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Día y noche vagaba solitario por los sepulcros y los montes gritando e hiriéndose con piedras afiladas. Cuando vio a lo lejos que Jesús se acercaba, corrió a su encuentro, cayó de rodillas ante él y gritó con fuerza:

―¿Qué tienes contra mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te suplico por Dios que no me atormentes!

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