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Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Jeremías 35-37

El ejemplo de los recabitas

35 Este es el mensaje que el Señor dio a Jeremías cuando Joacim, hijo de Josías, era rey de Judá:

Ve a la colonia donde moran las familias de los recabitas e invítalos a ir al templo. Llévalos a uno de los aposentos interiores y bríndales una copa de vino.

Fui, pues, a ver a Jazanías, hijo de Jeremías, hijo de Jabasinías, y lo llevé con todos sus hermanos e hijos —que representaban a todas las familias de Recab— al templo, al aposento dedicado a Janán el profeta, hijo de Igdalías. Este aposento estaba contiguo al que usaba el dignatario del palacio, directamente encima del aposento de Maseías, hijo de Salún, quien era el guarda de la entrada. Puse ante ellos copas y jarros de vino y los invité a beber, pero se negaron.

¡No!, dijeron. No bebemos porque Jonadab nuestro padre, hijo de Recab, nos ordenó que ninguno de nosotros bebiera jamás y tampoco ninguno de nuestros hijos. Nos dijo también que no construyéramos casa ni tuviéramos viñedos ni otras plantaciones ni fuéramos dueños de fincas, sino que viviéramos siempre en tiendas, y que si obedecíamos tendríamos larga y buena vida en nuestra tierra. Y lo hemos obedecido en todo esto. Desde entonces jamás hemos bebido vino nosotros ni nuestras esposas ni nuestros hijos ni nuestras hijas. No hemos edificado casas ni tenido fincas ni sembrado plantaciones. 10 Hemos vivido en tiendas y hemos obedecido plenamente cuanto nuestro padre Jonadab nos mandó. 11 Pero cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a este país, tuvimos miedo y decidimos trasladarnos a Jerusalén. Por eso estamos aquí.

12 Entonces el Señor le dio este mensaje a Jeremías:

13 El Señor de los ejércitos, el Dios de Israel, dice: Ve y di a Judá y a Jerusalén: ¿No van a aprender la lección de las familias de Recab, tomándolas como ejemplo? 14 No beben vino porque su padre se lo prohibió. Pero yo les he hablado a los habitantes de Judá e Israel una y otra vez y no quieren escuchar ni obedecer.

15 Les he enviado profeta tras profeta a decirles que se vuelvan de sus malas conductas y dejen de rendir homenaje a otros dioses, y que si obedecían yo los dejaría vivir aquí en paz en la tierra que di a ustedes y a sus antepasados. Pero no quisieron oír ni obedecer. 16 Las familias de Recab han obedecido a su padre plenamente, pero ustedes, se han negado a escucharme. 17 Por lo tanto el Señor Dios de los ejércitos dice: ¡Como se niegan a escuchar o a responder cuando llamo, yo enviaré sobre Judá e Israel todo el mal que les he advertido!

18-19 Entonces Jeremías se volvió a los recabitas y dijo:

El Señor de los ejércitos, el Dios de Israel, dice que puesto que han obedecido a su padre en todos los sentidos, este tendrá siempre descendientes que le rindan homenaje.

El rey Joacim quema el rollo de Jeremías

36 El cuarto año del reinado del rey Joacim de Judá, hijo de Josías, el Señor dio a Jeremías este mensaje:

Toma un rollo y escribe todos mis mensajes contra Israel, Judá y las demás naciones. Comienza con el primer mensaje desde los días de Josías, y escribe luego cada uno de los demás. Quizá cuando el pueblo de Judá vea por escrito todas las terribles cosas que voy a hacerles, se arrepientan, y entonces podré perdonarlos.

Entonces Jeremías envió a llamar a Baruc, hijo de Nerías, y conforme Jeremías dictaba, Baruc escribía todas las profecías.

Cuando todo estuvo terminado, Jeremías le dijo a Baruc:

―Ya que estoy preso aquí, lee tú el rollo en el templo el próximo día de Ayuno, porque ese día habrá allí gente de todo Judá. Quizá todavía se vuelvan de sus malas conductas y le pidan al Señor perdón antes que sea demasiado tarde, aunque ya se les hayan echado estas predicciones de castigo de Dios.

Baruc hizo como Jeremías le ordenaba, y leyó todos estos mensajes del Señor al pueblo en el templo, tal como Jeremías le había pedido. Esto ocurrió el día de Ayuno que se celebró en diciembre del quinto año del reinado del rey Joacim, hijo de Josías. Y llegó gente de todo Judá para asistir a los servicios del templo aquel día. 10 Baruc fue a la oficina de Guemarías el escriba, hijo de Safán, para leer el rollo. (Este cuarto quedaba al lado del salón de asambleas que el templo tenía arriba, cerca de la entrada de la Puerta Nueva).

11 Cuando Micaías, hijo de Guemarías, hijo de Safán, oyó los mensajes del Señor, 12 bajó al palacio, al salón de conferencias en donde estaban reunidos los encargados de la administración. Elisama (el escriba) estaba allí, así como Delaías, hijo de Semaías, Elnatán, hijo de Acbor, Guemarías, hijo de Safán, Sedequías, hijo de Ananías, y todos los demás que tenían cargos administrativos semejantes. 13 Cuando Micaías les contó acerca de los mensajes que Baruc estaba leyéndole al pueblo, 14-15 los dignatarios enviaron a Yehudi, hijo de Netanías, hijo de Selemías, hijo de Cusí, a pedirle a Baruc que viniera a leerles a ellos también los mensajes, y Baruc lo hizo.

16 Cuando terminó, estaban llenos de temor.

―Tenemos que contárselo al rey —dijeron—. 17 Pero primero, dinos cómo obtuviste estos mensajes.

18 Entonces Baruc les explicó que Jeremías se los había dictado palabra por palabra, y él los había escrito con tinta en el rollo.

19 ―Escóndanse tú y Jeremías —le dijeron los dignatarios a Baruc—. ¡No le digan a nadie dónde están!

20 Luego los dignatarios ocultaron el rollo en el cuarto de Elisama el escriba y fueron a hablarle al rey.

21 El rey envió a Yehudi que trajera el rollo. Yehudi lo trajo del cuarto de Elisama el escriba y se lo leyó al rey mientras todos los dignatarios se mantenían de pie. 22 El rey estaba por entonces en un aposento de invierno en el palacio, sentado al frente de un gran brasero con fuego, porque era diciembre y hacía frío. 23 Y cada vez que Yehudi terminaba de leer tres o cuatro columnas, el rey tomaba su cuchillo, cortaba la sección del rollo y la arrojaba al fuego, hasta que se consumió todo el rollo. 24-25 Y nadie protestó, sino Elnatán, Delaías y Guemarías. Suplicaron al rey que no quemara el rollo, pero no les hizo caso. Ninguno de los otros dignatarios del rey dio señales de temor o ira por lo que había hecho.

26 Entonces el rey ordenó a Jeramel, su hijo, a Seraías, hijo de Azriel, y a Selemías, hijo de Abdel, que detuvieran a Baruc y a Jeremías. Pero el Señor los ocultó.

27 Después que el rey quemó el rollo, el Señor le dijo a Jeremías:

28 Consigue otro rollo y escribe todo de nuevo igual que hiciste primero, 29 y dile esto al rey: El Señor dice: Tú quemaste el rollo porque decía que el rey de Babilonia destruiría esta tierra y cuanto en ella hay. 30 Y ahora el Señor añade esto respecto a ti, Joacim, rey de Judá: Este no tendrá un heredero que ocupe el trono de David. Su cadáver será dejado sin sepultar a la intemperie, expuesto al ardiente sol y a las heladas noches, 31 y yo lo castigaré a él y a su familia, así como a sus oficiales, por causa de sus malvadas acciones. Haré que sufran todo el mal que he anunciado; sobre ellos y sobre todo el pueblo de Judá y Jerusalén, porque no quisieron escuchar mis advertencias.

32 Entonces Jeremías tomó otro rollo y volvió a dictarle a Baruc todo lo que había escrito antes, sólo que esta vez el Señor añadió mucho más.

Encarcelamiento de Jeremías

37 Nabucodonosor, rey de Babilonia, no nombró a Jeconías, hijo del rey Joacim, como nuevo rey de Judá, sino que eligió a Sedequías, hijo de Josías. Pero ni el rey Sedequías ni sus oficiales ni el pueblo que se quedó en el país prestaron atención a lo que el Señor decía mediante Jeremías. Sin embargo, el rey Sedequías envió a Jucal, hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maseías, a pedirle a Jeremías que orara por ellos. (Fue en el tiempo en que Jeremías todavía no había sido encarcelado, así es que podía andar por todas partes).

Cuando el ejército del faraón Hofra apareció en la frontera sur de Judá para ayudar a la sitiada ciudad de Jerusalén, el ejército babilonio se retiró de Jerusalén para hacer frente a los egipcios.

Entonces el Señor envió este mensaje a Jeremías:

El Señor, el Dios de Israel, dice: Dile al rey de Judá que envió a preguntarme qué va a ocurrir, que el ejército del faraón, aunque vino acá para ayudarte, está a punto de volverse huyendo a Egipto. Los babilonios derrotarán a los egipcios y los harán regresar corriendo a su país. Esos babilonios tomarán esta ciudad, la incendiarán y la dejarán convertida en cenizas. No te hagas la ilusión de que los babilonios se han retirado definitivamente. ¡No es así! 10 Aunque destruyeras a todo el ejército babilónico, aunque sólo quedara un puñado de sobrevivientes que yacieran heridos en sus tiendas, aún así saldrían tambaleantes de sus tiendas, te derrotarían y prenderían fuego a esta ciudad.

11 Cuando el ejército babilónico se apartó de Jerusalén para entrar en batalla con el ejército del faraón, 12 Jeremías intentó salir de la ciudad rumbo a la tierra de Benjamín para ver la propiedad que había comprado. 13 Pero cuando salía por la llamada puerta de Benjamín un centinela lo detuvo como traidor, acusándolo de querer pasarse al lado de los babilonios. El centinela que lo detuvo era Irías, hijo de Selemías, nieto de Jananías.

14 ―¡No es cierto! —dijo Jeremías—. ¡No tengo la menor intención de hacer tal cosa! Pero Irías no le hizo caso; llevó a Jeremías ante los funcionarios de la ciudad. 15-16 Estos, enfurecidos contra Jeremías, lo hicieron azotar y echar en un calabozo subterráneo de la casa del escriba Jonatán, la cual había sido convertida en prisión. Allí tuvieron varios días a Jeremías, 17 pero al fin el rey Sedequías lo mandó a llevar secretamente al palacio. El rey le preguntó si había recibido algún mensaje reciente del Señor.

―Sí —dijo Jeremías—, lo he recibido. ¡Serás derrotado por el rey de Babilonia! 18 Entonces Jeremías planteó la cuestión de su encarcelamiento:

―¿Qué hice yo para merecer esto? —le preguntó al rey—. ¿Qué delito he cometido? Dime lo que haya hecho contra ti, tus oficiales o el pueblo. 19 ¿Dónde están ahora aquellos profetas que te decían que el rey de Babilonia no vendría? 20 Escucha, oh rey, señor mío: Te suplico no enviarme otra vez a aquel calabozo, pues allí moriría.

21 Entonces el rey Sedequías mandó que no volvieran a llevar a Jeremías al calabozo, sino que lo pusieran en la cárcel del palacio, y ordenó que le dieran cada día un pedazo de pan fresco mientras en la ciudad quedara qué comer. Así tuvieron a Jeremías en la cárcel del palacio.

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