Book of Common Prayer
Salmo 72 (71)
Confía tus juicios al rey
72 De Salomón.
Oh Dios, confía tus juicios al rey,
tu justicia al hijo del monarca.
2 Él juzgará a tu pueblo con justicia,
a los humildes con rectitud.
3 De los montes llegará al pueblo la paz,
de las colinas la justicia.
4 Hará justicia a los humildes,
salvará a los oprimidos,
aplastará al explotador.
5 Que dure tanto como el sol,
tanto como la luna,
generación tras generación.
6 Que descienda como la lluvia sobre la hierba,
como aguacero que empapa la tierra.
7 Que en sus días florezca la justicia
y abunde la paz mientras dure la luna.
8 Que domine de mar a mar,
desde el gran río al confín de la tierra.
9 Que se postren ante él las tribus del desierto,
que muerdan el polvo sus enemigos.
10 Que los reyes de Tarsis y las islas
le traigan obsequios,
que los reyes de Sabá y de Sebá
le ofrezcan presentes.
11 ¡Que todos los reyes se inclinen ante él,
que todas las naciones lo sirvan!
12 Pues él salvará al desvalido que clama,
al humilde a quien nadie ayuda;
13 se apiadará del oprimido y del pobre,
a los desvalidos salvará la vida;
14 los librará del engaño y la violencia
porque estima mucho sus vidas.
15 Que viva y reciba el oro de Sabá,
que oren siempre por él,
que sin cesar se le bendiga.
16 Que haya grano abundante en la tierra,
que la mies ondee en la cima de los montes,
que sus frutos florezcan como el Líbano,
sus gavillas como la hierba del campo.
17 Que su fama dure por siempre,
que perdure por siempre bajo el sol;
que en su nombre se bendiga,
que todas las naciones lo elogien.
18 Bendito sea Dios, el Señor, el Dios de Israel,
el único que hace prodigios;
19 bendito sea su glorioso nombre por siempre,
que llene su gloria la tierra entera.
¡Amén, amén!
20 Aquí terminan las oraciones de David, hijo de Jesé.
73 Tus manos me hicieron y me formaron;
hazme entender y aprenderé tus mandatos.
74 Quienes te veneran se alegran al verme,
porque en tu palabra pongo mi esperanza.
75 Yo sé, Señor, que tus decretos son justos,
que con razón me hiciste sufrir.
76 Que sea tu amor mi consuelo,
según la promesa hecha a tu siervo.
77 Que tu piedad venga a mí y viviré,
pues tu ley hace mis delicias.
78 Que se avergüencen los soberbios,
los que sin razón me afligieron;
por mi parte, medito tus preceptos.
79 Que vengan a mí quienes te veneran,
quienes conocen tus mandatos.
80 Sea mi corazón fiel a tus normas
y no tendré que avergonzarme.
81 Yo ansío tu salvación,
en tu palabra pongo mi esperanza.
82 Se consumen mis ojos por tu promesa
y me pregunto: “¿Cuándo te apiadarás de mí?”.
83 Soy como un odre arrugado por el humo,
pero no he olvidado tus normas.
84 ¿Cuánto tiempo vivirá tu siervo?
¿Cuándo juzgarás a quienes me persiguen?
85 Me han cavado fosas los soberbios,
los que no viven de acuerdo a tu ley.
86 Todos tus mandamientos son verdad,
ayúdame, que me persiguen sin motivo.
87 En esta tierra casi me destruyen,
pero yo no abandoné tus preceptos.
88 Mantenme vivo por tu amor,
que yo respetaré los mandatos de tu boca.
89 Señor, tu palabra es eterna,
en los cielos permanece firme.
90 Tu fidelidad dura por generaciones,
tú fundaste la tierra y ella persiste.
91 Todo permanece según lo decretaste,
cuanto existe está a tu servicio.
92 Si tu ley no hiciera mis delicias,
habría perecido en mi dolor.
93 No olvidaré nunca tus preceptos,
pues con ellos me das vida.
94 Tuyo soy, sálvame,
que yo he buscado tus preceptos.
95 Los malvados pretenden destruirme,
mas yo sigo atento a tus mandatos.
96 He visto que todo lo perfecto es limitado,
pero es inabarcable tu mandato.
La campaña de Ramot de Galaad (2 Cr 18,4-34)
22 Pasaron tres años sin guerras entre Siria e Israel. 2 Pero al tercer año, Josafat, rey de Judá, fue a visitar al rey de Israel. 3 El rey de Israel dijo a sus oficiales:
— Como bien sabéis, la ciudad de Ramot de Galaad es nuestra; pero nosotros no hacemos nada para rescatarla del dominio del rey de Siria.
4 Luego preguntó a Josafat:
— ¿Quieres venir conmigo a atacar Ramot de Galaad?
Josafat le respondió:
— Yo, mi gente y mi caballería estamos a tu disposición.
5 Josafat añadió al rey de Israel:
— Consulta antes al Señor.
6 El rey de Israel reunió a unos cuatrocientos profetas y les preguntó:
— ¿Puedo ir a atacar Ramot de Galaad o no?
Ellos le respondieron:
— Puedes ir, porque el Señor te la va a entregar.
7 Pero Josafat preguntó:
— ¿No hay por aquí algún profeta del Señor al que podamos consultar?
8 El rey de Israel le respondió:
— Sí, aún queda alguien a través del cual podemos consultar al Señor: Miqueas, el hijo de Jimlá. Pero yo lo detesto, porque no me profetiza venturas, sino desgracias.
Josafat le dijo:
— El rey no debe hablar así.
9 Entonces el rey de Israel llamó a un funcionario y le dijo:
— ¡Que venga inmediatamente Miqueas, el hijo de Jimlá!
10 El rey de Israel y Josafat, el rey de Judá, estaban sentados en sus tronos con sus vestiduras reales, en la plaza de la entrada de Samaría, mientras todos los profetas profetizaban ante ellos. 11 Sedecías, el hijo de Quenaná, se hizo unos cuernos de hierro y decía:
— El Señor dice: “¡Con estos cuernos embestirás a los sirios hasta aniquilarlos!”.
12 Y todos los profetas profetizaban lo mismo:
— ¡Ataca a Ramot de Galaad, que tendrás éxito! ¡El Señor la entregará al rey!
13 Mientras, el mensajero que había ido a llamar a Miqueas le decía:
— Ten en cuenta que los profetas están anunciado unánimemente la victoria al rey; procura, pues, que tu profecía coincida también con la suya y anuncia la victoria.
14 Miqueas contestó:
— ¡Juro por el Señor que sólo anunciaré lo que me diga el Señor!
15 Cuando llegó ante el rey, este le preguntó:
— Miqueas, ¿puedo ir a atacar Ramot de Galaad o no?
Él le contestó:
— Ataca, que tendrás éxito, pues el Señor te la entregará.
16 Pero el rey le dijo:
— ¿Cuántas veces tendré que pedirte bajo juramento que me digas sólo la verdad en nombre del Señor?
17 Entonces Miqueas dijo:
— He visto a todo Israel disperso por los montes como un rebaño sin pastor y el Señor decía: No tienen dueño; que vuelvan en paz a sus casas.
18 El rey de Israel dijo a Josafat:
— ¿Qué te decía yo? No me profetiza venturas, sino desgracias.
19 Miqueas añadió:
— Por eso, escucha esta palabra de parte del Señor: He visto al Señor sentado en su trono y toda la corte celeste estaba de pie ante él, a derecha e izquierda. 20 El Señor preguntó: “¿Quién confundirá a Ajab para que ataque a Ramot de Galaad y perezca?”.
Unos decían una cosa y otros, otra. 21 Entonces un espíritu se presentó ante el Señor y le dijo: “Yo lo confundiré”. Y el Señor preguntó: “¿Cómo lo harás?”. 22 El espíritu respondió: “Iré y me convertiré en espíritu de mentira en boca de todos sus profetas”. El Señor le dijo: “¡Conseguirás confundirlo! Vete y hazlo así”. 23 Así que ahora ya sabes que el Señor ha inspirado mentiras a todos estos profetas tuyos y ha anunciado tu desgracia.
24 Entonces Sedecías, el hijo de Quenaná, se acercó a Miqueas, le dio una bofetada y le dijo:
— ¿Es que me ha abandonado el espíritu del Señor para hablarte a ti?
25 Miqueas le respondió:
— Tú mismo lo verás el día en que vayas escondiéndote de casa en casa.
26 Entonces el rey de Israel ordenó:
— Prended a Miqueas, entregádselo a Amón, el gobernador de la ciudad, y al príncipe Joel 27 y decidles: “El rey ha ordenado que lo metáis en la cárcel y que le racionéis el pan y el agua hasta que el rey regrese sano y salvo”.
28 Miqueas le dijo:
— Si consigues regresar sano y salvo, es que el Señor no ha hablado por mi boca.
Pablo y su proclamación del mensaje en Corinto
2 Yo mismo, hermanos, cuando llegué a vuestra ciudad, no os anuncié el proyecto salvador de Dios con alardes de sabiduría o elocuencia. 2 Decidí que entre vosotros debía ignorarlo todo, a excepción de Cristo crucificado; 3 así que me presenté ante vosotros sin recursos y temblando de miedo. 4 Mi predicación y mi mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien os convencía, 5 de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.
La verdadera sabiduría
6 Sin embargo, también nosotros disponemos de una sabiduría para los formados en la fe; una sabiduría que no pertenece a este mundo ni a los poderes perecederos que gobiernan este mundo; 7 una sabiduría divina, misteriosa, escondida, destinada por Dios, desde antes de todos los tiempos, a constituir nuestra gloria. 8 Ninguno entre los poderosos de este mundo ha llegado a conocer tal sabiduría, pues, de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria. 9 Pero según dice la Escritura: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, 10 eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu. Pues el Espíritu todo lo sondea, incluso lo más profundo de Dios. 11 ¿Quién, en efecto, conoce lo íntimo del ser humano, sino el mismo espíritu humano que habita en su interior? Lo mismo pasa con las cosas de Dios: sólo el Espíritu divino las conoce. 12 En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para poder así reconocer los dones que Dios nos ha otorgado.
13 Esto es precisamente lo que expresamos con palabras que no están inspiradas por el saber humano, sino por el Espíritu. Y así acomodamos las cosas espirituales a los que poseen el Espíritu.
Llamamiento de los primeros discípulos (Mc 1,16-20; Lc 5,1.10-11)
18 Iba Jesús paseando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: Simón, también llamado Pedro, y su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red en el lago. 19 Jesús les dijo:
— Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
20 Ellos dejaron de inmediato sus redes y se fueron con él. 21 Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que estaban en la barca con su padre, reparando las redes. Los llamó, 22 y ellos, dejando en seguida la barca y a su padre, lo siguieron.
Jesús enseña y cura
23 Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas judías. Anunciaba la buena noticia del Reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias de la gente. 24 Su fama se extendió por toda Siria, y le traían a todos los que padecían algún mal: a los que sufrían diferentes enfermedades y dolores, y también a endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y Jesús los curaba. 25 Así que lo seguía una enorme muchedumbre procedente de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la orilla oriental del Jordán.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España