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El reino en hechos y palabras (8,1—16,20)

Curación de un leproso (Mc 1,40-45; Lc 5,12-16)

Al bajar Jesús del monte, lo seguía mucha gente. En esto se le acercó un leproso, que se postró ante él y le dijo:

— Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.

Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo:

— Quiero. Queda limpio.

Y al instante el leproso quedó limpio. Jesús le advirtió:

— Mira, no se lo cuentes a nadie; vete a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación.

Jesús sana al asistente de un oficial romano (Lc 7,1-12; Jn 4,46-54)

Cuando Jesús entró en Carfarnaún, se acercó a él un oficial del ejército romano suplicándole:

— Señor, tengo a mi asistente en casa paralítico y está sufriendo dolores terribles.

Jesús le dijo:

— Yo iré y lo curaré.

Pero el oficial le respondió:

— Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que sane mi asistente. Porque yo también estoy sujeto a mis superiores, y a la vez tengo soldados a mis órdenes. Si a uno de ellos le digo: “Vete”, va; y si le digo a otro: “Ven”, viene; y si a mi asistente le digo: “Haz esto”, lo hace.

10 Jesús se quedó admirado al oír esto. Y dijo a los que lo seguían:

— Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie con una fe tan grande como esta. 11 Y Les advierto que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. 12 En cambio, los que primero fueron llamados al Reino serán arrojados afuera, a la oscuridad. Allí llorarán y les rechinarán los dientes. 13 Luego dijo Jesús al oficial:

— Vete a tu casa y que se haga como creíste.

En aquel mismo momento, el asistente quedó curado.

Curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31; Lc 4,38-39)

14 Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama, con fiebre. 15 Jesús le tocó la mano y se le desapareció la fiebre. Y ella se levantó y se puso a atenderlo.

Otras curaciones (Mc 1,32-34; Lc 4,40-41)

16 Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. Él, con solo una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos. 17 De este modo se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Tomó sobre sí nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.

Seguir a Jesús (Lc 9,57-62)

18 Viendo Jesús que lo rodeaba una gran multitud, mandó que lo llevaran a la otra orilla del lago. 19 Allí se le acercó un maestro de la ley, que le dijo:

— Maestro, estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas.

20 Jesús le contestó:

— Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.

21 Otro que ya era discípulo suyo le dijo:

— Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.

22 Jesús le contestó:

— Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Jesús apacigua una tempestad (Mc 4,35-41; Lc 8,22-25)

23 Subió Jesús a una barca acompañado de sus discípulos, 24 cuando de pronto se levantó en el lago una tempestad tan violenta que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había quedado dormido. 25 Los discípulos se acercaron a él y lo despertaron, diciendo:

— ¡Señor, sálvanos! ¡Estamos a punto de perecer!

26 Jesús les dijo:

— ¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil su fe?

Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago y todo quedó en calma. 27 Y los discípulos se preguntaban asombrados:

— ¿Quién es este, que hasta los vientos y el lago le obedecen?

Los endemoniados de Gadara (Mc 5,1-20; Lc 8,26-39)

28 Cuando Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de Gadara, salieron a su encuentro dos hombres procedentes del cementerio. Ambos estaban poseídos por demonios, y eran tan temidos por su violencia que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. 29 Se pusieron a gritar:

— ¡Déjanos en paz, Hijo de Dios! ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?

30 A cierta distancia de allí estaba paciendo una gran piara de cerdos. 31 Y los demonios le suplicaron a Jesús:

— Si nos echas afuera, envíanos a esa piara de cerdos.

32 Jesús les dijo:

— Vayan allá.

Los demonios salieron y se metieron en los cerdos y, de pronto, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos se ahogaron.

33 Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y, al llegar al pueblo, contaron todo lo que había pasado con aquellos hombres poseídos por los demonios. 34 Entonces la gente del pueblo fue al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogó que se marchara de su comarca.

Jesús sana a un leproso(A)

Cuando Jesús bajó del monte, mucha gente lo siguió. En esto se le acercó un hombre enfermo de lepra, el cual se puso de rodillas delante de él y le dijo:

—Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.

Jesús lo tocó con la mano, y dijo:

—Quiero. ¡Queda limpio!

Al momento, el leproso quedó limpio de su enfermedad. Jesús añadió:

—Mira, no se lo digas a nadie; solamente ve y preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que conste ante los sacerdotes.

Jesús sana al criado de un capitán romano(B)

Al entrar Jesús en Cafarnaúm, un capitán romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo:

—Señor, mi criado está en casa enfermo, paralizado y sufriendo terribles dolores.

Jesús le respondió:

—Iré a sanarlo.

El capitán contestó:

—Señor, yo no merezco que entres en mi casa; solamente da la orden, y mi criado quedará sano. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace.

10 Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían:

—Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. 11 Y les digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a comer con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, 12 pero los que deberían estar en el reino, serán echados a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.

13 Luego Jesús dijo al capitán:

—Vete a tu casa, y que se haga tal como has creído.

En ese mismo momento el criado quedó sano.

Jesús sana a la suegra de Pedro(C)

14 Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de éste en cama y con fiebre. 15 Jesús tocó entonces la mano de ella, y la fiebre se le quitó, así que ella se levantó y comenzó a atenderlo.

Jesús sana a muchos enfermos(D)

16 Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas; y con una orden expulsó a los espíritus malos, y también sanó a todos los enfermos. 17 Esto sucedió para que se cumpliera lo que anunció el profeta Isaías, cuando dijo: «Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.»

Para seguir a Jesús(E)

18 Jesús, al verse rodeado por la multitud, dio orden de pasar al otro lado del lago. 19 Entonces se le acercó un maestro de la ley, y le dijo:

—Maestro, deseo seguirte a dondequiera que vayas.

20 Jesús le contestó:

—Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza.

21 Otro, que era uno de sus discípulos, le dijo:

—Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

22 Jesús le contestó:

—Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Jesús calma la tormenta(F)

23 Jesús subió a la barca, y sus discípulos lo acompañaron. 24 En esto se desató sobre el lago una tormenta tan fuerte que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había dormido. 25 Entonces sus discípulos fueron a despertarlo, diciéndole:

—¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!

26 Él les contestó:

—¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca fe tienen ustedes!

Dicho esto, se levantó y dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente tranquilo. 27 Ellos, admirados, se preguntaban:

—¿Pues quién será éste, que hasta los vientos y el mar lo obedecen?

Los endemoniados de Gadara(G)

28 Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, a la tierra de Gadara, dos endemoniados salieron de entre las tumbas y se acercaron a él. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino; 29 y se pusieron a gritar:

—¡No te metas con nosotros, Hijo de Dios! ¿Viniste acá para atormentarnos antes de tiempo?

30 A cierta distancia de allí había muchos cerdos comiendo, 31 y los demonios le rogaron a Jesús:

—Si nos expulsas, déjanos entrar en esos cerdos.

32 Jesús les dijo:

—Vayan.

Los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos; y al momento todos los cerdos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y allí se ahogaron.

33 Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y al llegar al pueblo comenzaron a contar lo sucedido, todo lo que había pasado con los endemoniados. 34 Entonces todos los del pueblo salieron a donde estaba Jesús, y al verlo le rogaron que se fuera de aquellos lugares.