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Ana, su esposa, le decía:

—¡Mi hijo murió, ya no está vivo!

Y se ponía a llorar y a lamentarse por su hijo, y decía:

—¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te dejé ir, luz de mis ojos?

Pero Tobit le decía:

—¡Cállate, querida, no te preocupes! Él está bien. Habrán tenido allá alguna demora. Pero el hombre que lo acompaña es de confianza, y además es pariente nuestro. No te pongas triste por él, querida, que ya estará por llegar.

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