Print Page Options
Previous Prev Day Next DayNext

Beginning

Read the Bible from start to finish, from Genesis to Revelation.
Duration: 365 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
1 Reyes 18-20

Elías y Abdías

18 Tres años más tarde, el Señor le dijo a Elías: «Ve y dile al rey Acab que pronto enviaré lluvia nuevamente». Entonces Elías fue a decírselo. Debido a la sequía era mucha el hambre que había en Samaria.

3-4 El hombre que estaba a cargo de la casa de Acab era Abdías, un devoto servidor del Señor. Una vez, cuando la reina Jezabel trató de matar a todos los profetas del Señor, Abdías escondió a un centenar de ellos en dos cuevas, cincuenta en cada una, y los alimentó con pan y agua.

Aquel mismo día, mientras Elías iba al encuentro del rey Acab, este le había dicho a Abdías: «Debemos recorrer la tierra en busca de arroyos y ríos. Es probable que encontremos pasto para alimentar los caballos y las mulas, porque si no, se van a morir de hambre».

Así que cada uno tomó una dirección opuesta, para ir a recorrer la tierra. Repentinamente, Abdías vio que Elías se le acercaba. Abdías lo reconoció inmediatamente y cayó en tierra delante de él.

―¿Es usted, mi señor Elías? —le preguntó.

―Sí, soy yo —respondió Elías—. Ahora ve y dile al rey que yo estoy aquí.

―Señor —protestó Abdías—, ¿qué mal he cometido yo, para que usted me envíe a darle ese mensaje a Acab? ¡Eso es entregarme en sus manos para que me mate! 10 Porque, ciertamente, el rey lo ha buscado a usted por todas las naciones y reinos de la región. Cada vez que se le ha dicho: “Elías no está aquí”, el rey Acab ha obligado al rey de esa nación a jurarle que le está diciendo la verdad. 11 Y ahora, usted me dice: “Ve y dile que Elías está aquí”. 12 Pero en cuanto yo me haya ido, el Espíritu del Señor se lo llevará a usted a quién sabe qué lugar, y cuando Acab venga y no lo encuentre, me matará. Usted bien sabe que yo he sido un verdadero siervo del Señor toda mi vida. 13 ¿No le han contado que cuando Jezabel estaba tratando de matar a los profetas del Señor, yo escondí a un centenar de ellos en dos cuevas, y les di pan y agua? 14 Y ahora usted me dice: “Ve y dile al rey que Elías está aquí”. Señor, si hago eso soy hombre muerto.

15 Pero Elías le dijo:

―Te juro por el Señor, el Dios Todopoderoso, en cuya presencia estoy, que hoy me presentaré ante Acab.

Elías en el monte Carmelo

16 Entonces Abdías fue y le dijo a Acab que Elías había llegado; y Acab fue a encontrarse con él.

17 ―¡Así que tú eres el hombre que ha traído todo este desastre sobre Israel! —exclamó Acab, en cuanto lo vio.

18 ―Tú eres el que ha traído este desastre —respondió Elías—. Porque tú y tu familia se han negado a obedecer al Señor, y han adorado a Baal. 19 Ahora, convoca a todo el pueblo de Israel. Diles que vayan al monte Carmelo, junto con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Aserá, que tienen el apoyo de Jezabel.

20 Entonces Acab convocó a todo el pueblo y a los profetas en el monte Carmelo. 21 Una vez allí, Elías les dijo:

―¿Hasta cuándo estarán ustedes vacilando entre dos opiniones? —le preguntó al pueblo—. ¡Si el Señor es Dios, síganlo; pero si Baal es Dios, sigan a Baal!

22 Y añadió:

―Yo soy el único profeta que queda de los profetas del Señor, pero Baal tiene cuatrocientos cincuenta profetas. 23 Traigan ahora dos becerros. Los profetas de Baal pueden elegir uno de ellos, cortarlo en pedazos y ponerlo sobre la leña en el altar, pero sin encender fuego bajo la leña; yo prepararé el otro becerro y lo pondré sobre la leña, en el altar del Señor, y tampoco encenderé fuego debajo. 24 Entonces ustedes oren a su dios, y yo oraré al Señor. El que responda enviando fuego para encender la leña, ese es el verdadero Dios.

Todo el pueblo estuvo de acuerdo en someterse a esta prueba.

25 Elías se volvió a los profetas de Baal, y les dijo:

―Empiecen ustedes, pues son la mayoría. Escojan uno de los becerros, prepárenlo, y luego invoquen a su dios; pero no enciendan fuego debajo de la leña.

26 Ellos prepararon uno de los becerros y lo pusieron sobre el altar. Y estuvieron invocando a Baal toda la mañana.

―Baal, óyenos —gritaban, mientras saltaban alrededor del altar que habían construido.

Pero no recibieron respuesta de ningún tipo. 27 Alrededor del mediodía, Elías comenzó a burlarse de ellos:

―Ustedes tienen que gritar más fuerte —les decía—. De seguro que es dios, pero tienen que llamar su atención. Quizás está conversando con alguien, o quizás está sentado meditando, o quizás está de viaje, o se ha dormido y hay que despertarlo.

28 Entonces ellos gritaron con más fuerza y, según era su costumbre, comenzaron a cortarse con cuchillos y espadas hasta chorrear sangre. 29 Gritaron toda la tarde hasta la hora del sacrificio, pero no hubo respuesta; no sucedió nada, nadie les prestó atención.

30 Entonces Elías llamó al pueblo:

―Acérquense —les dijo.

Y todos se acercaron mientras él reparaba el altar del Señor, que estaba destruido. 31 Tomó doce piedras, una en representación de cada tribu de Israel, 32 y usó las piedras para reedificar el altar del Señor. Luego cavó una zanja donde cabían unos doce litros de agua. 33 Puso la leña sobre el altar, cortó en pedazos el becerro y puso los trozos sobre la leña.

―Llenen cuatro cántaros de agua —dijo— y derramen el agua sobre el becerro y la leña.

Después que lo hicieron les dijo:

34 ―Háganlo nuevamente—. Y ellos lo hicieron.

―Háganlo una vez más —volvió a decirles.

Ellos lo hicieron, 35 y el agua corrió alrededor del altar y llenó la zanja que Elías había hecho.

36 Cuando llegó la hora del acostumbrado sacrificio de la tarde, Elías se dirigió hasta el altar y oró: «Señor, Dios de Abraham, Isaac e Israel, demuestra que tú eres el Dios de Israel, y que yo soy tu siervo; demuestra que yo he hecho todo esto por orden tuya. 37 Señor, respóndeme. Respóndeme para que esta gente sepa que tú eres Dios, y que quieres que ellos se vuelvan a ti».

38 Entonces, repentinamente, descendió fuego del cielo y quemó el becerro, la leña, las piedras, el polvo, e hizo que se evaporara el agua que había en la zanja.

39 Y cuando los que estaban allí vieron esto, se inclinaron con sus rostros en tierra, gritando:

―¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!

40 Entonces Elías les ordenó:

―¡Agarren a todos los profetas de Baal! ¡Que ninguno escape!

Ellos los atraparon a todos, y Elías los condujo al arroyo de Quisón, y allí los degolló.

41 Después Elías le dijo a Acab:

―Ve y disfruta de una buena comida. Oigo que se acerca una tormenta.

42 Enseguida Acab se fue a comer y a beber. Pero Elías se subió a la cumbre del monte Carmelo y se arrodilló con su rostro entre las rodillas, 43 y le dijo a su siervo:

―Ve y mira hacia el mar.

Él fue y miró, y regresó y le dijo a Elías:

―No se ve nada.

Entonces Elías le dijo:

―Ve siete veces.

44 Finalmente, a la séptima vez, el siervo le dijo:

―Veo una pequeña nube, como del tamaño de una mano de hombre, que se levanta del mar.

Entonces Elías gritó:

―Corre a decirle a Acab que se suba a su carro y baje de la montaña o será detenido por la lluvia.

45 Poco después, el cielo se oscureció con nubes, y comenzó a soplar un viento que trajo una terrible tormenta. Acab salió apresuradamente hacia Jezrel. 46 Elías, por su parte, se amarró el manto con el cinturón, y echó a correr hacia Jezrel, y llegó primero que Acab, pues el Señor, con su poder, fortaleció a Elías para que pudiera correr.

Elías huye a Horeb

19 Cuando Acab le contó a Jezabel lo que había hecho Elías, y cómo había dado muerte a los profetas de Baal, ella le envió este mensaje a Elías: «¡Te juro por mis dioses, que mañana, a esta misma hora, tú serás hombre muerto! ¡Así como mataste a mis profetas, yo te mataré a ti!».

Elías entonces huyó para salvar su vida. Se fue a Berseba, ciudad de Judá, y dejó a su siervo allí. Luego se internó en el desierto. Después de caminar todo un día, se sentó bajo un arbusto, y sintió deseos de morir.

«¡Basta! —le dijo al Señor—. ¡Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados!».

Entonces se acostó y se quedó dormido bajo el arbusto. Pero mientras dormía, un ángel lo tocó y le dijo: «Levántate y come». Él miró y vio que había un pan cocido sobre piedras calientes, y un cántaro de agua. Entonces comió, bebió y se acostó nuevamente.

Entonces el ángel del Señor volvió, lo tocó y le dijo: «Levántate y come más, porque tienes un largo viaje por delante». Entonces Elías se levantó, comió y bebió, y recobró suficientes fuerzas para viajar durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte Horeb, el monte de Dios. Al llegar allí, se metió en una cueva, para pasar la noche.

El Señor se le aparece a Elías

Pero el Señor le dijo:

―¿Qué haces aquí, Elías?

10 Él contestó:

―Siento un ardiente amor por ti, Dios Todopoderoso; me duele ver cómo el pueblo de Israel ha quebrantado el pacto contigo, ha derribado tus altares, ha dado muerte a tus profetas. ¡Sólo yo he quedado, y ahora están tratando de matarme a mí también!

11 ―Sal y ponte delante de mí, en la montaña, pues voy a pasar por aquí —le dijo el Señor.

En ese momento, sopló un fuerte viento que azotó las montañas. Era tan terrible que hacía añicos las rocas y partía las montañas, pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. 12 Y después del terremoto hubo fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego se oyó un susurro suave y apacible. 13 Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y estuvo parado a la entrada de la cueva. Y una voz le preguntó:

―¿Por qué estás aquí, Elías?

14 Él respondió nuevamente:

―Siento un ardiente amor por ti, Dios Todopoderoso; me duele ver cómo el pueblo de Israel ha quebrantado el pacto contigo, ha derribado tus altares y ha dado muerte a tus profetas. ¡Sólo yo he quedado, y ahora están tratando de matarme a mí también!

15 El Señor le dijo:

―Regresa a Damasco, por el camino del desierto, y cuando llegues unge a Jazael para que sea rey de Siria. 16 Luego unge a Jehú hijo de Nimsi, para que sea rey de Israel, y unge a Eliseo hijo de Safat, de Abel Mejolá, para que te reemplace como profeta mío. 17 Quien escape de Jazael, Jehú lo matará, y los que escapen de Jehú, Eliseo los matará. 18 Pero tienes que saber que aún quedan siete mil hombres en Israel que jamás se han inclinado ante Baal ni lo han adorado.

El llamamiento de Eliseo

19 Entonces Elías fue y halló a Eliseo, mientras este araba un campo. Dirigía la última de las doce yuntas que estaban trabajando. Elías se acercó a él, le puso el manto en sus hombros y se alejó. 20 Eliseo dejó los bueyes allí, corrió tras Elías, y le dijo:

―Primero deja que me despida de mi padre y de mi madre con un beso, y luego me iré contigo.

Elías le respondió:

―Puedes hacerlo. Sólo ten presente lo que te he hecho hoy.

21 Eliseo entonces regresó. Luego tomó los bueyes, los mató y usó la leña del arado para hacer una fogata, para asar la carne. Invitó a su gente a comer del asado, y ellos aceptaron su invitación. Luego se fue con Elías, como su ayudante.

Ben Adad ataca a Samaria

20 Ben Adad, de Siria, movilizó su ejército para ir a sitiar a Samaria, la capital de Israel. Para esto contó con el apoyo de treinta y dos reyes amigos, con sus carros de combate y sus caballos. 2-3 Envió este mensaje a Acab, rey de Israel: «Tu plata y tu oro son míos, y mías son las mujeres y tus hermosos hijos».

Por su parte, Acab le envió esta respuesta: «Bien, señor mío, tal como tú lo dices, yo soy tuyo, y todo lo que tengo es tuyo».

5-6 Después volvieron los mensajeros de Ben Adad y le trajeron otro mensaje: «No solamente debes darme el oro, la plata, las mujeres y los niños, sino que mañana a esta hora enviaré a mis hombres para que busquen en tu casa y en las casas de tu pueblo, y saquen cuanto a ellos les guste».

Entonces Acab convocó a sus consejeros:

―Miren lo que este hombre está haciendo —se quejó—. Sigue buscando problemas, a pesar de que le dije que podía llevarse las mujeres, los niños, el oro y la plata, tal como lo había pedido.

―No le entregues nada más —le aconsejaron los ancianos.

Entonces él les dijo a los mensajeros de Ben Adad:

―Díganle a mi señor, el rey: “Yo te daré todo lo que pediste la primera vez, pero lo otro no”.

Entonces los mensajeros regresaron para darle el mensaje a Ben Adad. 10 El rey de los sirios envió este otro mensaje a Acab: «¡Que los dioses me hagan más de lo que te puedo hacer a ti, si dejo que en Samaria quede el polvo suficiente para que cada uno de los que me siguen se lleve un puñado!».

11 El rey Acab le respondió: «¡No te jactes de la victoria sin siquiera haber peleado todavía!».

12 La respuesta de Acab la recibieron Ben Adad y los otros reyes mientras estaban bebiendo en su campamento. Inmediatamente Ben Adad ordenó a su tropa: «¡Prepárense para el ataque!». De modo que se prepararon para ir a atacar la ciudad.

Acab derrota a Ben Adad

13 Entonces vino un profeta a ver al rey Acab, y le dio este mensaje de parte del Señor:

―¿Ves a todos estos enemigos? Hoy los entregaré en tus manos, así no te quedará ninguna duda de que yo soy el Señor.

14 Acab respondió:

―Y, ¿cómo lo hará?

Y el profeta respondió:

―El Señor dice que lo hará por medio de los siervos de los príncipes de las provincias.

―¿Atacaremos nosotros primero? —preguntó Acab.

―Sí —respondió el profeta.

15 Entonces Acab pasó revista a los siervos de los príncipes de las provincias, que eran doscientos treinta y dos. Luego pasó revista a todo el pueblo, el cual estaba integrado por siete mil hombres. 16 Hacia el mediodía, cuando Ben Adad y los treinta y dos reyes aliados estaban bebiendo y se habían embriagado, salieron los primeros hombres de Acab de la ciudad. 17 Cuando se acercaban, los vigías de Ben Adad le informaron:

―Vienen algunos hombres.

18 ―Tómenlos vivos —ordenó Ben Adad—, ya sea que vengan en son de paz o de guerra.

19 Entonces todo el pueblo que seguía a Acab se unió al ataque. 20 Cada uno mató a un soldado sirio, y repentinamente, todos los sirios huyeron presas del pánico. Los israelitas los persiguieron, pero el rey Ben Adad y unos pocos jinetes escaparon. 21 Sin embargo, el grueso de los caballos y carros fueron capturados, y la mayor parte de los sirios murió en aquella batalla.

22 Entonces el profeta se acercó al rey Acab y le dijo: «Prepárate para otro ataque, pues el rey de Siria volverá a atacar el próximo año».

23 Después de su derrota, los siervos del rey Ben Adad le dijeron: «El Dios de Israel es Dios de las colinas, por eso es que los israelitas ganaron. Pero podemos derrotarlos fácilmente en las llanuras. 24 Sólo que esta vez hay que poner gobernadores en vez de reyes. 25 Alista otro ejército similar al que perdiste; danos la misma cantidad de caballos, carros y hombres, y pelearemos contra ellos en las llanuras; no hay sombra de duda de que los derrotaremos».

El rey Ben Adad hizo lo que ellos sugerían. 26 Al año siguiente alistó a los sirios y salió nuevamente contra Israel, esta vez en Afec. 27 El rey Acab, por su parte, conformó su ejército, estableció la línea de aprovisionamiento, y salió a ofrecer batalla; pero los israelitas parecían un par de rebaños de cabritos, en comparación con las fuerzas sirias que llenaban todo el campo.

28 Entonces un profeta se presentó ante el rey de Israel con este mensaje de parte del Señor: «Por cuanto los sirios han dicho: “El Señor es un Dios de las montañas y no de las llanuras”, yo te entregaré a todo este pueblo, y ustedes sabrán, sin duda alguna, de que yo soy el Señor».

29 Acamparon uno frente al otro durante siete días, y en el séptimo día se inició la batalla. Los israelitas dieron muerte, en aquel día, a cien mil soldados de infantería siria. 30 El resto huyó a refugiarse tras las murallas de Afec; pero las murallas cayeron sobre ellos y mataron a otros veintisiete mil hombres. Ben Adad huyó a la ciudad, y se escondió en una pieza interior de una de las casas.

31 Entonces sus siervos le dijeron: «Señor, hemos oído decir que los reyes de Israel son muy misericordiosos. Vistámonos con ropas ásperas, pongámonos cuerdas en el cuello y salgamos para ver si el rey Acab nos deja con vida».

32 Entonces fueron ante el rey de Israel y le suplicaron:

―Tu siervo Ben Adad te manda a decir que por favor le perdones la vida.

―¿Está vivo aún? —preguntó el rey de Israel—. ¡Él es mi hermano!

33 Los hombres inmediatamente se aferraron a este rayo de esperanza, y se apresuraron a responder:

―¡Sí, Ben Adad es tu hermano!

―Vayan y tráiganlo —les dijo el rey de Israel. Y cuando Ben Adad llegó, Acab lo invitó a subir a uno de sus carros.

34 Ben Adad le dijo:

―Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó al tuyo, para que puedas establecer puestos de comercio en Damasco, como mi padre hizo en Samaria.

Acab le contestó:

―Siendo así, te dejaré en libertad.

De este modo Acab hizo un pacto con Ben Adad, y lo dejó ir.

Un profeta condena a Acab

35 Mientras tanto, el Señor habló a uno de los profetas para que le dijera a otro hombre:

―¡Golpéame!

Pero el hombre se negó a hacerlo.

36 Entonces el profeta dijo:

―Por cuanto no obedeciste la voz del Señor, saldrá un león y te matará en cuanto yo me haya ido.

Y, efectivamente, tan pronto el profeta se fue, un león atacó al hombre y lo mató.

37 Entonces el profeta fue y le dijo a otro hombre: «¡Golpéame!». Y él lo hizo, y lo dejó herido.

38 El profeta esperó al rey a una orilla del camino, habiéndose vendado los ojos para disfrazarse.

39 Cuando el rey pasó, el profeta lo llamó y le dijo:

―Señor, yo estaba en la batalla, y un hombre me entregó un prisionero y dijo: “Cuida a este hombre; si él se va, morirás, o me tendrás que dar treinta mil monedas de plata”. 40 Pero mientras yo estaba ocupado en otra cosa, el prisionero desapareció.

―Bueno, es culpa tuya —respondió el rey—. Tendrás que pagar.

41 Entonces el profeta se arrancó el vendaje de los ojos, y el rey lo reconoció como uno de los profetas. 42 El profeta le dijo:

―El Señor ha dicho: “Por cuanto tú has salvado la vida del hombre que yo dije que debería morir, tú morirás en su lugar, y tu pueblo morirá en lugar del suyo”.

43 Entonces el rey de Israel regresó a Samaria enojado y deprimido.

Nueva Biblia Viva (NBV)

Nueva Biblia Viva, © 2006, 2008 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.