Book of Common Prayer
¡Ven en mi ayuda!
SALMO 38 (37)
Himno de David para cantarlo cuando se presentan las ofrendas de incienso.
38 Dios mío,
si estás enojado, no me reprendas;
si estás furioso, no me castigues.
2 Me has herido con tu enojo,
has descargado tu mano sobre mí.
3 Tan grande ha sido tu disgusto
que nada sano tengo en el cuerpo;
tan grande ha sido mi pecado
que no tengo paz en los huesos.
4 Ya no aguanto mi maldad;
¡no soporto carga tan pesada!
5 Tan necio he sido,
que hasta mis llagas apestan;
¡están llenas de pus!
6 Me siento cansado,
y totalmente deprimido;
todo el día ando muy triste.
7 Estoy ardiendo en fiebre;
nada en mi cuerpo está sano.
8 Estoy muy débil y adolorido;
tengo la mente aturdida.
¡Por eso me quejo!
9 Dios mío, pongo ante ti
mis más grandes deseos;
¡no te los puedo esconder!
10 Mi corazón late con ansias,
las fuerzas me abandonan,
la vista se me nubla.
11 Mis amigos más queridos
se quedan lejos de mí
por causa de mis males;
mis parientes cercanos
se mantienen a distancia.
12 Los que quieren matarme
me ponen trampas;
los que buscan mi mal
amenazan con destruirme,
¡no hay un solo momento
en que no hagan planes contra mí!
13-14 Pero yo cierro los oídos
y hago como que no los oigo;
me hago el mudo y no digo nada.
15 Mi Señor y Dios,
yo en ti confío;
tú serás quien les responda.
16 Sólo una cosa te pido:
si acaso llego a caer,
no les concedas el gusto
de burlarse de mí.
17 Casi me doy por vencido;
este dolor no me deja en paz.
18 Debo reconocer mi maldad;
me llena de angustia haber pecado.
19 Mis enemigos son poderosos,
son muchos y me odian sin razón.
20 Yo los traté bien,
y ahora ellos me tratan mal;
procuré su bienestar,
y ahora ellos me atacan.
21-22 Mi Señor y Dios,
¡tú eres mi salvador!
No me abandones;
no te alejes de mí,
¡ven pronto en mi ayuda!
25-28 Cumple tu promesa y dame ánimo,
pues estoy muy decaído
y el dolor me está matando.
Yo te conté mi vida,
y tú me respondiste.
¡Enséñame a cumplir tus mandatos
y a pensar sólo en tus maravillas!
29 No me dejes decir mentiras;
¡por favor, enséñame tu palabra!
30-31 Dios mío, no me hagas quedar mal,
pues confío en tus mandamientos
y he decidido obedecerlos.
32 No me tardo en cumplirlos
porque me ayudaste a entenderlos.
33-35 Dios mío,
enséñame a cumplir tus mandamientos,
pues obedecerlos me hace feliz;
¡los cumpliré toda mi vida!
Aclara mi entendimiento,
y los seguiré de todo corazón.
36 Hazme pensar sólo en tu palabra,
y no en las ganancias egoístas.
37-38 No me dejes seguir a dioses falsos,
pues quiero adorarte sólo a ti.
¡Cumple tu promesa y dame ánimo!
39-40 Lo que más deseo es tu palabra.
Me asusta pensar
que mis enemigos me desprecien.
Ponme a salvo y dame ánimo,
pues tú eres un juez justo.
41 Dios mío,
muéstrame tu amor y sálvame,
tal como lo has prometido.
42-43 Así podré responder a mis enemigos.
Permíteme hablar con la verdad,
pues confío en tu palabra.
44-45 Puedo andar con toda libertad
porque sigo tus enseñanzas,
y siempre las cumpliré.
46 En la presencia de reyes
podré hablar de tus mandamientos
y no sentirme avergonzado.
47-48 Yo amo y deseo tu palabra
pues me llena de alegría.
Isaías tiene una visión en el templo
6 Yo, Isaías, vi a Dios sentado en un trono muy alto, y el templo quedó cubierto bajo su capa. Esto me sucedió en el año en que murió el rey Ozías. 2 Vi además a unos serafines que volaban por encima de Dios. Cada uno tenía seis alas: con dos alas volaban, con otras dos se cubrían la cara, y con las otras dos se cubrían de la cintura para abajo. 3 Con fuerte voz se decían el uno al otro:
«Santo, santo, santo
es el Dios único de Israel,
el Dios del universo;
¡toda la tierra está llena de su poder!»
4 Mientras ellos alababan a Dios, temblaban las puertas del templo, y éste se llenó de humo. 5 Entonces exclamé:
«¡Ahora sí voy a morir!
Porque yo, que soy un hombre pecador
y vivo en medio de un pueblo pecador,
he visto al rey del universo,
al Dios todopoderoso».
6 En ese momento, uno de los serafines voló hacia mí. Traía en su mano unas tenazas, y en ellas llevaba una brasa que había tomado del fuego del altar. 7 Con esa brasa me tocó los labios, y me dijo:
«Esta brasa ha tocado tus labios.
Con ella, Dios ha quitado tu maldad
y ha perdonado tus pecados».
8 Enseguida oí la voz de Dios que decía:
«¿A quién voy a enviar?
¿Quién será mi mensajero?»
Yo respondí:
«Envíame a mí, yo seré tu mensajero».
9 Entonces Dios me dijo:
«Ve y dile a este pueblo:
“Por más que oigan, no van a entender;
por más que miren, no van comprender”.
10 »Confunde la mente de este pueblo;
que no pueda ver ni oír
ni tampoco entender.
Así no podrá arrepentirse,
y yo no lo perdonaré».
11 Entonces le pregunté:
«Dios mío, ¿por cuánto tiempo tendré que predicar?»
Dios me respondió:
«Hasta que todas las ciudades sean destruidas
y se queden sin habitantes;
hasta que en las casas no haya más gente
y los campos queden desiertos;
12 hasta que yo mande al pueblo fuera de su tierra,
y el país quede abandonado.
13 Y si de cien personas quedan sólo diez,
hasta esas diez serán destruidas.
Quedarán como el tronco de un árbol,
que recién ha sido cortado.
Pero unos pocos israelitas quedarán con vida,
y de ellos saldrá un pueblo obediente y fiel».
Saludo
1 1-2 Queridos hermanos y hermanas de la iglesia en Tesalónica:
Nosotros, Pablo, Silvano y Timoteo, los saludamos a ustedes, que pertenecen a Dios nuestro Padre y al Señor Jesucristo, a quienes les pido de todo corazón les den su amor y su paz.
Pablo ora por los tesalonicenses
3 Hermanos míos, en todo momento tenemos que dar gracias a Dios por ustedes. Y así debe ser, pues ustedes confían cada vez más en Dios, y se aman más y más los unos a los otros. 4 Por eso, nos sentimos orgullosos cuando hablamos de ustedes en las otras iglesias de Dios. Porque, aunque ustedes tienen dificultades y problemas, se mantienen firmes y siguen confiando en Dios. 5 Esto demuestra que en verdad Dios es justo, y que los está haciendo merecedores de su reino, por el que ahora sufren.
6 Dios es justo, y castigará a quienes ahora los hacen sufrir. 7 Cuando el Señor Jesús venga desde el cielo, entre llamas de fuego y en compañía de sus poderosos ángeles, Dios les dará alivio a todos ustedes, como lo ha hecho con nosotros; 8 castigará a los que no obedecen su mensaje ni quieren reconocerlo, 9 y los destruirá para siempre. Los echará lejos de su presencia, donde no podrán compartir su gloria y su poder. 10 Esto sucederá cuando el Señor Jesucristo vuelva, para que todo su pueblo elegido lo alabe y admire. Y ustedes son parte de ese pueblo, pues han creído en el mensaje que les dimos.
11 Por eso oramos siempre por ustedes. Le pedimos a nuestro Dios que los haga merecedores de haber sido elegidos para formar parte de su pueblo. También le pedimos que, con su poder, cumpla todo lo bueno que ustedes desean, y complete lo que ustedes han empezado a hacer gracias a su confianza en él. 12 De este modo ustedes honrarán a nuestro Señor Jesús, y él los honrará a ustedes, de acuerdo con el gran amor de Dios y de nuestro Señor Jesucristo.
53 Después de esto, cada quien se fue a su casa.
8 Por su parte, Jesús se fue al Monte de los Olivos.
¡No vuelvas a pecar!
2 Al día siguiente, al amanecer, Jesús regresó al templo. La gente se acercó, y él se sentó[a] para enseñarles. 3 Entonces los maestros de la Ley y los fariseos llevaron al templo a una mujer. La habían sorprendido teniendo relaciones sexuales con un hombre que no era su esposo. Pusieron a la mujer en medio de toda la gente, 4 y le dijeron a Jesús:
—Maestro, encontramos a esta mujer cometiendo pecado de adulterio. 5 En nuestra ley, Moisés manda que a esta clase de mujeres las matemos a pedradas. ¿Tú qué opinas?
6 Ellos le hicieron esa pregunta para ponerle una trampa. Si él respondía mal, podrían acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir en el suelo con su dedo. 7 Sin embargo, como no dejaban de hacerle preguntas, Jesús se levantó y les dijo:
—Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra.
8 Luego, volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el suelo. 9 Al escuchar a Jesús, todos empezaron a irse, comenzando por los más viejos, hasta que Jesús se quedó solo con la mujer. 10 Entonces Jesús se puso de pie y le dijo:
—Mujer, los que te trajeron se han ido. ¡Nadie te ha condenado!
11 Ella le respondió:
—Así es, Señor. Nadie me ha condenado.
Jesús le dijo:
—Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.
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