Book of Common Prayer
Dios es el rey
SALMO 93 (92)
93 Dios mío,
tú eres nuestro rey.
Has mostrado tu majestad,
tu grandeza y tu poder.
Has afirmado el mundo,
y jamás se moverá.
2 Desde el principio eres rey;
tú siempre has existido.
3 Dios mío,
se revuelven los ríos,
se levantan las olas,
¡se agitan los mares!
4 Pero tú, en el cielo,
te muestras más poderoso
que el rugido de los mares;
¡más poderoso que las olas del mar!
5 Dios mío,
tus leyes tienen valor permanente.
Tu presencia da a tu templo
una belleza sin igual.
Dios es nuestro rey
SALMO 96 (95)
96 ¡Vamos, habitantes de este mundo!
¡Cantemos a Dios un nuevo himno!
2 ¡Cantemos alabanzas a nuestro Dios!
¡Celebremos día tras día sus victorias!
3 ¡Anunciemos su grandeza y maravillas
entre todas las naciones!
4 ¡Grande y digno de alabanza
es nuestro Dios,
y más temible que todos los dioses!
5 Los dioses de otras naciones
son dioses falsos,
pero Dios hizo los cielos.
6 Lleno está su santuario
de majestad y esplendor,
de poder y belleza.
7 Pueblos todos,
¡reconozcan el poder de nuestro Dios
y ríndanle homenaje!
8 ¡Vengan a los patios de su templo
y traigan sus ofrendas!
¡Adórenlo como él se merece!
9 ¡Inclínense ante él
en su santuario majestuoso!
¡Que toda la tierra le rinda homenaje!
10 Que digan las naciones:
«¡Dios es nuestro rey!»
Él estableció el mundo con firmeza,
y el mundo jamás se moverá.
¡Él gobierna las naciones con justicia!
11 ¡Que se alegren los cielos!
¡Que grite la tierra de alegría!
¡Que ruja el mar,
con todo lo que contiene!
12 ¡Que canten alegres los campos,
con todo lo que hay en ellos!
¡Que griten de alegría
todos los árboles del bosque!
13 ¡Que canten en presencia de Dios,
que viene ya para gobernar al mundo!
¡Dios gobernará con verdadera justicia
a todos los pueblos de la tierra!
Dios cuida de los suyos
SALMO 34 (33)
Este salmo lo compuso David cuando se presentó ante el rey Abimelec y quiso hacerle creer que estaba loco. Por eso Abimelec le ordenó que saliera de su presencia.
34 1-2 Dios mío,
¡yo estoy muy orgulloso de ti!
¡Todo el tiempo te bendeciré!
¡Mis labios siempre te alabarán!
Ustedes, los humildes,
¡oigan esto y alégrense conmigo!
3 ¡Únanse a mí,
y juntos alabemos
la grandeza de Dios!
4 Le pedí a Dios que me ayudara,
y su respuesta fue positiva:
¡me libró del miedo que tenía!
5 Los que a él acuden
se llenan de alegría
y jamás pasan vergüenzas.
6 Yo, que nada valgo,
llamé a Dios, y él me oyó,
y me salvó de todas mis angustias.
7 Dios envía a su ángel
para que salve del peligro
a todos los que lo honran.
8-10 Dios bendice
a los que en él confían.
Ustedes, pueblo de Dios,
vengan y prueben su bondad;
verán que a quienes lo adoran
nunca les falta nada.
Los ricos[a] pasarán hambre,
pero a los que confían en Dios
nunca les faltará nada bueno.
11 Vengan conmigo, queridos niños;
¡préstenme atención!
Voy a enseñarles a honrar a Dios.
12 Si quieren gozar de la vida
y vivir una vida feliz,
13 dejen de hablar mal de otros
y de andar diciendo mentiras;
14 aléjense del mal y hagan lo bueno,
y procuren vivir siempre en paz.
15 Dios siempre cuida a los suyos
y escucha sus oraciones,
16 pero a los que hacen lo malo
les vuelve la espalda
y borra de este mundo su recuerdo.
17 Dios escucha a los suyos
y los libra de su angustia.
18 Dios siempre está cerca
para salvar a los que no tienen
ni ánimo ni esperanza.
19 Los que son de Dios
podrán tener muchos problemas,
pero él los ayuda a vencerlos.
20 Dios cuida de ellos
y no sufrirán daño alguno.
21 Los malvados tendrán que sufrir
las consecuencias de su maldad,
pues Dios habrá de castigar
a los que odian a su pueblo.
22 Dios siempre salva a los suyos;
los que confían en él
no sufrirán ningún castigo.
Mardoqueo y Amán
3 Tiempo después, el rey Asuero nombró jefe de gobierno a Amán hijo de Hamedata, que era descendiente de Agag. 2 Además, el rey ordenó que todos sus sirvientes se arrodillaran e inclinaran su cabeza ante Amán, en señal de respeto.
Pero Mardoqueo ni se arrodillaba ni inclinaba su cabeza, 3 así que los sirvientes del palacio le preguntaron por qué no obedecía la orden del rey. 4 Varias veces le hicieron la misma pregunta, pero él no les hacía caso.
Después de unos días, los sirvientes se lo contaron a Amán. Querían ver si Mardoqueo se atrevería a decirle lo que ya les había dicho a ellos; es decir, que no obedecía esa orden porque era judío.
5 Cuando Amán se enteró de que Mardoqueo no se arrodillaba ni inclinaba su cabeza ante él, se enfureció. 6 Y al saber que Mardoqueo era judío, decidió castigarlo a él y destruir a todos los judíos que vivían en el reino de Asuero.
Amán convence al rey
7 Asuero ya tenía doce años de reinar. En el mes de Abib[a] de ese año, Amán echó suertes para saber en qué fecha debía llevar a cabo su plan, y le salió el mes de Adar.[b] 8 Entonces Amán le dijo al rey Asuero:
—Majestad, en su reino vive gente de otra raza. Se los encuentra uno por todos lados. Tienen leyes diferentes y no obedecen las órdenes de Su Majestad. No es conveniente dejarlos vivir en el reino. 9 Si a Su Majestad le parece bien, y ordena que sean destruidos, yo daré trescientos treinta mil kilos de plata a los administradores del tesoro del reino.
10 El rey se quitó de su mano el anillo con el sello real, se lo dio a Amán, el enemigo de los judíos, 11 y le dijo:
—Puedes quedarte con tu dinero. Haz con esa gente lo que te parezca.
La orden para destruir a los judíos
12-13 El día trece del mes de Abib[c] el rey llamó a sus secretarios para que escribieran las órdenes de Amán y las enviaran a sus asistentes, a los gobernadores de todas las provincias, y a todos los jefes del país. Estos documentos fueron enviados a cada provincia y pueblo del reino en el idioma que entendían, y debidamente firmados y sellados por el rey Asuero. En ellos se ordenaba que el día trece del mes de Adar[d] se destruyera por completo al pueblo judío. Ese día se mataría a todos los judíos, tanto jóvenes como ancianos, mujeres y niños, y además se les quitarían sus pertenencias. 14 Este decreto fue dado a conocer por todas las provincias y pueblos del reino, y se hicieron varias copias para que la gente se preparara para aquel día. 15 Este mismo decreto se publicó enseguida en Susa. Los mensajeros salieron rápidamente con el documento, y la noticia dejó confundidos a todos en la ciudad. El rey, por su parte, se sentó a beber con Amán.
La tristeza de los judíos
4 Cuando Mardoqueo se enteró de lo que había pasado, rompió su ropa en señal de tristeza, y se puso ropa áspera. Luego se echó ceniza en la cabeza, y anduvo por la ciudad llorando amargamente y en voz alta. 2 Llegó hasta la entrada del palacio del rey, pero no entró porque estaba prohibido entrar en el palacio vestido de esa manera.
3 Cuando se conocieron las órdenes del rey en las distintas provincias, los judíos se pusieron muy tristes. No comían nada, lloraban amargamente, y la mayoría de ellos se acostó sobre ceniza y se puso ropa áspera.
Obediencia al mensaje de Dios
19 Mis queridos hermanos, pongan atención a esto que les voy a decir: todos deben estar siempre dispuestos a escuchar a los demás, pero no dispuestos a enojarse y hablar mucho. 20 Porque la gente violenta no puede hacer lo que Dios quiere. 21 Por eso, dejen de hacer lo malo, pues ya hay mucha maldad en el mundo. Hacer lo malo es como andar vestido con ropa sucia. Más bien, reciban con humildad el mensaje que Dios les ha dado. Ese mensaje tiene poder para salvarlos.
22-24 ¡Obedezcan el mensaje de Dios! Si lo escuchan, pero no lo obedecen, se engañan a ustedes mismos y les pasará lo mismo que a quien se mira en un espejo: tan pronto como se va, se olvida de cómo era. 25 Por el contrario, si ustedes ponen toda su atención en la palabra de Dios, y la obedecen siempre, serán felices en todo lo que hagan. Porque la palabra de Dios es perfecta y los libera del pecado.
26 Si alguien se cree muy santo y no cuida sus palabras, se engaña a sí mismo y de nada le sirve tanta religiosidad. 27 Creer en Dios el Padre es agradarlo y hacer el bien, ayudar a las viudas y a los huérfanos cuando sufren, y no dejarse vencer por la maldad del mundo.
Dar
6 »Cuando ustedes hagan una buena acción, no lo anuncien por todos lados; de lo contrario, Dios su Padre no les dará ningún premio.
2 »Si alguno de ustedes ayuda a los pobres, no se ponga a publicarlo en las sinagogas ni en los lugares por donde pasa la gente; eso lo hacen los hipócritas, que quieren que la gente los alabe. Les aseguro que ése es el único premio que ustedes recibirán.
3 »Cuando alguno de ustedes ayude a los pobres, no se lo cuente a nadie. 4 Así esa ayuda se mantendrá en secreto, y Dios el Padre, que conoce ese secreto, les dará a ustedes su premio.
Jesús enseña a orar
5 »Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas. A ellos les encanta que la gente los vea orar. Por eso oran de pie en las sinagogas y en los lugares por donde pasa mucha gente. Pueden estar seguros de que no tendrán otra recompensa.
6 »Cuando alguno de ustedes ore, hágalo a solas. Vaya a su cuarto, cierre la puerta y hable allí en secreto con Dios, su Padre, pues él da lo que se le pide en secreto.
El ayuno
16 »Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas. A ellos les gusta que la gente sepa que están ayunando. Les aseguro que ése será el único premio que ellos recibirán. 17 Cuando ustedes ayunen, péinense bien y lávense la cara, 18 para que la gente no se dé cuenta de que están ayunando. Sólo Dios, su Padre, quien conoce todos los secretos, sabrá que están ayunando y les dará su premio.
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