Book of Common Prayer
¡Líbrame de los mentirosos!
SALMO 120 (119)
Cántico para las peregrinaciones.
120 Dios mío,
cuando me siento angustiado,
te llamo y tú me respondes.
2 Dios mío,
sálvame de la gente mentirosa;
sálvame de la gente embustera.
3 ¡Muy mal les va a ir a ustedes,
mentirosos!
¡Dios los va a castigar!
4 ¡Les disparará flechas
puntiagudas y encendidas,
como las que lanzan los guerreros!
5 ¡Pobre de mí!
¡Soy un hombre sin patria
que vive entre gente salvaje!
6 ¡Ya he vivido mucho tiempo
entre los que aborrecen la paz!
7 Yo soy un hombre tranquilo,
¡pero ellos hablan de guerra
mientras yo hablo de paz!
Dios te protegerá
SALMO 121 (120)
Cántico para las peregrinaciones.
121 Dirijo la mirada a las montañas;
¿de dónde vendrá mi ayuda?
2 Mi ayuda viene de Dios,
creador del cielo y de la tierra.
3 Dios jamás permitirá
que sufras daño alguno.
Dios te cuida y nunca duerme.
4 ¡Dios cuida de Israel,
y nunca duerme!
5 Dios te cuida y te protege;
Dios está siempre a tu lado.
6 Durante el día,
el sol no te quemará;
durante la noche,
no te dañará la luna.
7 Dios te protegerá
y te pondrá a salvo
de todos los peligros.
8 Dios te cuidará
ahora y siempre
por dondequiera que vayas.
¡Que haya paz en Jerusalén!
SALMO 122 (121)
Cántico de David para las peregrinaciones.
122 Me da gusto que me digan:
«¡Vamos al templo de Dios!»
2 Ciudad de Jerusalén,
¡aquí nos tienes!
¡Ya llegamos a tus portones!
3 Ciudad de Jerusalén,
¡construida como punto de reunión
de la comunidad de Israel!
4 ¡Hasta ti llegan las tribus,
todas las tribus de Israel!
¡Hasta ti llega el pueblo
para adorar a Dios,
tal como él lo ordenó!
5 En ti se encuentran
los tribunales de justicia;
en ti se encuentra
el palacio de David.
6 Por ti le pedimos a Dios:
«¡Que tengas paz, Jerusalén!
»¡Que vivan en paz los que te aman!
7 ¡Que dentro de tus murallas
y dentro de tus palacios
haya paz y seguridad!»
8 A mis hermanos y amigos
les deseo que tengan paz.
9 Y a ti, Jerusalén,
te deseo mucho bienestar
porque en ti se encuentra
el templo de nuestro Dios.
De ti dependemos
SALMO 123 (122)
Cántico para las peregrinaciones.
123 1-2 Dios, rey de los cielos,
de ti dependemos,
como dependen los esclavos
de la compasión de sus amos.
Dios nuestro,
de ti dependemos y esperamos
que nos tengas compasión.
3-4 ¡Compadécete de nosotros!
¡Ya estamos cansados
de que esos ricos orgullosos
nos ofendan y nos desprecien!
Dios siempre nos ayuda
SALMO 124 (123)
Cántico de David para las peregrinaciones.
124 Si Dios no nos hubiera ayudado,
¿qué habría sido de nosotros?
¡Todos en Israel lo sabemos!
2 Si Dios no nos hubiera ayudado
cuando nos atacaba todo el mundo,
3 nos habrían matado a todos,
pues nuestros enemigos
estaban muy enojados con nosotros.
4 Habrían acabado con nosotros
como aguas desbordadas
que arrasan con todo a su paso,
5 como aguas turbulentas
que todo lo destruyen.
6 ¡Alabemos a Dios,
que no dejó que esos malvados
nos despedazaran con sus dientes!
7 ¡La trampa está hecha pedazos!
¡Hemos logrado escapar,
como los pájaros!
8 ¡El creador de cielo y tierra
nos ayudó a escapar!
Dios protege a su pueblo
SALMO 125 (124)
Cántico para las peregrinaciones.
125 Los que confían en Dios
son como el monte Sión,
que nadie puede moverlo.
¡Permanecerán para siempre!
2 Las montañas protegen a Jerusalén,
y Dios protege a Israel
ahora y siempre.
3 No siempre los malvados
reinarán sobre el pueblo de Dios,
para que la gente buena
no practique la maldad.
4-5 Dios mío,
trata bien a la gente de buen corazón
pero deja que sean destruidos,
junto con los malhechores,
los que prefieren hacer lo malo.
¡Que haya paz en Israel!
De la tristeza a la alegría
SALMO 126 (125)
Cántico para las peregrinaciones.
126 Cuando Dios nos hizo volver
de Babilonia a Jerusalén,
creíamos estar soñando.
2 De los labios nos brotaban
risas y cánticos alegres.
Hasta decían las demás naciones:
«Realmente es maravilloso
lo que Dios ha hecho por ellos».
3 ¡Lo que Dios hizo por nosotros
fue realmente maravilloso,
y nos llenó de alegría!
4 Dios,
devuélvenos el bienestar,
como le devuelves al desierto
sus arroyos.
5-6 Las lágrimas que derramamos
cuando sembramos la semilla
se volverán cantos de alegría
cuando cosechemos el trigo.
Los hijos son un regalo de Dios
SALMO 127 (126)
Himno de Salomón para las peregrinaciones.
127 Si Dios no construye la casa,
de nada sirve que se esfuercen
los constructores.
Si Dios no vigila la ciudad,
de nada sirve que se desvelen
los vigilantes.
2 De nada sirve que ustedes
se levanten muy temprano,
ni que se acuesten muy tarde,
ni que trabajen muy duro
para ganarse el pan;
cuando Dios quiere a alguien,
le da un sueño tranquilo.
3 Los hijos que tenemos
son un regalo de Dios.
Los hijos que nos nacen
son nuestra recompensa.
4 Los hijos que nos nacen
cuando aún somos jóvenes,
hacen que nos sintamos seguros,
como guerreros bien armados.
5 Quien tiene muchos hijos,
bien puede decir
que Dios lo ha bendecido.
No tendrá de qué avergonzarse
cuando se defienda en público
delante de sus enemigos.
Saúl derrota a los amonitas
11 Un hombre llamado Nahas, jefe de los amonitas, se preparó para atacar la ciudad israelita de Jabés de Galaad. La rodeó con su ejército, pero los habitantes de la ciudad le mandaron a decir: «No queremos guerra. Preferimos hacer un arreglo contigo, aunque tengamos que ser tus esclavos».
2 Nahas les contestó: «Acepto el arreglo, con la condición de que me dejen sacarle el ojo derecho a cada uno de ustedes. Así me burlaré de todo Israel».
3 Los representantes de Jabés le pidieron un plazo de siete días para enviar mensajeros por todo Israel y pedir ayuda. Se comprometieron a rendirse si nadie venía en su ayuda.
4 Cuando los mensajeros dieron la mala noticia en Guibeá, que era donde vivía Saúl, toda la gente comenzó a llorar a gritos. 5-6 En ese momento Saúl volvía del campo, donde había estado preparando el terreno para la siembra, y preguntó: «¿Qué le pasa a la gente? ¿Por qué llora?»
Cuando le contaron lo que pasaba en Jabés, el espíritu de Dios vino sobre él, y Saúl se enfureció. 7 Tomó entonces dos toros y los partió en pedazos, luego envió mensajeros por todo Israel, con los pedazos de los toros y con este mensaje: «Así despedazaré el ganado de quienes no se unan a mí y a Samuel en esta guerra».
Dios hizo que los israelitas se llenaran de miedo, así que todos se prepararon para la guerra.
8 Cuando Saúl los contó, eran trescientos mil hombres de Israel y treinta mil de Judá. 9 Entonces mandaron este mensaje a los de Jabés de Galaad: «Mañana al mediodía llegaremos para librarlos de los amonitas».
La gente de Jabés se puso muy contenta al recibir este mensaje, 10 pero a los amonitas los engañaron diciéndoles: «Mañana nos rendiremos, y ustedes podrán hacer con nosotros lo que quieran».
11 Al día siguiente, Saúl dividió su ejército en tres grupos. Cuando ya estaba por amanecer, atacaron el campamento de los amonitas. La batalla duró hasta el mediodía, y los israelitas mataron a muchos de ellos. Los amonitas que quedaron vivos huyeron, cada uno por su lado.
12 Entonces Samuel dijo al pueblo: «Traigan a los que se burlaron de Saúl. Como no querían que Saúl fuera nuestro rey, los vamos a matar».
13 Pero Saúl dijo: «Por esta vez no vamos a matar a nadie, porque hoy Dios nos ha librado de nuestros enemigos».
14-15 Luego Samuel le dijo a la gente: «Vengan, vamos a Guilgal. Hagamos una fiesta, pues ya tenemos rey».
Toda la gente se fue a la fiesta, y allí le presentaron a Dios ofrendas de paz.
8 1-2 Saulo vio cómo mataban a Esteban, y le pareció muy bien.
Más tarde, unos hombres que amaban mucho al Señor recogieron el cuerpo de Esteban, lo enterraron, y durante varios días lloraron su muerte.
La iglesia empieza a sufrir
A partir de ese día, mucha gente comenzó a maltratar a los seguidores de Jesús que vivían en Jerusalén. Por eso todos tuvieron que separarse y huir a las regiones de Judea y de Samaria. Solamente los apóstoles se quedaron en Jerusalén.
3 Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la iglesia. Entraba en las casas, sacaba por la fuerza a hombres y a mujeres, y los encerraba en la cárcel.
Felipe en Samaria
4 Sin embargo, los que habían huido de la ciudad de Jerusalén seguían anunciando las buenas noticias de salvación en los lugares por donde pasaban.
5 Felipe fue a la ciudad de Samaria, y allí se puso a hablar acerca de Jesús, el Mesías. Felipe era uno de los siete ayudantes de la iglesia. 6 Toda la gente se reunía para escucharlo con atención y para ver los milagros que hacía. 7 Muchos de los que fueron a verlo tenían espíritus impuros, pero Felipe los expulsaba, y los espíritus salían dando gritos. Además, muchos cojos y paralíticos volvían a caminar. 8 Y todos en la ciudad estaban muy alegres.
9 Desde hacía algún tiempo, un hombre llamado Simón andaba por ahí. Este Simón asombraba a la gente de Samaria con sus trucos de magia, y se hacía pasar por gente importante. 10 Ricos y pobres le prestaban atención, y decían: «Este hombre tiene lo que se llama el gran poder de Dios.»
11 Toda la gente prestaba mucha atención a los trucos mágicos que realizaba. 12 Pero llegó Felipe y les anunció las buenas noticias del reino de Dios. Les habló acerca de Jesús, el Mesías, y todos en Samaria le creyeron. Y así Felipe bautizó a muchos hombres y mujeres.
13 También Simón creyó en el mensaje de Felipe, y Felipe lo bautizó. Y Simón estaba tan asombrado de los milagros y las maravillas que Felipe hacía, que no se apartaba de él.
63 Los guardias que vigilaban a Jesús se burlaban de él; 64 le tapaban los ojos, le pegaban, y luego le decían: «¡Profeta, adivina quién te pegó!»
65 Luego, lo insultaron diciéndole muchas otras cosas.
El juicio contra Jesús
66 Cuando amaneció, los líderes del pueblo, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley se reunieron y llevaron a Jesús ante la Junta Suprema. Allí le preguntaron:
67 —Dinos, ¿eres tú el Mesías?
Él les contestó:
—Si les dijera que sí, ustedes no me creerían. 68 Si les hiciera una pregunta, ustedes no me contestarían. 69 Pero de ahora en adelante yo, el Hijo del hombre, tendré el poder y la autoridad que me da Dios todopoderoso.
70 Entonces todos le preguntaron:
—¿Así que tú eres el Hijo de Dios?
Jesús les dijo:
—Ustedes mismos lo han dicho.
71 Ellos dijeron:
—Ya no necesitamos más testigos. Nosotros lo hemos oído de sus propios labios.
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