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Era justo que a los opresores
les viniera un hambre irresistible
y que, en cambio, tu pueblo tuviera sólo una muestra
de los tormentos que sufrían sus enemigos.

Las langostas y la serpiente de bronce

Y cuando animales venenosos
atacaron a tu pueblo con furor terrible
y serpientes tortuosas sembraban la muerte con su mordedura,
tu ira no duró hasta el final.
Los asustaste un poco, para que escarmentaran,
pero les diste una señal de salvación,
para que recordaran los mandatos de tu ley.

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