Book of Common Prayer
Cantemos a Dios con alegría
SALMO 95 (94)
95 ¡Vamos, cantemos con alegría!
¡Alabemos a nuestro Dios!
¡Él nos salva y nos protege!
2 ¡Vayamos a darle gracias!
¡Cantémosle himnos de alabanza!
3 Nuestro Dios es poderoso,
¡es el rey de todos los dioses!
4 Nuestro Dios tiene en sus manos
lo más profundo de la tierra;
suyas son las montañas más altas.
5 Suyos son el mar y la tierra,
pues él mismo los creó.
6 ¡Vamos, adoremos de rodillas
a nuestro Dios y creador!
7 Pertenecemos a Dios;
nosotros somos su pueblo.
Él es nuestro pastor,
y nosotros somos su rebaño;
¡estamos bajo su cuidado!
Si hoy escuchamos su voz,
8 no seamos tercos,
como cuando nos rebelamos
en el desierto, cerca de Masá.
9 Dios dice:
«En aquella ocasión,
sus antepasados me pusieron a prueba,
a pesar de que vieron lo que hice.
10 Durante cuarenta años
estuve muy enojado contra ellos,
y al fin les hice ver
que vivían en el error,
pues no obedecían mis mandamientos.
11 Por eso, ya enojado decidí:
“No voy a permitirles
entrar en la tierra prometida,
donde los habría hecho descansar”».
Alabanza en medio del sufrimiento
SALMO 22 (21)
Himno de David. Instrucciones para el director del coro: Este himno deberá cantarse con la melodía «La gacela de la aurora».
22 Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¡Tan lejos te mantienes
que no vienes en mi ayuda
ni escuchas mis gritos de dolor!
2 Dios mío,
te llamo de día,
y no me escuchas;
te llamo de noche,
y no me respondes.
3 Entre los dioses
tú eres único,
tú eres rey,
tú mereces que Israel te alabe.
4 Nuestros padres confiaron en ti;
en ti confiaron, y tú los libraste;
5 te pidieron ayuda, y los salvaste;
en ti confiaron, y no les fallaste.
6 En cambio yo,
más que hombre parezco un gusano.
Soy la burla de hombres y mujeres;
todo el mundo me desprecia.
7 Todos los que me ven,
se ríen de mí,
y en son de burla
tuercen la boca y mueven la cabeza.
8 Hasta dicen:
«Ya que éste confió en Dios,
¡que venga Dios a salvarlo!
Ya que Dios tanto lo quiere,
¡que venga él mismo a librarlo!»
9 Pero digan lo que digan,
fuiste tú quien me hizo nacer;
fuiste tú quien me hizo descansar
en los brazos de mi madre.
10 Todavía no había nacido yo,
cuando tú ya me cuidabas.
Aún estaba yo dentro de mi madre,
cuando tú ya eras mi Dios.
11 ¡No me dejes solo!
¡Me encuentro muy angustiado,
y nadie me brinda su ayuda!
12 Me rodean mis enemigos,
parecen toros bravos de Basán.[a]
13 Parecen leones feroces,
que se lanzan contra mí
con ganas de despedazarme.
14 Me he quedado sin fuerzas,
¡estoy totalmente deshecho!
¡Mi corazón ha quedado
como cera derretida!
15 Tengo reseca la garganta,
y pegada la lengua al paladar;
me dejaste tirado en el suelo,
como si ya estuviera muerto.
16 Una banda de malvados,
que parece manada de perros,
me rodea por todos lados
y me desgarra pies y manos,
17 ¡hasta puedo verme los huesos!
Mis enemigos me vigilan sin cesar,
18 hicieron un sorteo
para ver quién se queda con mi ropa.
19 Dios mío, tú eres mi apoyo,
¡no me dejes!
¡Ven pronto en mi ayuda!
20-21 ¡Respóndeme, sálvame la vida!
¡No dejes que me maten!
¡No dejes que me despedacen!
Mis enemigos parecen perros,
parecen toros que quieren atacarme,
parecen leones que quieren devorarme.
22 Cuando mi pueblo se junte
para adorarte en el templo,
yo les hablaré de ti,
y te cantaré alabanzas.
23 Ustedes, pueblo de Israel,
que saben honrar a Dios,
¡reconozcan su poder y adórenlo!
24 Dios recibe a los pobres
con los brazos abiertos.
Dios no les vuelve la espalda,
sino que atiende sus ruegos.
25 Dios mío, sólo a ti te alabaré;
te cumpliré mis promesas
cuando el pueblo que te honra
se reúna para alabarte.
26 Los pobres comerán
y quedarán satisfechos;
los que te buscan, Dios mío,
te cantarán alabanzas.
¡Dales larga vida!
27 Dios mío,
desde países lejanos,
todas las tribus y naciones
se acordarán de ti
y vendrán a adorarte.
28 Tú eres rey
y gobiernas a todas las naciones.
29 Nadie es dueño de su vida.
Por eso los que habitan este mundo,
y los que están a punto de morir
se inclinarán ante ti,
y harán fiestas en tu honor.
30 Mis hijos te rendirán culto;
las generaciones futuras te alabarán,
31 y los que nacerán después
sabrán que tú eres justo
y que haces grandes maravillas.
¡Protégeme, Dios mío!
SALMO 141 (140)
Himno de David.
141 Dios mío, te estoy llamando:
¡Préstame atención
y ven pronto en mi ayuda!
2 ¡Recibe mi oración
como una ofrenda de incienso!
¡A ti elevo mis manos
como una ofrenda en la tarde!
3 Dios mío,
¡no me dejes decir
ni una sola tontería!
4 ¡No me dejes tener
malos pensamientos,
ni cometer maldad alguna!
¡No me dejes tomar parte
en fiestas de gente malvada!
5 Considero una muestra de amor
que una persona honrada
me regañe o me golpee;
para mí, sus reprensiones
son como fino perfume.
Dios mío, yo siempre te pido
que castigues a los malvados.
6 Cuando los gobernantes malvados
acaben en la ruina,
se acordarán de mis palabras
y sabrán que les hablé con dulzura.
7 Entonces la gente dirá:
«Sus huesos han quedado
esparcidos por el suelo».
8 Por mi parte, Dios mío,
de ti dependo,
y en ti busco refugio.
¡No dejes que me maten!
9 ¡Líbrame de las trampas
que esos malvados me tienden!
10 ¡Haz que sean ellos mismos
los que caigan en sus redes!
Pero a mí, ¡ponme a salvo!
En Dios confío
SALMO 143 (142)
Himno de David.
143 Dios mío,
¡escucha mi oración!
¡Atiende mis ruegos!
Tú eres fiel y justo:
¡respóndeme!
2 No me llames a cuentas,
que ante ti, nadie en el mundo
puede considerarse inocente.
3 Mis enemigos quieren matarme;
me tienen acorralado
y en constante peligro de muerte.
4 Ya no siento latir mi corazón;
¡ya he perdido el ánimo!
5 Me vienen a la mente
los tiempos pasados
y me pongo a pensar
en todas tus acciones;
¡tengo muy presente
todo lo que has hecho!
6 ¡Hacia ti extiendo mis manos,
pues me haces falta,
como el agua a la tierra seca!
7 Dios mío,
¡respóndeme pronto,
pues la vida se me escapa!
¡No me des la espalda,
o ya puedo darme por muerto!
8 En ti confío;
¡a ti dirijo mi oración!
Cada nuevo día
hazme saber que me amas;
¡dime qué debo hacer!
9 Dios mío,
líbrame de mis enemigos,
pues en ti busco refugio.
10 Tú eres mi Dios.
¡Enséñame a hacer
lo que quieres que yo haga!
¡Permite que tu buen espíritu
me lleve a hacer el bien!
11-12 Dios mío,
tú eres un Dios justo;
¡acaba con mis enemigos!
¡Destruye a los que me persiguen!
Tú eres un Dios de amor
y yo estoy a tu servicio;
¡demuestra tu poder y dame vida!
¡Sácame de este aprieto!
Séptimo castigo: Dios hace llover granizo sobre Egipto
13 Entonces Dios le dijo a Moisés:
«Levántate muy temprano. Preséntate ante el rey y dile de mi parte que yo, el Dios de los israelitas, le ordeno que deje que mi pueblo vaya a adorarme. 14 De lo contrario, esta vez enviaré todos mis castigos contra todo Egipto. No hay en toda la tierra otro Dios como yo, y se lo voy a demostrar. 15 Si yo lo hubiera deseado, habría castigado a todos los egipcios con una enfermedad tan terrible que ya estarían muertos. 16 Si hasta ahora no lo he hecho, es porque quiero mostrar mi poder, y porque quiero que todos en el país me conozcan.
17 »Dile que si insiste en no dejar salir a mi pueblo, 18 mañana a esta hora dejaré caer unos granizos tan grandes y pesados, como no se han visto en toda la historia de Egipto. 19 Dile que ponga en lugar seguro todo su ganado y todo lo que tenga en el campo, porque el granizo caerá sobre todo hombre y animal, y matará a todo el que no esté en lugar seguro».
20 Al oír esta advertencia de parte de Dios, algunos de los consejeros del rey tuvieron miedo y dejaron que sus sirvientes fueran a ponerse a salvo, y además guardaron todo su ganado en los establos. 21 Pero otros no creyeron y dejaron en el campo a sus sirvientes y al ganado. 22 Entonces Dios le dijo a Moisés: «Levanta al cielo tu brazo, para que lluevan granizos sobre toda la gente, y sobre el ganado y las plantas de Egipto».
23 Con la vara en la mano, Moisés levantó el brazo al cielo. Al instante, Dios dejó caer sobre Egipto truenos, rayos y granizo. 24 ¡Nunca en toda la historia de Egipto se había visto algo parecido! Tan terribles eran la lluvia de granizo y los rayos que caían, 25 que acabaron con gente, ganados y plantas. Los árboles quedaron despedazados, 26-32 y el lino y la cebada destruidos, pues el lino había florecido y la cebada estaba ya en espiga. Sólo se salvaron el trigo y el centeno, porque dan fruto más tarde. Sin embargo, en el territorio de Gosén, donde vivían los israelitas, no cayó un solo granizo. Por eso el rey de Egipto mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo:
—Debo admitir que esta vez he hecho mal. La culpa la tenemos nosotros y no Dios, así que díganle que ya no impediré que los israelitas se vayan. ¡Ya no soportamos más el granizo y los truenos!
Moisés le contestó:
—Voy a demostrarle a Su Majestad que nuestro Dios es el dueño de toda la tierra. En cuanto yo salga de la ciudad, hablaré con él, y ya no habrá más truenos ni granizo. Esto lo haré a pesar de que ni usted ni sus consejeros respetan todavía a Dios.
33 Moisés salió entonces del palacio y de la ciudad, y levantando los brazos le pidió a Dios que quitara los truenos y el granizo. Al momento la lluvia terminó, el granizo dejó de caer, y los truenos ya no se escucharon más. 34 Pero aun cuando todo terminó, el rey siguió haciendo lo malo: tanto él como sus consejeros se pusieron tercos, y no dejaron que se fueran los israelitas. 35 Pero ya Dios había dicho que esto sucedería, y Moisés se lo comunicó al pueblo.
Un tesoro en una vasija de barro
4 Dios es bueno y nos permite servirle. Por eso no nos desanimamos. 2 No sentimos vergüenza de nada, ni hacemos nada a escondidas. No tratamos de engañar a la gente ni cambiamos el mensaje de Dios. Al contrario, Dios es testigo de que decimos sólo la verdad. Por eso, todos pueden confiar en nosotros. 3 Los únicos que no pueden entender la buena noticia que anunciamos son los que no se salvarán.
4 La buena noticia nos habla de la grandeza de Cristo, y Cristo a su vez nos muestra la grandeza de Dios. Ese mensaje brilla como la luz; pero los que no creen no pueden verla, porque Satanás no los deja. 5 Y nosotros no nos anunciamos a nosotros mismos. Al contrario, anunciamos que Jesucristo es nuestro Señor, y que nosotros somos servidores de ustedes porque somos seguidores de Jesucristo. 6 Cuando Dios creó el mundo, dijo: «Que brille la luz donde ahora hay oscuridad». Y cuando nos permitió entender la buena noticia, también iluminó nuestro entendimiento, para que por medio de Cristo conociéramos su grandeza.
7 Cuando Dios nos dio la buena noticia, puso, por así decirlo, un tesoro en una frágil vasija de barro. Así, cuando anunciamos la buena noticia, la gente sabe que el poder de ese mensaje viene de Dios y no de nosotros, que somos tan frágiles como el barro. 8 Por eso, aunque pasamos por muchas dificultades, no nos desanimamos. Tenemos preocupaciones, pero no perdemos la calma. 9 La gente nos persigue, pero Dios no nos abandona. Nos hacen caer, pero no nos destruyen. 10-11 A dondequiera que vamos, todos pueden ver que sufrimos lo mismo que Cristo, y que por obedecerlo estamos siempre en peligro de muerte. Pero también pueden ver, por medio de nosotros, que Jesús tiene poder para dar vida a los muertos. 12 Y así, mientras que nosotros vamos muriendo, ustedes van cobrando nueva vida.
Jesús habla otra vez de su muerte
32 Los discípulos iban confundidos, mientras Jesús caminaba delante de ellos hacia Jerusalén. Por su parte, los otros seguidores estaban llenos de miedo. Jesús volvió a reunirse a solas con los doce discípulos, y les contó lo que le iba a pasar:
33 «Como pueden ver, ahora vamos a Jerusalén. Y a mí, el Hijo del hombre, me entregarán a los sacerdotes principales y a los maestros de la Ley. Me condenarán a muerte y me entregarán a los enemigos de nuestro pueblo, 34 para que se burlen de mí, y para que me escupan en la cara y me maten; pero después de tres días resucitaré.»
La petición de Santiago y de Juan
35 Sus discípulos Santiago y Juan, que eran hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron:
—Maestro, queremos que nos hagas un favor.
36 Jesús les preguntó:
—¿Qué es lo que quieren?
37 Ellos le contestaron:
—Por favor, cuando estés en tu reino poderoso, déjanos sentarnos a tu lado, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.[a]
38 Jesús respondió:
—Ustedes no saben lo que piden. ¿Están dispuestos a sufrir todo lo malo que va a pasarme?
39 Ellos dijeron:
—Sí, lo estamos.
Jesús les dijo:
—Les aseguro que ustedes sufrirán mucho, igual que yo. 40 Pero sólo Dios decide quiénes serán los más importantes en mi reino. Eso no lo decido yo.
41 Cuando los otros diez discípulos supieron lo que Santiago y Juan habían pedido, se enojaron con ellos. 42 Entonces Jesús los llamó a todos y les dijo:
—Ustedes saben que los que se sienten jefes y grandes señores se portan como los amos del mundo e imponen su autoridad sobre todos. 43 Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, si alguien quiere ser importante, tendrá que servir a los demás. 44 Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el esclavo de todos. 45 Yo, el Hijo del hombre, soy así. No vine a este mundo para que me sirvan, sino para servir a los demás. Vine para liberar a la gente que es esclava del pecado, y para lograrlo pagaré con mi vida.
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