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La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
Version
Génesis 43-45

Benjamín llega a Egipto

43 El hambre continuaba asolando el país. Así que cuando a Jacob y a sus hijos se les acabó el grano que trajeron de Egipto, su padre les dijo:

— Vayan otra vez a comprar un poco más de alimento para nosotros.

Pero Judá le recordó:

— Aquel hombre nos advirtió claramente que no nos recibirá si no llevamos a nuestro hermano menor con nosotros. Si permites que nuestro hermano menor venga con nosotros, bajaremos a comprarte alimento; pero si no lo dejas venir, no iremos. Aquel hombre fue tajante: “Si no traen a su hermano menor, no los recibiré”.

Entonces Israel replicó:

— ¿Por qué me han hecho esto, diciendo a aquel hombre que tenían otro hermano?

Ellos respondieron:

— Porque aquel hombre nos hacía muchas preguntas sobre nosotros y nuestra familia. Nos preguntaba si vivía nuestro padre, si teníamos algún otro hermano; nosotros no tuvimos más remedio que responder a sus preguntas. ¿Cómo íbamos a saber que nos mandaría llevar a nuestro hermano menor?

Y Judá dijo a su padre Israel:

— Deja que el muchacho venga bajo mi cuidado y pongámonos inmediatamente en marcha; sólo así nosotros, tú y nuestros hijos podremos sobrevivir y no moriremos. Yo me hago responsable de él; a mí me pedirás cuentas de lo que le pase. Si no te lo devuelvo sano y salvo, yo seré el culpable ante ti para siempre. 10 Si no hubiéramos titubeado tanto, ya estaríamos de vuelta por segunda vez.

11 Entonces Israel, su padre, les dijo:

— Pues si no hay más remedio, hagan lo siguiente: metan en sus costales regalos para aquel hombre de lo mejor que produce esta tierra: un poco de bálsamo, un poco de miel, perfume, mirra, nueces y almendras. 12 Lleven también el doble de dinero, para devolver el que les pusieron en la boca de los costales, quizás por descuido. 13 Así que tomen a su hermano y vayan de nuevo a ver a aquel hombre. 14 Que el Dios todopoderoso haga que se apiade de ustedes y los permita regresar con su otro hermano y con Benjamín. Y si yo tengo que verme privado de mis hijos, pues que así sea.

15 Ellos tomaron los regalos junto con el doble de dinero y emprendieron el camino llevando consigo a Benjamín. Llegados a Egipto, se presentaron ante José. 16 Cuando José vio que Benjamín estaba con ellos, dijo a su mayordomo:

— Lleva a estos hombres a mi casa. Manda matar un animal y que lo guisen, porque estos hombres comerán conmigo al mediodía.

17 El mayordomo cumplió la orden y los llevó personalmente a casa de José. 18 Ellos, al ver que los llevaban a casa de José, se asustaron, pues pensaban:

— Nos han traído aquí a causa del dinero que devolvieron en nuestros costales la vez pasada. Esto es un pretexto para acusarnos, condenarnos, hacernos esclavos y quedarse con nuestros asnos.

19 Así que, al llegar a la puerta de la casa, se acercaron al mayordomo para hablar con él, 20 y le dijeron:

— Escucha, señor, la otra vez vinimos verdaderamente para comprar alimento, 21 pero a nuestro regreso, cuando acampamos para pasar la noche, descubrimos que en la boca de cada uno de nuestros costales estaba el dinero que habíamos pagado, la cantidad exacta. Ahora lo hemos traído para devolverlo; 22 y también hemos traído dinero para comprar más alimento. De veras que no sabemos quién pudo poner el dinero en nuestros costales.

23 El mayordomo respondió:

— Quédense tranquilos, no tengan miedo. Ha sido su Dios, el Dios de su padre, el que ha puesto ese dinero en sus costales; el dinero de ustedes lo recibí yo.

Luego hizo que trajeran a Simeón 24 y todos fueron a casa de José. Allí les puso agua para que se lavaran los pies y dio de comer a sus asnos. 25 Ellos, mientras tanto, prepararon los regalos y esperaron a que José llegara al mediodía, pues habían oído que comerían allí.

26 Cuando José llegó a la casa, le entregaron el obsequio que le habían traído y se inclinaron rostro en tierra. 27 José se interesó por su salud y luego les preguntó:

— ¿Qué tal está su anciano padre, del que me hablaron? ¿Vive aún?

28 Ellos respondieron:

— Nuestro padre, tu siervo, vive todavía y se encuentra bien.

Ellos se inclinaron e hicieron una reverencia. 29 José miró a su alrededor y, al ver a Benjamín, su hermano de padre y madre, les preguntó:

— ¿Este es su hermano pequeño del que me hablaron? ¡Que Dios te sea propicio, hijo mío!

30 Las entrañas de José se conmovieron al ver a su hermano y, no pudiendo contener las lágrimas, marchó apresuradamente a su alcoba y allí estuvo llorando. 31 Después se lavó la cara y, ya más calmado, salió y ordenó:

— ¡Sirvan la comida!

32 A José le sirvieron en una mesa, a sus hermanos en otra, y a los comensales egipcios en otra, porque los egipcios no pueden comer con los hebreos, por ser algo abominable para ellos. 33 Los hermanos de José estaban sentados frente a él, colocados por edades de mayor a menor, y unos a otros se miraban con asombro. 34 José les mandaba desde su mesa las porciones, pero la porción de Benjamín era cinco veces mayor que la de los otros. Y así bebieron con él hasta embriagarse.

La copa de José

44 Después José ordenó a su mayordomo:

— Llena los costales de estos hombres con todos los víveres que les quepan y pon el dinero de cada uno de ellos en la boca de su costal. Además, esconde mi copa, la de plata, en la boca del costal del hermano menor, junto con el dinero de la compra.

El mayordomo hizo lo que José le ordenó. Con los primeros rayos del sol, dejaron partir a los hombres con sus asnos. Todavía no estaban muy lejos de la ciudad, cuando José dijo a su mayordomo:

— Vete tras ellos y cuando los alcances diles:

— ¿Por qué han pagado mal por bien? ¿Por qué han robado la copa que mi señor usa para beber y para adivinar? No debieron obrar así.

Cuando el mayordomo los alcanzó, les repitió esas mismas palabras. Pero ellos respondieron:

— ¿Por qué mi señor dice eso? ¡Lejos de nosotros hacer tal cosa! Si vinimos desde Canaán a devolver el dinero que encontramos en la boca de nuestros costales, ¿por qué, entonces, habríamos de robar oro o plata de la casa de tu señor? Si encuentras la copa en poder de alguno de nosotros, que muera el que la tenga; el resto de nosotros seremos esclavos de mi señor.

10 Entonces el mayordomo dijo:

— Que sea como ustedes dicen, pero sólo el que tenga la copa será mi esclavo, los demás podrán marcharse.

11 Cada uno de ellos bajó aprisa su costal al suelo, y lo abrió. 12 El mayordomo registró cada costal, comenzando por el del hermano mayor y terminando por el del menor. ¡Y encontró la copa en el costal de Benjamín! 13 Al ver esto, ellos se rasgaron las vestiduras, volvieron a cargar cada uno su asno y regresaron a la ciudad.

14 Todavía estaba José en casa cuando llegaron Judá y los otros hermanos. Entonces se inclinaron rostro en tierra, 15 y José les preguntó:

— ¿Qué es lo que han hecho? ¿Acaso no saben que un hombre como yo tiene el don de adivinar?

16 Judá respondió:

— ¿Qué podemos responder a nuestro señor? ¿Qué palabras pronunciar? ¿Cómo podremos probar nuestra inocencia? Dios ha puesto al descubierto la culpa de tus siervos. Seremos tus esclavos, mi señor, tanto nosotros como aquel en cuyo poder fue hallada la copa.

17 Pero José dijo:

— ¡Lejos de mí hacer tal cosa! Sólo aquel en cuyo poder fue hallada la copa será mi esclavo. Los demás pueden regresar tranquilos a casa de su padre.

Judá intercede por Benjamín

18 Entonces Judá se acercó a José y le dijo:

— Te ruego, mi señor, que permitas a este siervo tuyo hablarte en privado, sin que te enfades conmigo, porque tú eres como el faraón. 19 Cuando mi señor nos preguntó si todavía teníamos padre o algún hermano, 20 nosotros contestamos a mi señor que teníamos un padre anciano y un hijo que le nació ya en su vejez. Nuestro padre quiere muchísimo a este hijo porque es el único que le queda de la misma madre, ya que el otro murió. 21 Entonces, mi señor, nos pediste que lo trajéramos, porque querías verlo. 22 Nosotros dijimos a mi señor que el joven no podía dejar a su padre porque, si lo hacía, el padre moriría. 23 Pero mi señor insistió y nos advirtió que, si no traíamos a nuestro hermano menor, no seríamos recibidos por ti. 24 Entonces regresamos adonde vive tu siervo, mi padre, y le comunicamos las palabras de mi señor. 25 Y cuando nuestro padre nos mandó que volviéramos a comprar más alimento, 26 nosotros le respondimos que no podíamos bajar sin nuestro hermano menor, porque no seríamos recibidos por aquel hombre a no ser que nuestro hermano menor viniera con nosotros. 27 A lo que tu siervo, mi padre, respondió: “Ya saben que mi mujer me dio dos hijos; 28 uno de ellos se fue de mi lado y pienso que lo descuartizó una fiera, porque no he vuelto a verlo. 29 Si arrancan de mi lado también al otro hijo y le pasa alguna desgracia, ustedes tendrán la culpa de que este pobre viejo se muera de pena”. 30 La vida, pues, de mi padre, tu siervo, está tan unida a la vida del muchacho que, si el muchacho no va con nosotros cuando yo regrese, 31 con toda seguridad mi padre, al no verlo, morirá y nosotros seremos los culpables de que nuestro padre muera de pena. 32 Este tu siervo se hizo responsable ante mi padre del cuidado del muchacho. Le dije que si no se lo devuelvo, la culpa será mía de por vida. 33 Por eso, ruego a mi señor permita que yo me quede como esclavo en lugar del muchacho, y que este regrese con sus hermanos. 34 ¿Cómo podría volver junto a mi padre, si el muchacho no va conmigo? Yo no podría soportar el dolor que sufriría mi padre.

José se da a conocer

45 No pudiendo ya contener la emoción ante los que estaban con él, José exclamó:

— Salgan todos de mi presencia.

Y no quedó nadie con él cuando José se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios, llegando la noticia hasta el palacio mismo del faraón. Entonces José dijo a sus hermanos:

— Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?

Sus hermanos quedaron tan pasmados que no atinaban a dar respuesta. Pero él les dijo:

— ¡Acérquense!

Ellos se acercaron, y José les repitió:

— Yo soy José, su hermano, el que vendieron y que llegó a Egipto. Pero no se aflijan ni se reprochen el haberme vendido, pues en realidad fue Dios quien me ha enviado aquí antes que a ustedes, para salvar vidas. Ya van dos años de hambre en el país y todavía faltan cinco años más en que no habrá labranza ni cosecha. Por eso Dios me envió por delante de ustedes para salvarlos de modo admirable y asegurar su supervivencia sobre la tierra. Así que no fueron ustedes quienes me enviaron aquí, sino Dios. Él me ha constituido consejero del faraón, señor de su casa y gobernador de todo el país de Egipto. Así que suban sin tardanza adonde está mi padre y díganle: “Así dice tu hijo José: Dios me ha hecho señor de todo Egipto; ven a verme cuanto antes. 10 Vivirás en la región de Gosen y estarás cerca de mí junto con tus hijos, tus nietos, tus ovejas, tus vacas y todas tus posesiones. 11 Esta hambre durará cinco años más, pero yo te proporcionaré lo necesario para que subsistan tú, tu familia y todo lo que posees”. 12 Mi hermano Benjamín y ustedes mismos son testigos de que soy yo en persona quien habla. 13 Cuéntenle a mi padre el prestigio que tengo en Egipto y todo lo que han visto, y traigan aquí a mi padre cuanto antes.

14 Entonces José rompió a llorar y se abrazó al cuello de su hermano Benjamín que, abrazado a José, se deshacía también en llanto. 15 Luego, anegado en lágrimas, José besó también a todos sus hermanos que, sólo entonces, se atrevieron a hablarle.

16 Cuando llegó a la corte del faraón la noticia de que habían venido los hermanos de José, tanto el faraón como sus cortesanos se alegraron. 17 Y el faraón dijo a José:

— Di a tus hermanos que carguen sus asnos, vayan a Canaán, 18 y regresen a mí con su padre y sus familias. Yo les daré lo mejor de la tierra de Egipto y podrán comer de lo más sabroso de este país. 19 Diles además: “Llévense carros de Egipto para que regresen trayendo a sus niños y mujeres, y también a su padre. 20 Que no se preocupen por las cosas que tengan que dejar, porque lo mejor de todo Egipto será para ellos”.

21 Así lo hicieron los hijos de Israel. José les proporcionó carros conforme al mandato del faraón y les entregó también víveres para el camino. 22 A cada uno le dio un vestido nuevo; a Benjamín le dio trescientos siclos de plata y cinco vestidos nuevos. 23 Para su padre cargó diez asnos con los mejores productos de Egipto y diez asnas más con cereales, pan y otras provisiones para su viaje. 24 Al despedirse José de sus hermanos, cuando estos ya partían, les dijo:

— No discutan por el camino.

25 Ellos salieron de Egipto y llegaron a la tierra de Canaán, donde se encontraba su padre Jacob, 26 y le comunicaron la noticia:

— José vive y es gobernador de todo Egipto.

Pero Jacob ni se inmutó, porque no les creía. 27 Sólo cuando ellos le repitieron palabra por palabra lo que les dijo José y vio los carros que José enviaba para llevarlo [a Egipto], recobró la ilusión. 28 Israel entonces exclamó:

— ¡Esto me basta! José, mi hijo, vive todavía. Iré y lo veré antes de morir.

La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)

La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España