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Nueva Versión Internacional (Castilian) (CST)
Version
Salmos 103-105

Salmo de David.

103 Alaba, alma mía, al Señor;
    alabe todo mi ser su santo nombre.
Alaba, alma mía, al Señor,
    y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él perdona todos tus pecados
    y sana todas tus dolencias;
él rescata tu vida del sepulcro
    y te cubre de amor y compasión;
él colma de bienes tu vida[a]
    y te rejuvenece como a las águilas.

El Señor hace justicia
    y defiende a todos los oprimidos.
Dio a conocer sus caminos a Moisés;
    reveló sus obras al pueblo de Israel.

El Señor es clemente y compasivo,
    lento para la ira y grande en amor.
No sostiene para siempre su querella
    ni guarda rencor eternamente.
10 No nos trata conforme a nuestros pecados
    ni nos paga según nuestras maldades.
11 Tan grande es su amor por los que le temen
    como alto es el cielo sobre la tierra.
12 Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones
    como lejos del oriente está el occidente.
13 Tan compasivo es el Señor con los que le temen
    como lo es un padre con sus hijos.
14 Él conoce nuestra condición;
    sabe que somos de barro.

15 El hombre es como la hierba,
    sus días florecen como la flor del campo:
16 sacudida por el viento,
    desaparece sin dejar rastro alguno.
17 Pero el amor del Señor es eterno
    y siempre está con los que le temen;
su justicia está con los hijos de sus hijos,
18     con los que cumplen su pacto
y se acuerdan de sus preceptos
    para ponerlos por obra.

19 El Señor ha establecido su trono en el cielo;
    su reinado domina sobre todos.

20 Alabad al Señor, vosotros sus ángeles,
    que ejecutáis su palabra
    y obedecéis su mandato.
21 Alabad al Señor, todos sus ejércitos,
    siervos suyos que cumplís su voluntad.
22 Alabad al Señor, todas sus obras
    en todos los ámbitos de su dominio.

¡Alaba, alma mía, al Señor!

104 ¡Alaba, alma mía, al Señor!

Señor mi Dios, tú eres grandioso;
    te has revestido de gloria y majestad.
Te cubres[b] de luz como con un manto;
    extiendes los cielos como un velo.
Afirmas sobre las aguas tus altos aposentos
    y haces de las nubes tus carros de guerra.
    ¡Tú cabalgas sobre las alas del viento!
Haces de los vientos tus mensajeros,[c]
    y de las llamas de fuego tus servidores.

Tú pusiste la tierra sobre sus cimientos,
    y de allí jamás se moverá;
la revestiste con el mar,
    y las aguas se detuvieron sobre los montes.
Pero a tu reprensión huyeron las aguas;
    ante el estruendo de tu voz se dieron a la fuga.
Ascendieron a los montes,
    descendieron a los valles,
    al lugar que tú les asignaste.
Pusiste una frontera que ellas no pueden cruzar;
    ¡jamás volverán a cubrir la tierra!

10 Tú haces que los manantiales
    viertan sus aguas en las cañadas,
    y que fluyan entre las montañas.
11 De ellas beben todas las bestias del campo;
    allí los asnos monteses calman su sed.
12 Las aves del cielo anidan junto a las aguas
    y cantan entre el follaje.
13 Desde tus altos aposentos riegas las montañas;
    la tierra se sacia con el fruto de tu trabajo.
14 Haces que crezca la hierba para el ganado,
    y las plantas que la gente cultiva
    para sacar de la tierra su alimento:
15 el vino que alegra el corazón,
    el aceite que hace brillar el rostro,
    y el pan que sustenta la vida.
16 Los árboles del Señor están bien regados,
    los cedros del Líbano que él plantó.
17 Allí las aves hacen sus nidos;
    en los cipreses tienen su hogar las cigüeñas.
18 En las altas montañas están las cabras monteses,
    y en los escarpados peñascos tienen su madriguera los tejones.

19 Tú hiciste[d] la luna, que marca las estaciones,
    y el sol, que sabe cuándo ocultarse.
20 Tú traes la oscuridad, y cae la noche,
    y en sus sombras se arrastran los animales del bosque.
21 Los leones rugen, reclamando su presa,
    exigiendo que Dios les dé su alimento.
22 Pero al salir el sol se escabullen,
    y vuelven a echarse en sus guaridas.
23 Sale entonces la gente a cumplir sus tareas,
    a hacer su trabajo hasta el anochecer.

24 ¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras!
    ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría!
    ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas!
25 Allí está el mar, ancho e infinito,[e]
    que abunda en animales, grandes y pequeños,
    cuyo número es imposible conocer.
26 Allí navegan los barcos y se mece Leviatán,
    que tú creaste para jugar con él.

27 Todos ellos esperan de ti
    que a su tiempo les des su alimento.
28 Tú les das, y ellos recogen;
    abres la mano, y se colman de bienes.
29 Si escondes tu rostro, se aterran;
    si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo.
30 Pero, si envías tu Espíritu, son creados,
    y así renuevas la faz de la tierra.

31 Que la gloria del Señor perdure eternamente;
    que el Señor se regocije en sus obras.
32 Él mira la tierra y la hace temblar;
    toca los montes y los hace echar humo.

33 Cantaré al Señor toda mi vida;
    cantaré salmos a mi Dios mientras tenga aliento.
34 Quiera él agradarse de mi meditación;
    yo, por mi parte, me alegro en el Señor.
35 Que desaparezcan de la tierra los pecadores;
    ¡que no existan más los malvados!

¡Alaba, alma mía, al Señor!

¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor![f]

105 (A)Dad gracias al Señor, invocad su nombre;
    dad a conocer sus obras entre las naciones.
Cantadle, entonadle salmos;
    hablad de todas sus maravillas.
Sentíos orgullosos de su santo nombre;
    alégrese el corazón de los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su fuerza;
    buscad siempre su rostro.

Recordad las maravillas que ha realizado,
    sus señales, y los decretos que ha emitido.
¡Vosotros, descendientes de Abraham su siervo!
    ¡Vosotros, hijos de Jacob, elegidos suyos!
Él es el Señor, nuestro Dios;
    en toda la tierra están sus decretos.

Él siempre tiene presente su pacto,
    la palabra que ordenó para mil generaciones.
Es el pacto que hizo con Abraham,
    el juramento que le hizo a Isaac.
10 Se lo confirmó a Jacob como un decreto,
    a Israel como un pacto eterno,
11 cuando dijo: «Te daré la tierra de Canaán
    como la herencia que te toca».

12 Aun cuando eran pocos en número,
    unos cuantos extranjeros en la tierra
13 que andaban siempre de nación en nación
    y de reino en reino,
14 a nadie permitió que los oprimiera,
    sino que por ellos reprendió a los reyes:
15 «No toquéis a mis ungidos;
    no hagáis daño a mis profetas».

16 Dios provocó hambre en la tierra
    y destruyó todos sus trigales.[g]
17 Pero envió delante de ellos a un hombre:
    a José, vendido como esclavo.
18 Le sujetaron los pies con grilletes,
    entre hierros le aprisionaron el cuello,
19 hasta que se cumplió lo que él predijo
    y la palabra del Señor probó que él era veraz.
20 El rey ordenó ponerlo en libertad,
    el gobernante de los pueblos lo dejó libre.
21 Le dio autoridad sobre toda su casa
    y lo puso a cargo de cuanto poseía,
22 con pleno poder para instruir[h] a sus príncipes
    e impartir sabiduría a sus ancianos.

23 Entonces Israel vino a Egipto;
    Jacob fue extranjero en el país de Cam.
24 El Señor hizo que su pueblo se multiplicara;
    lo hizo más numeroso que sus adversarios,
25 a quienes trastornó para que odiaran a su pueblo
    y se confabularan contra sus siervos.
26 Envió a su siervo Moisés,
    y a Aarón, a quien había escogido,
27 y estos hicieron señales milagrosas entre ellos,
    ¡maravillas en el país de Cam!
28 Envió tinieblas, y la tierra se oscureció,
    pero ellos no atendieron[i] a sus palabras.
29 Convirtió en sangre sus aguas
    y causó la muerte de sus peces.
30 Todo Egipto[j] se infestó de ranas,
    ¡hasta las habitaciones de sus reyes!
31 Habló Dios, e invadieron todo el país
    enjambres de moscas y mosquitos.
32 Convirtió la lluvia en granizo,
    y lanzó relámpagos sobre su tierra;
33 derribó sus vides y sus higueras,
    y en todo el país hizo astillas los árboles.
34 Dio una orden, y llegaron las langostas,
    ¡infinidad de saltamontes!
35 Arrasaron toda la vegetación del país,
    devoraron los frutos de sus campos.
36 Hirió de muerte a todos los primogénitos del país,
    a las primicias de sus descendientes.
37 Sacó a los israelitas cargados de oro y plata,
    y no hubo entre sus tribus nadie que tropezara.

38 Los egipcios se alegraron de su partida,
    pues el miedo a los israelitas los dominaba.
39 El Señor les dio sombra con una nube,
    y con fuego los alumbró de noche.
40 Pidió el pueblo comida, y les envió codornices;
    los sació con pan del cielo.
41 Abrió la roca, y brotó agua
    que corrió por el desierto como un río.

42 Ciertamente Dios se acordó de su santa promesa,
    la que hizo a su siervo Abraham.
43 Sacó a su pueblo, a sus escogidos,
    en medio de gran alegría y de gritos jubilosos.
44 Les entregó las tierras que poseían las naciones;
    heredaron el fruto del trabajo de otros pueblos
45 para que ellos observaran sus preceptos
    y pusieran en práctica sus leyes.

¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!

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