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Book of Common Prayer

Daily Old and New Testament readings based on the Book of Common Prayer.
Duration: 861 days
La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
Version
Salmos 19

Salmo 19 (18)

La ley del Señor es perfecta

19 Al maestro del coro. Salmo de David.
Los cielos proclaman la grandeza del Señor,
el firmamento pregona la obra de sus manos;
el día al día comunica su mensaje,
la noche a la noche anuncia la noticia:
sin lenguaje, sin palabras,
sin que se escuche su voz,
se difunde su sonido por toda la tierra,
y por los confines del mundo su mensaje.
En ellos ha erigido una tienda para el sol
que recorre alegre su camino como atleta,
como novio que sale de su alcoba.
Sale por un extremo del cielo
y en su órbita llega hasta el otro:
nada escapa a su calor.
La ley del Señor es perfecta,
reconforta al ser humano;
el mandato del Señor es firme,
al sencillo lo hace sabio;
los decretos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
el mandamiento del Señor es nítido,
llena los ojos de luz;
10 venerar al Señor comunica santidad,
es algo que permanece para siempre;
los juicios del Señor son verdad,
todos ellos son justos.
11 Son más cautivadores que el oro,
más que abundante oro fino,
más dulces que la miel,
que la miel virgen del panal.
12 Tu siervo está atento a ellos;
grande es el premio si se respetan.
13 Pero, ¿quién conoce sus propios errores?
Perdóname los que ignoro.
14 Libra a tu siervo de la arrogancia,
¡que no me domine!
Y entonces seré íntegro,
inocente de un gran pecado.
15 Que te sean gratas mis palabras
y te deleiten mis pensamientos,
Señor, mi fortaleza, mi redentor.

Isaías 45:18-25

Un Dios fiable

18 Así dice el Señor,
el que creó el cielo y es Dios,
el que hizo y modeló la tierra;
el que la afianzó y no la creó vacía,
sino que la hizo habitable:
Yo soy el Señor, no hay otro.
19 No he hablado a escondidas,
en un lugar oscuro de la tierra;
no dije a los hijos de Jacob
que me buscaran en el vacío.
Yo soy el Señor, y digo la verdad;
anuncio las cosas que son justas.

Careo con las naciones y oferta de salvación

20 Reúnanse, vengan,
acérquense todos,
supervivientes de las naciones.
Nada saben los que llevan
su ídolo de madera,
los que rezan a un dios
incapaz de salvar.
21 Hablen, traigan pruebas,
deliberen todos juntos.
¿Quién anunció esto desde antaño,
quién predijo esto desde siempre?
¿No fui yo, el Señor?
No hay dios fuera de mí;
soy un Dios justo y salvador
y no hay otro aparte de mí.
22 Vuélvanse a mí y los salvaré,
confines todos de la tierra,
pues yo soy Dios, no hay otro.
23 Lo juro por mí mismo,
de mi boca sale la verdad,
una palabra que no se desdice;
ante mí se doblará toda rodilla,
por mí jurará toda lengua.
24 Se dirá: “Ciertamente en el Señor
están la salvación y el poder”.
Y se le acercarán avergonzados
los que se enardecían contra él.
25 En el Señor se gloriarán victoriosos
todos los hijos de Israel.

Filipenses 3:4-11

Y eso que yo tengo buenas razones, muchas más que cualquier otro, para poner mi confianza en lo humano: fui circuncidado a los ocho días de nacer, soy de raza israelita, de la tribu de Benjamín, hebreo de pies a cabeza. En lo que atañe a mi actitud ante la ley, fui fariseo; apasionado perseguidor de la Iglesia y del todo irreprochable en lo que se refiere al recto cumplimiento de la ley.

Pero lo que constituía para mí un motivo de gloria, lo juzgué deleznable por amor a Cristo. Más aún, sigo pensando que todo es deleznable en comparación con lo sublime que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él renuncié a todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo. Quiero vivir unido a él, no por la rectitud que viene del cumplimiento de la ley, sino por la que nace de haber creído en Cristo, es decir, la que Dios nos concede por razón de la fe. 10 Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y conformar mi muerte con la suya. 11 Espero así participar de la resurrección de entre los muertos.

Salmos 119:89-112

89 Señor, tu palabra es eterna,
en los cielos permanece firme.
90 Tu fidelidad dura por generaciones,
tú fundaste la tierra y ella persiste.
91 Todo permanece según lo decretaste,
cuanto existe está a tu servicio.
92 Si tu ley no hiciera mis delicias,
habría perecido en mi dolor.
93 No olvidaré nunca tus preceptos,
pues con ellos me das vida.
94 Tuyo soy, sálvame,
que yo he buscado tus preceptos.
95 Los malvados pretenden destruirme,
mas yo sigo atento a tus mandatos.
96 He visto que todo lo perfecto es limitado,
pero es inabarcable tu mandato.

97 ¡Cuánto amo tu ley!
Sobre ella medito todo el día.
98 Más sabio que mis rivales me hace tu mandato,
porque él está siempre conmigo.
99 Soy más docto que todos mis maestros,
porque tus mandamientos medito.
100 Soy más sensato que los ancianos,
porque guardo tus preceptos.
101 Aparto mis pies del mal camino
para así respetar tu palabra.
102 No me desvío de tus decretos,
pues tú mismo me has instruido.
103 ¡Qué dulce a mi paladar es tu palabra,
en mi boca es más dulce que la miel!
104 Gracias a tus preceptos soy sensato,
por eso odio los senderos falsos.

105 Tu palabra es antorcha de mis pasos,
es la luz en mi sendero.
106 Hice un juramento y lo mantengo:
guardaré tus justos decretos.
107 Señor, es intenso mi dolor,
hazme vivir según tu promesa.
108 Acepta, Señor, las plegarias de mi boca
y enséñame tus decretos.
109 Siempre estoy en peligro,
pero no olvido tu ley.
110 Los malvados me tendieron una trampa,
pero yo no me aparté de tus preceptos.
111 Mi heredad perpetua
son tus mandamientos,
alegría de mi corazón.
112 He decidido cumplir tus normas,
mi recompensa será eterna.

Hechos 9:1-22

Pablo irrumpe en escena (9,1-31)

Encuentro de Pablo con Jesús

Entre tanto, Saulo, que seguía respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se dirigió al sumo sacerdote y le pidió cartas de presentación para las sinagogas de Damasco. Su intención era conducir presos a Jerusalén a cuantos seguidores del nuevo camino del Señor encontrara, tanto hombres como mujeres.

Se hallaba en ruta hacia Damasco, a punto ya de llegar, cuando de pronto un resplandor celestial lo deslumbró. Cayó a tierra y oyó una voz que decía:

— Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?

— ¿Quién eres, Señor? —preguntó Saulo—.

— Soy Jesús, a quien tú persigues —respondió la voz—. Anda, levántate y entra en la ciudad. Allí recibirás instrucciones sobre lo que debes hacer.

Sus compañeros de viaje se habían quedado mudos de estupor. Oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, cuando abrió los ojos, no podía ver. Así que lo llevaron de la mano a Damasco, donde pasó tres días privado de la vista, sin comer y sin beber.

Saulo y Ananías

10 Residía en Damasco un discípulo llamado Ananías. En una visión oyó que el Señor lo llamaba:

— ¡Ananías!

— Aquí estoy, Señor —respondió—.

11 El Señor le dijo:

— Vete rápidamente a casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Ahora está orando 12 y acaba de tener una visión en la que un hombre llamado Ananías entra en su casa y le toca los ojos con las manos para que recobre la vista.

13 — Señor —contestó Ananías—, muchas personas me han hablado acerca de ese hombre y del daño que ha causado a tus fieles en Jerusalén. 14 Y aquí mismo tiene plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para prender a todos los que te invocan.

15 — Tú vete —replicó el Señor—, porque he sido yo quien ha elegido a ese hombre como instrumento para que anuncie mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel. 16 Yo mismo le mostraré lo que habrá de sufrir por mi causa.

17 Ananías partió inmediatamente y tan pronto como entró en la casa, tocó con sus manos los ojos de Saulo y le dijo:

— Hermano Saulo, Jesús, el Señor, el mismo que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.

18 De repente cayeron de sus ojos una especie de escamas y recuperó la vista. A continuación fue bautizado, 19 tomó alimento y recobró fuerzas.

Saulo proclama el mensaje en Damasco

Saulo se quedó algún tiempo con los discípulos que residían en Damasco, 20 y bien pronto empezó a proclamar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. 21 Todos los que lo oían comentaban llenos de asombro:

— ¿No es este el que en Jerusalén perseguía con saña a los creyentes? ¿Y no ha venido aquí expresamente para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?

22 Pero Saulo se crecía más y más y, con argumentos irrefutables, demostraba a los judíos de Damasco que Jesús era el Mesías.

La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)

La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España