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10 Tobías fue a llamarlo, y le dijo:

—Joven, mi padre quiere conocerte.

Cuando el ángel entró en la casa, lo saludé primero, y él me contestó:

—¡Qué tengas paz y salud!

Pero yo le contesté:

—¡Qué paz ni qué salud! Estoy tan ciego que ni siquiera puedo ver la luz del sol. Escucho a la gente, pero no la puedo ver. Vivo en la oscuridad. ¡Estoy muerto en vida!

—¡No se desespere! —me dijo el ángel Rafael—. Dios lo sanará pronto. ¡Tenga confianza!

Yo le dije:

—Mi hijo Tobías quiere ir hasta el país de Media, ¿podrías acompañarlo y servirle de guía? Yo te pagaré por tus servicios.

—Claro que sí —me respondió—. He ido muchas veces a ese país, y he recorrido sus cerros y valles; conozco bien esos caminos.

11 Entonces le pregunté:

—Dime una cosa, amigo, ¿de qué tribu y de qué familia eres?

12 Y el ángel me contestó:

—¿Para qué quieres saber de qué tribu soy?

Le respondí:

—Para mí es muy importante saber quién eres y cómo te llamas.

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