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La desobediencia, causa del destierro

El Señor se dirigió al profeta Zacarías, y le dijo: «Esto es lo que yo ordeno: Sean ustedes rectos en sus juicios, y bondadosos y compasivos unos con otros. 10 No opriman a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los extranjeros, ni a los pobres. No piensen en cómo hacerse daño unos a otros.» 11 Pero el pueblo se negó a obedecer. Todos volvieron la espalda y se hicieron los sordos. 12 Endurecieron su corazón como el diamante, para no escuchar la enseñanza y los mandatos que el Señor todopoderoso comunicó por su espíritu, por medio de los antiguos profetas.

Por eso el Señor se enojó mucho, 13 y dijo: «Así como ellos no quisieron escucharme cuando yo los llamaba, tampoco yo los escucharé cuando ellos me invoquen. 14 Por eso los dispersé como por un torbellino entre todas esas naciones que ellos no conocían, y tras ellos quedó el país convertido en un desierto donde nadie podía vivir. ¡Un país tan hermoso, y ellos lo convirtieron en desolación!»

Promesa del Señor

El Señor todopoderoso me dio este mensaje: «Esto es lo que yo, el Señor todopoderoso, digo: Siento por Sión grandes celos, celos furiosos. Y he de volver a Jerusalén, para vivir allí. Entonces Jerusalén será llamada Ciudad Fiel, y el monte del Señor todopoderoso será llamado Monte Santo. Ancianos y ancianas se sentarán de nuevo en las plazas de Jerusalén, apoyado cada cual en su bastón a causa de su mucha edad. Niños y niñas llenarán las plazas de la ciudad y jugarán en ellas. En aquel tiempo todo esto parecerá imposible a los ojos de los que queden de mi pueblo; pero a mí no me lo parecerá. Yo, el Señor todopoderoso, lo afirmo: Yo libertaré a mi pueblo del poder del país de oriente y del país de occidente, y lo traeré a Jerusalén para que viva allí. Ellos serán entonces mi pueblo, y yo seré su Dios, con fidelidad y justicia.»