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De pronto, hubo un gran temblor. Un ángel de Dios bajó del cielo, movió la piedra que cerraba la tumba, y se sentó sobre ella. El ángel brillaba como un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Al verlo, los guardias se asustaron tanto que empezaron a temblar y se quedaron como muertos.

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