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Ragüel se levantó de un salto y lo llenó de besos, mientras decía llorando:

—¡Dios te bendiga, hijo! Tu padre es un hombre excelente. ¡Qué desdicha tan grande que un hombre tan bueno y tan generoso se haya quedado ciego!

Y otra vez abrazó llorando a su pariente Tobías. Edna, su esposa, también lloró, lo mismo que Sara, la hija. Ragüel, pues, los recibió con mucha alegría y mandó matar un corderito.

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