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La mente puesta en la carne es enemiga de Dios(A), porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne(B) no pueden agradar a Dios.

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Todos nosotros somos como el inmundo(A),
Y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas(B).
Todos nos marchitamos como una hoja(C),
Y nuestras iniquidades(D), como el viento, nos arrastran.

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