Lucas 3:1-13:7
Nueva Biblia Viva
Juan el Bautista prepara el camino
3 Cuando ya llevaba quince años reinando Tiberio César, Poncio Pilato era gobernador de la región de Judea. Herodes gobernaba en Galilea; Felipe, el hermano de Herodes, gobernaba en Iturea y en la región de Traconite; y Lisanias gobernaba en Abilene. 2 En aquel tiempo, los jefes de los sacerdotes eran Anás y Caifás. Entonces Dios le habló a Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto.
3 Juan fue entonces por toda la región del Jordán predicando a todos que debían ser bautizados y arrepentirse, para que Dios les perdonara sus pecados. 4 Eso fue lo que estaba escrito de él en el libro del profeta Isaías: «Voz de uno que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, háganle sendas que estén derechas. 5 Todo valle será rellenado, toda montaña y colina será nivelada; los caminos torcidos serán enderezados y las sendas disparejas quedarán llanas. 6 Todo el mundo verá la salvación de Dios”». 7 Muchos iban a Juan para que los bautizara, y él les decía:
―¡Crías de víboras! ¿Quién les dijo que van a escaparse del castigo que se acerca? 8 Produzcan frutos que demuestren que se han arrepentido. Y no piensen: “Somos descendientes de Abraham”, porque les digo que Dios puede aun de estas piedras darle descendientes a Abraham. 9 Además, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
10 La gente le preguntaba:
―¿Entonces qué debemos hacer?
11 Y Juan les contestaba:
―El que tiene dos trajes, debe compartir con el que no tiene ninguno. El que tiene comida, compártala con el que no tiene.
12 Unos que cobraban impuestos vinieron también para que los bautizara, y le preguntaron:
―Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
13 Él les respondió:
―No cobren más de lo que deben cobrar.
14 Unos soldados le preguntaron:
―Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?
Él les dijo:
―No les quiten a los demás lo que es de ellos ni acusen falsamente a nadie; y confórmense con su salario.
15 La gente se preguntaba si Juan sería el Cristo.
16 Juan entonces les respondió a todos:
―Yo los bautizo a ustedes con agua. Pero pronto viene uno que es más poderoso que yo y él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Yo ni siquiera merezco desatarle las correas de sus sandalias. 17 Él tiene el rastrillo en la mano para limpiar su era, y separará el trigo de la paja. El trigo lo recogerá en su granero y la paja la quemará en un fuego que nunca se apaga.
18 Juan usaba estas y muchas otras palabras para anunciar a la gente las buenas nuevas. 19 Él reprendió a Herodes, el que gobernaba en Galilea, por causa de su cuñada Herodías, y también por todas las otras cosas malas que había hecho. 20 Entonces Herodes hizo otra cosa peor: encerró a Juan en la cárcel.
Bautismo y genealogía de Jesús
21 En una ocasión en que todos iban para que Juan los bautizara, Jesús fue y también a él lo bautizó. Y mientras Jesús oraba, el cielo se abrió 22 y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma de paloma. Entonces se oyó una voz del cielo que decía:
―Tú eres mi Hijo amado; estoy muy contento contigo.
23 Jesús tenía unos treinta años de edad cuando comenzó su ministerio. Era, según se creía, hijo de José.
José era hijo de Elí, 24 hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melquí, hijo de Janay, hijo de José,
25 hijo de Matatías, hijo de Amós, hijo de Nahúm, hijo de Eslí, hijo de Nagay,
26 hijo de Máat, hijo de Matatías, hijo de Semeí, hijo de Josec, hijo de Judá,
27 hijo de Yojanán, hijo de Resa, hijo de Zorobabel, hijo de Salatiel, hijo de Neri,
28 hijo de Melquí, hijo de Adí, hijo de Cosán, hijo de Elmadán, hijo de Er,
29 hijo de Josué, hijo de Eliezer, hijo de Jorín, hijo de Matat, hijo de Leví,
30 hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de Jonán, hijo de Eliaquín,
31 hijo de Melea, hijo de Mainán, hijo de Matata, hijo de Natán, hijo de David,
32 hijo de Isaí, hijo de Obed, hijo de Booz, hijo de Salmón, hijo de Naasón,
33 hijo de Aminadab, hijo de Aram, hijo de Jezrón, hijo de Fares, hijo de Judá,
34 hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de Téraj, hijo de Najor,
35 hijo de Serug, hijo de Ragau, hijo de Péleg, hijo de Éber, hijo de Selaj,
36 hijo de Cainán, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec,
37 hijo de Matusalén, hijo de Enoc, hijo de Jared, hijo de Malalel, hijo de Cainán,
38 hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios.
Tentación de Jesús
4 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo llevó al desierto. 2 Allí estuvo cuarenta días, y Satanás quería hacerlo caer en tentación. Durante todos esos días no comió nada; y cuando pasó ese tiempo, tuvo hambre. 3 El diablo le dijo:
―Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
4 Jesús le respondió:
―La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá la gente”.
5 Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto y desde allí le mostró en un momento todos los reinos del mundo.
6 El diablo le dijo:
―Te daré poder y autoridad sobre todos estos reinos y también te daré su grandeza, porque a mí me lo han dado y yo se lo doy a quien yo quiera. 7 Todo esto será tuyo si me adoras. 8 Jesús le contestó:
―La Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios y sírvele sólo a él”.
9 Luego el diablo lo llevó a Jerusalén, a la parte más alta del templo, y le dijo:
―Si eres el Hijo de Dios, tírate desde aquí, 10 pues en la Escritura dice: “Dios enviará a sus ángeles para cuidarte. 11 Ellos te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.
12 Jesús le respondió:
―También en la Escritura dice: “No pongas a prueba al Señor tu Dios”.
13 Después que el diablo trató por todos los medios de hacerlo caer en tentación, se alejó de él por un tiempo.
Rechazan a Jesús en Nazaret
14 Jesús regresó a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y adquirió fama por toda la región. 15 Enseñaba en las sinagogas y todos lo admiraban.
16 Cuando llegó a Nazaret, donde se había criado, un sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Allí se levantó a leer, 17 y le dieron el libro del profeta Isaías. Lo abrió y encontró el lugar donde dice:
18 «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado para anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, 19 para anunciar el año en que el Señor nos dará su favor».
20 Luego cerró el libro, se lo devolvió al encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían los ojos puestos en él.
21 Entonces él comenzó a decirles:
―Esta Escritura acaba de cumplirse hoy delante de ustedes.
22 Todos se expresaban bien de él y estaban admirados por las hermosas palabras que él hablaba.
Estaban intrigados y se preguntaban:
―¿No es este el hijo de José?
23 Jesús les dijo:
―Sin duda ustedes me dirán ese refrán: “Médico, cúrate a ti mismo. Haz aquí, en tu propia tierra, lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”. 24 Pero yo les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. 25 En tiempos de Elías no llovió por tres años y medio y hubo mucha hambre en toda la tierra. En Israel vivían muchas viudas en esa época; 26 sin embargo, a Elías no lo enviaron a ninguna de ellas, sino a una viuda de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. 27 Y en tiempos del profeta Eliseo había en Israel muchos enfermos de lepra, pero Eliseo no sanó a ninguno de ellos sino sanó a Naamán, que era de Siria.
28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se pusieron furiosos, 29 se levantaron y lo echaron fuera del pueblo. Lo llevaron a lo alto de la colina sobre la que estaba construido el pueblo, para arrojarlo desde allí, 30 pero él pasó por en medio de ellos y se fue.
Jesús expulsa a un espíritu maligno
31 Jesús se fue a Capernaúm, un pueblo de la región de Galilea, y enseñaba a la gente el día sábado. 32 Los que lo oían se sorprendían de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad.
33 En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por un espíritu malo que le gritó con todas sus fuerzas:
34 ―¡Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú. ¡El Santo de Dios!
35 Jesús le replicó:
―¡Cállate! ¡Sal de ese hombre!
Entonces el demonio derribó al hombre en medio de la gente y salió de él sin hacerle ningún daño. 36 Todos estaban muy asustados y se decían unos a otros:
―¿Qué tienen sus palabras? Con autoridad y poder les ordena a los espíritus malos que salgan, y salen.
37 Y por todo aquel lugar se hablaba de Jesús.
Jesús sana a muchos enfermos
38 Al salir Jesús de la sinagoga se fue a la casa de Simón. La suegra de este estaba enferma y con fiebre muy alta, y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella.
39 Él se inclinó sobre ella y ordenó que la fiebre se le quitara, y se le quitó. Ella en seguida se levantó y comenzó a servirles.
40 Al anochecer, la gente le llevó a Jesús todos los que tuvieran cualquier tipo de enfermedad. Él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. 41 También de muchas personas salían demonios que gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!».
Pero él los reprendía y no los dejaba hablar, porque sabían que era el Cristo.
42 Al amanecer, Jesús salió y se fue a un lugar solitario. La gente lo buscó por todas partes y, cuando lo encontraron, trataron de detenerlo para que no se fuera. 43 Pero él les dijo: «Tengo que anunciar las buenas noticias del reino de Dios a los demás pueblos, porque para eso fui enviado».
44 Y continuó anunciando las buenas noticias en las sinagogas de los judíos.
Llamamiento de los primeros discípulos
5 Un día, Jesús estaba a la orilla del lago de Genesaret y la gente lo apretujaba para oír el mensaje de Dios. 2 Entonces vio dos barcas que estaban en la playa. Los pescadores las habían dejado allí mientras lavaban sus redes. 3 Él subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó y desde la barca le enseñaba a la gente.
4 Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón:
―Lleva la barca adonde el agua está más profunda y allí echa tus redes para pescar. 5 Simón le respondió:
―Maestro, toda la noche hemos trabajado sin descanso y no hemos pescado nada. Pero, puesto que tú me lo mandas, voy a echar las redes.
6 Ellos hicieron lo que él les dijo, y recogieron tantos peces que las redes se les rompían. 7 Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que se empezaron a hundir.
8 Cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas ante Jesús y le dijo:
―¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!
9 Es que él y sus demás compañeros estaban asombrados por la gran pesca que habían hecho. 10 También estaban asombrados Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, socio de Simón.
Jesús le dijo a Simón:
―No tengas miedo, de ahora en adelante serás pescador de seres humanos.
11 Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús.
Jesús sana a un leproso
12 Un día que Jesús estaba en un pueblo, se presentó un hombre enfermo de lepra. Al ver a Jesús, se inclinó hasta tocar con su rostro el suelo y le suplicó:
―Señor, si quieres, puedes sanarme.
13 Jesús extendió la mano, tocó al hombre y le dijo:
―Sí quiero. ¡Queda sano!
Y en ese momento se le quitó la lepra.
14 Jesús le ordenó:
―No se lo digas a nadie. Ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda de purificación que Moisés ordenó, para que les sirva de testimonio.
15 Sin embargo, Jesús se hacía cada vez más famoso, y mucha gente iba para oírlo y para que la sanara de sus enfermedades. 16 Pero él con frecuencia se apartaba a lugares solitarios para orar.
Jesús sana a un paralítico
17 Un día que enseñaba, estaban sentados por allí algunos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y hasta de Jerusalén. Jesús mostraba el poder del Señor sanando a los enfermos.
18 Entonces llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico. Ellos querían entrar para ponerlo delante de Jesús, 19 pero no podían porque había allí mucha gente. Así que subieron al techo e hicieron un hueco entre las tejas, y bajaron al paralítico en la camilla en medio de la gente, hasta ponerlo frente a Jesús.
20 Cuando vio la fe de ellos, Jesús le dijo al que estaba postrado:
―Amigo, tus pecados quedan perdonados.
21 Los fariseos y los maestros de la ley comenzaron a pensar:
«¿Quién se cree este, que dice blasfemias? Sólo Dios puede perdonar pecados».
22 Pero Jesús sabía lo que estaban pensando y les dijo:
―¿Por qué piensan así? 23 ¿Qué es más fácil, decirle que sus pecados están perdonados o que se puede levantar y andar? 24 Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.
Entonces se dirigió al paralítico y le dijo:
―Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
25 En ese mismo instante, ante los ojos de todos, el hombre tomó la camilla en la que había estado acostado y se fue a su casa alabando a Dios. 26 Todos quedaron asombrados y comenzaron también a alabar a Dios. Y llenos de temor, decían:
―Hoy hemos visto cosas maravillosas.
Llamamiento de Leví
27 Después de esto salió Jesús y vio a un hombre llamado Leví que era recaudador de impuestos. Estaba sentado a la mesa donde cobraba. Jesús le dijo:
―Sígueme.
28 Leví se levantó, dejó todo y lo siguió.
29 Luego Leví le ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. También invitó a muchos de los recaudadores de impuestos y a otras personas.
30 Los fariseos y los maestros de la ley que pertenecían a su mismo grupo, se molestaron con los discípulos de Jesús y les dijeron: ¿Por qué comen y beben ustedes con recaudadores de impuestos y con pecadores? 31 Jesús les contestó:
―Los que están sanos no necesitan médico, sino los enfermos. 32 Yo no he venido a llamar a los justos para que se arrepientan, sino a los pecadores.
Le preguntan a Jesús sobre el ayuno
33 Algunos le dijeron a Jesús:
―Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y oran mucho, pero los tuyos se la pasan comiendo y bebiendo.
34 Jesús les respondió: —¿Acaso pueden ustedes hacer que los invitados a una boda ayunen mientras el novio está con ellos? 35 Va llegar el día en que les quiten al novio y entonces sí ayunarán.
36 Y les contó esta parábola:
―Nadie le corta un pedazo de tela a un vestido nuevo para remendar un vestido viejo. Si lo hace, echa a perder el vestido nuevo, y el retazo nuevo no se verá bien en el vestido viejo. 37 Tampoco nadie echa vino nuevo en odres viejos. Si lo hace, el vino nuevo hará que revienten los odres, el vino se derramará y los odres se echarán a perder. 38 Por eso, el vino nuevo se debe echar en odres nuevos. 39 Y cuando alguien probó el vino viejo, ya no quiere beber el nuevo, porque dice: “El añejo es mejor”.
Señor del sábado
6 Un sábado, Jesús y sus discípulos pasaban por los sembrados. Sus discípulos se pusieron a arrancar unas espigas de trigo y las restregaban con las manos para desgranarlas y comérselas. 2 Entonces unos fariseos les dijeron:
―¿Por qué hacen ustedes lo que está prohibido hacer en sábado?
3 Jesús les contestó:
―¿No han leído ustedes lo que hizo David cuando él y sus hombres tuvieron hambre? 4 Entró en la casa de Dios, tomó los panes que estaban consagrados a Dios, que sólo a los sacerdotes se les permitía comer, y comieron él y sus hombres.
5 Y añadió:
―El Hijo del hombre es Señor aun del sábado.
6 Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Y había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. 7 Como los maestros de la ley y los fariseos vigilaban a Jesús tratando de encontrar algún motivo para acusarlo, querían ver si sanaba en sábado.
8 Aunque Jesús sabía lo que estaban pensando, llamó al hombre de la mano paralizada y le dijo:
―Levántate y ponte en medio de todos.
El hombre hizo como Jesús le había indicado y Jesús les dijo a los otros:
9 ―Les voy a hacer una pregunta. ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?
10 Entonces Jesús miró a todos los que lo rodeaban y le dijo al hombre:
―Extiende tu mano.
Él la extendió, y su mano le quedó sana. 11 Pero los que querían acusarlo se llenaron de ira y comenzaron a hacer planes contra Jesús.
Los doce apóstoles
12 En aquellos días se fue Jesús a la montaña y pasó toda la noche orando a Dios. 13 Al amanecer, llamó a sus discípulos y entre ellos escogió a doce, a los que llamó apóstoles:
14 Simón (a quien le puso el nombre de Pedro) y su hermano Andrés, Jacobo, Juan, Felipe, Bartolomé, 15 Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón (al que llamaban Zelote), 16 Judas hijo de Jacobo, y Judas Iscariote (que fue el que lo traicionó).
Bendiciones y ayes
17 Jesús bajó de la montaña con ellos y se detuvo en un lugar llano. Allí lo esperaban muchos de sus discípulos y mucha gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. 18 Habían llegado para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades. También los que eran atormentados por espíritus malos quedaban sanos. 19 Todo el mundo quería tocar a Jesús, porque de él salía poder que los sanaba a todos.
20 Él entonces miró a sus discípulos y les dijo: «Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece.
21 »Dichosos ustedes los que ahora pasan hambre, porque tendrán pan en abundancia. Dichosos ustedes los que ahora lloran, porque después reirán.
22 »Dichosos ustedes cuando los odien, cuando los desprecien, los insulten y hablen mal de ustedes por causa del Hijo del hombre.
23 »Alégrense en ese día, llénense de gozo, porque hay una gran recompensa para ustedes en el cielo.
24 »Pero, ¡qué tristeza para ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo!
25 »¡Qué tristeza para ustedes los que ahora tienen en abundancia, porque pasarán hambre! ¡Qué tristeza para ustedes los que ahora ríen, porque luego se quejarán y llorarán!
26 »¡Qué tristeza cuando a ustedes todos los elogien! Porque los antepasados de los que ahora los elogian, elogiaron de la misma manera a los falsos profetas.
El amor a los enemigos
27 »Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, 28 bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. 29 Si alguien te pega en una mejilla, deja que te pegue también en la otra. Si alguien te quita la camisa, deja que se lleve también el abrigo. 30 A todo el que te pida, dale, y si alguien te quita lo que es tuyo, no le pidas que te lo devuelva. 31 Traten a los demás como a ustedes les gustaría que ellos los traten. 32 Si aman sólo a quienes los aman, ¿qué mérito tiene eso? Lo mismo hacen los pecadores. 33 Y si ustedes sólo le hacen bien a quien les hacen bien, ¿qué mérito tienen ustedes? Los pecadores lo hacen así. 34 Y si ustedes les dan prestado sólo a los que pueden darles algo, ¿qué mérito tienen ustedes? Los pecadores se prestan unos a otros esperando recibir el mismo trato.
35 »Ustedes amen a sus enemigos, háganles el bien y préstenles sin esperar nada a cambio. Si lo hacen tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno tanto con los ingratos como con los malos. 36 Ustedes sean compasivos, así como su Padre es compasivo.
El juzgar a los demás
37 »No juzguen a los demás y así no los juzgarán a ustedes. No condenen a los demás y no los condenarán a ustedes. Perdonen, y serán perdonados. 38 Den, y les darán a ustedes; es más, les echarán en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y repleta. El principio es este: con la medida con la que midan a los demás los medirán a ustedes».
39 También les contó esta parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? 40 El discípulo no sabe más que su maestro, pero todo discípulo que ha completado sus estudios puede llegar a igualar a su maestro.
41 »¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no te fijas en la viga que tienes en el tuyo? 42 ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la paja que tienes en tu ojo”, si tú no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que tienes en tu ojo, y entonces podrás ver con claridad para sacar la paja del ojo de tu hermano.
El árbol y su fruto
43 »Ningún árbol bueno da fruto malo, ni ningún árbol malo da fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por el fruto que produce. De los espinos no se pueden recoger higos ni de las zarzas se cosechan uvas. 45 El hombre que es bueno hace el bien, porque en su corazón tiene un tesoro de bondad. Pero el que es malo hace el mal, porque eso es lo que llena su corazón. De lo que abunda en su corazón es de lo que habla su boca.
El prudente y el insensato
46 »¿Por qué me llaman “Señor, Señor”, si no me obedecen? 47 Les voy a decir a quién se parece todo el que viene a mí, oye lo que enseño y me obedece: 48 Se parece a un hombre que construyó su casa sobre la roca, cavó muy hondo y puso allí los cimientos. Cuando vino una inundación, la corriente de agua azotó la casa, pero ni siquiera la movió porque estaba bien construida. 49 Pero el que oye lo que enseño y no me obedece se parece al hombre que construyó su casa sobre tierra y sin cimientos. Cuando la corriente de agua la azotó, la casa se derrumbó y quedó echa pedazos».
La fe del centurión
7 Cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Capernaúm. 2 Allí vivía un capitán del ejército romano que tenía un siervo al que estimaba mucho. Y ese siervo estaba enfermo, al borde de la muerte. 3 El capitán oyó hablar de Jesús y mandó a varios ancianos de los judíos a pedirle que fuera y sanara a su siervo. 4 Al llegar ellos ante Jesús, le suplicaron:
―Ese hombre merece que hagas lo que te pide. 5 Ama tanto a nuestra nación que nos construyó una sinagoga.
6 Jesús fue con ellos. Y cuando ya estaba cerca de la casa, el capitán mandó a unos amigos a decirle:
―Señor, no te molestes, pues no merezco que entres en mi casa. 7 Por eso no fui yo mismo a buscarte. Yo sé que con una sola palabra que digas, mi siervo sanará, 8 pues yo mismo estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores y también a dar ordenes a mis soldados. Si yo le digo a uno: “Ve” él va, y si le digo al otro: “Ven” él viene. Y si le digo a mi siervo: “Haz esto”, él lo hace.
9 Jesús, al oír aquel mensaje se asombró, y mirando a la gente que lo seguía dijo:
―Ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande.
10 Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron sano al siervo.
Jesús resucita al hijo de una viuda
11 Poco después, Jesús, acompañado de mucha gente y de sus discípulos, se dirigió a un pueblo llamado Naín. 12 Cuando se acercaba a las puertas del pueblo, vio que llevaban a enterrar a un muerto. Se trataba del único hijo de una viuda, a quien acompañaba mucha gente del pueblo.
13 Al verla el Señor, tuvo compasión de ella y le dijo:
―No llores.
14 Se acercó luego y tocó la camilla. Los que la llevaban se detuvieron, y Jesús dijo:
―¡Joven, te ordeno que te levantes!
15 Entonces el muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
16 La gente se llenó de miedo y, alabando a Dios, decía:
―Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha venido a ayudar a su pueblo.
17 Lo que Jesús había hecho se supo por toda Judea y sus alrededores.
Jesús y Juan el Bautista
18 Los discípulos de Juan le contaron todas estas cosas. Él llamó a dos de ellos 19 y los mandó a preguntarle a Jesús:
―¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?
20 Cuando ellos se acercaron a Jesús, le dijeron:
―Juan el Bautista nos envió a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? 21 En ese momento Jesús sanó a muchos que estaban enfermos o sufriendo, a personas que tenían espíritus malos y a muchos ciegos, a los que les dio la vista. 22 Luego les respondió:
―Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. 23 ¡Y dichoso el que no tropiece por causa de mí!
24 Cuando se fueron los discípulos de Juan, Jesús comenzó a hablarle a la gente acerca de Juan: «Ustedes, ¿qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa lujosa? No, pues los que visten ropas lujosas y viven en placeres están en los palacios de los reyes. 26 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Sí, y a alguien que es más que profeta. 27 Él es de quien la Escritura dice: “Voy a enviar mi mensajero delante de ti, él te preparará el camino”. 28 Les digo que entre todos los hombres no hay otro más grande que Juan. Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él».
29 Todo el pueblo, hasta los que cobraban impuestos, al oír esto reconocieron que lo que Dios pide es justo e hicieron que Juan los bautizara. 30 Pero los fariseos y los maestros de la ley no quisieron que Juan los bautizara, y de esta manera rechazaron el propósito que Dios tenía para ellos.
31 «Entonces, ¿con qué compararé a la gente de esta generación? ¿A quién se parecen? 32 Se parecen a los niños que se sientan en la plaza y les gritan a otros niños: “Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; cantamos canciones tristes, y ustedes no lloraron”. 33 Vino Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen que tiene un demonio. 34 Luego vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y ustedes dicen que es un glotón y un borracho, que es amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. 35 Pero la sabiduría se demuestra por los que la siguen».
Una mujer pecadora unge a Jesús
36 Un fariseo invitó a Jesús a comer. Él fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer que vivía en aquel pueblo y tenía mala fama, se enteró de que Jesús estaba comiendo en aquella casa. La mujer llegó allí con un frasco de alabastro lleno de perfume. 38 Se colocó, llorando, a los pies de Jesús, y con sus lágrimas se los mojaba. Luego se los secaba con sus cabellos, se los besaba y se los ungía con el perfume.
39 Cuando el fariseo que había invitado a Jesús vio esto pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer que tiene mala fama».
40 Entonces Jesús le dijo:
―Simón, tengo algo que decirte.
Él respondió:
―Dime, Maestro.
41 ―Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. 42 Como ellos no tenían con qué pagarle, les perdonó a los dos la deuda. Ahora dime, ¿cuál de los dos lo amará más?
43 Simón contestó:
―Supongo que el hombre al que más le perdonó.
Jesús le dijo:
―Haz juzgado bien.
44 Luego, mirando a la mujer le dijo a Simón:
―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para mis pies, pero ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. 45 Tú no me saludaste con un beso, pero ella desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. 46 Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. 47 Por eso te digo que ella ama mucho porque sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero al que se le perdonan pocos pecados, poco ama.
48 Entonces Jesús le dijo a la mujer:
―Tus pecados ya están perdonados.
49 Los demás invitados comenzaron a preguntarse: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
50 Jesús también le dijo a la mujer:
―Tu fe te ha salvado; vete tranquila.
Parábola del sembrador
8 Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas anunciando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce 2 y algunas mujeres a las que él había sanado de espíritus malignos y de diferentes enfermedades. Entre ellas estaba María, a la que llamaban Magdalena, de la que habían salido siete demonios. 3 También estaban Juana, que era esposa de Cuza, el administrador de Herodes, Susana y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían.
4 Mucha gente salió de los pueblos para ver a Jesús, y cuando todos estaban reunidos, él les contó esta parábola:
5 «Un sembrador salió a sembrar. Al sembrar la semilla, una parte cayó junto al camino, la pisotearon y los pájaros se la comieron. 6 Otra parte cayó sobre las piedras; esa semilla brotó, pero por falta de humedad se secó. 7 Otra parte cayó entre los espinos y brotó, pero los espinos la ahogaron y no la dejaron crecer. 8 Pero otra parte cayó en buena tierra, brotó, creció y produjo por cada semilla cien granos». Cuando terminó de hablar dijo con voz fuerte: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
9 Luego sus discípulos le preguntaron el significado de esa parábola. 10 Él les contestó: «A ustedes se les ha permitido conocer los secretos del reino de Dios, pero a los demás les hablo por medio de parábolas para que, “aunque miren, no vean y, aunque oigan, no entiendan”. 11 Esto es lo que significa la parábola: La semilla representa la palabra de Dios. 12 Las que cayeron junto al camino representan a los que oyen, pero luego viene el diablo y les quita la palabra del corazón, para que no crean y se salven. 13 La que cayó sobre las piedras representa a los que oyen la palabra y la reciben con alegría, pero como no tienen raíz, creen por un tiempo y después se apartan cuando llega la prueba. 14 La que cayó entre los espinos representa a los que oyen, pero después de un tiempo los ahogan las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. 15 La que cayó en buena tierra representa a los que oyen la palabra con un corazón bueno y sincero. Estos la retienen y, porque perseveran, producen una buena cosecha.
Una lámpara en una repisa
16 »Nadie enciende una lámpara y la cubre con una olla o la pone debajo de la cama. Lo que hace es ponerla en un lugar alto para que los que entren a la casa tengan luz. 17 No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni hay nada secreto que no llegue a conocerse públicamente. 18 Por eso, pongan mucha atención, pues al que tiene, se le dará más; pero al que no tiene, aun lo que cree tener se le quitará».
La madre y los hermanos de Jesús
19 La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero no podían acercarse a él porque había mucha gente. 20 Entonces le avisaron:
―Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte.
21 Pero él les contestó: —Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la obedecen.
Jesús calma la tormenta
22 Un día, Jesús subió a una barca con sus discípulos y les dijo:
―Vamos al otro lado del lago.
Y partieron. 23 Mientras navegaban, él se quedó dormido. Entonces se desató una tormenta sobre el lago, y la barca comenzó a hundirse poniéndolos a ellos en peligro. 24 Los discípulos fueron a despertar a Jesús y lo llamaron a gritos:
―¡Maestro, Maestro, nos estamos hundiendo!
Él se levantó y ordenó al viento y a las olas que se calmaran. La tormenta se detuvo y todo quedó tranquilo.
25 Después les dijo a sus discípulos:
―¿Dónde está la fe de ustedes?
Ellos, llenos de temor y asombro, se decían unos a otros: «¿Quién será este hombre que aun los vientos y el mar lo obedecen?».
Liberación de un endemoniado
26 Siguieron navegando hasta la otra orilla del lago, hasta la región de los gerasenos, frente a Galilea. 27 Al bajar Jesús de la barca, un endemoniado que venía del pueblo le salió al encuentro. Este hombre desde hacía mucho tiempo andaba desnudo y no vivía en una casa sino en los sepulcros. 28 Cuando vio a Jesús, lanzó un grito y cayó de rodillas ante él. Entonces dijo a gran voz:
―¿Qué quieres conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me atormentes!
29 Decía eso porque Jesús le había ordenado al espíritu maligno que saliera del hombre. Ese espíritu se había apoderado de él muchas veces. Al hombre le ponían cadenas en los pies y en las manos para sujetarlo, y lo mantenían vigilado, pero él rompía las cadenas y el demonio lo hacía huir a lugares solitarios.
30 Jesús le preguntó:
―¿Cómo te llamas?
Respondió:
―Legión.
Así contestó porque habían entrado en él muchos demonios. 31 Estos le suplicaban que no los mandara al abismo.
32 Como había en la colina muchos cerdos comiendo, los demonios le rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos. Y él les dio permiso. 33 Cuando los demonios salieron del hombre, entraron en los cerdos. Y todos los cerdos corrieron hacia el lago por el despeñadero y se ahogaron.
34 Los que cuidaban a los cerdos vieron lo que pasó y se fueron a llevar la noticia al pueblo y por los campos. 35 La gente salió a ver lo que había pasado. Al llegar, encontraron a Jesús y, sentado a sus pies, al hombre del que habían salido los demonios. Cuando lo vieron vestido y en su sano juicio, se llenaron de miedo. 36 Los que vieron estas cosas le contaron a la gente cómo había sido sanado el endemoniado. 37 Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se fuera de allí, porque todos tenían mucho miedo.
En el momento en que Jesús subía a la barca para irse, 38 el hombre del que habían salido los demonios le suplicó que lo dejara acompañarlo; pero Jesús le dijo:
39 ―Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti.
El hombre se fue y le contó a todo el pueblo lo que Jesús había hecho por él.
Una niña muerta y una mujer enferma
40 Cuando Jesús regresó, la gente lo recibió con alegría, pues todos lo estaban esperando. 41 En eso llegó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Se arrojó a los pies de Jesús y le suplicó que fuera a su casa, 42 porque su única hija, que tenía doce años, se estaba muriendo.
Mientras Jesús iba hacia allá, la gente lo apretujaba.
43 Entre la gente había una mujer que estaba enferma desde hacía doce años. Tenía derrames de sangre y nadie había podido sanarla, a pesar de haber gastado cuanto tenía en médicos. 44 Ella se acercó a Jesús por detrás y le tocó el borde del manto. En ese mismo momento quedó sana.
45 Jesús preguntó:
―¿Quién me tocó?
Como todos negaban haberlo tocado, Pedro le dijo:
―Maestro, es mucha la gente que te aprieta y empuja.
46 Jesús respondió:
―Pero alguien me ha tocado; lo sé porque de mí ha salido poder.
47 La mujer, al verse descubierta, fue temblando y se arrojó a los pies de Jesús. Y allí, frente a toda la gente, le contó por qué lo había tocado y cómo en ese mismo momento había quedado sana.
48 Le dijo Jesús:
―Hija, tu fe te ha sanado. Vete tranquila.
49 Jesús estaba todavía hablando, cuando llegó alguien de la casa de Jairo, el jefe de la sinagoga, y le dijo:
―Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
50 Jesús, que lo oyó, le dijo a Jairo:
―No tengas miedo; nada más cree y ella se sanará.
51 Cuando llegó a la casa de Jairo, sólo permitió que entraran con él Pedro, Juan, Jacobo y el padre y la madre de la niña; y nadie más. 52 Todos estaban llorando y lamentaban la muerte de la niña. Pero Jesús les dijo:
―¡No lloren! Ella no está muerta, sino dormida.
53 La gente empezó a burlarse de él, porque sabían que estaba muerta. 54 Pero él la tomó de la mano y le dijo:
―¡Niña, levántate!
55 Ella volvió a la vida y al instante se levantó. Entonces Jesús mandó que le dieran de comer.
56 Los padres estaban asombrados, pero él les ordenó que no contaran a nadie lo que había sucedido.
Jesús envía a los doce
9 Jesús reunió a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad para echar fuera a todos los demonios y para sanar enfermedades. 2 Los envió a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.
3 Les dijo: «No lleven nada para el camino: ni bastón, ni bolsa, ni comida, ni dinero, ni más ropa que la que traen puesta. 4 En la casa a la que lleguen, quédense hasta que salgan de ese pueblo. 5 Si en algún pueblo no quieren recibirlos, al salir de allí sacúdanse el polvo de los pies como un testimonio contra ellos».
6 Entonces se fueron de pueblo en pueblo anunciando las buenas noticias y sanando a los enfermos.
7 Cuando Herodes se enteró de todo lo que estaba sucediendo, quedó confundido. Es que algunos decían que Juan había resucitado. 8 Otros sostenían que Elías había aparecido; y aun otros, que había resucitado alguno de los antiguos profetas.
9 Pero Herodes dijo: «Yo mismo mandé que a Juan le cortaran la cabeza. ¿Quién será entonces este, de quien oigo estas cosas?».
Y buscaba la oportunidad de verlo.
Jesús alimenta a los cinco mil
10 Cuando los apóstoles regresaron, le contaron a Jesús lo que habían hecho. Él se los llevó sólo a ellos a un pueblo llamado Betsaida. 11 Pero la gente se dio cuenta donde estaba y lo siguió. Él los recibió y les habló del reino de Dios, y sanó a los enfermos. 12 Como empezaba a oscurecer, los doce se le acercaron y le dijeron:
―Despide a la gente, para que vaya a los campos y pueblos cercanos a buscar comida y alojamiento, pues aquí no hay nada.
13 Jesús les dijo:
―Denles ustedes de comer.
Ellos le respondieron:
―No tenemos más que cinco panes y dos pescados. Para dar de comer a toda esta gente tendríamos que ir a comprar comida. 14 Había allí como cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos:
―Hagan que la gente se siente en grupos de cincuenta.
15 Los discípulos así lo hicieron, y todos se sentaron. 16 Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al cielo y los bendijo. Luego los partió y se los dio a los discípulos para que los repartieran a la gente. 17 Todos comieron hasta quedar satisfechos; y recogieron doce canastas con los pedazos que sobraron.
La confesión de Pedro
18 Un día en que Jesús estaba orando a solas, sus discípulos lo acompañaban, y él les preguntó:
―¿Quién dice la gente que soy yo?
19 Ellos le respondieron:
―Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que eres Elías, y otros que eres uno de los antiguos profetas que ha resucitado.
20 ―Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
Pedro contestó:
―Eres el Cristo de Dios.
21 Jesús les dio órdenes estrictas de que no le dijeran esto a nadie. Y les explicó:
22 ―El Hijo del hombre va a sufrir mucho y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.
23 Entonces se dirigió a todos y les dijo:
―El que quiera ser mi discípulo debe olvidarse de sí mismo, llevar su cruz cada día y seguirme, 24 porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la salvará. 25 ¿De qué le sirve a alguien ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? 26 Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria del Padre y de los santos ángeles. 27 Les aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto el reino de Dios.
La transfiguración
28 Más o menos ocho días después de haber dicho esto, Jesús, acompañado de Pedro, Juan y Jacobo, subió a una montaña para orar. 29 Mientras oraba, su cara cambió y su ropa se volvió blanca y brillante. 30 Entonces aparecieron dos hombres: eran Moisés y Elías que conversaban con Jesús. 31 Estaban rodeados de gloria, y hablaban de la partida de Jesús, que iba a ocurrir en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros se habían quedado dormidos, rendidos por el cansancio. Pero cuando se despertaron, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33 Mientras estos hombres se alejaban de Jesús, Pedro le dijo:
―Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Podemos construir tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pero él no sabía lo que decía.
34 No había terminado de hablar cuando apareció una nube que los envolvió y ellos se llenaron de miedo. 35 De la nube salió una voz que dijo: «Este es mi Hijo, al que yo escogí. Escúchenlo».
36 Después que se oyó la voz, Jesús quedó solo.
Los discípulos por algún tiempo no le dijeron nada a nadie de lo que habían visto.
Jesús sana a un muchacho endemoniado
37 Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, mucha gente les salió al encuentro. 38 De entre toda esa gente, un hombre le dijo:
―Maestro, te ruego que ayudes a mi hijo, pues es el único que tengo. 39 Un espíritu se apodera de él y, de repente, hace gritar al muchacho. También lo sacude con violencia y hace que eche espuma por la boca. Cuando por fin lo suelta, lo deja todo lastimado.
40 Les rogué a tus discípulos que echaran fuera al espíritu, pero no pudieron.
41 Respondió Jesús:
―¡Oh, gente falta de fe y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.
42 Cuando el muchacho se acercaba, el demonio lo derribó e hizo que temblara con violencia. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre. 43 Todos quedaron asombrados ante la grandeza de Dios.
Y mientras la gente seguía tan asombrada por todo lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
44 ―Pongan mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
45 Pero los discípulos no entendían lo que Jesús quería decir con esto. Todavía todo estaba como nublado para ellos y no podían comprenderlo. Y no se atrevían a preguntarle.
¿Quién va a ser el más importante?
46 Cierto día, los discípulos comenzaron a discutir acerca de quién de ellos sería el más importante. 47 Jesús sabía lo que ellos pensaban, así que tomó a un niño y lo puso junto a él. 48 Les dijo:
―El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que es más insignificante entre todos ustedes, ese es el más importante.
49 Juan le dijo:
―Maestro, vimos a un hombre que echaba fuera demonios en tu nombre, pero como no anda con nosotros, tratamos de que no lo hiciera.
50 Jesús les respondió:
―No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes.
La oposición de los samaritanos
51 Cuando se acercaba el tiempo de que Jesús subiera al cielo, él se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén. 52 Envió por delante mensajeros, que fueron a un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. 53 Pero allí no quisieron recibirlo, porque sabían que se dirigía a Jerusalén.[a] 54 Cuando Jacobo y Juan, sus discípulos, vieron esto, le preguntaron:
―Señor, ¿quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los destruya?
55 Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió.
56 Luego siguieron su camino hacia otro pueblo.
Lo que cuesta seguir a Jesús
57 Cuando iban por el camino, alguien le dijo:
―Te seguiré a dondequiera que vayas.
58 Jesús le respondió:
―Las zorras tienen guaridas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene ni donde recostar la cabeza.
59 En otra ocasión, a otro le dijo:
―Sígueme.
Él le contestó:
―Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre.
60 Jesús le respondió:
―Deja que los muertos entierren a sus propios muertos. Tu deber es ir y anunciar el reino de Dios.
61 Otro le dijo:
―Señor, yo te seguiré, pero primero déjame ir a despedirme de mi familia.
62 Jesús le respondió:
―El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es útil para el reino de Dios.
Jesús envía a los setenta y dos
10 Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos para que llegaran antes que él a todos los pueblos y lugares donde él pensaba ir. 2 Les dijo: «La cosecha es mucha y son muy pocos los obreros. Por eso, pídanle al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo. 3 ¡Vayan ustedes! Pero fíjense que los envío como corderos en medio de lobos. 4 No lleven dinero, ni bolsa, ni zapatos, ni se detengan a saludar a nadie por el camino.
5 »Cuando lleguen a una casa, primero saluden y digan: “Paz a esta casa”. 6 Si hay allí alguien digno de paz, la recibirá; pero si no, la bendición no se cumplirá. 7 Quédense en la misma casa, coman y beban lo que allí les den, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa.
8 »Cuando lleguen a un pueblo y los reciban bien, coman lo que les sirvan. 9 Sanen a los enfermos y díganles: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes”. 10 Pero cuando lleguen a un pueblo y no los reciban bien, salgan a las plazas y digan: 11 “Hasta el polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, lo sacudimos en protesta contra ustedes. Pero les aseguro que el reino de Dios ya está cerca”. 12 Ciertamente, en aquel día, el castigo de este pueblo será peor que el castigo de Sodoma.
13 »¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron entre ustedes, se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían arrepentido, y se habrían vestido con ropas ásperas y echado ceniza en la cabeza. 14 Pero en el juicio, el castigo reservado para ustedes será peor que el de Tiro y Sidón. 15 Y tú, Capernaúm, ¿piensas que serás levantada hasta el cielo? No, sino que bajarás hasta el abismo.
16 »El que los escucha a ustedes, me escucha a mí. El que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí. Y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió».
17 Los setenta y dos discípulos regresaron contentos de la misión y dijeron:
―Señor, hasta los demonios nos obedecen cuando les damos órdenes en tu nombre.
18 Él les respondió:
―Yo vi a Satanás caer del cielo como un rayo. 19 Sí, yo les he dado a ustedes poder para pisotear serpientes y escorpiones, para vencer todo el poder del enemigo, y nada les hará daño. 20 Sin embargo, no se alegren de que los espíritus les obedezcan, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo.
21 En ese momento Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque no permitiste que los sabios e instruidos conocieran estas cosas, sino que se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque así lo quisiste.
22 »Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
23 Volviéndose a sus discípulos, les dijo a solas: «Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. 24 Pues yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron».
Parábola del buen samaritano
25 Un maestro de la ley fue ante Jesús y lo quiso poner a prueba haciéndole esta pregunta:
―Maestro, ¿qué tengo que hacer para tener la vida eterna?
26 Jesús le respondió:
―¿Qué está escrito en la ley? ¿Entiendes tú lo que quiere decir?
27 El maestro de la ley respondió:
―“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
28 Jesús le dijo:
―Contestaste muy bien. Haz eso y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse, le volvió a preguntar:
―¿Y quién es mi prójimo?
30 Jesús le respondió:
―En cierta ocasión, un hombre iba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones. Estos le quitaron todo lo que llevaba, lo golpearon y lo dejaron medio muerto. 31 Entonces pasó por el mismo camino un sacerdote que, al verlo, se hizo a un lado y siguió de largo. 32 Luego, un levita pasó también por el mismo lugar y, al verlo, se hizo a un lado y siguió de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje por el mismo camino, se acercó al hombre y, al verlo, se compadeció de él. 34 Llegó adonde estaba, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35 Al día siguiente, le dio dos monedas de plata al dueño del alojamiento y le dijo: “Cuídeme a este hombre, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando vuelva”. 36 ¿Cuál de los tres piensas que se comportó como el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
37 El maestro de la ley contestó:
―El que se compadeció de él.
Entonces Jesús le dijo:
―Anda pues y haz tú lo mismo.
En casa de Marta y María
38 Jesús y sus discípulos continuaron su viaje y entraron en un pueblo. Allí, una mujer llamada Marta los recibió en su casa. 39 Ella tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor a escucharlo. 40 Marta estaba preocupada, pues tenía mucho que hacer. Entonces se acercó a Jesús y le dijo:
―Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? Dile que me ayude.
41 Jesús le contestó:
―Marta, Marta, te preocupas demasiado por muchas cosas. 42 Pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la va a quitar.
Jesús enseña sobre la oración
11 Un día que Jesús estaba orando en cierto lugar, al terminar uno de sus discípulos le dijo:
―Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.
2 Él les dijo:
―Cuando oren, digan:
«Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. 3 Danos hoy nuestro pan de cada día. 4 Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos hacen mal. Y no nos metas en tentación».[b]
5 Y siguió diciendo:
―Supongamos que uno de ustedes tiene un amigo, y a medianoche va y le dice: “Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío acaba de llegar de un viaje y no tengo nada que ofrecerle”. 7 Y el que está adentro le responde: “No me molestes. La puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a dártelos”. 8 Les digo que se levantará a darle el pan, no por que sea su amigo, sino por su impertinencia, y le dará todo lo que necesite.
9 »Por eso yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. 10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
11 »¿Alguno de ustedes que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Pues si ustedes, que son malos, saben darles cosas buenas a sus hijos, con mayor razón el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan».
Jesús y Beelzebú
14 En cierta ocasión cuando Jesús estaba echando fuera de un hombre a un demonio que lo había dejado mudo, al salir el demonio el mudo empezó a hablar. La gente se quedó asombrada por esto; 15 pero algunos dijeron: «Seguramente que este echa fuera a los demonios por medio de Beelzebú, el príncipe de los demonios».
16 Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal del cielo. 17 Como él conocía sus pensamientos, les dijo: «Cualquier reino dividido contra sí mismo quedará destruido. Una casa dividida contra sí misma se derrumbará. 18 Por eso, si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo es que su reino no ha quedado destruido? Les pregunto esto porque ustedes dicen que yo echo fuera a los demonios con el poder de Beelzebú. 19 Pero si yo echo fuera a los demonios por medio de Beelzebú, los seguidores de ustedes ¿por medio de quién los echan fuera? Por eso, ellos mismos serán los jueces de ustedes. 20 Pero si yo echo fuera a los demonios con el poder de Dios, eso quiere decir que el reino de Dios ha llegado a ustedes.
21 »Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida su casa, todo lo que él tiene está seguro. 22 Pero si llega otro más fuerte que él y lo vence, le quitará las armas en que confía y repartirá todo lo que le quitó.
23 »El que no está de mi parte, está contra mí, y el que no recoge, desparrama.
24 »Cuando un espíritu maligno sale de una persona, anda por lugares áridos buscando donde descansar. Y cuando no lo encuentra, dice: “Volveré a mi casa, de donde salí”. 25 Cuando regresa, la encuentra barrida y arreglada. 26 Así que va y trae otros siete espíritus peores que él, y todos entran a vivir allí. Y al final, esta persona está peor que al principio».
27 Mientras Jesús hablaba, una mujer de entre la multitud gritó:
―¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te amamantó!
28 Jesús contestó:
―¡Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la obedecen!
La señal de Jonás
29 Como la gente seguía llegando, Jesús comenzó a decirles: «Esta es una generación de gente malvada. Pide una señal milagrosa, pero la única señal que se le dará será lo que le pasó a Jonás. 30 Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. 31 La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará a esta gente, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón. Y ustedes tienen aquí a uno más grande que Salomón. 32 La gente de Nínive se levantará en el día del juicio y condenará a esta generación, porque ellos se arrepintieron al escuchar la predicación de Jonás. Y ustedes tienen aquí a uno más grande que Jonás.
La lámpara del cuerpo
33 »Nadie enciende una lámpara y luego la esconde o la cubre con un cajón. Al contrario, la pone en alto para que alumbre a los que entren en la casa. 34 Tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tus ojos ven con claridad, toda tu vida se llenará de luz. Pero si al ver hay confusión, toda tu vida estará en tinieblas. 35 Procura que la luz que hay en ti no sea tinieblas. 36 Por tanto, si todo tu ser está lleno de luz, sin que haya ninguna parte en tinieblas, verás todo claramente, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor».
Jesús denuncia a los fariseos y a los maestros de la ley
37 Cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer con él. Jesús entró en su casa y se sentó a la mesa. 38 El fariseo se sorprendió cuando vio que Jesús no había cumplido con el rito de lavarse antes de comer. 39 El Señor le dijo:
―Ustedes los fariseos limpian el vaso y el plato por fuera, pero ustedes mismos están llenos de codicia y maldad por dentro. 40 ¡Necios! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? 41 Den a los pobres de lo que ustedes tienen dentro, y así todo quedará limpio.
42 »¡Ay de ustedes, fariseos!, porque se cuidan de dar la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero no tienen cuidado de la justicia y el amor de Dios. Debían haber hecho eso, sin dejar de hacer lo otro.
43 »¡Ay de ustedes, fariseos!, porque aman los asientos de honor en las sinagogas y que los saluden en las plazas.
44 »¡Ay de ustedes!, porque son como sepulcros ocultos, que la gente no ve y pisa sin darse cuenta.
45 Un maestro de la ley le dijo:
―Maestro, cuando dices todo esto también a nosotros nos insultas.
46 Jesús le respondió:
―¡Ay de ustedes también, maestros de la ley! Ponen sobre los demás cargas que apenas pueden soportar, y ustedes no levantan ni un dedo para ayudarlos.
47 »¡Ay de ustedes!, porque construyen monumentos para los profetas que los antepasados de ustedes mismos mataron. 48 Así demuestran que están de acuerdo con lo que hicieron sus propios antepasados: ellos mataron a los profetas y ustedes les construyen los sepulcros. 49 Por eso Dios, en su sabiduría, dijo: “Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos de ellos los matarán y a otros los perseguirán”. 50 Por eso, a esta generación se le va a pedir cuentas de la muerte de todos los profetas desde el principio del mundo: 51 desde la muerte de Abel hasta la de Zacarías, a quien mataron entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuentas de todo esto.
52 »¡Ay de ustedes, maestros de la ley!, porque se han quedado con el control del conocimiento. Ustedes mismos no entran; y a los que quieren entrar, no los dejan».
53 Cuando Jesús salió de allí, los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a acosarlo con preguntas. 54 Lo que hacían era ponerle trampas para que dijera algo por lo que pudieran acusarlo.
Advertencias y estímulos
12 Mientras, se habían juntado miles de personas, tantas que se atropellaban unas a otras. Jesús comenzó a hablar y les dijo primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, o sea, de su hipocresía. 2 Porque no hay nada encubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. 3 Lo que ustedes hayan dicho en la oscuridad se conocerá a plena luz, y lo que hayan dicho en secreto, a puerta cerrada, se publicará desde las azoteas.
4 »A ustedes, mis amigos, les digo que no tengan miedo de los que matan el cuerpo, porque eso es todo lo que les pueden hacer. 5 Les diré a quién deben de temer: teman al que, después de quitar la vida, tiene poder para echarlos al infierno. A él sí que le deben temer. 6 ¿No se venden cinco pajarillos por dos moneditas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos. 7 Así pasa con ustedes: hasta los cabellos de su cabeza están contados. No tengan miedo, pues ustedes valen más que muchos pajarillos.
8 »Les aseguro que al que me reconozca públicamente, lo reconoceré en la presencia de los ángeles de Dios. 9 Pero negaré delante de los ángeles a aquellos que me nieguen delante de la gente. 10 Cualquiera que diga algo contra el Hijo del hombre será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado.
11 »Cuando los lleven a las sinagogas y ante los gobernantes y las autoridades, no se preocupen por lo que tengan que decir o de cómo vayan a defenderse, 12 porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deben decir».
Parábola del rico insensato
13 Uno de entre la gente le dijo:
―Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo.
14 Jesús le respondió:
―Hombre, ¿quién me ha puesto a mí de juez o árbitro entre ustedes?
15 Y le dijo a la gente:
―Tengan cuidado y dejen toda avaricia. La vida de una persona no depende de las muchas cosas que posea.
16 Entonces les contó esta parábola:
―Un hombre rico tenía un terreno que le había producido muy buena cosecha. 17 Y se puso a pensar: “¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha”. 18 Después de pensarlo dijo: “Ya sé lo que haré. Derribaré mis graneros y construiré unos más grandes, donde pueda guardar toda mi cosecha y mis bienes. 19 Entonces diré: Alma mía, ya tienes muchas cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y disfruta de la vida”. 20 Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche perderás la vida. ¿Y quién disfrutará de todo lo que has guardado?”.
21 »Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios».
No se preocupen
22 Después Jesús les aconsejó a sus discípulos:
―Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué van a comer; ni por su cuerpo, con qué se van a vestir. 23 La vida tiene más valor que la comida y el cuerpo más que la ropa. 24 Miren a los cuervos, que no siembran ni cosechan ni tienen almacén ni granero y sin embargo, Dios los alimenta. ¡Ustedes valen mucho más que las aves! 25 ¿Quién de ustedes, por mucho que se afane, puede alargar su vida una hora más? 26 Si no pueden hacer esto tan sencillo, ¿por qué se preocupan por lo demás?
27 »Fíjense cómo crecen los lirios, que no trabajan ni hilan. Y yo les digo que ni siquiera Salomón con toda su riqueza se vistió como uno de ellos. 28 Si Dios viste así a las flores que hoy están aquí y mañana las queman en el horno, ¡cómo no hará más por ustedes, gente de poca fe! 29 Y no se preocupen por qué van a comer o a beber; no se angustien. 30 La gente que no conoce a Dios se preocupa por estas cosas, pero el Padre sabe que ustedes las necesitan. 31 Ustedes busquen, antes que nada, el reino de Dios, y recibirán también estas cosas.
32 »No tengan miedo, mi pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes, en su bondad, quiere darles el reino. 33 Vendan lo que tienen, y den a los pobres. Hagan para ustedes bolsas que no se desgasten; guarden en el cielo un tesoro que no se acabe. Allí no hay ladrón que robe ni polilla que destruya. 34 Donde ustedes tengan su tesoro, allí tendrán también su corazón.
La vigilancia
35 »Estén siempre listos, con la ropa bien ajustada y la lámpara encendida, 36 como los sirvientes que esperan a que su señor regrese de un banquete de bodas, para abrirle la puerta en el momento en que él llegue y toque. 37 Dichosos los sirvientes a los que su señor encuentre atentos a su llegada. Les aseguro que se ajustará la ropa, hará que los sirvientes se sienten a la mesa y él mismo se pondrá a servirles. 38 Dichosos los sirvientes a los que su señor encuentre preparados sin importar si llega a la media noche o de madrugada. 39 Dense cuenta de esto: Si el dueño de una casa supiera la hora a la que va a llegar el ladrón, estaría atento para no dejarlo entrar. 40 Así ustedes estén siempre preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen».
41 Pedro le preguntó:
―Señor, ¿a quién le cuentas esta parábola?, ¿sólo a nosotros o también a todos los demás?
42 El Señor le respondió:
―¿Quién es el mayordomo fiel y atento al que su señor deja encargado de los otros sirvientes para darles la comida a tiempo? 43 Dichoso el sirviente al que su señor, al regresar, encuentra cumpliendo con su deber. 44 Les aseguro que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. 45 Pero si el sirviente piensa: “Mi señor va a tardar en volver”, y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y a beber y a emborracharse, se verá en serios problemas. 46 Cuando vuelva su señor, el día y a la hora que el sirviente menos se lo espera, lo castigará con un castigo tan grande como el que se les da a los incrédulos.
47 »El sirviente que sabe lo que quiere su señor y no se prepara para hacerlo, recibirá muchos golpes. 48 Pero el que no lo sabe y hace algo que merezca castigo, recibirá pocos golpes. A todo el que se le da mucho, también mucho se le exigirá; y al que mucho se le confía mucho más se le pedirá.
División en vez de paz
49 »He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! 50 Pero todavía tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y ¡cuánto sufro hasta que se cumpla! 51 ¿Creen ustedes que vine a traer paz a la tierra? ¡No! Vine a traer división. 52 De ahora en adelante estarán divididos cinco en una familia, tres contra dos, y dos contra tres. 53 Estarán divididos el padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra su hija y la hija contra su madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra».
Señales de los tiempos
54 Luego Jesús le dijo a la gente:
―Cuando ustedes ven una nube que se forma en el occidente, dicen: “Va a llover”; y así sucede. 55 Y cuando sopla el viento del sur, dicen: “Va a hacer calor”; y así sucede. 56 ¡Hipócritas! Saben interpretar el aspecto del cielo y de la tierra, pero no saben interpretar este tiempo presente.
57 »¿Por qué no juzgan por ustedes mismos lo que es correcto? 58 Si tienes que ir ante la autoridad con alguien que te ha acusado, trata de reconciliarte con él mientras van en camino. Hazlo antes que te lleve por la fuerza ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. 59 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo».
El que no se arrepiente perecerá
13 Por ese mismo tiempo había unas personas que le contaron a Jesús que Pilato había mandado matar a unos hombres de Galilea mientras ofrecían sus sacrificios.
2 Jesús les respondió: «¿Piensan ustedes que esos hombres sufrieron así porque eran más pecadores que todos los demás? 3 ¡No! Y si ustedes no se arrepienten, todos ustedes también morirán. 4 ¿Y qué piensan de los dieciocho que murieron cuando les cayó encima la torre de Siloé? ¿Eran acaso más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? 5 ¡No! ¡Y si ustedes no se arrepienten, todos ustedes también morirán!».
6 Entonces les contó esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viñedo. Cuando fue a buscar fruto en ella, no encontró nada, 7 así que le dijo al que cuidaba el viñedo: “Por tres años he venido a buscar fruto en esta higuera, y no he encontrado ninguno. Por tanto, córtala para que no siga ocupando terreno”.
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