Book of Common Prayer
Salmo de David, cuando estaba en el desierto de Judá.
63 ¡Oh Dios, mi Dios! ¡Cómo te busco! ¡Qué sed tengo de ti en esta tierra reseca y triste en donde no hay agua! ¡Cómo anhelo encontrarte! 2 ¡Te he visto en tu santuario y he contemplado tu fortaleza y gloria, 3 porque tu amor y bondad son para mí mejor que la vida misma! ¡Cuánto te alabo! 4 Te bendeciré mientras viva, alzando a ti mis manos en oración. 5 Tú dejas mi alma más satisfecha que un delicioso banquete; te alabarán mis labios con gran júbilo.
6 Paso la noche despierto en mi lecho pensando en ti, 7 en cuánto me has ayudado. ¡Canto durante la noche con gozo bajo la protectora sombra de tus alas! 8 Te sigo de cerca, protegido por tu potente diestra. 9 Pero quienes planean destruirme descenderán a las profundidades de la tierra. 10 Están condenados a morir a espada; a ser comida de chacales. 11 Pero el rey se regocijará en Dios. Todos los que en él confían se alegrarán, y los mentirosos serán acallados.
98 Canten al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas, porque ha obtenido una gran victoria mediante su poder y santidad. 2 Ha anunciado su victoria y ha revelado su justicia a cada nación. 3 Él ha recordado su promesa de amar y ser fiel a Israel. La tierra entera ha visto la salvación de nuestro Dios. 4 ¡Aclamen al Señor toda la tierra! ¡Exalten al Señor con alabanzas y alegres cantos!
5 Entonemos nuestra alabanza al son del arpa y de coros melodiosos. 6 Resuenen los clarines y trompetas. ¡Hagan una jubilosa sinfonía ante el Señor, el Rey! 7 ¡Que ruja de alegría el mar con todo lo que hay en él; también el mundo y todos sus habitantes! Clamen la tierra y todos sus habitantes: «¡Gloria al Señor!».
8 ¡Que los ríos aplaudan con alegría y que los montes canten con gozo al Señor! 9 Porque el Señor viene a juzgar la tierra. Él juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con igualdad.
Salmo de David.
103 Alaba, alma mía al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. 2 Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de las cosas buenas que él te da. 3 Él perdona todos tus pecados y sana todas tus enfermedades, 4 y rescata tu vida del sepulcro. Te rodea de tierno amor y misericordia. 5 Llena tu vida de cosas buenas. Te rejuvenece como a las águilas. 6 Él hace justicia a cuantos son tratados injustamente. 7 A Moisés dio a conocer sus caminos, y al pueblo de Israel sus obras.
8 El Señor es misericordioso y compasivo, es lento para enojarse y está lleno de amor. 9 No nos acusa constantemente, ni permanece enojado para siempre. 10 No nos ha castigado conforme a lo que merecemos por todos nuestros pecados, 11 porque su misericordia para los que le temen es tan grande como la altura de los cielos sobre la tierra. 12 Ha arrojado nuestros pecados tan lejos de nosotros como está el oriente del occidente. 13 El Señor es para nosotros como un padre, compasivo para con los que le temen. 14 Porque él sabe lo débiles que somos, sabe que somos polvo. 15 Nuestros días en esta tierra son como la hierba, como la flor del campo que florece y muere, 16 y que el viento se lleva y desaparece para siempre.
17 Pero el amor del Señor permanece para siempre con aquellos que le temen. Su salvación está con los hijos de sus hijos, 18 con los que cumplen su pacto y se acuerdan de cumplir sus mandamientos.
19 El Señor ha hecho de los cielos su trono; desde allí gobierna sobre cuanto existe. 20 Bendigan al Señor, ustedes sus ángeles, ustedes poderosas criaturas que escuchan y cumplen cada uno de sus mandatos. 21 Alaben al Señor, todos sus ejércitos, siervos suyos que cumplen su voluntad.
22 Alabe al Señor todo lo que él ha creado en todos los rincones de su reino. ¡Alaba, alma mía al Señor!
Discurso inicial
1 Estas son las palabras del Predicador, hijo de David, rey de Jerusalén.
2 Según mi entender, nada vale la pena; todo es vano. 3-7 Pues, ¿qué obtiene la gente de todo su trabajo?
Generaciones vienen y generaciones van y todo sigue igual. Sale el sol y se pone, y en rápido giro vuelve a surgir. Sopla el viento del sur y del norte, aquí y allá, yendo y volviendo, sin ir a ninguna parte. Los ríos desembocan en el mar y este nunca se llena, y el agua vuelve a los ríos y nuevamente fluye hacia el mar. 8-11 Todo es indecible fastidio y fatiga. Por más que vemos, jamás nos satisfacemos; por más que oímos, no estamos contentos.
La historia es simple repetición. Nada hay realmente nuevo; todo ha sido hecho o dicho antes. ¿Puedes tú indicar algo que sea nuevo? ¿Cómo sabes que no existió ya en remotas edades? No recordamos lo ocurrido en aquellos tiempos antiguos, y en las futuras generaciones nadie recordará lo que hayamos hecho ahora.
Felipe y el etíope
26 Un ángel del Señor le dijo a Felipe: «Ve hacia el sur por el camino desierto que va de Jerusalén a Gaza». 27 Así lo hizo. Y por el camino se encontró con un etíope eunuco, el tesorero de Etiopía, funcionario poderoso de la reina Candace. El etíope había ido a Jerusalén a adorar en el templo. 28 En el viaje de regreso, el funcionario iba en su carroza leyendo el libro del profeta Isaías.
29 «Da alcance a esa carroza —le dijo el Espíritu Santo a Felipe—, y acércate a ella».
30 Felipe obedeció presuroso y, al acercarse, escuchó lo que el funcionario iba leyendo.
―¿Entiendes eso que lees? —le preguntó.
31 ―¿Cómo lo voy a entender si nadie me lo ha explicado? —contestó.
Entonces invitó a Felipe a que subiera a la carroza y se sentara con él.
32 El pasaje de las Escrituras que estaba leyendo era el siguiente:
«Como oveja a la muerte lo llevaron, y como cordero mudo ante los que lo trasquilan, no abrió la boca. 33 En su humillación, no se le hizo justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia? porque arrancaron su vida de esta tierra».
34 ―¿Hablaba el profeta de sí mismo o de otra persona? —le preguntó el eunuco a Felipe.
35 Y Felipe, comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, se puso a hablarle de las buenas noticias acerca de Jesús.
36 A un lado del camino encontraron agua.
―¡Mira! ¡Aquí hay agua! —exclamó el funcionario—. ¿Por qué no me bautizas?
37 ―Siempre y cuando creas de corazón, no hay nada que lo impida —le dijo Felipe.
―Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios —respondió el eunuco.
38 Detuvieron entonces la carroza, bajaron ambos al agua y Felipe lo bautizó.
39 Al salir del agua, el Espíritu del Señor se llevó a Felipe y el funcionario ya no lo vio: Pero a pesar de esto, siguió gozoso su camino.
40 Mientras tanto, Felipe estaba en Azoto, y allí, como en cada una de las ciudades que encontró en el viaje a Cesarea, predicó las buenas noticias.
Jesús enseña sobre la oración
11 Un día que Jesús estaba orando en cierto lugar, al terminar uno de sus discípulos le dijo:
―Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.
2 Él les dijo:
―Cuando oren, digan:
«Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. 3 Danos hoy nuestro pan de cada día. 4 Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos hacen mal. Y no nos metas en tentación».[a]
5 Y siguió diciendo:
―Supongamos que uno de ustedes tiene un amigo, y a medianoche va y le dice: “Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío acaba de llegar de un viaje y no tengo nada que ofrecerle”. 7 Y el que está adentro le responde: “No me molestes. La puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a dártelos”. 8 Les digo que se levantará a darle el pan, no por que sea su amigo, sino por su impertinencia, y le dará todo lo que necesite.
9 »Por eso yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. 10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
11 »¿Alguno de ustedes que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Pues si ustedes, que son malos, saben darles cosas buenas a sus hijos, con mayor razón el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan».
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