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Tú asustaste un poco a tu pueblo,
para que aprendiera la lección,
pero luego le diste una señal
para que se salvara
y recordara tus enseñanzas.
La señal era una serpiente de bronce,
y los que la miraron quedaron sanos.
Pero no se sanaron por mirar a la serpiente,
sino porque tú mismo los curabas,
pues eres el salvador de todos.

Así les mostraste a nuestros enemigos
que sólo tú libras de todo mal.

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