. 2 Por su parte, Saúl y los israelitas se reunieron también y, acampando en el valle de Elá, ordenaron sus filas para la batalla contra los filisteos. 3 Con el valle de por medio, los filisteos y los israelitas tomaron posiciones en montes opuestos.
4 Un famoso guerrero, oriundo de Gat, salió del campamento filisteo. Su nombre era Goliat, y tenía una estatura de casi tres metros.[a] 5 Llevaba en la cabeza un casco de bronce, y su coraza, que pesaba cincuenta y cinco kilos,[b] también era de bronce, 6 como lo eran las polainas que le protegían las piernas y la jabalina que llevaba al hombro. 7 El asta de su lanza se parecía al rodillo de un telar, y tenía una punta de hierro que pesaba casi siete kilos.[c] Delante de él marchaba un escudero.
8 Goliat se detuvo ante los soldados israelitas, y los desafió: «¿Para qué estáis ordenando vuestras filas para la batalla? ¿No soy yo un filisteo? ¿Y no estáis vosotros al servicio de Saúl? ¿Por qué no escogéis a alguien que se me enfrente? 9 Si es capaz de hacerme frente y matarme, nosotros os serviremos a vosotros; pero, si yo lo venzo y lo mato, vosotros seréis nuestros esclavos y nos serviréis». 10 Dijo además el filisteo: «¡Yo desafío hoy al ejército de Israel! ¡Elegid a un hombre que pelee conmigo!» 11 Al oír lo que decía el filisteo, Saúl y todos los israelitas se consternaron y tuvieron mucho miedo.
12 David era hijo de Isaí, un efrateo que vivía en Belén de Judá. En tiempos de Saúl, Isaí era ya de edad muy avanzada, y tenía ocho hijos. 13 Sus tres hijos mayores habían marchado a la guerra con Saúl. El primogénito se llamaba Eliab; el segundo, Abinadab; el tercero, Sama. 14 Estos tres habían seguido a Saúl por ser los mayores. David, que era el menor, 15 solía ir adonde estaba Saúl, pero regresaba a Belén para cuidar las ovejas de su padre.
16 El filisteo salía mañana y tarde a desafiar a los israelitas, y así lo estuvo haciendo durante cuarenta días.
17 Un día, Isaí le dijo a su hijo David: «Toma esta bolsa[d] de trigo tostado y estos diez panes, y vete pronto al campamento para dárselos a tus hermanos. 18 Lleva también estos diez quesos para el jefe del batallón. Averigua cómo les va a tus hermanos, y tráeme una prueba de que ellos están bien. 19 Los encontrarás en el valle de Elá, con Saúl y todos los soldados israelitas, peleando contra los filisteos».
20 David cumplió con las instrucciones de Isaí. Se levantó muy de mañana y, después de encargarle el rebaño a un pastor, tomó las provisiones y se puso en camino. Llegó al campamento en el momento en que los soldados, lanzando gritos de guerra, salían a tomar sus posiciones. 21 Los israelitas y los filisteos se alinearon frente a frente. 22 David, por su parte, dejó su carga al cuidado del encargado de las provisiones, y corrió a las filas para saludar a sus hermanos. 23 Mientras conversaban, Goliat, el gran guerrero filisteo de Gat, salió de entre las filas para repetir su desafío, y David lo oyó. 24 Cada vez que los israelitas veían a Goliat huían despavoridos. 25 Algunos decían: «¿Veis a ese hombre que sale a desafiar a Israel? A quien lo venza y lo mate, el rey lo colmará de riquezas. Además, le dará su hija como esposa, y su familia quedará exenta de impuestos aquí en Israel».
26 David preguntó a los que estaban con él:
―¿Qué dicen que le darán a quien mate a ese filisteo y salve así el honor de Israel? ¿Quién se cree este filisteo pagano,[e] que se atreve a desafiar al ejército del Dios viviente?
27 ―Al que lo mate —repitieron— se le dará la recompensa anunciada.
28 Eliab, el hermano mayor de David, le oyó hablar con los hombres y se puso furioso con él. Le reconvino:
―¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Con quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Te conozco. Eres un atrevido y mal intencionado. ¡Seguro que has venido para ver la batalla!
29 ―¿Y ahora qué he hecho? —preguntó David—. ¡Si apenas he abierto la boca!
30 Apartándose de su hermano, les preguntó a otros, quienes le dijeron lo mismo. 31 Algunos que oyeron lo que había dicho David se lo contaron a Saúl, y este mandó llamarlo. 32 Entonces David le dijo a Saúl:
―¡Nadie tiene por qué desanimarse a causa de este filisteo! Yo mismo iré a pelear contra él.
33 ―¡Cómo vas a pelear tú solo contra este filisteo! —replicó Saúl—. No eres más que un muchacho, mientras que él ha sido un guerrero toda la vida.
34 David le respondió:
―A mí me toca cuidar el rebaño de mi padre. Cuando un león o un oso viene y se lleva una oveja del rebaño, 35 yo lo persigo y lo golpeo hasta que suelta la presa. Y, si el animal me ataca, lo agarro por la melena y lo sigo golpeando hasta matarlo. 36 Si este tu siervo ha matado leones y osos, lo mismo puede hacer con ese filisteo pagano, porque está desafiando al ejército del Dios viviente. 37 El Señor, que me libró de las garras del león y del oso, también me librará del poder de ese filisteo.
―Anda, pues —dijo Saúl—, y que el Señor te acompañe.
38 Luego Saúl vistió a David con su uniforme de campaña. Le entregó también un casco de bronce y le puso una coraza. 39 David se ciñó la espada sobre la armadura e intentó caminar, pero no pudo porque no estaba acostumbrado.
―No puedo andar con todo esto —le dijo a Saúl—; no estoy entrenado para ello.
De modo que se quitó todo aquello, 40 tomó su bastón, fue al río a escoger cinco piedras lisas, y las metió en su bolsa de pastor. Luego, honda en mano, se acercó al filisteo. 41 Este, por su parte, también avanzaba hacia David detrás de su escudero. 42 Le echó una mirada a David y, al darse cuenta de que era apenas un muchacho, trigueño y buen mozo, con desprecio 43 le dijo:
―¿Soy acaso un perro para que vengas a atacarme con palos?
Y, maldiciendo a David en nombre de sus dioses, 44 añadió:
―¡Ven acá, que les voy a echar tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!
45 David le contestó:
―Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a quien has desafiado. 46 Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos; y yo te mataré y te cortaré la cabeza. Hoy mismo echaré los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras del campo, y todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel. 47 Todos los que están aquí reconocerán que el Señor salva sin necesidad de espada ni de lanza. La batalla es del Señor, y él os entregará en nuestras manos.
48 En cuanto el filisteo avanzó para acercarse a David y enfrentarse a él, también este corrió rápidamente hacia la línea de batalla para hacerle frente. 49 Metiendo la mano en su bolsa sacó una piedra, y con la honda se la lanzó al filisteo, hiriéndolo en la frente. Con la piedra incrustada entre ceja y ceja, el filisteo cayó de bruces al suelo. 50 Así fue como David triunfó sobre el filisteo: lo hirió de muerte con una honda y una piedra, y sin empuñar la espada. 51 Luego corrió adonde estaba el filisteo, le quitó la espada y, desenvainándola, lo remató con ella y le cortó la cabeza.
Cuando los filisteos vieron que su héroe había muerto, salieron corriendo. 52 Entonces los soldados de Israel y de Judá, dando gritos de guerra, se lanzaron contra ellos y los persiguieron hasta la entrada de Gat[f] y hasta las puertas de Ecrón. Todo el camino, desde Sajarayin hasta Gat y Ecrón, quedó cubierto de cadáveres de filisteos. 53 Cuando los israelitas dejaron de perseguir a los filisteos, regresaron para saquearles el campamento. 54 Luego David tomó la cabeza de Goliat y la llevó a Jerusalén, pero las armas las guardó en su tienda de campaña.
55 Anteriormente, Saúl, al ver a David enfrentarse con el filisteo, le había preguntado a Abner, general de su ejército:
―Abner, ¿quién es el padre de ese muchacho?
―Te aseguro, oh rey, que no lo sé.
56 ―Averíguame quién es —le había dicho el rey.
57 Tan pronto como David regresó, después de haber matado a Goliat, y con la cabeza del filisteo todavía en la mano, Abner lo llevó ante Saúl.
58 ―¿De quién eres hijo, muchacho? —le preguntó Saúl.
―De Isaí de Belén, tu siervo —respondió David.
Envidia de Saúl
18 1-2 Una vez que David y Saúl terminaron de hablar, Saúl tomó a David a su servicio y, desde ese día, no lo dejó volver a la casa de su padre. Jonatán, por su parte, entabló con David una amistad entrañable y llegó a quererlo como a sí mismo. 3 Tanto lo quería que hizo un pacto con él: 4 Se quitó el manto que llevaba puesto y se lo dio a David; también le dio su túnica, y aun su espada, su arco y su cinturón.
5 Cualquier encargo que David recibía de Saúl, lo cumplía con éxito, de modo que Saúl lo puso al mando de todo su ejército, con la aprobación de los soldados de Saúl y hasta de sus oficiales.
6 Ahora bien, cuando el ejército regresó, después de haber matado David al filisteo, de todos los pueblos de Israel salían mujeres a recibir al rey Saúl. Al son de liras y panderetas, cantaban y bailaban, 7 y exclamaban con gran regocijo:
«Saúl mató a sus miles,
¡pero David, a sus diez miles!»
8 Disgustado por lo que decían, Saúl se enfureció y protestó: «A David le dan crédito por diez miles, pero a mí por miles. ¡Lo único que falta es que le den el reino!» 9 Y a partir de esa ocasión, Saúl empezó a mirar a David con recelo.
10 Al día siguiente, el espíritu maligno de parte de Dios se apoderó de Saúl, quien cayó en trance en su propio palacio. Andaba con una lanza en la mano y, mientras David tocaba el arpa, como era su costumbre, 11 Saúl se la arrojó, pensando: «¡A este lo clavo en la pared!» Dos veces lo intentó, pero David logró esquivar la lanza.
12 Saúl sabía que el Señor lo había abandonado, y que ahora estaba con David. Por eso tuvo temor de David 13 y lo alejó de su presencia, nombrándolo jefe de mil soldados para que dirigiera al ejército en campaña. 14 David tuvo éxito en todas sus expediciones, porque el Señor estaba con él. 15 Al ver el éxito de David, Saúl se llenó de temor. 16 Pero todos en Israel y Judá sentían gran aprecio por David, porque él los dirigía en campaña.
17 Un día Saúl le dijo a David:
―Aquí tienes a Merab, mi hija mayor. Te la entrego por esposa, con la condición de que me sirvas con valentía, peleando las batallas del Señor.
Saúl pensaba: «Será mejor que no muera por mi mano, sino a mano de los filisteos».
18 Pero David le respondió:
―¿Quién soy yo? ¿Y quiénes son en Israel mis parientes, o la familia de mi padre, para que yo me convierta en yerno del rey?
19 Sin embargo, cuando llegó la fecha en que Saúl había de casar a su hija Merab con David, Saúl se la entregó por esposa a Adriel de Mejolá.
20 Mical, la otra hija de Saúl, se enamoró de David. Cuando se lo dijeron a Saúl, le agradó la noticia 21 y pensó: «Se la entregaré a él, como una trampa para que caiga en manos de los filisteos». Así que volvió a decirle a David:
―Ahora sí vas a ser mi yerno.
22 Entonces Saúl ordenó a sus funcionarios:
―Hablad con David en privado y decidle: “Oye, el rey te aprecia, y todos sus funcionarios te quieren. Acepta ser su yerno”.
23 Esto se lo repitieron a David, pero él respondió:
―¿Creéis que es cosa fácil ser yerno del rey? ¡Yo no soy más que un plebeyo insignificante!
24 Los funcionarios le comunicaron a Saúl la reacción de David. 25 Pero Saúl insistió:
―Decidle a David: “Lo único que el rey quiere es vengarse de sus enemigos, y como dote por su hija pide cien prepucios de filisteos”.
En realidad, lo que Saúl quería era que David cayera en manos de los filisteos.
26 Cuando los funcionarios de Saúl le dieron el mensaje a David, no le pareció mala la idea de convertirse en yerno del rey. Aún no se había cumplido el plazo 27 cuando David fue con sus soldados y mató a doscientos filisteos, cuyos prepucios entregó al rey para convertirse en su yerno. Así fue como Saúl le dio la mano de su hija Mical.
28 Saúl se dio cuenta de que, en efecto, el Señor estaba con David, y de que su hija Mical lo amaba. 29 Por eso aumentó el temor que Saúl sentía por David, y se convirtió en su enemigo para el resto de su vida.
30 Además, cada vez que los jefes filisteos salían a campaña, David los enfrentaba con más éxito que los otros oficiales de Saúl. Por eso llegó a ser muy famoso.
Saúl intenta matar a David
19 Saúl les comunicó a su hijo Jonatán y a todos sus funcionarios su decisión de matar[g] a David. Pero, como Jonatán le tenía tanto afecto a David, 2 le advirtió: «Mi padre Saúl está buscando una oportunidad para matarte. Así que ten mucho cuidado mañana; escóndete en algún sitio seguro, y quédate allí. 3 Yo saldré con mi padre al campo donde tú estés, y le hablaré de ti. Cuando averigüe lo que pasa, te lo haré saber».
4 Jonatán le habló a su padre Saúl en favor de David:
―¡No vaya el rey a pecar contra su siervo David! —le rogó—. Él no te ha hecho ningún mal; al contrario, lo que ha hecho ha sido de gran beneficio para ti. 5 Para matar al filisteo arriesgó su propia vida, y el Señor le dio una gran victoria a todo Israel. Tú mismo lo viste y te alegraste. ¿Por qué has de pecar contra un inocente y matar a David sin motivo?
6 Saúl le hizo caso a Jonatán, y exclamó:
―Tan cierto como que el Señor vive, te juro que David no morirá.
7 Entonces Jonatán llamó a David y, después de contarle toda la conversación, lo llevó ante Saúl para que estuviera a su servicio como antes.
8 Volvió a estallar la guerra. David salió a pelear contra los filisteos, y los combatió con tal violencia que tuvieron que huir.
9 Sin embargo, un espíritu maligno de parte del Señor se apoderó de Saúl. Estaba sentado en el palacio, con una lanza en la mano. Mientras David tocaba el arpa, 10 intentó clavarlo en la pared con la lanza, pero David esquivó el golpe de Saúl, de modo que la lanza quedó clavada en la pared. Esa misma noche David se dio a la fuga.
11 Entonces Saúl mandó a varios hombres a casa de David, para que lo vigilaran durante la noche y lo mataran al día siguiente. Pero Mical, la esposa de David, le advirtió: «Si no te pones a salvo esta noche, mañana serás hombre muerto». 12 En seguida ella descolgó a David por la ventana, y así él pudo escapar. 13 Luego Mical tomó un ídolo[h] y lo puso en la cama con un tejido de pelo de cabra en la cabeza, y lo cubrió con una sábana.
14 Cuando Saúl mandó a los hombres para apresar a David, Mical les dijo: «Está enfermo». 15 Pero Saúl los mandó de nuevo a buscar a David: «Aunque esté en cama, ¡traédmelo aquí para matarlo!» 16 Al entrar en la casa, los hombres vieron que lo que estaba en la cama era un ídolo, con un tejido de pelo de cabra en la cabeza. 17 Entonces Saúl le preguntó a Mical:
―¿Por qué me has engañado así? ¿Por qué dejaste escapar a mi enemigo?
Ella respondió:
―Él me amenazó con matarme si no lo dejaba escapar.
18 Después de huir y ponerse a salvo, David fue a Ramá para ver a Samuel y contarle todo lo que Saúl le había hecho. Entonces los dos se fueron a vivir a Nayot. 19 Cuando Saúl se enteró de que David estaba en Nayot de Ramá, 20 mandó a sus hombres para que lo apresaran. Pero se encontraron con un grupo de profetas, dirigidos por Samuel, que estaban profetizando. Entonces el Espíritu de Dios vino con poder sobre los hombres de Saúl, y también ellos cayeron en trance profético. 21 Al oír la noticia, Saúl envió otro grupo, pero ellos también cayeron en trance. Luego mandó un tercer grupo, y les pasó lo mismo. 22 Por fin, Saúl en persona fue a Ramá y llegó al gran pozo que está en Secú.
―¿Dónde están Samuel y David? —preguntó.
―En Nayot de Ramá —alguien le respondió.
23 Saúl se dirigió entonces hacia allí, pero el Espíritu de Dios vino con poder también sobre él, y Saúl estuvo en trance profético por todo el camino, hasta llegar a Nayot de Ramá. 24 Luego se quitó la ropa y, desnudo y en el suelo, estuvo en trance en presencia de Samuel todo el día y toda la noche. De ahí viene el dicho: «¿Acaso también Saúl es uno de los profetas?»
David y Jonatán
20 David huyó de Nayot de Ramá y fue adonde estaba Jonatán.
―¿Qué he hecho yo? —le preguntó—. ¿Qué crimen o delito he cometido contra tu padre, para que él quiera matarme?
2 ―¿Morir tú? ¡De ninguna manera! —respondió Jonatán—. Mi padre no hace nada, por insignificante que sea, sin que me lo diga. ¿Por qué me lo habría de ocultar? ¡Eso no es posible!
3 Pero David juró y perjuró:
―Tu padre sabe muy bien que tú me estimas, así que seguramente habrá pensado: “Jonatán no debe enterarse, para que no se disguste”. Pero, tan cierto como que el Señor y tú estáis vivos, te aseguro que estoy a un paso de la muerte.
4 ―Dime qué quieres que haga, y lo haré —le respondió Jonatán.
5 ―Sabes —dijo David—, mañana es la fiesta de luna nueva, y se supone que yo debo sentarme a la mesa para comer con el rey. Pues bien, deja que me esconda en el campo hasta pasado mañana por la tarde. 6 Si tu padre me echa de menos, dile que yo insistí en que me dejaras ir en seguida a Belén, mi pueblo, pues toda mi familia estaba reunida allí para celebrar su sacrificio anual. 7 Si él responde que está bien, entonces no corro ningún peligro. Pero, si se enfurece, con eso sabrás que ha decidido acabar conmigo. 8 Ya que en presencia del Señor has hecho un pacto conmigo, que soy tu servidor, te ruego que me seas leal. Si me consideras culpable, no hace falta que me entregues a tu padre; ¡mátame tú mismo!
9 ―¡No digas tal cosa! —exclamó Jonatán—. Si llegara a enterarme de que mi padre ha decidido hacerte algún daño, ¿no crees que te lo diría?
10 David le preguntó:
―Si tu padre te responde de mal modo, ¿quién me lo hará saber?
11 Por toda respuesta, Jonatán invitó a David a salir al campo. Una vez allí, 12 le dijo:
―David, te juro por el Señor, Dios de Israel, que a más tardar pasado mañana a esta hora averiguaré lo que piensa mi padre. Si no corres peligro, de alguna manera te lo haré saber. 13 Pero, si mi padre intenta hacerte daño, y yo no te aviso para que puedas escapar, ¡que el Señor me castigue sin piedad, y que esté contigo como estuvo con mi padre! 14 Y, si todavía estoy vivo cuando el Señor te muestre su bondad, te pido que también tú seas bondadoso conmigo y no dejes que me maten. 15 ¡Nunca dejes de ser bondadoso con mi familia, aun cuando el Señor borre de la faz de la tierra a todos tus enemigos! 16 ¡Que el Señor pida cuentas de esto a tus enemigos!
De ese modo Jonatán hizo un pacto con la familia de David, 17 pues quería a David como a sí mismo. Por ese cariño que le tenía, le pidió a David confirmar el pacto bajo juramento. 18 Además le dijo:
―Mañana es la fiesta de luna nueva. Cuando vean tu asiento desocupado, te van a echar de menos. 19 Pasado mañana, sin falta, ve adonde te escondiste la otra vez, y quédate junto a la piedra de Ézel. 20 Yo fingiré estar tirando al blanco y lanzaré tres flechas en esa dirección. 21 Entonces le diré a uno de mis criados que vaya a buscarlas. Si le digo: “Mira, las flechas están más acá, recógelas”; eso querrá decir que no hay peligro y podrás salir sin ninguna preocupación. ¡Tan cierto como que el Señor vive! 22 Pero, si le digo: “Mira, las flechas están más allá”, eso querrá decir que el Señor quiere que te vayas, así que ¡escápate! 23 ¡Que el Señor sea siempre testigo del juramento que tú y yo nos hemos hecho!
24 David se escondió en el campo. Cuando llegó la fiesta de luna nueva, el rey se sentó a la mesa para comer 25 ocupando, como de costumbre, el puesto junto a la pared. Jonatán se sentó enfrente,[i] mientras que Abner se acomodó a un lado de Saúl. El asiento de David quedó desocupado. 26 Ese día Saúl no dijo nada, pues pensó: «Algo le habrá pasado a David que lo dejó ritualmente impuro, y seguramente no pudo purificarse». 27 Pero, como al día siguiente, que era el segundo del mes, el puesto de David seguía desocupado, Saúl le preguntó a Jonatán:
―¿Cómo es que ni ayer ni hoy vino el hijo de Isaí a la comida?
28 Jonatán respondió:
―David me insistió en que le diera permiso para ir a Belén. 29 Me dijo: “Por favor, déjame ir. Mi familia va a celebrar el sacrificio anual en nuestro pueblo, y mi hermano me ha ordenado que vaya. Hazme este favor, y permite que me dé una escapada para ver a mis hermanos”. Por eso es que David no se ha sentado a comer a la mesa del rey.
30 Al oír esto, Saúl se enfureció con Jonatán.
―¡Hijo de mala madre! —exclamó—. ¿Crees que no sé que eres muy amigo del hijo de Isaí, para vergüenza tuya y de tu desgraciada madre? 31 Mientras el hijo de Isaí viva en esta tierra, ¡ni tú ni tu reino estaréis seguros! Así que manda a buscarlo, y tráemelo, pues está condenado a morir.
32 ―¿Y por qué ha de morir? —le reclamó Jonatán—. ¿Qué mal ha hecho?
33 Por toda respuesta, Saúl le arrojó su lanza para herirlo. Así Jonatán se convenció de que su padre estaba decidido a matar a David. 34 Enfurecido, Jonatán se levantó de la mesa y no quiso tomar parte en la comida del segundo día de la fiesta. Estaba muy afligido porque su padre había insultado a David.
35 Por la mañana Jonatán salió al campo para encontrarse con David. Uno de sus criados más jóvenes lo acompañaba. 36 Jonatán le dijo: «Corre a buscar las flechas que voy a lanzar».
El criado echó a correr, y Jonatán lanzó una flecha que lo sobrepasó. 37 Cuando el criado llegó al lugar donde la flecha había caído, Jonatán le gritó: «¡Más allá! ¡La flecha está más allá! 38 ¡Date prisa! ¡No te detengas!» Y así continuó gritándole Jonatán. Cuando el criado recogió la flecha y se la trajo a su amo, 39 lo hizo sin sospechar nada, pues solo Jonatán y David sabían de qué se trataba. 40 Entonces Jonatán le dio sus armas al criado. «Vete —le dijo—; llévalas de vuelta a la ciudad».
41 En cuanto el criado se fue, David salió de su escondite[j] y, después de inclinarse tres veces, se postró rostro en tierra. En seguida se besaron y lloraron juntos, hasta que David se desahogó.
42 «Puedes irte tranquilo —le dijo Jonatán a David—, pues los dos hemos hecho un juramento eterno en nombre del Señor, pidiéndole que juzgue entre tú y yo, y entre tus descendientes y los míos». Así que David se fue, y Jonatán regresó a la ciudad.
David en Nob
21 Cuando David llegó a Nob, fue a ver al sacerdote Ajimélec, quien, al encontrarse con David, se puso nervioso.
―¿Por qué vienes solo? —le preguntó—. ¿Cómo es que nadie te acompaña?
2 David le respondió:
―Vengo por orden del rey, pero nadie debe saber a qué me ha enviado ni cuál es esa orden. En cuanto a mis hombres, ya les he indicado dónde encontrarnos. 3 ¿Qué provisiones tienes a mano? Dame unos cinco panes, o algo más que tengas.
4 ―No tengo a mano pan común y corriente —le contestó el sacerdote—. Podría darte el pan consagrado, si es que tus hombres se han abstenido por lo menos de estar con mujeres.
5 David respondió:
―Te aseguro que, como es la costumbre cuando salimos en una expedición, no hemos tenido contacto con mujeres. Además, mis hombres[k] se consagran incluso en expediciones ordinarias, así que con más razón están consagrados ahora.
6 Por tanto, el sacerdote le entregó a David el pan consagrado, ya que no había otro. Era el pan de la Presencia que había sido quitado de delante del Señor y reemplazado por el pan caliente del día.
7 Aquel día estaba allí uno de los oficiales de Saúl, que había tenido que quedarse en el santuario del Señor. Se trataba de un edomita llamado Doeg, que era jefe de los pastores de Saúl.
8 Más tarde, David le preguntó a Ajimélec:
―¿No tienes a mano una lanza o una espada? Tan urgente era el encargo del rey que no alcancé a tomar mi espada ni mis otras armas.
9 El sacerdote respondió:
―Aquí tengo la espada del filisteo Goliat, a quien mataste en el valle de Elá. Está detrás del efod, envuelta en un paño. Puedes llevártela, si quieres. Otras armas no tengo.
―Dámela —dijo David—. ¡Es la mejor que podrías ofrecerme!
David en Gat
10 Ese mismo día David, todavía huyendo de Saúl, se dirigió a Aquis, rey de Gat. 11 Los oficiales le dijeron a Aquis:
―¿No es este David, el rey del país? ¿No es él por quien danzaban, y en los cantos decían:
«Saúl mató a sus miles,
pero David, a sus diez miles»?
12 Al oír esto, David se preocupó y tuvo mucho miedo de Aquis, rey de Gat. 13 Por lo tanto, fingió perder la razón y, en público, comenzó a portarse como un loco, haciendo garabatos en las puertas y dejando que la saliva le corriera por la barba.
14 Aquis dijo entonces a sus oficiales:
―¿Pero qué, no os fijáis? ¡Ese hombre está loco! ¿Para qué me lo traéis? 15 ¿Acaso me hacen falta más locos, que encima me traéis a este para hacer sus locuras en mi presencia? ¡Sacadlo de mi palacio!
David huye a Adulán y a Mizpa
22 David se fue de Gat y huyó a la cueva de Adulán. Cuando sus hermanos y el resto de la familia se enteraron, fueron a verlo allí. 2 Además, se le unieron muchos otros que estaban en apuros, cargados de deudas o amargados. Así, David llegó a tener bajo su mando a unos cuatrocientos hombres.
3 De allí se dirigió a Mizpa, en Moab, y le pidió al rey de ese lugar: «Deja que mis padres vengan a vivir entre vosotros hasta que yo sepa lo que Dios quiere de mí». 4 Fue así como dejó a sus padres con el rey de Moab, y ellos se quedaron allí todo el tiempo que David permaneció en su refugio.
5 Pero el profeta Gad le dijo a David: «No te quedes en el refugio. Es mejor que regreses a la tierra de Judá». Entonces David se fue de allí, y se metió en el bosque de Jaret.
Saúl elimina a los sacerdotes de Nob
6 Mientras Saúl estaba sentado a la sombra de un tamarisco que había en la colina de Guibeá, se enteró de que David y sus hombres habían sido localizados. Tenía Saúl su lanza en la mano, y lo rodeaban todos sus oficiales, 7 a quienes les dijo:
―¡Poned atención, hombres de Benjamín! ¿También vosotros creéis que el hijo de Isaí os va a dar tierras y viñedos, y que a todos os va a nombrar jefes de mil y de cien soldados? 8 ¡Ahora veo por qué todos vosotros conspiráis contra mí, y por qué nadie me informa del pacto que mi hijo ha hecho con el hijo de Isaí! Nadie se ha tomado la molestia de avisarme que mi propio hijo instiga a uno de mis súbditos a que se subleve y me aceche, como en realidad está pasando.
9 Doeg el edomita, que se encontraba entre los oficiales de Saúl, le dijo:
―Yo vi al hijo de Isaí reunirse en Nob con Ajimélec hijo de Ajitob. 10 Ajimélec consultó al Señor por David y le dio provisiones, y hasta le entregó la espada de Goliat.
11 Entonces el rey mandó llamar al sacerdote Ajimélec hijo de Ajitob, y a todos sus parientes, que eran sacerdotes en Nob. Cuando llegaron, 12 Saúl le dijo:
―Escucha, hijo de Ajitob.
―Dime, mi señor —respondió Ajimélec.
13 ―¿Por qué tú y el hijo de Isaí conspiráis contra mí? —le preguntó Saúl—. Le diste comida y una espada. También consultaste a Dios por él para que se subleve y me aceche, como en realidad está pasando.
14 Ajimélec le respondió al rey:
―¿Quién entre todos los oficiales del rey es tan fiel como tu yerno David, jefe de la guardia real y respetado en el palacio? 15 ¿Es acaso esta la primera vez que consulto a Dios por él? ¡Claro que no! No debiera el rey acusarnos ni a mí ni a mi familia, pues de este asunto tu siervo no sabe absolutamente nada.
16 ―¡Te llegó la hora, Ajimélec! —replicó el rey—. ¡Y no solo a ti, sino a toda tu familia!
17 De inmediato el rey ordenó a los guardias que lo acompañaban:
―¡Matad a los sacerdotes del Señor, que ellos también se han puesto de parte de David! Sabían que estaba huyendo, y sin embargo no me lo dijeron.
Pero los oficiales del rey no se atrevieron a levantar la mano en contra de los sacerdotes del Señor. 18 Así que el rey le ordenó a Doeg:
―¡Pues mátalos tú!
Entonces Doeg el edomita se lanzó contra ellos y los mató. Aquel día mató a ochenta y cinco hombres que tenían puesto el efod de lino. 19 Luego fue a Nob, el pueblo de los sacerdotes, y mató a filo de espada a hombres y mujeres, a niños y recién nacidos, y hasta los bueyes, asnos y ovejas.
20 Sin embargo, un hijo de Ajimélec, llamado Abiatar, logró escapar y huyó hasta encontrarse con David. 21 Cuando le informó de que Saúl había matado a los sacerdotes del Señor, 22 David le respondió:
―Ya desde aquel día, cuando vi a Doeg en Nob, sabía yo que él le avisaría a Saúl. Yo tengo la culpa de que hayan muerto todos tus parientes. 23 Pero no tengas miedo. Quédate conmigo, que aquí estarás a salvo. Quien quiera matarte tendrá que matarme a mí.
David libera la ciudad de Queilá
23 Los filisteos atacaron la ciudad de Queilá y saquearon los graneros. Cuando David se enteró de lo sucedido, 2 consultó al Señor:
―¿Debo ir a luchar contra los filisteos?
―Ve —respondió el Señor—, lucha contra los filisteos y libera a Queilá.
3 Pero los soldados le dijeron a David:
―Si aun aquí en Judá vivimos con miedo, ¡cuánto más si vamos a Queilá para atacar al ejército filisteo!
4 David volvió a consultar al Señor, y él le respondió:
―Ponte en camino y ve a Queilá, que voy a entregar en tus manos a los filisteos.
5 Así que David y sus hombres fueron allí y lucharon contra los filisteos, derrotándolos por completo. David se apoderó de los ganados de los filisteos y rescató a los habitantes de la ciudad. 6 Ahora bien, cuando Abiatar hijo de Ajimélec huyó a Queilá para refugiarse con David, se llevó consigo el efod.
Saúl persigue a David
7 Cuando le contaron a Saúl que David había ido a Queilá, exclamó: «¡Dios me lo ha entregado! David se ha metido en una ciudad con puertas y cerrojos, y no tiene escapatoria». 8 Entonces convocó a todo su ejército para ir a combatir a David y a sus hombres, y sitiar la ciudad de Queilá.
9 David se enteró de que Saúl tramaba su destrucción. Por tanto, le ordenó a Abiatar que le llevara el efod. 10 Luego David oró:
―Oh Señor, Dios de Israel, yo, tu siervo, sé muy bien que por mi culpa Saúl se propone venir a Queilá para destruirla. 11 ¿Me entregarán los habitantes de esta ciudad en manos de Saúl? ¿Es verdad que Saúl vendrá, según me han dicho? Yo te ruego, Señor, Dios de Israel, que me lo hagas saber.
―Sí, vendrá —le respondió el Señor.
12 David volvió a preguntarle:
―¿Nos entregarán los habitantes de Queilá a mí y a mis hombres en manos de Saúl?
Y el Señor le contestó:
―Sí, os entregarán.
13 Entonces David y sus hombres, que eran como seiscientos, se fueron de Queilá y anduvieron de un lugar a otro. Cuando le contaron a Saúl que David se había ido de Queilá, decidió suspender la campaña.
14 David se estableció en los refugios del desierto, en los áridos cerros de Zif. Día tras día, Saúl lo buscaba, pero Dios no lo entregó en sus manos.
15 Estando David en Hores, en el desierto de Zif, se enteró de que Saúl había salido en su busca con la intención de matarlo. 16 Jonatán hijo de Saúl fue a ver a David en Hores, y lo animó a seguir confiando en Dios. 17 «No tengas miedo —le dijo—, que mi padre no podrá atraparte. Tú vas a ser el rey de Israel, y yo seré tu segundo. Esto, hasta mi padre lo sabe». 18 Entonces los dos hicieron un pacto en presencia del Señor, después de lo cual Jonatán regresó a su casa y David se quedó en Hores.
19 Los habitantes de Zif fueron a Guibeá y le dijeron a Saúl:
―¿No sabe mi rey que David se ha escondido en nuestro territorio? Está en el monte de Jaquilá, en los refugios de Hores, al sur del desierto. 20 Cuando mi rey tenga a bien venir, entregaremos a David en sus manos.
21 ―¡Que el Señor os bendiga por tenerme tanta consideración! —respondió Saúl—. 22 Id y averiguad bien por dónde anda y quién lo ha visto, pues me han dicho que es muy astuto. 23 Informaos bien de todos los lugares donde se esconde, y traedme datos precisos. Entonces yo iré con vosotros y, si es verdad que está en esa región, lo buscaré entre todos los clanes de Judá.
24 Los de Zif se despidieron de Saúl y volvieron a su tierra. Mientras tanto, David y sus hombres se encontraban en el desierto de Maón, en el Arabá, al sur del desierto. 25 Cuando avisaron a David que Saúl y sus hombres venían en su búsqueda, bajó al peñasco del desierto de Maón. Al enterarse de esto, Saúl dirigió la persecución hacia ese lugar.
26 Saúl avanzaba por un costado del monte, mientras que David y sus hombres iban por el otro, apresurándose para escapar. Pero Saúl y sus hombres lo tenían rodeado. Ya estaban a punto de atraparlo, 27 cuando un mensajero llegó y le dijo a Saúl: «¡Apresúrate, que los filisteos están saqueando el país!» 28 Saúl dejó entonces de perseguir a David y volvió para enfrentarse con los filisteos. Por eso aquel sitio se llama Sela Hamajlecot.[l] 29 Luego David se fue de allí para establecerse en los refugios de Engadi.
David le perdona la vida a Saúl
24 Cuando Saúl regresó de perseguir a los filisteos, le informaron de que David estaba en el desierto de Engadi. 2 Entonces Saúl tomó consigo tres batallones de hombres escogidos de todo Israel, y se fue por los Peñascos de las Cabras, en busca de David y de sus hombres.
3 Por el camino, llegó a un redil de ovejas; y, como había una cueva en el lugar, entró allí para hacer sus necesidades.[m] David estaba escondido en el fondo de la cueva, con sus hombres, 4 y estos le dijeron:
―En verdad, hoy se cumple la promesa que te hizo el Señor cuando te dijo: “Yo pondré a tu enemigo en tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca”.
David se levantó y, sin hacer ruido, cortó el borde del manto de Saúl. 5 Pero le remordió la conciencia por lo que había hecho, 6 y les dijo a sus hombres:
―¡Que el Señor me libre de hacerle al rey lo que vosotros sugerís! No puedo alzar la mano contra él, porque es el ungido del Señor.
7 De este modo David contuvo a sus hombres, y no les permitió que atacaran a Saúl. Pero una vez que este salió de la cueva para proseguir su camino, 8 David lo siguió, gritando:
―¡Mi señor el rey!
Saúl miró hacia atrás, y David, postrándose rostro en tierra, se inclinó 9 y le dijo:
―¿Por qué haces caso a los que dicen que yo quiero hacerte daño? 10 Tú podrás ver con tus propios ojos que hoy mismo, en esta cueva, el Señor te había entregado en mis manos. Mis hombres me incitaban a que te matara, pero yo respeté tu vida y dije: “No puedo alzar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor”. 11 Padre mío, mira el borde de tu manto que tengo en la mano. Yo corté este pedazo, pero a ti no te maté. Reconoce que yo no intento hacerte mal ni traicionarte. Tú, sin embargo, me persigues para quitarme la vida, aunque yo no te he hecho ningún agravio. 12 ¡Que el Señor juzgue entre nosotros dos! ¡Y que el Señor me vengue de ti! Pero mi mano no se alzará contra ti. 13 Como dice el antiguo refrán: “De los malos, la maldad”; por eso mi mano jamás se alzará contra ti.
14 »¿Contra quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigue? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! 15 ¡Que sea el Señor quien juzgue y dicte la sentencia entre nosotros dos! ¡Que examine mi causa, y me defienda y me libre de ti!»
16 Cuando David terminó de hablar, Saúl le preguntó:
―David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien me habla!
Y alzando la voz, se echó a llorar.
17 ―Has actuado mejor que yo —continuó Saúl—. Me has devuelto bien por mal. 18 Hoy me has hecho reconocer lo bien que me has tratado, pues el Señor me entregó en tus manos, y no me mataste. 19 ¿Quién encuentra a su enemigo y le perdona la vida?[n] ¡Que el Señor te recompense por lo bien que me has tratado hoy! 20 Ahora caigo en cuenta que tú serás el rey, y que consolidarás el reino de Israel. 21 Júrame entonces, por el Señor, que no exterminarás mi descendencia ni borrarás el nombre de mi familia.
22 David se lo juró. Luego Saúl volvió a su palacio, y David y sus hombres subieron al refugio.
David, Nabal y Abigaíl
25 Samuel murió, y fue enterrado en Ramá, donde había vivido. Todo Israel se reunió para hacer duelo por él. Después de eso David bajó al desierto de Maón.[o]
2 Había en Maón un hombre muy rico, dueño de mil cabras y tres mil ovejas, las cuales esquilaba en Carmel, donde tenía su hacienda. 3 Se llamaba Nabal y pertenecía a la familia de Caleb. Su esposa, Abigaíl, era una mujer bella e inteligente; Nabal, por el contrario, era insolente y de mala conducta.
4 Estando David en el desierto, se enteró de que Nabal estaba esquilando sus ovejas. 5 Envió entonces diez de sus hombres con este encargo: «Id a Carmel para llevarle a Nabal un saludo de mi parte. 6 Decidle: “¡Que tengáis salud[p] y paz tú y tu familia, y todo lo que te pertenece! 7 Acabo de escuchar que estás esquilando tus ovejas. Como has de saber, cuando tus pastores estuvieron con nosotros, jamás los molestamos. En todo el tiempo que se quedaron en Carmel, nunca se les quitó nada. 8 Pregúntales a tus criados, y ellos mismos te lo confirmarán. Por tanto, te agradeceré que recibas bien a mis hombres, pues este día hay que celebrarlo. Dales, por favor, a tus siervos y a tu hijo David lo que tengas a mano”».
9 Cuando los hombres de David llegaron, le dieron a Nabal este mensaje de parte de David y se quedaron esperando. 10 Pero Nabal les contestó:
―¿Y quién es ese tal David? ¿Quién es el hijo de Isaí? Hoy día son muchos los esclavos que se escapan de sus amos. 11 ¿Por qué he de compartir mi pan y mi agua, y la carne que he reservado para mis esquiladores, con gente que ni siquiera sé de dónde viene?
12 Los hombres de David se dieron la vuelta y se pusieron en camino. Cuando llegaron ante él, le comunicaron todo lo que Nabal había dicho. 13 Entonces David les ordenó: «¡Ceñíos todos la espada!» Y todos, incluso él, se la ciñeron. Acompañaron a David unos cuatrocientos hombres, mientras que otros doscientos se quedaron cuidando el bagaje.
14 Uno de los criados avisó a Abigaíl, la esposa de Nabal: «David envió desde el desierto unos mensajeros para saludar a nuestro amo, pero él los trató mal. 15 Esos hombres se portaron muy bien con nosotros. En todo el tiempo que anduvimos con ellos por el campo, jamás nos molestaron ni nos quitaron nada. 16 Día y noche nos protegieron mientras cuidábamos los rebaños cerca de ellos. 17 Piensa tú bien lo que debes hacer, pues la ruina está a punto de caer sobre nuestro amo y sobre toda su familia. Tiene tan mal genio que ni hablar se puede con él».
18 Sin perder tiempo, Abigaíl reunió doscientos panes, dos odres de vino, cinco ovejas asadas, treinta y cinco litros[q] de trigo tostado, cien tortas de uvas pasas y doscientas tortas de higos. Después de cargarlo todo sobre unos asnos, 19 les dijo a los criados: «Id delante, que yo os sigo». Pero a Nabal, su esposo, no le dijo nada de esto.
20 Montada en un asno, Abigaíl bajaba por la ladera del monte cuando vio que David y sus hombres venían en dirección opuesta, de manera que se encontraron. 21 David acababa de comentar: «De balde estuve protegiendo en el desierto las propiedades de ese tipo, para que no perdiera nada. Ahora resulta que me paga mal por el bien que le hice. 22 ¡Que Dios me castigue[r] sin piedad si antes del amanecer no acabo con todos sus hombres!»
23 Cuando Abigaíl vio a David, se bajó rápidamente del asno y se inclinó ante él, postrándose rostro en tierra. 24 Se arrojó a sus pies y dijo:
―Señor mío, yo tengo la culpa. Deja que esta sierva tuya te hable; te ruego que me escuches. 25 No hagas tú caso de ese grosero de Nabal, pues le hace honor a su nombre, que significa “necio”. La necedad lo acompaña por todas partes. Yo, por mi parte, no vi a los mensajeros que tú, mi señor, enviaste.
26 »Pero ahora el Señor te ha impedido a ti derramar sangre y tomarte la justicia por tus propias manos. ¡Tan cierto como que el Señor y tú estáis vivos! Por eso, pido que a tus enemigos, y a todos los que quieran hacerte daño, les pase lo mismo que a Nabal. 27 Acepta tú este regalo que tu sierva te ha traído, y repártelo entre los criados que te acompañan. 28 Yo te ruego que perdones el atrevimiento de esta tu sierva. Ciertamente, el Señor te dará a ti una dinastía que se mantendrá firme, y nunca nadie podrá hacerte a ti ningún daño,[s] pues tú peleas las batallas del Señor. 29 Aun si alguien te persigue con la intención de matarte, tu vida estará protegida[t] por el Señor tu Dios, mientras que tus enemigos serán lanzados a la destrucción.[u] 30 Así que, cuando el Señor te haya hecho todo el bien que te ha prometido, y te haya establecido como jefe de Israel, 31 no tendrás tú que sufrir la pena y el remordimiento de haberte vengado por ti mismo, ni de haber derramado sangre inocente. Acuérdate tú de esta tu sierva cuando el Señor te haya dado prosperidad».
32 David le dijo entonces a Abigaíl:
―¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro! 33 ¡Y bendita seas tú por tu buen juicio, pues me has impedido derramar sangre y vengarme con mis propias manos! 34 El Señor, Dios de Israel, me ha impedido hacerte mal; pero te digo que, si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, para mañana no le habría quedado vivo a Nabal ni uno solo de sus hombres. ¡Tan cierto como que el Señor vive!
35 Dicho esto, David aceptó lo que ella le había traído.
―Vuelve tranquila a tu casa —añadió—. Como puedes ver, te he hecho caso: te concedo lo que me has pedido.[v]
36 Cuando Abigaíl llegó a la casa, Nabal estaba dando un regio banquete. Se encontraba alegre y muy borracho, así que ella no le dijo nada hasta el día siguiente. 37 Por la mañana, cuando a Nabal ya se le había pasado la borrachera, su esposa le contó lo sucedido. Al oírlo, Nabal sufrió un ataque al corazón y quedó paralizado. 38 Unos diez días después, el Señor hirió a Nabal, y así murió.
39 Cuando David se enteró de que Nabal había muerto, exclamó: «¡Bendito sea el Señor, que me ha hecho justicia por la afrenta que recibí de Nabal! El Señor libró a este siervo suyo de hacer mal, pero hizo recaer sobre Nabal su propia maldad».
Entonces David envió un mensaje a Abigaíl, proponiéndole matrimonio. 40 Cuando los criados llegaron a Carmel, hablaron con Abigaíl y le dijeron:
―David nos ha enviado para pedirte que te cases con él.
41 Ella se inclinó y, postrándose rostro en tierra, dijo:
―Soy la sierva de David, y estoy para servirle. Incluso estoy dispuesta a lavarles los pies a sus criados.
42 Sin perder tiempo, Abigaíl se dispuso a partir. Se montó en un asno y, acompañada de cinco criadas, se fue con los mensajeros de David. Después se casó con él.
43 David también se había casado con Ajinoán de Jezrel, así que ambas fueron sus esposas. 44 Saúl, por su parte, había entregado a su hija Mical, esposa de David, a Paltiel[w] hijo de Lais, oriundo de Galín.
David le perdona la vida a Saúl
26 Los habitantes de Zif fueron a Guibeá y le dijeron a Saúl:
―¿No sabes, oh rey, que David está escondido en el monte de Jaquilá, frente al desierto?
2 Entonces Saúl se puso en marcha con los tres batallones de hombres escogidos de Israel, y bajó al desierto de Zif en busca de David. 3 Acampó en el monte de Jaquilá, que está frente al desierto, junto al camino. Cuando David, que vivía en el desierto, se dio cuenta de que Saúl venía tras él, 4 envió espías para averiguar dónde se encontraba. 5 Luego se dirigió al campamento de Saúl, y observó el lugar donde dormían Saúl y Abner hijo de Ner, jefe del ejército. Saúl estaba dentro del campamento, y el ejército lo rodeaba. 6 David entonces les preguntó a Ajimélec el hitita y a Abisay hijo de Sarvia, hermano de Joab:
―¿Quién quiere venir conmigo al campamento de Saúl?
―Yo voy contigo —respondió Abisay.
7 David y Abisay llegaron esa noche y vieron a Saúl dormido en medio del campamento, con su lanza hincada en tierra a su cabecera. Abner y el ejército estaban acostados a su alrededor.
8 ―Hoy ha puesto Dios en tus manos a tu enemigo —le dijo Abisay a David—. Déjame matarlo. De un solo golpe de lanza lo dejaré clavado en el suelo. ¡Y no tendré que rematarlo!
9 ―¡No lo mates! —exclamó David— ¿Quién puede impunemente alzar la mano contra el ungido del Señor?
10 Y añadió:
―Tan cierto como que el Señor vive, que él mismo lo herirá. O le llegará la hora de morir, o caerá en batalla. 11 En cuanto a mí, ¡que el Señor me libre de alzar la mano contra su ungido! Solo toma la lanza y el jarro de agua que están a su cabecera, y vámonos de aquí.
12 David mismo tomó la lanza y el jarro de agua que estaban a la cabecera de Saúl, y los dos se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, pues todos estaban dormidos. No se despertaron, pues el Señor los había hecho caer en un sueño profundo. 13 David cruzó al otro lado y se detuvo en la cumbre del monte, de modo que había una buena distancia entre ellos. 14 Entonces llamó al ejército y a Abner hijo de Ner:
―¡Abner! ¿Me oyes?
Abner replicó:
―¿Quién le está gritando al rey?
15 David le contestó:
―¿No eres tú el valiente sin par en Israel? ¿Cómo es que no has protegido a tu señor el rey? Te cuento que uno del pueblo entró con la intención de matarlo. 16 ¡Lo que has hecho no tiene nombre! Tan cierto como que el Señor vive, que vosotros merecéis la muerte por no haber protegido a vuestro rey, el ungido del Señor. A ver, ¿dónde están la lanza del rey y el jarro de agua que estaban a su cabecera?
17 Saúl, que reconoció la voz de David, dijo:
―David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien habla!
―Soy yo, mi señor y rey —respondió David—. 18 ¿Por qué persigue mi señor a este siervo suyo? ¿Qué le he hecho? ¿Qué delito he cometido? 19 Te ruego que escuches mis palabras. Si quien te mueve en contra mía es el Señor, una ofrenda bastará para aplacarlo. Pero, si son los hombres, ¡que el Señor los maldiga! Hoy me expulsan de esta tierra, que es la herencia del Señor, y me dicen: “¡Vete a servir a otros dioses!” 20 Ahora bien, no dejes que mi sangre sea derramada lejos de la presencia del Señor. ¿Por qué ha salido el rey de Israel en busca de una simple pulga? ¡Es como si estuviera cazando una perdiz en los montes!
21 ―¡He pecado! —exclamó Saúl—. Regresa, David, hijo mío. Ya no voy a hacerte daño. Tú has valorado hoy mi vida; yo, en cambio, he sido un necio y me he portado muy mal.
22 David respondió:
―Aquí está la lanza del rey. Manda a uno de tus criados a recogerla. 23 Que el Señor le pague a cada uno según su rectitud y lealtad, pues hoy él te había puesto a ti en mis manos, pero yo ni siquiera me atreví a tocar al ungido del Señor. 24 Sin embargo, así como hoy valoré tu vida, quiera el Señor valorar mi propia vida y librarme de toda angustia.
25 ―¡Bendito seas, David, hijo mío! —respondió Saúl—. Tú harás grandes cosas, y en todo triunfarás.
Luego David siguió su camino, y Saúl regresó a su palacio.
David entre los filisteos
27 Con todo, David pensaba: «Un día de estos voy a morir a manos de Saúl. Lo mejor que puedo hacer es huir a la tierra de los filisteos. Así Saúl se cansará de buscarme por el territorio de Israel, y podré escapar de sus manos».
2 Acompañado de sus seiscientos hombres, David se puso en marcha y se trasladó a la tierra de Gat, donde reinaba Aquis hijo de Maoc. 3 Tanto David como sus hombres se establecieron allí, y quedaron bajo la protección de Aquis. Cada hombre había llevado a su familia, y David tenía consigo a sus dos esposas, Ajinoán la jezrelita y Abigaíl de Carmel, la viuda de Nabal. 4 En efecto, cuando Saúl se enteró de que David había huido a Gat, dejó de perseguirlo.
5 David le dijo a Aquis: «Si en verdad cuento con tu favor, te ruego que me concedas algún pueblo en el campo, y allí viviré. No tiene ningún sentido que este tu siervo viva en la capital del reino».
6 Aquel mismo día Aquis le dio la ciudad de Siclag, la cual hasta hoy pertenece a los reyes de Judá.
7 David vivió en territorio filisteo un año y cuatro meses. 8 Acostumbraba a salir en campaña con sus hombres para saquear a los guesureos, guirzitas y amalecitas, pueblos que durante mucho tiempo habían habitado la zona que se extiende hacia Sur y hasta el país de Egipto. 9 Cada vez que David atacaba la región, no dejaba a nadie con vida, ni hombre ni mujer. Antes de regresar adonde estaba Aquis se apoderaba de las ovejas, vacas, asnos y camellos, y hasta de la ropa que vestían. 10 Si Aquis le preguntaba: «¿Qué región saqueaste hoy?», David le respondía: «La del sur de Judá»; o bien: «La del sur de Jeramel»; o «La del sur, donde viven los quenitas». 11 David no dejaba con vida ni a hombre ni a mujer, pues pensaba que si llevaba prisioneros a Gat lo denunciarían por lo que estaba haciendo. Este fue su patrón de conducta todo el tiempo que estuvo en territorio filisteo. 12 Aquis, por su parte, confiaba en David y se decía: «David se está haciendo odioso a los israelitas, su propia gente. Sin duda me servirá para siempre».
Saúl y la adivina de Endor
28 Por aquel tiempo, los filisteos reunieron sus tropas para ir a la guerra contra Israel. Por lo tanto, Aquis le dijo a David:
―Quiero que sepas que tú y tus hombres saldréis conmigo a la guerra.
2 ―Está bien —respondió David—. Ya verás de lo que es capaz tu siervo.
―Si es así —añadió Aquis—, de ahora en adelante te nombro mi guardaespaldas.
3 Ya Samuel había muerto. Todo Israel había hecho duelo por él, y lo habían enterrado en Ramá, que era su propio pueblo. Saúl, por su parte, había expulsado del país a los adivinos y a los hechiceros.
4 Los filisteos concentraron sus fuerzas y fueron a Sunén, donde acamparon. Saúl reunió entonces a los israelitas, y armaron su campamento en Guilboa. 5 Pero, cuando vio Saúl al ejército filisteo, le entró tal miedo que se descorazonó por completo. 6 Por eso consultó al Señor, pero él no le respondió ni en sueños, ni por el urim ni por los profetas. 7 Por eso Saúl les ordenó a sus oficiales:
―Buscadme una adivina, para que yo vaya a consultarla.
―Pues hay una en Endor —le respondieron.
8 Saúl se disfrazó con otra ropa y, acompañado de dos hombres, se fue de noche a ver a la mujer.
―Quiero que evoques a un espíritu —le pidió Saúl—. Haz que se me aparezca el que yo te diga.
9 ―¿Acaso no sabes tú lo que ha hecho Saúl? —respondió la mujer—. ¡Ha expulsado del país a los adivinos y a los hechiceros! ¿Por qué vienes tú a tenderme una trampa y exponerme a la muerte?
10 ―¡Tan cierto como que el Señor vive, te juro que nadie te va a castigar por esto! —contestó Saúl.
11 ―¿A quién deseas tú que yo haga aparecer? —preguntó la mujer.
―Evócame a Samuel —respondió Saúl.
12 Al ver a Samuel, la mujer pegó un grito.
―¡Pero si tú eres Saúl! ¿Por qué me has engañado? —le recriminó.
13 ―No tienes nada que temer —dijo el rey—. Dime lo que has visto.
―Veo un espíritu que sube[x] de la tierra —respondió ella.
14 ―¿Y qué aspecto tiene?
―El de un anciano, que sube envuelto en un manto.
Al darse cuenta Saúl de que era Samuel, se postró rostro en tierra.
15 Samuel le dijo a Saúl:
―¿Por qué me molestas, haciéndome subir?
―Estoy muy angustiado —respondió Saúl—. Los filisteos me están atacando, y Dios me ha abandonado. Ya no me responde, ni en sueños ni por medio de profetas. Por eso decidí llamarte, para que me digas lo que debo hacer.
16 Samuel le replicó:
―Pero, si el Señor se ha alejado de ti y se ha vuelto tu enemigo, ¿por qué me consultas a mí? 17 El Señor ha cumplido lo que había anunciado por medio de mí: él te ha arrebatado de las manos el reino, y se lo ha dado a tu compañero David. 18 Tú no obedeciste al Señor, pues no llevaste a cabo la furia de su castigo contra los amalecitas; por eso él te condena hoy. 19 El Señor os entregará a ti y a Israel en manos de los filisteos. Mañana tú y tus hijos os uniréis a mí, y el campamento israelita caerá en poder de los filisteos.
Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® (Castellano) © 1999, 2005, 2017 por