Lucas 7
Reina-Valera 1995
Jesús sana al siervo de un centurión(A)
7 Después que terminó todas sus palabras al pueblo que lo oía, entró en Capernaúm. 2 Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. 3 Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniera y sanara a su siervo. 4 Ellos se acercaron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole:
—Es digno de que le concedas esto, 5 porque ama a nuestra nación y nos edificó una sinagoga.
6 Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole:
—Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo, 7 por lo que ni aun me tuve por digno de ir a ti; pero di la palabra y mi siervo será sanado, 8 pues también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a éste: “Ve”, y va; y al otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.
9 Al oír esto, Jesús se maravilló de él y, volviéndose, dijo a la gente que lo seguía:
—Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
10 Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo.
Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín
11 Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos y una gran multitud. 12 Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, que era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. 13 Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo:
—No llores.
14 Acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo:
—Joven, a ti te digo, levántate.
15 Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. 16 Todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»
17 Y se extendió la fama de él por toda Judea y por toda la región de alrededor.
Los mensajeros de Juan el Bautista(B)
18 Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. Y llamó Juan a dos de sus discípulos, 19 y los envió a Jesús para preguntarle: «¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?»
20 Cuando, pues, los hombres vinieron a él, le dijeron:
—Juan el Bautista nos ha enviado a ti para preguntarte: “¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?”
21 En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades, plagas y espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. 22 Respondiendo Jesús, les dijo:
—Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio; 23 y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí.
24 Cuando se fueron los mensajeros de Juan, comenzó a hablar de Juan a la gente:
—¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? Pero los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están. 26 Entonces ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. 27 Éste es de quien está escrito:
»“Yo envío mi mensajero delante de tu faz,
el cual preparará tu camino delante de ti.”
28 »Os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.
29 El pueblo entero que lo escuchó, incluso los publicanos, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan. 30 Pero los fariseos y los intérpretes de la Ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, y no quisieron ser bautizados por Juan.
31 Agregó el Señor:
—¿A qué, pues, compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué son semejantes? 32 Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza, que se gritan unos a otros y dicen: “Os tocamos flauta, y no bailasteis; os entonamos canciones de duelo y no llorasteis”. 33 Vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: “Demonio tiene”. 34 Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Éste es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores”. 35 Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos.
Jesús en el hogar de Simón, el fariseo
36 Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.» 40 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo:
—Simón, una cosa tengo que decirte.
Y él le dijo:
—Di, Maestro.
41 —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. 42 No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?
43 Respondiendo Simón, dijo:
—Pienso que aquel a quien perdonó más.
Él le dijo:
—Rectamente has juzgado.
44 Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón:
—¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
48 Y a ella le dijo:
—Tus pecados te son perdonados.
49 Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:
—¿Quién es éste, que también perdona pecados?
50 Pero él dijo a la mujer:
—Tu fe te ha salvado; ve en paz.
Lukas 7
Hoffnung für Alle
Ein Hauptmann vertraut Jesus (Matthäus 8,5‒13)
7 Nachdem Jesus das alles zu der Menschenmenge gesagt hatte, ging er nach Kapernaum. 2 In dieser Stadt lebte ein Hauptmann des römischen Heeres. Dessen Diener war schwer krank und lag im Sterben. Weil der Hauptmann seinen Diener sehr schätzte, 3 schickte er einige führende Männer der jüdischen Gemeinde zu Jesus, von dessen Ankunft er gehört hatte. Sie sollten ihn bitten, mitzukommen und seinem Diener das Leben zu retten. 4 So kamen sie zu Jesus und baten ihn inständig: »Hilf diesem Mann! Er hat es verdient, 5 denn er liebt unser Volk und hat sogar den Bau der Synagoge bezahlt.«
6 Jesus ging mit ihnen. Aber noch ehe sie das Haus erreicht hatten, schickte ihm der Hauptmann einige Freunde entgegen und ließ ihm sagen: »Herr, mach dir nicht die Mühe, in mein Haus zu kommen; denn ich bin es nicht wert, dich zu empfangen. 7 Deshalb bin ich auch nicht persönlich zu dir gegangen. Sag nur ein einziges Wort, dann wird mein Diener gesund. 8 Auch ich stehe unter höherem Befehl und habe andererseits Soldaten, die mir gehorchen. Wenn ich zu einem sage: ›Geh!‹, dann geht er. Befehle ich einem anderen: ›Komm!‹, dann kommt er. Und wenn ich zu meinem Diener sage: ›Tu dies!‹, dann führt er meinen Auftrag aus.«
9 Als Jesus das hörte, wunderte er sich sehr über ihn. Er wandte sich der Menschenmenge zu, die ihm gefolgt war, und sagte: »Eins ist sicher: Nicht einmal unter den Juden in Israel bin ich einem Menschen mit einem so festen Glauben begegnet.« 10 Als die Freunde des Hauptmanns in das Haus zurückkamen, fanden sie den Diener gesund vor.
Jesus erweckt einen Toten zum Leben
11 Kurz darauf kam Jesus in die Stadt Nain, gefolgt von seinen Jüngern und einer großen Menschenmenge. 12 Als er sich dem Stadttor näherte, kam ihm ein Trauerzug entgegen. Der Verstorbene war der einzige Sohn einer Witwe gewesen. Viele Leute aus der Stadt begleiteten sie.
13 Als Jesus, der Herr, die Frau sah, war er von ihrem Leid tief bewegt. »Weine nicht!«, tröstete er sie. 14 Er ging zu der Bahre und legte seine Hand darauf. Die Träger blieben stehen. Jesus sagte zu dem Toten: »Junger Mann, ich befehle dir: Steh auf!« 15 Da setzte sich der Verstorbene auf und begann zu sprechen. So gab Jesus der Mutter ihren Sohn zurück.
16 Alle erschraken über das, was sie gesehen hatten. Dann aber lobten sie Gott: »Gott hat uns einen großen Propheten geschickt«, sagten sie. »Er wendet sich seinem Volk wieder zu!«
17 Die Nachricht von dem, was Jesus getan hatte, verbreitete sich im ganzen Land und in den angrenzenden Gebieten.
Jesus und Johannes der Täufer (Matthäus 11,2‒15)
18 Auch Johannes der Täufer erfuhr durch seine Jünger von allem, was geschehen war. Er rief zwei seiner Jünger zu sich 19 und schickte sie mit der Frage zu Jesus[a]: »Bist du wirklich der Retter, der kommen soll, oder müssen wir auf einen anderen warten?«
20 Die beiden kamen zu Jesus und sagten: »Johannes der Täufer schickt uns und lässt dich fragen: ›Bist du wirklich der Retter, der kommen soll, oder müssen wir auf einen anderen warten?‹«
21 Jesus heilte gerade viele von ihren Krankheiten und Leiden. Er befreite Menschen, die von bösen Geistern geplagt wurden, und schenkte vielen Blinden das Augenlicht wieder. 22 Er antwortete den Jüngern von Johannes: »Geht zu Johannes zurück und erzählt ihm, was ihr gesehen und gehört habt: Blinde sehen, Gelähmte gehen, Aussätzige werden geheilt, Taube hören, Tote werden wieder lebendig, und den Armen wird die rettende Botschaft verkündet. 23 Und sagt ihm: Glücklich schätzen kann sich jeder, der nicht an mir Anstoß nimmt.«
24 Als die Boten von Johannes wieder gegangen waren, wandte sich Jesus an die Menschen, die sich um ihn versammelt hatten. Dann fing er an, über Johannes zu reden: »Was habt ihr von ihm erwartet, als ihr in die Wüste hinausgegangen seid?«, fragte er. »Wolltet ihr ein Schilfrohr sehen, das bei jedem Windhauch hin- und herschwankt? 25 Oder wolltet ihr einen Mann in vornehmer Kleidung sehen? Dann hättet ihr in die Königspaläste gehen müssen! Dort tragen sie prächtige Kleider und leben in Saus und Braus. 26 Oder wolltet ihr einem Propheten begegnen? Ja, Johannes ist ein Prophet, und mehr als das. 27 Er ist der Mann, von dem es in der Heiligen Schrift heißt: ›Ich sende dir meinen Boten voraus, der dein Kommen ankündigt und dir den Weg bereitet.‹[b]
28 Ja, ich sage euch: Von allen Menschen, die je geboren wurden, ist keiner bedeutender als Johannes. Trotzdem ist selbst der Geringste in Gottes Reich größer als er.
29 Alle, die Johannes zuhörten, selbst die von allen verachteten Zolleinnehmer, unterwarfen sich dem Urteil Gottes und ließen sich von Johannes taufen. 30 Nur die Pharisäer und Gesetzeslehrer lehnten Gottes Plan zu ihrer Rettung hochmütig ab; sie wollten sich nicht von Johannes taufen lassen.«
Das Urteil von Jesus über seine Zeitgenossen (Matthäus 11,16‒19)
31 »Wie soll ich also die Menschen von heute beschreiben? Wem gleichen sie? 32 Sie sind wie Kinder, die sich auf dem Marktplatz streiten und einander vorwerfen:
›Wir haben fröhliche Lieder auf der Flöte gespielt, und ihr habt nicht getanzt. Dann haben wir Klagelieder gesungen, und ihr habt nicht geweint.‹
33 Johannes der Täufer kam, fastete oft und trank keinen Wein. Da habt ihr gesagt: ›Der ist ja von einem Dämon besessen!‹ 34 Nun ist der Menschensohn gekommen, isst und trinkt wie jeder andere, und ihr wendet ein: ›Er frisst und säuft, und seine Freunde sind die Zolleinnehmer und Sünder!‹ 35 Doch wie recht die Weisheit Gottes hat, zeigt sich an denen, die sie annehmen.«
Jesus bei dem Pharisäer Simon
36 Einmal wurde Jesus von einem Pharisäer zum Essen eingeladen. Er ging in das Haus dieses Mannes und begab sich an den Tisch. 37 Da kam eine Prostituierte[c] herein, die in der Stadt lebte. Sie hatte erfahren, dass Jesus bei dem Pharisäer eingeladen war. In ihrer Hand trug sie ein Fläschchen mit kostbarem Öl. 38 Die Frau ging zu Jesus, kniete bei ihm nieder und weinte so sehr, dass seine Füße von ihren Tränen nass wurden. Mit ihrem Haar trocknete sie die Füße, küsste sie und goss das Öl darüber.
39 Der Pharisäer hatte das alles beobachtet und dachte: »Wenn dieser Mann wirklich ein Prophet wäre, müsste er doch wissen, was für eine Frau ihn da berührt. Sie ist schließlich eine stadtbekannte Hure!«
40 »Simon, ich will dir etwas erzählen«, unterbrach ihn Jesus in seinen Gedanken. »Ja, ich höre zu, Lehrer«, antwortete Simon.
41 »Ein reicher Mann hatte zwei Leuten Geld geliehen. Der eine Mann schuldete ihm 500 Silberstücke, der andere 50. 42 Weil sie das Geld aber nicht zurückzahlen konnten, schenkte er es beiden. Welcher der beiden Männer wird ihm nun am meisten dankbar sein?«
43 Simon antwortete: »Bestimmt der, dem er die größere Schuld erlassen hat.« »Du hast recht!«, bestätigte ihm Jesus.
44 Dann wandte er sich der Frau zu und sagte zu Simon: »Sieh diese Frau an! Ich kam in dein Haus, und du hast mir kein Wasser für meine Füße gegeben, was doch sonst selbstverständlich ist. Aber sie hat meine Füße mit ihren Tränen gewaschen und mit ihrem Haar getrocknet. 45 Du hast mich nicht mit einem Kuss begrüßt. Aber seit ich hier bin, hat diese Frau gar nicht mehr aufgehört, meine Füße zu küssen. 46 Du hast meinen Kopf nicht mit Öl gesalbt, während sie dieses kostbare Öl sogar über meine Füße gegossen hat. 47 Deshalb sage ich dir: Ihre vielen Sünden sind ihr vergeben; und darum hat sie mir so viel Liebe erwiesen. Wem aber wenig vergeben wird, der liebt auch wenig.«
48 Zu der Frau sagte Jesus: »Deine Sünden sind dir vergeben.« 49 Da tuschelten die anderen Gäste untereinander: »Was ist das nur für ein Mensch? Er vergibt sogar Sünden!«
50 Jesus aber sagte zu der Frau: »Dein Glaube hat dich gerettet! Geh in Frieden.«
Footnotes
- 7,19 Wörtlich: zu dem Herrn.
- 7,27 Maleachi 3,1
- 7,37 Wörtlich: Sünderin. – So auch in Vers 39.
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