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Sobre los sauces de la ciudad
colgamos nuestras arpas.
Los que nos capturaron, nos pedían que cantáramos.
Nuestros opresores nos pedían estar contentos. Decían:
«¡Canten algunos de sus cánticos de Sión!»

¿Y cómo podríamos cantarle al Señor
en un país extranjero?

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