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Bienaventurado el hombre á quien no imputa Jehová la iniquidad,

Y en cuyo espíritu no hay superchería.

Mientras callé, envejeciéronse mis huesos

En mi gemir todo el día.

Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;

Volvióse mi verdor en sequedades de estío. (Selah.)

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