Book of Common Prayer
Confianza en la protección de Dios
(1) Del maestro de coro, con instrumentos de cuerda. De David.
61 (2) Dios mío, escucha mis gritos de dolor,
¡atiende a mi oración!
2 (3) Desde el último rincón de la tierra clamo a ti,
pues mi corazón desfallece.
Ponme a salvo sobre una alta roca,
3 (4) pues tú eres mi refugio.
¡Eres como una torre fuerte
que me libra del enemigo!
4 (5) Quiero vivir en tu casa para siempre,
protegido debajo de tus alas.
5 (6) Tú, Dios mío, has escuchado mis promesas,
y me has dado la herencia
de los que honran tu nombre.
6 (7) Concédele al rey una larga vida;
que viva muchos, muchísimos años,
7 (8) y que reine siempre con tu bendición.
Cuídalo con tu amor y fidelidad;
8 (9) así alabaré tu nombre en todo tiempo
y cumpliré mis promesas día tras día.
Dios, el único refugio
(1) Del maestro de coro. De Jedutún. Salmo de David.
62 (2) Sólo en Dios encuentro paz;
mi salvación viene de él.
2 (3) Sólo él me salva y me protege.
No caeré, porque él es mi refugio.
3 (4) ¿Hasta cuándo me atacarán ustedes
y tratarán de echarme abajo,
cual si fuera una pared que se derrumba
o una cerca a punto de caer al suelo?
4 (5) Sólo piensan en derribarme;
su mayor placer es la mentira.
Me alaban con los labios,
pero me maldicen con el pensamiento.
5 (6) Sólo en Dios encuentro paz;
pues mi esperanza viene de él.
6 (7) Sólo él me salva y me protege.
No caeré, porque él es mi refugio.
7 (8) De Dios dependen mi salvación y mi honor;
él es mi protección y mi refugio.
8 (9) ¡Pueblo mío, confía siempre en él!
¡Háblenle en oración con toda confianza!
¡Dios es nuestro refugio!
9 (10) El hombre es pura ilusión,
tanto el pobre como el rico;
si en una balanza los pesaran juntos,
pesarían menos que nada.
10 (11) No confíen en la violencia;
¡no se endiosen con el pillaje!
Si llegan a ser ricos,
no pongan su confianza en el dinero.
11-12 (12-13) Más de una vez he escuchado
esto que Dios ha dicho:
que el poder y el amor le pertenecen,
y que él recompensa a cada uno
conforme a lo que haya hecho.
La marcha triunfal de Israel
(1) Del maestro de coro. Salmo y cántico de David.
68 (2) Cuando Dios entra en acción,
sus enemigos se dispersan;
los que le odian huyen de su presencia;
2 (3) desaparecen como el humo en el aire,
se derriten como la cera en el fuego;
¡ante Dios están perdidos los malvados!
3 (4) Pero los buenos se alegran;
ante Dios se llenan de gozo,
¡saltan de alegría!
4 (5) Canten ustedes a Dios,
canten himnos a su nombre;
alaben al que cabalga sobre las nubes.
¡Alégrense en el Señor!
¡Alégrense en su presencia!
5 (6) Dios, que habita en su santo templo,
es padre de los huérfanos
y defensor de las viudas;
6 (7) Dios da a los solitarios un hogar donde vivir,
libera a los prisioneros y les da prosperidad;
pero los rebeldes vivirán en tierra estéril.
7 (8) Oh Dios, cuando saliste al frente de tu pueblo
marchando a través del desierto,
8 (9) la tierra tembló,
la lluvia cayó del cielo,
el Sinaí tembló delante de Dios,
delante del Dios de Israel.
9 (10) Oh Dios, tú hiciste llover en abundancia;
tu pueblo estaba agotado, y tú le diste fuerza.
10 (11) Tu pueblo se estableció allí
y tú, oh Dios, por tu bondad,
le diste al pobre lo necesario.
11 (12) El Señor dio un mensaje;
muchas mujeres lo anunciaban:
12 (13) «¡Están huyendo los reyes y sus ejércitos!»
En casa, las mujeres se repartían
lo que se le había quitado al enemigo,
13 (14) pero ustedes se quedaron entre los rediles.
¡Alas de paloma cubiertas de plata!
¡Sus plumas cubiertas de oro fino!
14 (15) Cuando el Todopoderoso hizo huir a los reyes,
nevaba sobre el monte Salmón.
15 (16) ¡Qué altos son los montes de Basán,
y qué elevadas sus cumbres!
16 (17) Ustedes, que son montes tan altos,
¿por qué miran con envidia
el monte donde Dios quiso residir?
¡El Señor vivirá allí para siempre!
17 (18) Dios cuenta por millones sus carros de combate;
del Sinaí vino en ellos a su templo.
18 (19) Oh Dios, subiste a lo alto llevando cautivos;
recibiste tributo entre los hombres
y hasta los rebeldes se rindieron a ti, Señor.
19 (20) ¡Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador,
que día tras día lleva nuestras cargas!
20 (21) Nuestro Dios es un Dios que salva
y que puede librarnos de la muerte.
21 (22) Dios partirá la cabeza de sus enemigos,
la cabeza de los que siguen pecando.
22 (23) El Señor ha dicho:
«Te haré volver de Basán;
te haré volver del mar profundo,
23 (24) para que bañes tus pies
en la sangre de tus enemigos
y tus perros se la beban.»
24 (25) Oh Dios, mi Dios y Rey,
en tu santuario se ven las procesiones
que celebran en tu honor.
25 (26) Los cantores van al frente
y los músicos detrás,
y en medio las jovencitas
van tocando panderetas.
26 (27) ¡Bendigan todos ustedes a Dios el Señor!
¡Bendígalo todo Israel reunido!
27 (28) Al frente de ellos va Benjamín, el menor,
con muchos jefes de Judá,
de Zabulón y de Neftalí.
28 (29) Dios mío, demuestra tu poder;
¡reafirma lo que has hecho por nosotros!
29 (30) Desde tu alto templo, en Jerusalén,
adonde los reyes te traen regalos,
30 (31) reprende a Egipto, a esa bestia de los juncos,
a esa manada de toros bravos y de becerros
que en su afán de riquezas humillan a los pueblos;
¡dispersa a la gente que ama la guerra!
31 (32) De Egipto vendrán embajadores;
Etiopía levantará sus manos a Dios.
32 (33) ¡Canten a Dios, reinos de la tierra,
canten himnos al Señor,
33 (34) al que cabalga en los cielos,
en los cielos eternos!
Escuchen cómo resuena su voz,
su voz poderosa.
34 (35) Reconozcan el poder de Dios:
su majestad se extiende sobre Israel,
su poder alcanza el cielo azul.
35 (36) Maravilloso es Dios en su santuario;
el Dios de Israel da poder y fuerza a su pueblo.
¡Bendito sea Dios!
43 ¡Qué bella y pura es la bóveda del cielo!
¡Qué espectáculo tan grandioso el firmamento!
2 Brilla el sol, y el calor se va extendiendo;
¡qué maravillosa obra del Señor!
3 A mediodía hace arder el mundo;
¿quién puede resistir su calor?
4 Como el horno ardiente derrite los metales,
así el sol con sus rayos abrasa las montañas.
Una llamarada luminosa consume la tierra,
y su luz ciega los ojos.
5 ¡Qué grande es el Señor, que lo creó!
Por orden suya, el sol avanza en su carrera.
6 También hace salir la luna en los diversos tiempos,
y ella, como señal eterna, dirige los periodos.
7 Por ella sabemos las fiestas y otras fechas señaladas;
al recorrer su órbita, su brillo es menor.
8 Sin embargo, se renueva cada mes;
¡qué admirable manera de cambiar!
Señal para los ejércitos del cielo,
que ilumina con su brillo la bóveda celeste.
9 Las estrellas son belleza y adorno del cielo;
su luz ilumina las alturas infinitas.
10 Por orden de Dios se mantienen en su puesto
y no se cansan de hacer guardia.
11 Mira el arco iris y bendice a su Creador;
¡qué maravillosa belleza!
12 Con su esplendor abarca el horizonte,
cuando Dios lo extiende con su mano.
13 Dios con su poder traza el camino a los relámpagos
y manda los rayos como castigo.
14 Con el mismo fin abre los depósitos del cielo
y hace que las nubes vuelen como buitres.
15 Con su poder condensa las nubes
y desmenuza las piedras de granizo.
16 El estrépito de su trueno hace que tiemble la tierra,
y con su poder, que se estremezcan los montes.
17 Con una orden suya incita al viento sur,
al tempestuoso viento norte, al huracán y a la tormenta.
18 Esparce la nieve como pájaros en vuelo;
cae la nieve como bandada de langostas.
El resplandor de su blancura ciega los ojos,
y al verla caer se conmueve el corazón.
19 Esparce la escarcha como si fuera sal,
y la hace florecer como zafiros.
20 Hace que sople el helado viento norte,
y congela el agua de los manantiales.
Una costra se extiende por todos los estanques;
los cubre una coraza.
21 Quema y reseca, como el fuego,
el verdor de las montañas y la hierba de los prados.
22 Pero todo lo sana el rocío que cae de las nubes
y que se extiende para fecundar la tierra seca.
14 Miré, y vi una nube blanca, y sobre la nube estaba sentado alguien que parecía ser un hijo de hombre. Llevaba una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en la mano. 15 Y salió del templo otro ángel, gritando con fuerte voz al que estaba sentado en la nube: «¡Mete tu hoz y recoge la cosecha; porque ya llegó la hora, y la cosecha de la tierra está madura!» 16 El que estaba sentado en la nube pasó entonces su hoz sobre la tierra, y recogió la cosecha de la tierra.
17 Luego otro ángel salió del templo que está en el cielo, llevando él también una hoz afilada. 18 Y del altar salió otro ángel, que tenía autoridad sobre el fuego y que llamó con fuerte voz al que llevaba la hoz afilada, diciendo: «¡Mete tu hoz afilada, y corta con ella los racimos de los viñedos que hay en la tierra, porque ya sus uvas están maduras!» 19 El ángel pasó su hoz sobre la tierra y cortó las uvas de los viñedos de la tierra, y luego las echó en el gran recipiente que se usa para exprimirlas y que simboliza la ira de Dios. 20 Las uvas fueron exprimidas fuera de la ciudad, y del recipiente salió sangre, que llegó a la altura de los frenos de los caballos en una extensión de trescientos kilómetros.
Siete ángeles con siete calamidades
15 Vi en el cielo otra señal grande y asombrosa: siete ángeles con las siete últimas calamidades, con las cuales llegaba a su fin la ira de Dios.
Visión preparatoria
2 Vi también lo que parecía ser un mar de cristal mezclado con fuego; junto a ese mar de cristal estaban de pie, con arpas que Dios les había dado, los que habían alcanzado la victoria sobre el monstruo y su imagen, y sobre el número de su nombre. 3 Y cantaban el canto de Moisés, siervo de Dios, y el canto del Cordero. Decían:
«Grande y maravilloso es todo lo que has hecho,
Señor, Dios todopoderoso;
rectos y verdaderos son tus caminos,
oh Rey de las naciones.
4 ¿Quién no te temerá, oh Señor?
¿Quién no te alabará?
Pues solamente tú eres santo;
todas las naciones vendrán y te adorarán,
porque tus juicios han sido manifestados.»
5 Después de esto, miré y vi abrirse en el cielo el santuario, la tienda de la alianza. 6 Del santuario salieron aquellos siete ángeles que llevaban las siete calamidades. Iban vestidos de lino limpio y brillante, y llevaban cinturones de oro a la altura del pecho. 7 Uno de los cuatro seres vivientes dio a cada uno de los siete ángeles una copa de oro llena de la ira de Dios, el cual vive por todos los siglos. 8 Y el santuario se llenó del humo procedente de la grandeza y del poder de Dios, y nadie podía entrar en él hasta que hubieran terminado las siete calamidades que llevaban los siete ángeles.
Importancia de la conversión
13 Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos hombres de Galilea con la sangre de los animales que ellos habían ofrecido en sacrificio.
2 Jesús les dijo: «¿Piensan ustedes que esto les pasó a esos hombres de Galilea por ser ellos más pecadores que los otros de su país? 3 Les digo que no; y si ustedes mismos no se vuelven a Dios, también morirán. 4 ¿O creen que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima eran más culpables que los otros que vivían en Jerusalén? 5 Les digo que no; y si ustedes mismos no se vuelven a Dios, también morirán.»
La parábola de la higuera sin fruto
6 Jesús les contó esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, y fue a ver si daba higos, pero no encontró ninguno. 7 Así que le dijo al hombre que cuidaba el viñedo: “Mira, por tres años seguidos he venido a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala, pues; ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente?” 8 Pero el que cuidaba el terreno le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. 9 Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la cortarás.”»
Dios habla hoy ®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.