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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
Nueva Versión Internacional (Castilian) (CST)
Version
Jueces 3:28-15:12

28 «Seguidme —les ordenó—, porque el Señor ha entregado en vuestras manos a vuestros enemigos los moabitas». Bajaron con él y, tomando posesión de los vados del Jordán que conducían a Moab, no dejaron pasar a nadie. 29 En aquella ocasión derrotaron a unos diez mil moabitas, todos robustos y aguerridos. No escapó ni un solo hombre. 30 Aquel día Moab quedó sometido a Israel, y el país tuvo paz durante ochenta años.

Samgar

31 El sucesor de Aod fue Samgar hijo de Anat, quien derrotó a seiscientos filisteos con una vara para arrear bueyes. También él liberó a Israel.

Débora

Después de la muerte de Aod, los israelitas volvieron a hacer lo que ofende al Señor. Así que el Señor los vendió a Jabín, un rey cananeo que reinaba en Jazor. El jefe de su ejército era Sísara, que vivía en Jaroset Goyim. Los israelitas clamaron al Señor porque Jabín tenía novecientos carros de hierro y, durante veinte años, había oprimido cruelmente a los israelitas.

En aquel tiempo gobernaba a Israel una profetisa llamada Débora, que era esposa de Lapidot. Ella tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la región montañosa de Efraín, y los israelitas acudían a ella para resolver sus disputas. Débora mandó llamar a Barac hijo de Abinoán, que vivía en Cedes de Neftalí, y le dijo:

―El Señor, el Dios de Israel, ordena: “Ve y reúne en el monte Tabor a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón. Yo atraeré a Sísara, jefe del ejército de Jabín, con sus carros y sus tropas, hasta el arroyo Quisón. Allí lo entregaré en tus manos”.

Barac le dijo:

―Solo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré.

―¡Está bien, iré contigo! —dijo Débora—. Pero, por la manera en que vas a encarar este asunto, la gloria no será tuya, ya que el Señor entregará a Sísara en manos de una mujer.

Así que Débora fue con Barac hasta Cedes, 10 donde él convocó a las tribus de Zabulón y Neftalí. Diez mil hombres se pusieron a sus órdenes, y también Débora lo acompañó.

11 Héber el quenita se había separado de los otros quenitas que descendían de Hobab, el suegro de Moisés, y armó su campamento junto a la encina que está en Zanayin, cerca de Cedes.

12 Cuando informaron a Sísara de que Barac hijo de Abinoán había subido al monte Tabor, 13 Sísara reunió sus novecientos carros de hierro, y a todos sus soldados, desde Jaroset Goyim hasta el arroyo Quisón.

14 Entonces Débora le dijo a Barac:

―¡Adelante! Este es el día en que el Señor entregará a Sísara en tus manos. ¿Acaso no marcha el Señor al frente de tu ejército?

Barac descendió del monte Tabor, seguido por los diez mil hombres. 15 Ante el avance de Barac, el Señor desbarató a Sísara a filo de espada, con todos sus carros y su ejército, hasta tal punto que Sísara saltó de su carro y huyó a pie. 16 Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaroset Goyim. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada; no quedó nadie con vida.

17 Mientras tanto, Sísara había huido a pie hasta la tienda de Jael, la esposa de Héber el quenita, pues había buenas relaciones entre Jabín, rey de Jazor, y el clan de Héber el quenita.

18 Jael salió al encuentro de Sísara, y le dijo:

―¡Adelante, mi señor! Entra por aquí. No tengas miedo.

Sísara entró en la tienda, y ella lo cubrió con una manta.

19 ―Tengo sed —dijo él—. ¿Podrías darme un poco de agua?

Ella destapó un odre de leche, le dio de beber, y volvió a cubrirlo.

20 ―Quédate a la entrada de la tienda —le dijo él—. Si alguien viene y te pregunta: “¿Hay alguien aquí?”, contéstale que no.

21 Pero Jael, esposa de Héber, tomó una estaca de la tienda y un martillo, y con todo sigilo se acercó a Sísara, quien agotado por el cansancio dormía profundamente. Entonces le clavó la estaca en la sien y se la atravesó, hasta clavarla en la tierra. Así murió Sísara.

22 Barac pasó por allí persiguiendo a Sísara, y Jael salió a su encuentro. «Ven —le dijo ella—, y te mostraré al hombre que buscas». Barac entró con ella, y allí estaba tendido Sísara, muerto y con la estaca atravesándole la sien.

23 Aquel día Dios humilló en presencia de los israelitas a Jabín, el rey cananeo. 24 Y el poder de los israelitas contra Jabín se consolidaba cada vez más, hasta que lo destruyeron.

La canción de Débora

Aquel día, Débora y Barac hijo de Abinoán entonaron este canto:

«Cuando los príncipes de Israel toman el mando,
    cuando el pueblo se ofrece voluntariamente,
    ¡bendito sea el Señor!

»¡Oíd, reyes! ¡Escuchad, gobernantes!
    Yo cantaré, cantaré al Señor;
    tocaré música al Señor, el Dios de Israel.

»Oh Señor, cuando saliste de Seír,
cuando marchaste desde los campos de Edom,
    tembló la tierra,
    se estremecieron los cielos,
    las nubes derramaron agua.
Temblaron las montañas
    al ver al Señor, el Dios del Sinaí;
    al ver al Señor, el Dios de Israel.

»En los días de Samgar hijo de Anat,
    en los días de Jael,
    los viajeros abandonaron los caminos
    y se fueron por sendas escabrosas.
Los guerreros de Israel desaparecieron;
    desaparecieron hasta que yo me levanté.
¡Yo, Débora, me levanté
    como una madre en Israel!
Cuando escogieron nuevos dioses,
    llegó la guerra a las puertas de la ciudad,
pero no se veía ni un escudo ni una lanza
    entre cuarenta mil hombres de Israel.
Mi corazón está con los príncipes de Israel,
    con los voluntarios del pueblo.
    ¡Bendito sea el Señor!

10 »Vosotros, los que montáis asnas blancas
    y os sentáis sobre tapices,
y vosotros, los que andáis por el camino,
    ¡poneos a pensar!
11 La voz de los que cantan en los abrevaderos
    relata los actos de justicia del Señor,
    los actos de justicia de sus guerreros en Israel.
Entonces el ejército del Señor
    descendió a las puertas de la ciudad.

12 »¡Despierta, despierta, Débora!
    ¡Despierta, despierta, y entona una canción!
¡Levántate, Barac!
    Lleva cautivos a tus prisioneros,
    oh hijo de Abinoán.

13 »Los sobrevivientes
    descendieron con los nobles;
el ejército del Señor
    vino a mí con los valientes.
14 Algunos venían de Efraín,
    cuyas raíces estaban en Amalec;
    Benjamín estaba con el pueblo que te seguía.
Desde Maquir bajaron capitanes;
    desde Zabulón, los que llevan el bastón de mando.
15 Con Débora estaban los príncipes de Isacar;
    Isacar estaba con Barac,
    y tras él se lanzó hasta el valle.
En los distritos de Rubén
    hay grandes resoluciones.
16 ¿Por qué permaneciste entre las fogatas
    escuchando los silbidos para llamar a los rebaños?
En los distritos de Rubén
    hay grandes titubeos.
17 Galaad habitó más allá del Jordán.
    Y Dan, ¿por qué se quedó junto a los barcos?
Aser se quedó en la costa del mar;
    permaneció en sus ensenadas.
18 El pueblo de Zabulón arriesgó la vida
    hasta la muerte misma,
a ejemplo de Neftalí
    en las alturas del campo.

19 »Los reyes vinieron y lucharon
    junto a las aguas de Meguido;
los reyes de Canaán lucharon en Tanac,
    pero no se llevaron plata ni botín.
20 Desde los cielos lucharon las estrellas,
    desde sus órbitas lucharon contra Sísara.
21 El torrente Quisón los arrastró;
    el torrente antiguo, el torrente Quisón.
    ¡Marcha, alma mía, con vigor!
22 Resonaron entonces los cascos equinos;
    ¡galopan, galopan sus briosos corceles!
23 “Maldice a Meroz —dijo el ángel del Señor—.
    Maldice a sus habitantes con dureza,
porque no vinieron en ayuda del Señor,
    en ayuda del Señor y de sus valientes”.

24 »¡Sea Jael, esposa de Héber el quenita,
    la más bendita entre las mujeres,
la más bendita entre las mujeres
    que habitan en tiendas!
25 Sísara pidió agua, Jael le dio leche;
    en taza de nobles le ofreció leche cuajada.
26 Su mano izquierda tomó la estaca,
    su mano derecha, el mazo de trabajo.
Golpeó a Sísara, le machacó la cabeza
    y lo remató atravesándole las sienes.
27 A los pies de ella se desplomó;
    allí cayó y quedó tendido.
Cayó desplomado a sus pies;
    allí donde cayó, quedó muerto.

28 »Por la ventana se asoma la madre de Sísara;
    tras la celosía clama a gritos:
“¿Por qué se demora su carro en venir?
    ¿Por qué se atrasa el estruendo de sus carros?”
29 Las más sabias de sus damas le responden;
    y ella se repite a sí misma:
30 “Seguramente se están repartiendo
    el botín arrebatado al enemigo:
una muchacha o dos para cada guerrero;
    telas de colores como botín para Sísara;
una tela, dos telas, de colores
    bordadas para mi cuello.
    ¡Todo esto como botín!”

31 »¡Así perezcan todos tus enemigos, oh Señor!
Pero los que te aman sean como el sol
    cuando sale en todo su esplendor».

Entonces el país tuvo paz durante cuarenta años.

Gedeón

Los israelitas hicieron lo que ofende al Señor, y él los entregó en manos de los madianitas durante siete años. Era tal la tiranía de los madianitas que los israelitas se hicieron escondites en las montañas, las cuevas y otros lugares de refugio. Siempre que los israelitas sembraban, los madianitas, amalecitas y otros pueblos del oriente venían y los atacaban. Acampaban y arruinaban las cosechas por todo el territorio, hasta la región de Gaza. No dejaban en Israel nada con vida: ni ovejas, ni bueyes ni asnos. Llegaban con su ganado y con sus tiendas como plaga de langostas. Tanto ellos como sus camellos eran incontables, e invadían el país para devastarlo. Era tal la miseria de los israelitas por causa de los madianitas que clamaron al Señor pidiendo ayuda.

Cuando los israelitas clamaron al Señor a causa de los madianitas, el Señor les envió un profeta que dijo: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo os saqué de Egipto, tierra de esclavitud, y os libré de su poder. También os libré del poder de todos vuestros opresores, a quienes expulsé de vuestra presencia para entregaros su tierra”. 10 Os dije: “Yo soy el Señor vuestro Dios; no adoréis a los dioses de los amorreos, en cuya tierra vivís”. Pero vosotros no me obedecisteis».

11 El ángel del Señor vino y se sentó bajo la encina que estaba en Ofra, la cual pertenecía a Joás, del clan de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba trillando trigo en un lagar, para protegerlo de los madianitas. 12 Cuando el ángel del Señor se le apareció a Gedeón, le dijo:

―¡El Señor está contigo, guerrero valiente!

13 ―Pero, señor —replicó Gedeón—, si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas las maravillas que nos contaban nuestros padres, cuando decían: “¡El Señor nos sacó de Egipto!”? ¡La verdad es que el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián!

14 El Señor lo miró y le dijo:

―Ve con la fuerza que tienes, y salvarás a Israel del poder de Madián. Yo soy quien te envía.

15 ―Pero, señor —objetó Gedeón—, ¿cómo voy a salvar a Israel? Mi clan es el más débil de la tribu de Manasés, y yo soy el más insignificante de mi familia.

16 El Señor respondió:

―Tú derrotarás a los madianitas como si fueran un solo hombre, porque yo estaré contigo.

17 ―Si me he ganado tu favor, dame una señal de que en realidad eres tú quien habla conmigo —respondió Gedeón—. 18 Te ruego que no te vayas hasta que yo vuelva y traiga mi ofrenda y la ponga ante ti.

―Esperaré hasta que vuelvas —le dijo el Señor.

19 Gedeón se fue a preparar un cabrito; además, con una medida[a] de harina hizo panes sin levadura. Luego puso la carne en una canasta y el caldo en una olla, y los llevó y se los ofreció al ángel bajo la encina.

20 El ángel de Dios le dijo:

―Toma la carne y el pan sin levadura, y ponlos sobre esta roca; y derrama el caldo.

Y así lo hizo Gedeón. 21 Entonces, con la punta del bastón que llevaba en la mano, el ángel del Señor tocó la carne y el pan sin levadura, ¡y de la roca salió fuego, que consumió la carne y el pan! Luego el ángel del Señor desapareció de su vista. 22 Cuando Gedeón se dio cuenta de que se trataba del ángel del Señor, exclamó:

―¡Ay de mí, Señor y Dios! ¡He visto al ángel del Señor cara a cara!

23 Pero el Señor le dijo:

―¡Quédate tranquilo! No temas. No vas a morir.

24 Entonces Gedeón construyó allí un altar al Señor, y lo llamó «El Señor es la paz», el cual hasta el día de hoy se encuentra en Ofra de Abiezer.

25 Aquella misma noche el Señor le dijo: «Toma un toro del rebaño de tu padre; el segundo, el que tiene siete años.[b] Derriba el altar que tu padre ha dedicado a Baal, y el poste con la imagen de la diosa Aserá que está junto a él. 26 Luego, sobre la cima de este lugar de refugio, construye un altar apropiado[c] para el Señor tu Dios. Toma entonces la leña del poste de Aserá que cortaste, y ofrece el segundo toro[d] como un holocausto».

27 Gedeón llevó a diez de sus siervos e hizo lo que el Señor le había ordenado. Pero en lugar de hacerlo de día lo hizo de noche, pues tenía miedo de su familia y de los hombres de la ciudad.

28 Cuando los hombres de la ciudad se levantaron por la mañana, vieron que el altar de Baal estaba destruido, que el poste con la imagen de la diosa Aserá estaba cortado, y que el segundo toro había sido sacrificado sobre el altar recién construido.

29 Entonces se preguntaban el uno al otro: «¿Quién habrá hecho esto?» Después de investigar cuidadosamente, llegaron a la conclusión: «Gedeón hijo de Joás lo hizo». 30 Entonces los hombres de la ciudad le exigieron a Joás:

―Saca a tu hijo, pues debe morir, porque destruyó el altar de Baal y derribó la imagen de Aserá que estaba junto a él.

31 Pero Joás les respondió a todos los que lo amenazaban:

―¿Acaso vais a defender a Baal? ¿Creéis que lo vais a salvar? ¡Cualquiera que defienda a Baal, que muera antes del amanecer! Si de veras Baal es un dios, debe poder defenderse de quien destruya su altar.

32 Por eso aquel día llamaron a Gedeón «Yerubaal»,[e] diciendo: «Que Baal se defienda contra él», porque él destruyó su altar.

33 Todos los madianitas y amalecitas, y otros pueblos del oriente, se aliaron y cruzaron el Jordán, acampando en el valle de Jezrel. 34 Entonces Gedeón, poseído por el Espíritu del Señor, tocó la trompeta, y todos los del clan de Abiezer fueron convocados a seguirlo. 35 Envió mensajeros a toda la tribu de Manasés, convocándolos para que lo siguieran, y además los envió a Aser, Zabulón y Neftalí, de modo que también estos se le unieron.

36 Gedeón le dijo a Dios: «Si has de salvar a Israel por mi mano, como has prometido, 37 mira, tenderé un vellón de lana en la era, sobre el suelo. Si el rocío cae solo sobre el vellón y todo el suelo alrededor queda seco, entonces sabré que salvarás a Israel por mi mano, como prometiste».

38 Y así sucedió. Al día siguiente Gedeón se levantó temprano, exprimió el vellón para sacarle el rocío, y llenó una taza de agua. 39 Entonces Gedeón le dijo a Dios: «No te enojes conmigo. Déjame hacer solo una petición más. Permíteme hacer una prueba más con el vellón. Esta vez haz que solo el vellón quede seco, y que todo el suelo quede cubierto de rocío».

40 Así lo hizo Dios aquella noche. Solo el vellón quedó seco, mientras que todo el suelo estaba cubierto de rocío.

Gedeón derrota a los madianitas

Yerubaal —es decir, Gedeón— y todos sus hombres se levantaron de madrugada y acamparon en el manantial de Jarod. El campamento de los madianitas estaba al norte de ellos, en el valle que está al pie del monte de Moré. El Señor le dijo a Gedeón: «Tienes demasiada gente para que yo entregue a Madián en sus manos. A fin de que Israel no vaya a jactarse contra mí y diga que su propia fortaleza lo ha librado, anúnciale ahora al pueblo: “¡Cualquiera que esté temblando de miedo, que se vuelva y se retire del monte de Galaad!”» Así que se volvieron veintidós mil hombres, y se quedaron diez mil.

Pero el Señor le dijo a Gedeón: «Todavía hay demasiada gente. Hazlos bajar al agua, y allí los seleccionaré por ti. Si digo: “Este irá contigo”, ese irá; pero si digo: “Este no irá contigo”, ese no irá».

Gedeón hizo que los hombres bajaran al agua. Allí el Señor le dijo: «A los que laman el agua con la lengua, como los perros, sepáralos de los que se arrodillen a beber».

Trescientos hombres lamieron el agua llevándola de la mano a la boca. Todos los demás se arrodillaron para beber. El Señor le dijo a Gedeón: «Con los trescientos hombres que lamieron el agua, yo os salvaré; y entregaré a los madianitas en tus manos. El resto, que se vaya a su casa».

Entonces Gedeón mandó a los demás israelitas a sus tiendas, pero retuvo a los trescientos, los cuales se hicieron cargo de las provisiones y de las trompetas de los otros.

El campamento de Madián estaba situado en el valle, más abajo del de Gedeón. Aquella noche el Señor le dijo a Gedeón: «Levántate y baja al campamento, porque voy a entregar en tus manos a los madianitas. 10 Si temes atacar, baja primero al campamento, con tu criado Furá, 11 y escucha lo que dicen. Después de eso cobrarás valor para atacar el campamento».

Así que él y Furá, su criado, bajaron hasta los puestos de los centinelas, en las afueras del campamento. 12 Los madianitas, los amalecitas y todos los otros pueblos del oriente que se habían establecido en el valle eran numerosos como langostas. Sus camellos eran incontables, como la arena a la orilla del mar.

13 Gedeón llegó precisamente en el momento en que un hombre le contaba su sueño a un amigo.

―Tuve un sueño —decía—, en el que un pan de cebada llegaba rodando al campamento madianita, y con tal fuerza golpeaba una tienda que esta se doblaba y se venía abajo.

14 Su amigo le respondió:

―Esto no significa otra cosa que la espada del israelita Gedeón hijo de Joás. ¡Dios ha entregado en sus manos a los madianitas y a todo el campamento!

15 Cuando Gedeón oyó el relato del sueño y su interpretación, se postró en adoración. Luego volvió al campamento de Israel y ordenó: «¡Levantaos! El Señor ha entregado en vuestras manos el campamento madianita».

16 Gedeón dividió a los trescientos hombres en tres compañías y distribuyó entre todos ellos trompetas y cántaros vacíos, con antorchas dentro de los cántaros. 17 «Miradme —les dijo—. Seguid mi ejemplo. Cuando llegue a las afueras del campamento, haced exactamente lo mismo que me veáis hacer. 18 Cuando yo y todos los que están conmigo toquemos nuestras trompetas, vosotros también tocad las vuestras alrededor del campamento, y decid: “Por el Señor y por Gedeón”».

19 Gedeón y los cien hombres que iban con él llegaron a las afueras del campamento durante el cambio de guardia, cuando estaba a punto de comenzar el relevo de medianoche. Tocaron las trompetas y estrellaron contra el suelo los cántaros que llevaban en sus manos. 20 Las tres compañías tocaron las trompetas e hicieron pedazos los cántaros. Tomaron las antorchas en la mano izquierda y, sosteniendo en la mano derecha las trompetas que iban a tocar, gritaron: «¡Desenvainad vuestras espadas, por el Señor y por Gedeón!» 21 Como cada hombre se mantuvo en su puesto alrededor del campamento, todos los madianitas salieron corriendo y dando alaridos mientras huían.

22 Al sonar las trescientas trompetas, el Señor hizo que los hombres de todo el campamento se atacaran entre sí con sus espadas. El ejército huyó hasta Bet Sitá, en dirección a Zererá, hasta la frontera de Abel Mejolá, cerca de Tabat. 23 Entonces se convocó a los israelitas de Neftalí y Aser, y a toda la tribu de Manasés, y estos persiguieron a los madianitas. 24 Por toda la región montañosa de Efraín, Gedeón envió mensajeros que decían: «Descended contra los madianitas, y apoderaos antes que ellos de los vados del Jordán, hasta Bet Bará».

Se convocó entonces a todos los hombres de Efraín, y estos se apoderaron de los vados del Jordán, hasta Bet Bará. 25 También capturaron a Oreb y Zeb, los dos jefes madianitas. A Oreb lo mataron en la roca de Oreb, y a Zeb en el lagar de Zeb. Después de perseguir a los madianitas, llevaron la cabeza de Oreb y de Zeb a Gedeón, que estaba al otro lado del Jordán.

Zeba y Zalmuna

Los de la tribu de Efraín le dijeron a Gedeón:

―¿Por qué nos has tratado así? ¿Por qué no nos llamaste cuando fuiste a luchar contra los madianitas?

Y se lo reprocharon severamente.

―¿Qué hice yo, comparado con lo que hicisteis vosotros? —replicó él—. ¿No valen más los rebuscos de las uvas de Efraín que toda la vendimia de Abiezer? Dios entregó en vuestras manos a Oreb y a Zeb, los jefes madianitas. Comparado con lo que hicisteis vosotros, ¡lo que yo hice no fue nada!

Al oír la respuesta de Gedeón, se calmó el resentimiento de ellos contra él.

Gedeón y sus trescientos hombres, agotados pero persistiendo en la persecución, llegaron al Jordán y lo cruzaron. Allí Gedeón dijo a la gente de Sucot:

―Dadles pan a mis soldados; están agotados y todavía estoy persiguiendo a Zeba y a Zalmuna, los reyes de Madián.

Pero los jefes de Sucot le respondieron:

―¿Acaso tienes ya en tu poder las manos de Zeba y Zalmuna? ¿Por qué tenemos que darle pan a tu ejército?

Gedeón contestó:

―¡Está bien! Cuando el Señor haya entregado en mis manos a Zeba y a Zalmuna, os desgarraré a vosotros la carne con espinas y zarzas del desierto.

Desde allí subió a Peniel[f] y les pidió lo mismo. Pero los de Peniel le dieron la misma respuesta que los hombres de Sucot. Por eso les advirtió a los hombres de Peniel: «Cuando yo vuelva victorioso, derribaré esta torre».

10 Zeba y Zalmuna estaban en Carcor con una fuerza de quince mil guerreros, que era todo lo que quedaba de los ejércitos del oriente, pues habían caído en batalla ciento veinte mil soldados. 11 Gedeón subió por la ruta de los nómadas, al este de Noba y Yogbea, y atacó al ejército cuando este se creía seguro. 12 Huyeron Zeba y Zalmuna, los dos reyes de Madián, pero él los persiguió y los capturó, aterrorizando a todo el ejército.

13 Cuando Gedeón hijo de Joás volvió de la batalla por el paso de Jeres, 14 capturó a un joven de Sucot y lo interrogó. Entonces el joven le anotó los nombres de los setenta y siete jefes y ancianos de Sucot. 15 Luego Gedeón fue y les dijo a los hombres de Sucot: «Aquí están Zeba y Zalmuna, por causa de quienes se burlaron de mí al decir: “¿Acaso tienes ya en tu poder las manos de Zeba y Zalmuna? ¿Por qué tenemos que darles pan a tus hombres que están agotados?”» 16 Se apoderó de los ancianos de la ciudad, tomó espinos y zarzas del desierto, y castigando con ellos a los hombres de Sucot les enseñó quién era él. 17 También derribó la torre de Peniel y mató a los hombres de la ciudad.

18 Entonces les preguntó a Zeba y a Zalmuna:

―¿Cómo eran los hombres que vosotros matasteis en Tabor?

―Parecidos a ti —respondieron ellos—; cada uno de ellos tenía el aspecto de un príncipe.

19 ―¡Eran mis hermanos —replicó Gedeón—, los hijos de mi propia madre! Tan cierto como que vive el Señor, si les hubierais perdonado la vida, yo no os mataría a vosotros.

20 Volviéndose a Jéter, su hijo mayor, le dijo:

―¡Vamos, mátalos!

Pero Jéter no sacó su espada, porque era apenas un muchacho y tenía miedo. 21 Zeba y Zalmuna dijeron:

―Vamos, mátanos tú mismo. “¡Al hombre se le conoce por su valentía!”

Gedeón se levantó y mató a Zeba y Zalmuna, y les quitó a sus camellos los adornos que llevaban en el cuello.

El efod de Gedeón

22 Entonces los israelitas le dijeron a Gedeón:

―Gobierna sobre nosotros y, después de ti, tu hijo y tu nieto; porque nos has librado del poder de los madianitas.

23 Pero Gedeón les dijo:

―Yo no os gobernaré, ni tampoco mi hijo. Solo el Señor os gobernará. 24 Pero tengo una petición —añadió—: que cada uno de vosotros me dé un anillo, de lo que os tocó del botín.

Era costumbre de los ismaelitas usar anillos de oro.

25 ―Con mucho gusto te los daremos —le contestaron.

Así que tendieron una manta, y cada hombre echó en ella un anillo de su botín. 26 El peso de los anillos de oro que él les pidió llegó a diecinueve kilos,[g] sin contar los adornos, los aros y los vestidos de púrpura que usaban los reyes madianitas, ni los collares que llevaban sus camellos. 27 Con el oro, Gedeón hizo un efod, que puso en Ofra, su ciudad. Todo Israel se prostituyó al adorar allí el efod, el cual se convirtió en una trampa para Gedeón y su familia.

Muerte de Gedeón

28 Los madianitas fueron sometidos delante de los israelitas, y no volvieron a levantar cabeza. Y durante cuarenta años, mientras vivió Gedeón, el país tuvo paz.

29 Yerubaal hijo de Joás regresó a vivir a su casa. 30 Tuvo setenta hijos, pues eran muchas sus esposas. 31 Su concubina que vivía en Siquén también le dio un hijo, a quien Gedeón llamó Abimélec. 32 Gedeón hijo de Joás murió a una edad avanzada y fue sepultado en la tumba de Joás, su padre, en Ofra, pueblo del clan de Abiezer.

33 En cuanto murió Gedeón, los israelitas volvieron a prostituirse ante los ídolos de Baal. Erigieron a Baal Berit como su dios 34 y se olvidaron del Señor su Dios, que los había rescatado del poder de todos los enemigos que los rodeaban. 35 También dejaron de mostrarse bondadosos con la familia de Yerubaal, es decir, Gedeón, no obstante todo lo bueno que él había hecho por Israel.

Abimélec

Abimélec hijo de Yerubaal fue a Siquén a ver a los hermanos de su madre, y les dijo a ellos y a todo el clan de su madre: «Preguntadles a todos los señores de Siquén: “¿Qué os conviene más: que todos los setenta hijos de Yerubaal os gobiernen, o que os gobierne un solo hombre?” Acordaos de que yo soy de la misma sangre que vosotros».

Cuando los hermanos de su madre comunicaron todo esto a los señores de Siquén, estos se inclinaron a favor de Abimélec, porque dijeron: «Él es nuestro hermano». Y le dieron setenta monedas de plata[h] del templo de Baal Berit, con las cuales Abimélec contrató a unos maleantes sin escrúpulos para que lo siguieran. Fue a Ofra, a la casa de su padre, y sobre una misma piedra asesinó a sus setenta hermanos, hijos de Yerubaal. Pero Jotán, el hijo menor de Yerubaal, se escondió y logró escaparse. Todos los señores de Siquén y Bet Miló se reunieron junto a la encina y la piedra sagrada que están en Siquén, para coronar como rey a Abimélec.

Cuando Jotán se enteró, subió a la cima del monte Guerizín y les gritó bien fuerte:

«¡Escuchadme, señores de Siquén,
    y que Dios os escuche a vosotros!

»Un día los árboles salieron
    a ungir un rey para sí mismos.
Y le dijeron al olivo:
    “Reina sobre nosotros”.
Pero el olivo les respondió:
    “¿He de renunciar a dar mi aceite,
    con el cual se honra a los dioses y a los hombres,
    para ir a mecerme sobre los árboles?”

10 »Después los árboles le dijeron a la higuera:
    “Reina sobre nosotros”.
11 Pero la higuera les respondió:
    “¿He de renunciar a mi fruto,
    tan bueno y dulce,
    para ir a mecerme sobre los árboles?”

12 »Luego los árboles le dijeron a la vid:
    “Reina sobre nosotros”.
13 Pero la vid les respondió:
    “¿He de renunciar a mi vino,
    que alegra a los dioses y a los hombres,
    para ir a mecerme sobre los árboles?”

14 »Por último, todos los árboles le dijeron al espino:
    “Reina sobre nosotros”.
15 Pero el espino respondió a los árboles:
    “Si de veras queréis ungirme como vuestro rey,
    venid y refugiaos bajo mi sombra;
    pero, si no, ¡que salga fuego del espino,
    y que consuma los cedros del Líbano!”

16 »Ahora bien, ¿habéis actuado vosotros con honradez y buena fe al coronar rey a Abimélec? ¿Habéis sido justos con Yerubaal y su familia, y lo habéis tratado como se merecía? 17 Mi padre luchó por vosotros, y arriesgando su vida os libró del poder de los madianitas. 18 Pero hoy vosotros os habéis rebelado contra la familia de mi padre; habéis matado a sus setenta hijos sobre una misma piedra, y habéis hecho de Abimélec, hijo de su esclava, el rey de los señores de Siquén solo porque él es vuestro pariente. 19 Si hoy habéis actuado con honradez y buena fe hacia Yerubaal y su familia, ¡que seáis felices con Abimélec, y que también él lo sea con vosotros! 20 Pero, si no, señores de Siquén y Bet Miló, ¡que salga fuego de Abimélec y os consuma, y que salga fuego de vosotros y consuma a Abimélec!»

21 Luego Jotán escapó, huyendo hasta Ber. Allí se quedó a vivir porque le tenía miedo a su hermano Abimélec.

22 Abimélec había ya gobernado a Israel tres años 23 cuando Dios interpuso un espíritu maligno entre Abimélec y los señores de Siquén, quienes lo traicionaron. 24 Esto sucedió a fin de que la violencia contra los setenta hijos de Yerubaal, y el derramamiento de su sangre, recayera sobre su hermano Abimélec, que los había matado, y sobre los señores de Siquén, que habían sido sus cómplices en ese crimen. 25 Los señores de Siquén le tendían emboscadas en las cumbres de las colinas, y asaltaban a todos los que pasaban por allí. Pero Abimélec se enteró de todo esto.

26 Aconteció que Gaal hijo de Ébed llegó a Siquén, junto con sus hermanos, y los señores de aquella ciudad confiaron en él. 27 Después de haber salido a los campos y recogido y pisado las uvas, celebraron un festival en el templo de su dios. Mientras comían y bebían, maldijeron a Abimélec. 28 Gaal hijo de Ébed dijo: «¿Quién se cree Abimélec, y qué es Siquén, para que tengamos que estar sometidos a él? ¿No es acaso el hijo de Yerubaal, y no es Zebul su delegado? ¡Que sirvan a los hombres de Jamor, el padre de Siquén! ¿Por qué hemos de servir a Abimélec? 29 ¡Si este pueblo estuviera bajo mis órdenes, yo echaría a Abimélec! Le diría:[i] “¡Reúne a todo tu ejército y sal a pelear!”»

30 Zebul, el gobernador de la ciudad, se enfureció cuando oyó lo que decía Gaal hijo de Ébed. 31 Entonces envió en secreto mensajeros a Abimélec, diciéndole: «Gaal hijo de Ébed y sus hermanos han llegado a Siquén y están instigando a la ciudad contra ti. 32 Ahora bien, levantaos tú y tus hombres durante la noche, y poneos al acecho en los campos. 33 Por la mañana, a la salida del sol, lánzate contra la ciudad. Cuando Gaal y sus hombres salgan contra ti, haz lo que más te convenga».

34 Así que Abimélec y todo su ejército se levantaron de noche y se pusieron al acecho cerca de Siquén, divididos en cuatro compañías. 35 Gaal hijo de Ébed había salido, y estaba de pie a la entrada de la puerta de la ciudad, precisamente cuando Abimélec y sus soldados salían de donde estaban al acecho. 36 Cuando Gaal los vio, le dijo a Zebul:

―¡Mira, viene bajando gente desde las cumbres de las colinas!

―Confundes con gente las sombras de las colinas —replicó Zebul.

37 Pero Gaal insistió, diciendo:

―Mira, viene bajando gente por la colina Ombligo de la Tierra, y otra compañía viene por el camino de la Encina de los Adivinos.

38 Zebul le dijo entonces:

―¿Dónde están ahora tus fanfarronerías, tú que decías: “¿Quién es Abimélec para que nos sometamos a él?”? ¿No son esos los hombres de los que tú te burlabas? ¡Sal y lucha contra ellos!

39 Gaal salió al frente de los señores de Siquén y peleó contra Abimélec; 40 pero este los persiguió y, en la huida, muchos cayeron muertos por todo el camino, hasta la entrada de la puerta. 41 Abimélec se quedó en Arumá, y Zebul expulsó de Siquén a Gaal y a sus hermanos.

42 Al día siguiente, el pueblo de Siquén salió a los campos, y fueron a contárselo a Abimélec. 43 Entonces Abimélec tomó a sus hombres, los dividió en tres compañías, y se puso al acecho en los campos. Cuando vio que el ejército salía de la ciudad, se levantó para atacarlo. 44 Abimélec y las compañías que estaban con él se apresuraron a ocupar posiciones a la entrada de la puerta de la ciudad. Luego dos de las compañías arremetieron contra los que estaban en los campos y los derrotaron. 45 Abimélec combatió contra la ciudad durante todo aquel día, hasta que la conquistó matando a sus habitantes; arrasó la ciudad y esparció sal sobre ella.

46 Al saber esto, los señores que ocupaban la torre de Siquén entraron en la fortaleza del templo de El Berit. 47 Cuando Abimélec se enteró de que ellos se habían reunido allí, 48 él y todos sus hombres subieron al monte Zalmón. Tomó un hacha, cortó algunas ramas, y se las puso sobre los hombros. A los hombres que estaban con él les ordenó: «¡Rápido! ¡Haced lo mismo que me habéis visto hacer!» 49 Todos los hombres cortaron ramas y siguieron a Abimélec hasta la fortaleza, donde amontonaron las ramas y les prendieron fuego. Así murió toda la gente que estaba dentro de la torre de Siquén, que eran como mil hombres y mujeres.

50 Después Abimélec fue a Tebes, la sitió y la capturó. 51 Dentro de la ciudad había una torre fortificada, a la cual huyeron todos sus habitantes, hombres y mujeres. Se encerraron en la torre y subieron al techo. 52 Abimélec se dirigió a la torre y la atacó. Pero cuando se acercaba a la entrada para prenderle fuego, 53 una mujer le arrojó sobre la cabeza una piedra de moler y le partió el cráneo.

54 De inmediato llamó Abimélec a su escudero y le ordenó: «Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: “¡Lo mató una mujer!”» Entonces su escudero le clavó la espada, y así murió. 55 Cuando los israelitas vieron que Abimélec estaba muerto, regresaron a sus casas.

56 Fue así como Dios le pagó a Abimélec con la misma moneda, por el crimen que había cometido contra su padre al matar a sus setenta hermanos. 57 Además, Dios hizo que los hombres de Siquén pagaran por toda su maldad. Así cayó sobre ellos la maldición de Jotán hijo de Yerubaal.

Tola

10 Después de Abimélec surgió un hombre de Isacar para salvar a Israel. Se llamaba Tola, y era hijo de Fuvá y nieto de Dodó. Vivía en Samir, en la región montañosa de Efraín, y gobernó a Israel durante veintitrés años; entonces murió, y fue sepultado en Samir.

Yaír

A Tola le sucedió Yaír de Galaad, que gobernó a Israel durante veintidós años. Tuvo treinta hijos, cada uno de los cuales montaba su propio asno y gobernaba su propia ciudad en Galaad. Hasta el día de hoy estas ciudades se conocen como «los poblados de Yaír».[j] Cuando murió Yaír, fue sepultado en Camón.

Jefté

Una vez más, los israelitas hicieron lo que ofende al Señor. Adoraron a los ídolos de Baal y a las imágenes de Astarté; a los dioses de Aram, Sidón y Moab, y a los de los amonitas y los filisteos. Y, como los israelitas abandonaron al Señor y no le sirvieron más, él se enfureció contra ellos. Los vendió a los filisteos y a los amonitas, los cuales, desde entonces y durante dieciocho años, destrozaron y agobiaron a todos los israelitas que vivían en Galaad, un territorio amorreo, al otro lado del Jordán. También los amonitas cruzaron el Jordán para luchar contra las tribus de Judá, Benjamín y Efraín, por lo que Israel se encontró en una situación de extrema angustia. 10 Entonces los israelitas clamaron al Señor:

―¡Hemos pecado contra ti, al abandonar a nuestro Dios y adorar a los ídolos de Baal!

11 El Señor respondió:

―Cuando los egipcios, los amorreos, los amonitas, los filisteos, 12 los sidonios, los amalecitas y los madianitas[k] os oprimían y vosotros clamasteis a mí para que os ayudara, ¿acaso no os libré de su dominio? 13 Pero vosotros me habéis abandonado y habéis servido a otros dioses; por lo tanto, no os volveré a salvar. 14 Id y clamad a los dioses que habéis escogido. ¡Que ellos os libren en tiempo de angustia!

15 Pero los israelitas le contestaron al Señor:

―Hemos pecado. Haz con nosotros lo que mejor te parezca, pero te rogamos que nos salves en este día.

16 Entonces se deshicieron de los dioses extranjeros que había entre ellos y sirvieron al Señor. Y el Señor no pudo soportar más el sufrimiento de Israel.

17 Cuando los amonitas fueron convocados y acamparon en Galaad, los israelitas se reunieron y acamparon en Mizpa. 18 Los jefes y el pueblo de Galaad se dijeron el uno al otro: «El que inicie el ataque contra los amonitas será el caudillo de todos los que viven en Galaad».

11 Jefté el galaadita era un guerrero valiente, hijo de Galaad y de una prostituta. Galaad también tuvo hijos con su esposa, quienes cuando crecieron echaron a Jefté. «No tendrás parte en la herencia de nuestra familia —le dijeron—, porque eres hijo de otra mujer». Entonces Jefté huyó de sus hermanos y se fue a vivir en la región de Tob, donde se le juntaron unos hombres sin escrúpulos, que salían con él a cometer fechorías.

Después de algún tiempo, cuando los amonitas hicieron la guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a Jefté de la tierra de Tob.

―Ven —le dijeron—, sé nuestro jefe, para que podamos luchar contra los amonitas.

Jefté les contestó:

―¿No erais vosotros los que me odiabais y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué venís a verme ahora, cuando estáis en apuros?

Los ancianos de Galaad le dijeron:

―Por eso ahora venimos a verte. Ven con nosotros a luchar contra los amonitas, y serás el caudillo de todos los que vivimos en Galaad.

Jefté respondió:

―Si me lleváis con vosotros para luchar contra los amonitas y el Señor me los entrega, entonces de veras seré vuestro caudillo.

10 Los ancianos de Galaad le aseguraron:

―El Señor es nuestro testigo: haremos lo que tú digas.

11 Jefté fue con los ancianos de Galaad, y el pueblo lo puso como su caudillo y jefe. Y reiteró en Mizpa todas sus palabras en presencia del Señor.

12 Entonces Jefté envió unos mensajeros al rey de los amonitas, para que le preguntaran:

―¿Qué tienes contra mí, que has venido a hacerle la guerra a mi país?

13 El rey de los amonitas respondió a los mensajeros de Jefté:

―Cuando Israel salió de Egipto, se apoderó de mi tierra desde el Arnón hasta el Jaboc, e incluso hasta el Jordán. Ahora devuélvemela por las buenas.

14 Jefté volvió a enviar mensajeros al rey amonita, 15 diciéndole:

«Así dice Jefté: “Israel no se apoderó de la tierra de los moabitas ni de los amonitas. 16 Cuando los israelitas salieron de Egipto, caminaron por el desierto hasta el Mar Rojo y siguieron hasta Cades. 17 Entonces enviaron mensajeros al rey de Edom, diciéndole: ‘Danos permiso para pasar por tu país’. Pero el rey de Edom no les hizo caso. Le enviaron el mismo mensaje al rey de Moab, pero él tampoco aceptó. Así que Israel se quedó a vivir en Cades.

18 »”Después anduvieron por el desierto y, bordeando los territorios de Edom y Moab, entraron en territorio moabita por la parte oriental. Acamparon al otro lado del río Arnón. No entraron en el territorio moabita, pues el Arnón era la frontera.

19 »”Entonces Israel mandó mensajeros a Sijón, rey de los amorreos, que gobernaba en Hesbón, y le dijo: ‘Permítenos pasar por tu país hasta nuestro territorio’. 20 Pero Sijón desconfió de Israel[l] en cuanto a dejarlo pasar por su territorio, por lo que reunió a todo su ejército y acampó en Yahaza y luchó contra Israel.

21 »”El Señor, Dios de Israel, entregó a Sijón y a todo su ejército en manos de Israel, y los derrotó. Así tomó Israel posesión de toda la tierra de los amorreos que vivían en aquel país, 22 ocupándolo todo, desde el Arnón hasta el Jaboc y desde el desierto hasta el Jordán.

23 »”El Señor, Dios de Israel, les quitó esta tierra a los amorreos para dársela a su pueblo Israel, ¿y tú nos la vas a quitar? 24 ¿Acaso no consideras tuyo lo que tu dios Quemós te da? Pues también nosotros consideramos nuestro lo que el Señor nuestro Dios nos ha dado. 25 ¿Acaso te crees mejor que Balac hijo de Zipor, rey de Moab? ¿Acaso alguna vez entró él en litigio con Israel, o luchó contra ellos? 26 Hace ya trescientos años que Israel ocupó Hesbón y Aroer, con sus poblados y todas las ciudades en la ribera del Arnón. ¿Por qué no las recuperasteis durante ese tiempo? 27 Yo no te he hecho ningún mal. Tú, en cambio, obras mal conmigo al librar una guerra contra mí. Que el Señor, el gran Juez, dicte hoy su sentencia en esta contienda entre israelitas y amonitas”».

28 Sin embargo, el rey de los amonitas no prestó atención al mensaje que le envió Jefté.

29 Entonces Jefté, poseído por el Espíritu del Señor, recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mizpa de Galaad, y desde allí avanzó contra los amonitas. 30 Y Jefté le hizo un juramento solemne al Señor: «Si verdaderamente entregas a los amonitas en mis manos, 31 quien salga primero de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva de haber vencido a los amonitas, será del Señor y lo ofreceré en holocausto».

32 Jefté cruzó el río para luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. 33 Derrotó veinte ciudades, desde Aroer hasta las inmediaciones de Minit, y hasta Abel Queramín. La derrota fue muy grande; así los amonitas quedaron sometidos a los israelitas.

34 Cuando Jefté volvió a su hogar en Mizpa, salió a recibirlo su hija, bailando al son de las panderetas. Ella era hija única, pues Jefté no tenía otros hijos. 35 Cuando Jefté la vio, se rasgó las vestiduras y exclamó:

―¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo! ¡Eres la causa de mi desgracia! Le juré algo al Señor, y no puedo retractarme.

36 ―Padre mío —replicó ella—, le has dado tu palabra al Señor. Haz conmigo conforme a tu juramento, ya que el Señor te ha vengado de tus enemigos, los amonitas. 37 Pero concédeme esta sola petición —añadió—. Ya que nunca me casaré, dame un plazo de dos meses para retirarme a las montañas y llorar allí con mis amigas.

38 ―Está bien, puedes ir —le respondió él.

Y le permitió irse por dos meses. Ella y sus amigas se fueron a las montañas, y lloró porque nunca se casaría. 39 Cumplidos los dos meses volvió a su padre, y él hizo con ella conforme a su juramento. Ella era virgen.

De allí se originó la costumbre israelita 40 de que todos los años, durante cuatro días, las muchachas de Israel fueran a conmemorar la muerte de la hija de Jefté de Galaad.

Jefté y Efraín

12 Los hombres de Efraín se alistaron, y cruzaron el río hacia Zafón y le dijeron a Jefté:

―¿Por qué fuiste a luchar contra los amonitas sin llamarnos para ir contigo? ¡Ahora prenderemos fuego a tu casa, contigo adentro!

Jefté respondió:

―Mi pueblo y yo estábamos librando una gran contienda con los amonitas y, aunque yo os llamé, vosotros no me librasteis de su poder. Cuando vi que vosotros no me ayudaríais, arriesgué mi vida, marché contra los amonitas, y el Señor los entregó en mis manos. ¿Por qué, pues, habéis subido hoy a luchar contra mí?

Entonces Jefté reunió a todos los hombres de Galaad y lucharon contra los de la tribu de Efraín. Los de Galaad derrotaron a los de Efraín porque estos les habían dicho: «Vosotros los galaaditas sois renegados de Efraín y Manasés». Los galaaditas ocuparon los vados del Jordán que conducen a Efraín, y cada vez que algún sobreviviente de Efraín decía: «Dejadme cruzar», los hombres de Galaad le preguntaban: «¿Eres de la tribu de Efraín?» Si él contestaba: «No», ellos decían: «Muy bien, di “Shibolet”». Si decía: «Sibolet», porque no podía pronunciar la palabra correctamente, lo agarraban y allí mismo, en los vados del Jordán, lo degollaban. En aquella ocasión murieron cuarenta y dos mil hombres de la tribu de Efraín.

Jefté gobernó a Israel durante seis años. Cuando murió Jefté el galaadita, fue sepultado en su pueblo[m] de Galaad.

Ibsán, Elón y Abdón

Después de Jefté, gobernó a Israel Ibsán de Belén. Tuvo treinta hijos y treinta hijas. A sus hijas las dio en matrimonio a gente que no pertenecía a su clan, y para sus hijos trajo como esposas a treinta muchachas que no eran de su tribu. Ibsán gobernó a Israel durante siete años. 10 Cuando murió, fue sepultado en Belén.

11 Después de Ibsán gobernó a Israel Elón, de la tribu de Zabulón, durante diez años. 12 Cuando murió Elón el zabulonita, fue sepultado en Ayalón, en el territorio de Zabulón.

13 Después de Elón gobernó a Israel Abdón hijo de Hilel, de Piratón. 14 Tuvo cuarenta hijos y treinta nietos, cada uno de los cuales montaba su propio asno. Gobernó a Israel durante ocho años. 15 Cuando murió Abdón hijo de Hilel, fue sepultado en Piratón, que está en el territorio de Efraín, en la región montañosa de los amalecitas.

Nacimiento de Sansón

13 Una vez más los israelitas hicieron lo que ofende al Señor. Por eso él los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años.

Cierto hombre de Zora, llamado Manoa, de la tribu de Dan, tenía una esposa que no le había dado hijos porque era estéril. Pero el ángel del Señor se le apareció a ella y le dijo: «Eres estéril y no tienes hijos, pero vas a concebir y tendrás un hijo. Cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fuerte, ni tampoco comas nada impuro, porque concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño va a ser nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer. Él comenzará a librar a Israel del poder de los filisteos».

La mujer fue adonde estaba su esposo y le dijo: «Un hombre de Dios vino adonde yo estaba. Por su aspecto imponente, parecía un ángel de Dios. Ni yo le pregunté de dónde venía ni él me dijo cómo se llamaba. Pero me dijo: “Concebirás y darás a luz un hijo. Ahora bien, cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fuerte, ni de comer nada impuro, porque el niño será nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte”».

Entonces Manoa oró al Señor: «Oh Señor, te ruego que permitas que vuelva el hombre de Dios que nos enviaste, para que nos enseñe cómo criar al niño que va a nacer».

Dios escuchó a Manoa, y el ángel de Dios volvió a aparecerse a la mujer mientras esta se hallaba en el campo; pero Manoa su esposo no estaba con ella. 10 La mujer corrió de inmediato a avisar a su esposo: «¡Está aquí el hombre que se me apareció el otro día!»

11 Manoa se levantó y siguió a su esposa. Cuando llegó adonde estaba el hombre, le dijo:

―¿Eres tú el que habló con mi esposa?

―Sí, soy yo —respondió él.

12 Así que Manoa le preguntó:

―Cuando se cumplan tus palabras, ¿cómo debemos criar al niño? ¿Cómo deberá portarse?

13 El ángel del Señor contestó:

―Tu esposa debe cumplir con todo lo que le he dicho. 14 Ella no debe probar nada que proceda de la vid, ni beber ningún vino ni ninguna otra bebida fuerte; tampoco debe comer nada impuro. En definitiva, debe cumplir con todo lo que le he ordenado.

15 Manoa le dijo al ángel del Señor:

―Nos gustaría que te quedaras hasta que te preparemos un cabrito.

16 Pero el ángel del Señor respondió:

―Aunque me detengas, no probaré nada de tu comida. Pero, si preparas un holocausto, ofréceselo al Señor.

Manoa no se había dado cuenta de que aquel era el ángel del Señor. 17 Así que le preguntó:

―¿Cómo te llamas, para que podamos honrarte cuando se cumpla tu palabra?

18 ―¿Por qué me preguntas mi nombre? —replicó él—. Es un misterio maravilloso.

19 Entonces Manoa tomó un cabrito, junto con la ofrenda de cereales, y lo sacrificó sobre una roca al Señor. Y, mientras Manoa y su esposa observaban, el Señor hizo algo maravilloso: 20 Mientras la llama subía desde el altar hacia el cielo, el ángel del Señor ascendía en la llama. Al ver eso, Manoa y su esposa se postraron en tierra sobre sus rostros. 21 Y el ángel del Señor no se volvió a aparecer a Manoa y a su esposa. Entonces Manoa se dio cuenta de que aquel era el ángel del Señor.

22 ―¡Estamos condenados a morir! —le dijo a su esposa—. ¡Hemos visto a Dios!

23 Pero su esposa respondió:

―Si el Señor hubiera querido matarnos, no nos habría aceptado el holocausto ni la ofrenda de cereales de nuestras manos; tampoco nos habría mostrado todas esas cosas ni anunciado todo esto.

24 La mujer dio a luz un niño y lo llamó Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. 25 Y el Espíritu del Señor comenzó a manifestarse en él mientras estaba en Majané Dan, entre Zora y Estaol.

Matrimonio de Sansón

14 Sansón descendió a Timnat y vio allí a una joven filistea. Cuando él volvió, les dijo a sus padres:

―He visto en Timnat a una joven filistea; pedidla para que sea mi esposa.

Pero sus padres le dijeron:

―¿Acaso no hay ninguna mujer aceptable entre tus parientes, o en todo nuestro[n] pueblo, que tienes que ir a buscar una esposa entre esos filisteos incircuncisos?

Sansón le respondió a su padre:

―¡Pídeme a esa, que es la que a mí me gusta!

Sus padres no sabían que esto era de parte del Señor, que buscaba la ocasión de enfrentarse a los filisteos; porque en aquel tiempo los filisteos dominaban a Israel. Así que Sansón descendió a Timnat junto con sus padres. De repente, al llegar a los viñedos de Timnat, un rugiente cachorro de león le salió al encuentro. Pero el Espíritu del Señor vino con poder sobre Sansón, quien solo con sus manos despedazó el león como si fuera un cabrito. Pero no les contó a sus padres lo que había hecho. Luego fue y habló con la mujer que le gustaba.

Pasado algún tiempo, cuando regresó para casarse con ella, se apartó del camino para mirar el león muerto, y vio que había en su cadáver un enjambre de abejas y un panal de miel. Tomó con las manos un poco de miel y comió, mientras proseguía su camino. Cuando se reunió con sus padres, les ofreció miel, y también ellos comieron, pero no les dijo que la había sacado del cadáver del león.

10 Después de eso, su padre fue a ver a la mujer. Allí Sansón ofreció un banquete, como era la costumbre entre los jóvenes. 11 Cuando los filisteos lo vieron, le dieron treinta compañeros para que estuvieran con él.

12 ―Permitidme proponeros una adivinanza —les dijo Sansón—. Si me dais la solución dentro de los siete días que dura el banquete, yo os daré treinta vestidos de lino y treinta mudas de ropa de fiesta. 13 Pero, si no me la dais, seréis vosotros quienes me daréis los treinta vestidos de lino y treinta mudas de ropa de fiesta.

―Dinos tu adivinanza —le respondieron—, que te estamos escuchando.

14 Entonces les dijo:

«Del que come salió comida;
y del fuerte salió dulzura».

Pasaron tres días y no lograron resolver la adivinanza. 15 Al cuarto[o] día le dijeron a la esposa de Sansón: «Seduce a tu esposo para que nos revele la adivinanza; de lo contrario, te quemaremos a ti y a la familia de tu padre. ¿Acaso nos invitasteis aquí para robarnos?»

16 Entonces la esposa de Sansón se tiró sobre él llorando, y le dijo:

―¡Me odias! ¡En realidad no me amas! Le propusiste a mi pueblo una adivinanza, pero no me has dicho la solución.

―Ni siquiera se la he dicho a mis padres —replicó él—; ¿por qué habría de decírtela a ti?

17 Pero ella le lloró los siete días que duró el banquete, hasta que al fin, el séptimo día, Sansón le dio la solución, porque ella seguía insistiéndole. A su vez, ella fue y les reveló la solución a los de su pueblo.

18 Antes de la puesta del sol del séptimo día los hombres de la ciudad le dijeron:

«¿Qué es más dulce que la miel?
¿Qué es más fuerte que un león?»

Sansón les respondió:

«Si no hubierais arado con mi novilla,
no habríais resuelto mi adivinanza».

19 Entonces el Espíritu del Señor vino sobre Sansón con poder, y este descendió a Ascalón y derrotó a treinta de sus hombres, les quitó sus pertenencias y les dio sus ropas a los que habían resuelto la adivinanza. Luego, enfurecido, regresó a la casa de su padre. 20 Entonces, la esposa de Sansón fue entregada a uno de los que lo habían acompañado en su boda.

Sansón se venga de los filisteos

15 Pasado algún tiempo, durante la cosecha de trigo, Sansón tomó un cabrito y fue a visitar a su esposa.

―Voy a la habitación de mi esposa —dijo él.

Pero el padre de ella no le permitió entrar, sino que le dijo:

―Yo estaba tan seguro de que la odiabas que se la di a tu amigo. ¿Pero acaso no es más atractiva su hermana menor? Tómala para ti, en lugar de la mayor.

Sansón replicó:

―¡Esta vez sí que no respondo por el daño que les cause a los filisteos!

Así que fue y cazó trescientas zorras, y las ató cola con cola en parejas, y a cada pareja le amarró una antorcha; luego les prendió fuego a las antorchas y soltó a las zorras por los sembrados de los filisteos. Así incendió el trigo que ya estaba en gavillas y el que todavía estaba en pie, junto con los viñedos y olivares.

Cuando los filisteos preguntaron: «¿Quién hizo esto?», les dijeron: «Sansón, el yerno del timnateo, porque este le quitó a su esposa y se la dio a su amigo».

Por eso los filisteos fueron y la quemaron a ella y a su padre. Pero Sansón les dijo: «Puesto que actuasteis de esa manera, ¡no pararé hasta que me haya vengado de vosotros!» Y los atacó tan furiosamente que causó entre ellos una tremenda masacre. Luego se fue a vivir a una cueva, que está en la peña de Etam.

Los filisteos subieron y acamparon en Judá, incursionando cerca de Lejí. 10 Los hombres de Judá preguntaron:

―¿Por qué habéis venido a luchar contra nosotros?

―Hemos venido a tomar prisionero a Sansón —les respondieron—, para hacerle lo mismo que nos hizo a nosotros.

11 Entonces tres mil hombres de Judá descendieron a la cueva en la peña de Etam y le dijeron a Sansón:

―¿No te das cuenta de que los filisteos nos gobiernan? ¿Por qué nos haces esto?

―Simplemente les he hecho lo que ellos me hicieron a mí —contestó él.

12 Ellos le dijeron:

―Hemos venido a atarte, para entregarte en manos de los filisteos.

―Juradme que no me mataréis vosotros mismos —dijo Sansón.

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