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—Yo soy Dios, el Dios de tu padre—dijo la voz—. No tengas temor de descender a Egipto, porque allí haré de tu familia una gran nación.
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Les dijo: «Si ustedes escuchan atentamente la voz del Señor su Dios y hacen lo que es correcto ante sus ojos, obedeciendo sus mandatos y cumpliendo todos sus decretos, entonces no les enviaré ninguna de las enfermedades que envié a los egipcios; porque yo soy el Señor, quien los sana».
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A medida que el sonido del cuerno de carnero se hacía cada vez más fuerte, Moisés hablaba y Dios le respondía con voz de trueno.
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¿Hay alguna otra nación que haya escuchado la voz de Dios hablar desde el fuego—tal como la escuchaste tú—y haya sobrevivido?
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y me dijeron: “Mira, el Señor nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza, y hemos oído su voz salir de en medio del fuego. Hoy comprobamos que Dios puede hablar con los seres humanos, ¡pero aun así seguimos con vida!
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¿Puede algún ser vivo oír la voz del Dios viviente que sale de en medio del fuego—como la oímos nosotros—y seguir con vida?
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pues eso fue lo que ustedes le pidieron al Señor su Dios cuando estaban reunidos al pie del monte Sinaí. Dijeron: “No queremos oír nunca más la voz del Señor nuestro Dios ni ver este fuego ardiente, porque moriremos”.
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El Señor tu Dios se deleitará en ti si obedeces su voz y cumples los mandatos y los decretos escritos en este libro de instrucción, y si te vuelves al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.
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Entonces el pueblo de Israel fue a Betel y permaneció en presencia de Dios hasta la noche, llorando amargamente en voz alta.
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»Ahora, si ustedes temen al Señor y lo adoran, si escuchan su voz y no se rebelan contra sus mandatos, entonces tanto ustedes como su rey demostrarán que reconocen al Señor como su Dios.
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Después los levitas de los clanes de Coat y de Coré se pusieron de pie para alabar a viva voz al Señor, Dios de Israel.
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Permanecieron de pie en el mismo lugar durante tres horas mientras se les leía en voz alta el libro de la ley del Señor su Dios. Luego confesaron sus pecados y adoraron al Señor su Dios durante tres horas más.
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Los levitas—Jesúa, Bani, Cadmiel, Sebanías, Buni, Serebías, Bani y Quenaní—estuvieron de pie en la escalera de los levitas y clamaron al Señor su Dios en voz alta.
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Escucha con atención el estruendo de la voz de Dios cuando retumba de su boca.
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La voz de Dios es gloriosa en el trueno. Ni siquiera podemos imaginar la grandeza de su poder.
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La voz del Señor resuena sobre la superficie del mar; el Dios de gloria truena; el Señor truena sobre el poderoso mar.
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¡Las naciones se encuentran en un caos, y sus reinos se desmoronan! ¡La voz de Dios truena, y la tierra se derrite!
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¡Escuchen! Es la voz de alguien que clama: «¡Abran camino a través del desierto para el Señor! ¡Hagan una carretera derecha a través de la tierra baldía para nuestro Dios!
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Solo reconoce tu culpa; admite que te has rebelado contra el Señor tu Dios y que cometiste adulterio contra él al rendir culto a ídolos debajo de todo árbol frondoso. Confiesa que rehusaste oír mi voz. ¡Yo, el Señor, he hablado!
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El sonido de las alas de los querubines sonaban como la voz del Dios Todopoderoso y podía oírse hasta en el atrio exterior.
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Todo Israel ha desobedecido tus instrucciones, te ha dado la espalda y ha rehusado escuchar tu voz. »Entonces ahora, a causa de nuestro pecado, se han derramado sobre nosotros las maldiciones solemnes y los juicios escritos en la ley de Moisés, siervo de Dios.
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A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte: «Eli, Eli, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» .
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Luego, a las tres de la tarde, Jesús clamó con voz fuerte: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» .
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»Y les aseguro que se acerca el tiempo—de hecho, ya ha llegado—cuando los muertos oirán mi voz, la voz del Hijo de Dios, y los que escuchen, vivirán.
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¡No se sorprendan tanto! Ciertamente, ya se acerca el tiempo en que todos los que están en las tumbas oirán la voz del Hijo de Dios