Book of Common Prayer
Dios me protege
SALMO 140 (139)
Himno de David.
140 Dios mío,
¡líbrame de la gente malvada!
¡Protégeme de la gente violenta,
2 que sólo piensa hacer lo malo
y todo el tiempo busca pleito!
3 Más que gente, parecen víboras;
hablan, y sus palabras
son venenosas e hirientes.
4 Dios mío,
protégeme de esos malvados;
protégeme de esos violentos,
que sólo quieren verme fracasar.
5 Son gente muy orgullosa.
A mi paso pusieron trampas
para hacerme caer en ellas.
6 Pero yo te reconozco
como mi único Dios;
¡por favor, escucha mis ruegos!
7 Tú eres mi Dios;
eres mi poderoso Salvador;
tú me salvas la vida
en el día de la batalla.
8 Dios mío,
no permitas que los malvados
se salgan con la suya;
no permitas que triunfen sus planes.
9 ¡Haz caer sobre mis enemigos
todo el mal que me desean!
10 ¡Que caigan sobre ellos
carbones encendidos!
¡Que caigan en pozos profundos
y nunca más salgan de allí!
11 ¡Que la gente mentirosa
no vuelva a vivir en la tierra!
¡Que acabe la calamidad
con toda la gente violenta!
12 Dios mío,
de una cosa estoy seguro:
¡tú defiendes y haces justicia
a los pobres y necesitados!
13 Por eso la gente honrada
te alaba y vive contigo.
Dios es mi refugio
SALMO 142 (141)
David compuso este himno cuando huía de Saúl y se escondió en una cueva.
142 Mi Dios,
a ti elevo mi voz
para pedirte ayuda;
a ti elevo mi voz
para pedirte compasión.
2-3 Cuando me siento deprimido,
a ti te hago saber lo que me angustia.
Tú sabes cómo me comporto.
Hay algunos que a mi paso
me tienden una trampa.
4 Mira bien a mi derecha:
¡nadie me presta atención!
¡No hay nadie que me proteja!
¡A nadie le importo!
5 Dios mío,
a ti te ruego y te digo:
«¡Tú eres mi refugio!
¡En este mundo
tú eres todo lo que tengo!»
6 ¡Atiende mis ruegos,
pues me encuentro muy débil!
¡Líbrame de mis enemigos,
pues son más fuertes que yo!
7 ¡Sácame de esta angustia,
para que pueda alabarte!
Al ver que me tratas bien,
los justos harán fiesta.
¡Protégeme, Dios mío!
SALMO 141 (140)
Himno de David.
141 Dios mío, te estoy llamando:
¡Préstame atención
y ven pronto en mi ayuda!
2 ¡Recibe mi oración
como una ofrenda de incienso!
¡A ti elevo mis manos
como una ofrenda en la tarde!
3 Dios mío,
¡no me dejes decir
ni una sola tontería!
4 ¡No me dejes tener
malos pensamientos,
ni cometer maldad alguna!
¡No me dejes tomar parte
en fiestas de gente malvada!
5 Considero una muestra de amor
que una persona honrada
me regañe o me golpee;
para mí, sus reprensiones
son como fino perfume.
Dios mío, yo siempre te pido
que castigues a los malvados.
6 Cuando los gobernantes malvados
acaben en la ruina,
se acordarán de mis palabras
y sabrán que les hablé con dulzura.
7 Entonces la gente dirá:
«Sus huesos han quedado
esparcidos por el suelo».
8 Por mi parte, Dios mío,
de ti dependo,
y en ti busco refugio.
¡No dejes que me maten!
9 ¡Líbrame de las trampas
que esos malvados me tienden!
10 ¡Haz que sean ellos mismos
los que caigan en sus redes!
Pero a mí, ¡ponme a salvo!
En Dios confío
SALMO 143 (142)
Himno de David.
143 Dios mío,
¡escucha mi oración!
¡Atiende mis ruegos!
Tú eres fiel y justo:
¡respóndeme!
2 No me llames a cuentas,
que ante ti, nadie en el mundo
puede considerarse inocente.
3 Mis enemigos quieren matarme;
me tienen acorralado
y en constante peligro de muerte.
4 Ya no siento latir mi corazón;
¡ya he perdido el ánimo!
5 Me vienen a la mente
los tiempos pasados
y me pongo a pensar
en todas tus acciones;
¡tengo muy presente
todo lo que has hecho!
6 ¡Hacia ti extiendo mis manos,
pues me haces falta,
como el agua a la tierra seca!
7 Dios mío,
¡respóndeme pronto,
pues la vida se me escapa!
¡No me des la espalda,
o ya puedo darme por muerto!
8 En ti confío;
¡a ti dirijo mi oración!
Cada nuevo día
hazme saber que me amas;
¡dime qué debo hacer!
9 Dios mío,
líbrame de mis enemigos,
pues en ti busco refugio.
10 Tú eres mi Dios.
¡Enséñame a hacer
lo que quieres que yo haga!
¡Permite que tu buen espíritu
me lleve a hacer el bien!
11-12 Dios mío,
tú eres un Dios justo;
¡acaba con mis enemigos!
¡Destruye a los que me persiguen!
Tú eres un Dios de amor
y yo estoy a tu servicio;
¡demuestra tu poder y dame vida!
¡Sácame de este aprieto!
24-25 Desde que David salió de Jerusalén, y hasta que regresó, Mefi-bóset no se había lavado los pies ni la ropa, ni se había arreglado la barba. Sin embargo, cuando supo que David regresaba, salió de Jerusalén a recibirlo. El rey le preguntó:
—¿Por qué no huiste conmigo?
Mefi-bóset, que era nieto de Saúl, 26 le contestó:
—Su Majestad, como yo no puedo caminar, le pedí a mi sirviente que preparara un burro para que yo lo montara. Pero mi sirviente me engañó, 27 y en lugar de preparar el burro fue a contarle a usted cosas que yo nunca dije.
»Pero Su Majestad es como un ángel de Dios, y sé que hará lo mejor. 28 Cuando toda mi familia merecía haber muerto, usted me sentó a su mesa y me trató como si fuera de su familia. Yo no me atrevo a pedirle a usted nada, pues sólo soy un sirviente.
29 El rey le contestó:
—¡No digas más! He decidido que tú y Sibá se repartan las tierras que fueron de Saúl.
30 Pero Mefi-bóset respondió:
—Sibá puede quedarse con todo. Para mí, lo mejor es que Su Majestad haya vuelto sano y salvo a su palacio.
Barzilai se despide de David
31-32 Barzilai era un hombre rico de Galaad, que ya tenía ochenta años. Cuando David estuvo en Mahanaim, Barzilai le había dado de comer. Ahora había venido desde Roguelim hasta el Jordán, para acompañar al rey y despedirse de él.
33 El rey le dijo a Barzilai:
—Ven conmigo a Jerusalén. Yo me encargaré de que no te falte nada.
34 Pero Barzilai le respondió:
—Ya me queda poco tiempo de vida como para ir con usted a Jerusalén. 35 Tengo ochenta años, y no quiero ser una carga para Su Majestad. Ya no disfruto de la comida, pues no sé cuándo está buena y cuándo está mala, y ni siquiera puedo oír bien la voz de los cantantes. 36 Su Majestad no tiene que darme nada. Vine sólo para acompañarlo a cruzar el río.
37 »Yo le ruego a Su Majestad que me deje volver a mi tierra. Allí es donde quiero morir, para que me entierren junto a mis padres. Sin embargo, dejo al servicio de Su Majestad a mi hijo Quimham. Trátelo usted como mejor le parezca.
38 El rey le contestó:
—Haré con Quimham lo que tú me pidas. Puede quedarse conmigo.
39 Toda la gente cruzó entonces el río Jordán y el rey también lo cruzó. Luego de besar a Barzilai lo bendijo, y éste regresó a su casa.
40 De allí el rey fue a Guilgal, y Quimham se fue con él, lo mismo que toda la gente de Judá y la mitad de los israelitas. 41 Pero los israelitas le reclamaron a David:
—¿Por qué fueron nuestros hermanos de Judá, y no nosotros, los que ayudaron al rey y a su gente a cruzar el río?
42 Y los de Judá respondieron:
—¿Pero por qué se enojan? Lo hicimos porque el rey es nuestro pariente, y no para que nos dé comida o regalos.
43 Entonces los israelitas les contestaron:
—Nosotros tenemos más derechos que ustedes, porque somos diez tribus y ustedes son sólo una. Además, nosotros fuimos los primeros en pedirle al rey que regresara. ¡Pero ustedes nos tratan como si no valiéramos nada!
Sin embargo, los de Judá se portaron muy groseros con los israelitas.
24 Días después, Félix fue otra vez a ver a Pablo. Lo acompañó Drusila, su esposa, que era judía. Félix llamó a Pablo, y lo escuchó hablar acerca de la confianza que se debe tener en Jesús. 25 Pero Pablo también le habló de que tenía que vivir sin hacer lo malo, que tenía que controlarse para no hacer lo que quisiera, sino solamente lo bueno, y que algún día Dios juzgaría a todos. Entonces Félix se asustó mucho y le dijo: «Vete ya; cuando tenga tiempo volveré a llamarte.»
26 Félix llamaba mucho a Pablo para hablar con él, pero más bien quería ver si Pablo le daría algún dinero para dejarlo en libertad.
27 Dos años después, Félix dejó de ser el gobernador, y en su lugar empezó a gobernar Porcio Festo.[a] Pero Félix quería quedar bien con los judíos; por eso dejó preso a Pablo.
Pablo ante Festo
25 Festo llegó a la ciudad de Cesarea para ocupar su puesto de gobernador. Tres días después se fue a la ciudad de Jerusalén. 2 Cuando llegó, los sacerdotes principales y los judíos más importantes de la ciudad hicieron una acusación formal contra Pablo. 3 También le pidieron a Festo que les hiciera el favor de ordenar que Pablo fuera llevado a Jerusalén. Ellos planeaban matar a Pablo cuando viniera de camino a la ciudad. 4-5 Pero Festo les dijo:
—No; Pablo seguirá preso en Cesarea, y muy pronto yo iré para allá. Si él ha hecho algo malo y las autoridades de ustedes quieren acusarlo, que vengan conmigo. Allá podrán acusarlo.
6 Festo se quedó ocho días en Jerusalén, y luego regresó a Cesarea. Al día siguiente fue a la corte, se sentó en la silla del juez, y mandó traer a Pablo. 7 Cuando Pablo entró en la corte, los judíos que habían venido desde Jerusalén comenzaron a acusarlo de hacer cosas muy malas. Pero no pudieron demostrar que eso fuera cierto. 8 Pablo entonces tomó la palabra para defenderse, y dijo:
—Yo no he hecho nada malo contra el templo de Jerusalén, ni contra el emperador de Roma. Tampoco he desobedecido las leyes judías.
9 Como Festo quería quedar bien con los judíos, le preguntó a Pablo:
—¿Te gustaría ir a Jerusalén para que yo te juzgue allá?
10 Pablo le contestó:
—El tribunal del emperador de Roma está aquí, y es aquí donde debo ser juzgado. Usted sabe muy bien que yo no he hecho nada malo contra los judíos. 11 Si lo hubiera hecho, no me importaría si como castigo me mataran. Pero si lo que ellos dicen de mí no es cierto, nadie tiene derecho de entregarme a ellos. Yo pido que el emperador sea mi juez.
12 Festo se reunió con sus consejeros para hablar del asunto, y luego le dijo a Pablo:
—Si quieres que el emperador sea tu juez, entonces irás a Roma.
La pregunta acerca del Mesías
35 Mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó:
«¿Por qué dicen los maestros de la Ley que el Mesías será de la familia del rey David? 36 Recuerden que el Espíritu Santo dijo lo siguiente a través de David:
“Dios le dijo a mi Señor el Mesías:
‘Siéntate a la derecha de mi trono,
hasta que yo derrote a tus enemigos.’”
37 »A ver, explíquenme: ¿Por qué el rey David llama Señor al Mesías? ¿Cómo puede el Mesías ser su descendiente? ¡Hasta David lo considera más importante que él mismo!»
Había allí mucha gente, y todos escuchaban a Jesús con agrado.
Jesús advierte a la gente y a sus discípulos
38 Jesús siguió enseñando y les dijo:
«¡Cuídense de los maestros de la Ley! A ellos les gusta vestirse como gente importante, y que en el mercado los saluden con mucho respeto. 39 Cuando van a una fiesta o a la sinagoga, les gusta ocupar los mejores asientos. 40 ¡Y son ellos los que roban las casas de las viudas, y luego hacen oraciones muy largas! Pero Dios los castigará más duro que a los demás.»
La ofrenda de la viuda pobre
41 Un día, Jesús estaba en el templo, y se sentó frente a las cajas de las ofrendas. Allí veía cómo la gente echaba dinero en ellas. Mucha gente rica echaba grandes cantidades de dinero. 42 En eso llegó una viuda pobre, y echó en una de las cajas dos moneditas de poquísimo valor. 43 Entonces Jesús dijo a sus discípulos:
—Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. 44 Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba, pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir.
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