Book of Common Prayer
Salmo 93 (92)
El Señor reina
93 El Señor es rey, está vestido de majestad;
el Señor está vestido y ceñido de poder;
la tierra está segura, no se derrumbará.
2 Tu trono está firme desde siempre,
desde la eternidad tú existes.
3 Señor, alzaron los ríos su fragor,
elevaron su estruendo los torrentes.
4 Poderoso es el Señor en el cielo
más que el fragor de aguas caudalosas,
más que las impetuosas olas del mar.
5 Tus mandamientos son perpetuos,
la santidad engalana tu casa, Señor,
por días sin término.
Salmo 96 (95)
Que cante al Señor la tierra entera
96 Cantad al Señor un cántico nuevo,
que cante al Señor la tierra entera;
2 cantad al Señor, bendecid su nombre;
pregonad su salvación día tras día.
3 Pregonad su gloria entre las naciones,
sus prodigios entre todos los pueblos.
4 Porque es grande el Señor,
es digno de alabanza,
más admirable que todos los dioses.
5 Todos los dioses paganos son nada,
pero el Señor ha hecho los cielos.
6 Gloria y esplendor hay ante él,
majestad y poder en su santuario.
7 Rendid al Señor, familias de los pueblos,
rendid al Señor gloria y poder;
8 reconoced que es glorioso su nombre,
traedle ofrendas y entrad en su presencia;
9 adorad al Señor en su hermoso Templo,
que tiemble ante él la tierra entera.
10 Decid a las naciones: “El Señor es rey”.
El universo está seguro, no se derrumbará.
Él juzgará con rectitud a los pueblos.
11 Que se alegre el cielo y se goce la tierra,
que retumbe el mar y cuanto lo llena;
12 que el campo entero se llene de gozo,
que griten de júbilo los árboles del bosque,
13 delante del Señor que viene
dispuesto a gobernar la tierra.
Él juzgará al universo con justicia
y a los pueblos con su fidelidad.
Salmo 34 (33)
Bendigo al Señor en todo momento
34 De David cuando fingió estar loco delante de Abimélec y, expulsado por este, se marchó.
2 Yo bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza sin cesar está en mi boca.
3 Todo mi ser se gloría en el Señor;
que lo oigan los humildes y se alegren.
4 Glorificad conmigo al Señor,
ensalcemos su nombre todos juntos.
5 Yo busqué al Señor y me respondió,
me libró de todos mis miedos.
6 Quienes lo miran, se llenan de luz
y no se sonrojan sus rostros.
7 Clama el humilde y el Señor lo escucha,
de todas sus angustias lo salva.
8 El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los defiende.
9 Sentid y ved qué bueno es el Señor,
feliz todo el que en él confía.
10 Venerad al Señor sus consagrados
pues al que lo venera nada le falta.
11 Los ricos se empobrecen, pasan hambre;
al que busca al Señor nada bueno le falta.
12 Hijos míos, ¡venid y escuchadme!
Yo os enseñaré cómo venerar al Señor.
13 ¿Quién es el que ama la vida,
y desea días para ser feliz?
14 Guarda tu lengua del mal,
y tus labios de la mentira;
15 aléjate del mal, haz el bien,
busca la paz, marcha tras ella.
16 La mirada del Señor está sobre los justos,
sus oídos junto a su grito de socorro;
17 el Señor se encara con los malhechores
para borrar de la tierra su recuerdo.
18 Gritan y el Señor los escucha,
de todas sus angustias los libra.
19 El Señor está cerca de los afligidos,
salva a los que están tristes.
20 Muchos son los males del justo,
pero de todos lo libra el Señor;
21 protege cada uno de sus huesos
y ni uno de ellos se ha roto.
22 La maldad hará morir al malo,
quienes odian al justo serán castigados.
23 El Señor libera a sus siervos,
los que en él confían no serán castigados.
Eliseo y la sunamita
8 Un día Eliseo pasó por Sunán y una mujer rica que vivía allí le insistió para que se quedase a comer. Desde entonces, cada vez que pasaba por allí, se detenía a comer. 9 La mujer dijo a su marido:
— Mira, creo que ese que nos visita cada vez que pasa es un profeta santo. 10 Vamos a construirle en la terraza una habitación pequeña con una cama, una mesa, una silla y un candil, para que se aloje en ella cuando venga a visitarnos.
11 Un día que Eliseo llegó allí, subió a la terraza y se acostó en la habitación. 12 Luego dijo a su criado Guejazí:
— Llama a esa sunamita.
Él la llamó y cuando se presentó ante él, 13 Eliseo ordenó a su criado que le dijese:
— Ya que te has tomado todas estas molestias por nosotros, dinos qué podemos hacer por ti. ¿Necesitas pedir algo al rey o al jefe del ejército?
Pero ella respondió:
— Vivo a gusto entre mi gente.
14 Eliseo insistió:
— ¿Qué podríamos hacer por ella?
Entonces Guejazí sugirió:
— No sé. No tiene hijos y su marido es viejo.
15 Eliseo dijo:
— Llámala.
La llamó y ella se quedó en la puerta. 16 Eliseo le dijo:
— El año que viene por estas fechas estarás abrazando a un hijo.
Ella respondió:
— ¡No, señor mío, hombre de Dios! ¡No engañes a tu servidora!
17 Pero la mujer quedó embarazada y dio a luz un hijo al año siguiente por aquellas fechas, tal como le había anunciado Eliseo.
18 El niño creció. Un día, en que salió a ver a su padre que estaba con los segadores, 19 le dijo:
— ¡Me estalla la cabeza!
El padre ordenó a un criado:
— Llévaselo a su madre.
20 El criado lo llevó a su madre y ella lo tuvo sentado en su regazo hasta el mediodía. Pero el niño murió. 21 La mujer lo subió, lo acostó en la cama del profeta, cerró la puerta y salió. 22 Luego llamó a su marido y le dijo:
— Mándame a un criado con una burra; quiero ir corriendo a ver al profeta y regresaré inmediatamente.
23 Él le preguntó:
— ¿Cómo es que vas a visitarlo hoy, si no es luna nueva ni sábado?
Ella contestó:
— No te preocupes.
24 La mujer aparejó la burra y ordenó a su criado:
— Llévame, camina y no me detengas hasta que yo te lo ordene.
25 Partió y llegó al monte Carmelo, donde estaba el profeta. Al verla de lejos, el profeta dijo a su criado Guejazí:
— Por ahí viene la sunamita. 26 Corre a su encuentro y pregúntale como están ella, su marido y su hijo.
Ella respondió:
— Estamos bien.
27 Cuando llegó al monte en donde estaba el profeta, ella se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:
— Déjala, que está llena de amargura. El Señor me lo había ocultado, sin hacérmelo saber.
28 Ella le dijo:
— ¿Acaso te pedí yo un hijo? ¿No te advertí que no me engañaras?
29 Eliseo ordenó a Guejazí:
— Prepárate, coge mi bastón y ponte en camino. Si encuentras a alguien, no lo saludes; y si alguien te saluda, no le respondas. Luego pones mi bastón en la cara del niño.
30 La madre del niño le dijo:
— Juro por el Señor y por tu vida, que no me iré sin ti.
Entonces Eliseo se levantó y partió detrás de ella. 31 Guejazí se les había adelantado y había puesto el bastón sobre la cara del niño, pero no obtuvo respuesta ni señales de vida. Entonces salió al encuentro de Eliseo y le dijo:
— El niño no ha despertado.
32 Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto y acostado en su cama. 33 Pasó a la habitación, cerró la puerta tras de sí y se puso a orar al Señor. 34 Luego se subió a la cama y se tendió sobre el niño, poniendo boca sobre boca, ojos sobre ojos y manos sobre manos. Mientras estaba tendido sobre él, el cuerpo del niño empezó a entrar en calor. 35 Eliseo se bajó y se puso a andar de un lado para otro. Luego volvió a subirse y a tenderse sobre él. Entonces el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. 36 Entonces Eliseo llamó a Guejazí y le dijo:
— Llama a la sunamita.
La llamó, y ella se presentó ante Eliseo, que le dijo:
— Toma a tu hijo.
37 Ella se acercó, se echó a sus pies, le hizo una reverencia, tomó al niño y se fue.
Saulo y Ananías
10 Residía en Damasco un discípulo llamado Ananías. En una visión oyó que el Señor lo llamaba:
— ¡Ananías!
— Aquí estoy, Señor —respondió—.
11 El Señor le dijo:
— Vete rápidamente a casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Ahora está orando 12 y acaba de tener una visión en la que un hombre llamado Ananías entra en su casa y le toca los ojos con las manos para que recobre la vista.
13 — Señor —contestó Ananías—, muchas personas me han hablado acerca de ese hombre y del daño que ha causado a tus fieles en Jerusalén. 14 Y aquí mismo tiene plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para prender a todos los que te invocan.
15 — Tú vete —replicó el Señor—, porque he sido yo quien ha elegido a ese hombre como instrumento para que anuncie mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel. 16 Yo mismo le mostraré lo que habrá de sufrir por mi causa.
17 Ananías partió inmediatamente y tan pronto como entró en la casa, tocó con sus manos los ojos de Saulo y le dijo:
— Hermano Saulo, Jesús, el Señor, el mismo que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.
18 De repente cayeron de sus ojos una especie de escamas y recuperó la vista. A continuación fue bautizado, 19 tomó alimento y recobró fuerzas.
Saulo proclama el mensaje en Damasco
Saulo se quedó algún tiempo con los discípulos que residían en Damasco, 20 y bien pronto empezó a proclamar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. 21 Todos los que lo oían comentaban llenos de asombro:
— ¿No es este el que en Jerusalén perseguía con saña a los creyentes? ¿Y no ha venido aquí expresamente para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?
22 Pero Saulo se crecía más y más y, con argumentos irrefutables, demostraba a los judíos de Damasco que Jesús era el Mesías.
23 Algún tiempo después, los judíos se propusieron matar a Saulo. 24 Pero alguien lo puso al corriente de tales propósitos y, aunque los judíos vigilaban día y noche las puertas de la ciudad con intención de asesinarlo, 25 los discípulos de Saulo lo descolgaron una noche por la muralla, metido dentro de un cesto.
Saulo en Jerusalén
26 Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de unirse al grupo de los discípulos; pero todos lo miraban con recelo, pues no acababan de creer que fuera uno de ellos. 27 Entonces, Bernabé lo tomó consigo y lo presentó a los apóstoles. Les contó cómo Saulo había visto al Señor en su viaje hacia Damasco, de qué manera le había hablado el Señor y con qué valentía había hablado en Damasco acerca de Jesús.
28 A partir de entonces, Saulo se movía libremente por Jerusalén en compañía de los apóstoles, y hablaba sin miedo acerca del Señor. 29 Pero pronto entró en polémica con los judíos de lengua griega, que comenzaron a tramar planes para matarlo. 30 Al enterarse, los hermanos lo escoltaron hasta Cesarea y después lo encaminaron a Tarso.
Sumario
31 La Iglesia gozó de un período de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Fueron días en que, impulsada por el Espíritu Santo y plenamente fiel al Señor, iba consolidándose y extendiéndose cada vez más.
7 Decía, pues, Juan a la mucha gente que venía para que la bautizara:
— ¡Hijos de víboras! ¿Quién os ha avisado para que huyáis del inminente castigo? 8 Demostrad con hechos vuestra conversión y no andéis pensando que sois descendientes de Abrahán. Porque os digo que Dios puede sacar de estas piedras descendientes de Abrahán. 9 Ya está el hacha preparada para cortar de raíz los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
10 La gente preguntaba a Juan:
— ¿Qué debemos hacer?
11 Y él les contestaba:
— El que tenga dos túnicas, ceda una al que no tiene ninguna: el que tenga comida, compártala con el que no tiene.
12 Se acercaron también unos recaudadores de impuestos para que los bautizara y le preguntaron:
— Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
13 Juan les dijo:
— No exijáis más tributo del que está establecido.
14 También le preguntaron unos soldados:
— Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Les contestó:
— Conformaos con vuestra paga y no hagáis extorsión ni chantaje a nadie.
15 Así que la gente estaba expectante y todos se preguntaban en su interior si Juan no sería el Mesías. 16 Tuvo, pues, Juan que declarar públicamente:
— Yo os bautizo con agua, pero viene uno más poderoso que yo. Yo ni siquiera soy digno de desatar las correas de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 17 Llega, bieldo en mano, dispuesto a limpiar su era; guardará el trigo en su granero, mientras que con la paja hará una hoguera que arderá sin fin.
18 Con estos y otros muchos discursos exhortaba Juan a la gente y anunciaba al pueblo la buena noticia.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España